miércoles, 25 de diciembre de 2019

LOS POLÍTICOS Y LA POLÍTICA / Darío Ruiz Gómez


LOS POLÍTICOS Y LA POLÍTICA
Darío Ruiz Gómez

En estos días de declaraciones  simplonas  sobre uno u otro candidato lo que se ha puesto de presente es el hecho de que bajo las circunstancias  a las cuales nos está arrastrando un mal llevado  postconflicto, la verdadera política está definitivamente ausente como la ocasión de establecer las bases de un destino común, como la posibilidad de,  racionalmente,  deshacer  lo  que aquí  caprichosamente llamamos  polarización,  esto, con la  presencia efectiva de un Estado de Derecho para   conjurar  las estrategias de la barbarie  tal como lo demuestran  las nuevas formas de violencia  en que se han desdoblado las antiguas organizaciones criminales, problemática  ante la  cual nuestra altísima Magistratura  judicial – horror de horrores-  ha pasado de agache reduciendo  la tarea  de la justicia al reconocimiento del “derecho” de los microtraficantes  a apoderarse de los espacios públicos, de la vecindad de los colegios, o, a reconocer “el derecho al libre desarrollo de la personalidad” del vecino que se pasa tres días de juerga con los equipos de sonido al más alto volumen sin que se repete –este sí- el debido respeto al reposo. Acaba de protestar El Supremo de España por la actitud de la justicia belga de no entregar, como lo exige la Unión Europea, a Puigdemont, el fugitivo político catalán que en una grotesca  farsa se autoproclamó “Presidente  de Cataluña” e inició un Procés colmado de intolerancia y de terror contra sus “enemigos”.  Lean el documento  jurídico de una belleza extraordinaria por su claridad expositiva en defensa de la democracia española exigiendo la entrega de ese sinvergüenza. Aquí 64  “intelectuales”  a partir de un fake news  donde supuestamente se anunciaba la ruptura de relaciones  con Cuba,  colocaron  “la necesidad de mantener estas relaciones”  como un problema prioritario  olvidando  la  vigencia de la justicia internacional para exigirle a Cuba, “país garante” la devolución de unos asesinos confesos. Matar en un atentado terrorista a 21 muchachos en la Escuela Militar, contemplar los asesinatos semanales de soldados por parte del ELN, el asesinato de indígenas  y las matanzas de Pablito, es algo que  parece que nunca ha  llegado a conmoverlos pues  da la impresión de que  lo consideran  un azar  propio de la “guerra”. ¿No es esta precisamente  una muestra de la degradación de la política, de lo informativo, de la cultura de la verdad, una muestra de pobreza intelectual? Acogerse, repitámoslo, a la verdad única de una organización política  es perder el derecho a disentir, a aportar un punto de vista diferente, finalmente a ser una persona pensante. Si las Disidencias de las FARC  en lucha contra las comunidades  del Cauca  acaban de matar cinco indígenas, una gobernadora entre ellas, ¿Cómo no protestar  ante el  grupo de congresistas  del Partido FARC que por mero  oportunismo   se han adelantado a acusan  al Ejército de negligencia  en lugar de reprender a sus hasta hace poco camaradas de guerra cuyos nombres conocen suficientemente? ¿No es este continuo matoneo lo que impide que se condene a los verdaderos culpables y crezca por parte de nuestras autoridades  una falsa  tolerancia hacia la barbarie? Pero esta es la estrategia que se está utilizando para desacreditar una a una las instituciones nacionales. Se  degrada  el lenguaje cuando  eufemísticamente  se  dice  “grupos ilegales”  y no disidencias de las FARC o cuando  se pregunta “El Espectador” hipócritamente. “¿Porqué están matando a los indígenas en el norte del Cauca?” ¿Quién introdujo en Colombia el Cartel de Sinaloa, quiénes arrasaron los bosques del Cauca para sembrar coca?  El ombliguismo, el cainismo de la mayor parte de nuestra politiquería  coopera abiertamente en esta tarea de impedir la construcción de la democracia. Que la marcha indígena proclamada por Feliciano Valencia la haga pero contra esas bandas de asesinos  con las cuales él convivió hasta hace poco. P.D  Increíble: apareció la bandera de los fanáticos separatistas catalanes enarbolada por los encapuchados  que llenaron de terror el norte de Bogotá.

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