LA DESTRUCCIÓN DE LA
EJEMPLARIDAD
Darío Ruiz Gómez
La construcción de
una vida en común basada en el pluralismo debió ser la tarea
inmediata que las FARC debió empezar
una vez iniciado el Postconflicto, igualmente la tarea
a cumplir por la llamada clase
política , considerando a ésta como representativa de la pluralidad de etnias, de
regiones y de subregiones que componen
el país real, tal como históricamente lo
hizo la llamada renovación en marcha del
año 39 incorporando las culturas regionales, al derecho a la
educación pública y al nacimiento de unas formas democráticas necesarias
basadas en la noción de libertad con el fin de combatir los caciquismos, la lacra del contratismo; pero en
lugar de esta descentralización lo que
se ha dado a cambio es el regreso a un nuevo centralismo – tanto en las actividades de la
Cámara y el Congreso- del “país nacional
bogotano” como lo llamó Gaitán al cual nunca llegan las voces y exigencias de las
regiones, ni se plantea precisamente
aquello que concierne a las
problemáticas específicas del postconflicto, recuérdese el divorcio total entre los satisfechos
excomandantes y sus fabulosos sueldos de
congresistas con los exguerrilleros abandonados a su suerte. La llamada violencia revolucionaria, parodia de modernidad política, constituye el
ejemplo más terrible de lo que puede significar la depravación de una falsa utopía pero es
más escandalosa la amnesia que sobre
algo que nunca puede repetirse se ha apoderado
de una sociedad dominada por la
frivolidad informativa y por el imbecilismo
de quiénes al negarse a asumir las responsabilidades que conlleva la vida en común de una sociedad libre – ¿En
qué momento ha dejado de conspirar Iván Cepeda?- han permitido que la vida nacional permanezca bajo una continua
zozobra. Para salir de una sin salida moral
una sociedad que aspira a la
madurez debe re-capacitar
sobre los errores cometidos, sobre
los estragos causados por la corrupción de las costumbres políticas , para ello se hace necesario recuperar lo que Javier Gomá llama ejemplaridad en la vida pública pues “no puede haber integración social sin una
concepción del bien común, un conjunto
de verdades” , premisa moral de la ejemplaridad
que quienes pretenden hablar a nombre de la paz y la reconciliación deben radicalmente respetar. Ejemplaridad
para vencer la vulgaridad y la marrulla
de quienes continúan utilizando la política pregonando la paz sin dejar de alentar soterradamente sus propios objetivos. Es condenable moralmente entonces
la tarea que bajo
una abierta conspiración iniciaron el PCC, y la “Oposición” - donde se camuflan extremistas de todas las pelambres - y el santismo
apoyados en las falsedades
manipuladas por los grandes
medios de comunicación bogotanos a través de fake news en una
verdadera conjura para desestabilizar el
gobierno Duque, mientras reinsertados, habitantes de las remotas
regiones, mineros, campesinos, empresarios, la gran clase media – el 90% del país- se han quedado esperando lo más importante de
ellos: un gran pacto social que permita la reconciliación y le dé a
la clase política la oportunidad de
recuperar su desprestigiada
imagen. Políticamente el concepto de Paro Nacional para derribar un gobierno supone estrictamente en la estrategia revolucionaria la adhesión inmediata de las distintas fuerzas laborales,
trabajadores, campesinos, asociaciones
femeninas, profesionales, pensionados, para paralizar , mediante el Terror, la vida de un país e iniciar
la toma revolucionaria del poder. ¿Puede llamarse un Paro Nacional el desfile de estudiantes que
no saben explicar porqué protestan, el de indígenas traídos de su Reservas por
demagogos, el de sindicalistas sin crédito político alguno? El desastre en las
pruebas Pisa de conocimiento pone de presente el grave daño a la educación
pública causado por FECODE. Alguien
tiene entonces que explicar la aparición de un grupo
terrorista como el “Jaime Báteman Cayón”
y si éste nuevo terrorismo es parte del
proyecto populista bolivariano cuyas cabezas visibles son Iván Cepeda y el inefable Petro.
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