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Darío Ruiz Gómez
Seis cuentos de Madrid,
Universidad de Antioquia, 2017.
Cuentos, Debajo de las estrellas, Eafit, 2018
Víctor Bustamante
Pleno 2 de enero al aire
de la tarde en los cafés aledaños al Centro Suramericana. Un grupo de personas,
hombres y mujeres, conversan y juegan en una confortable reunión, como deben de
ser los encuentros a principios de año, bajo el solaz de los buenos augurios
que luego te arañarán.
He leído Seis historias de Madrid y quiero
conversar son su autor, con Darío Ruiz.
Siempre me ha llamado la atención ese periplo suyo por esas tierras de España,
cuando se fue a estudiar periodismo, ya que en esos días, reside la
cristalización de su destino de escritor. Esto lo había avizorado en algunos
cuentos de su estancia allá en 1959, y un puñado de poemas, en La soledad de la madre, Argueyes arde, luego en Las sombras y ahora aquí en este libro donde
desglosa una parte de esa estadía, de esa formación en tiempos de estudio en
Madrid y en Bilbao, las ciudades que más menciona. De ahí que esa experiencia presente
y vivida, nos entregue la medida de su quehacer literario, así como la
consolidación de sus criticas de cine, en ese oficio del cual él debería destapar
esa Caja de Pandora con sus textos críticos antes de que la crítica cinematográfica
se volviera ese anecdotario de fórmulas normales que abundan por estos pagos.
Hay en este libro un
cuento, el último, Biografía, donde
el escritor camina por la calle Arenal, y al hacerlo describe ese cambio hora a
hora en el perfil citadino cuando sus habitantes adquieren esa variabilidad, de
saber que al irse ellos llegarán otros dentro de esa simultaneidad en que se
convierte la calle con esos ánimos secretos de sus transeúntes, con esa vida de
solitarios dentro de la multitud, en esa búsqueda constante de una compañía,
entre personas, muchas veces, de origen desconocido pero que los une algo presente,
una conversación o el destino pasajero de un encuentro, de una mirada. Pero si
comienzo por este último cuento, es por algo sencillo, de esa misma manera Darío
al escribir estos cuentos es como si cuando saliera a la calle nos describiera
lo que ve, como si quisiera contarnos cada una de esas historias que él ha
vivido y que quiere rescatarlas de esa región que si él no las escribe se
perderían en el océano de ese destino sin sosiego, los olvidos mutuos, de los
que están impregnadas esas vidas cotidianas que tuvieron en algún momento toda
una exhalación de vitalidad pero que con el tiempo se van agotando, van
palideciendo y se van como sin ningún interés mientras sabemos que para el
autor ahí reside esa posibilidad de proseguir en su narrativa y no dejar que
ese chispazo de vida, esa atracción por esos personajes le posibilitaran responder
preguntas que aparecen nunca de soslayo sino que él quiere ahondar en ellas y
decirnos de esas presencias que él no quieren que pasen desapercibidas por que
irían al cesto del ostracismo, donde la historia se convierte en un comentario.
De ahí que estos cuentos posibiliten saber de una España en el estertor del franquismo,
mirada desde el ojo avizor de quien distingue muchos rasgos, como percibirla en
la calle, sentida, caminada desde el grosor mismo de saber que esa indagación
nos da otra imagen. El Madrid cotidiano de los bares, de las reuniones de los
intelectuales de peso que Darío vivió.
De ahí que, en estos cuentos,
la banalidad aparente no subsiste desde esas existencias agotadas, debido al
paso del tiempo, ya que Darío ahonda en
cada una de ellas hasta escrutar esos destinos, en esa saciedad del escritor por
saber de cada uno de esos personajes que son los ejes centrales de cada uno de sus
cuentos. Uno de ellos Pedro Rodríguez, el militar, uno de los cincuenta mil combatientes
de la División Azul que, a pesar de haber participado en una guerra, no como una sigla
sino como una evidencia, de ahí que su
vida, su trasegar termina en los sótanos del olvido. Esos personajes pese a esa
vida, en apariencia anodina, mantienen una vulnerabilidad y energía, su
sensibilidad y estoicismo, como partes contundentes que los mantiene a flote. Otro
de ellos Salazar, el detective cauto, medio pintoresco, viviendo en la ambigüedad
de dos patrias: Madrid y Bogotá. Trinidad juiciosa al comienzo, así mismo el
magistrado despabilado e interesado en las minucias aparentes de la subsistencia.
Otro texto es la Antología
de cuentos de Darío Ruiz Gómez, editado por Eafit, (Debajo de las estrellas), allí
hay una elaborada selección por parte del escritor Juan Diego Mejía. Con
respecto a las antologías siempre me he preguntado cómo cada persona que la realiza
debe procurar una manera muy crítica y cuidadosa para seleccionarla de tal
manera que represente esos instantes, senderos, caminos, creativos del escritor
elegido, que se refleja en los cuentos más relevantes que son la parte esencial
de cada uno de sus libros, pero también queda la duda, ya que es una manera de
dejar de lado otros escritos, que a lo mejor posean logros formales o temáticos
donde podemos percibir los diferentes periodos creativos del antologado. De
todas maneras una antología es la espuma refrescante del escritor, así el mismo
autor de pronto piense y escoja otros textos con diverso criterio y con sus propios
y audaces justificaciones de las cuales él no quiere desprenderse, ya que todos
fueron escritos con la sazón y la mesura correspondiente para evidenciar una
pequeña historia, un personaje que anda por ahí solitario y no cabe en alguna
novela, o, a lo mejor, pueda tratarse de un borrador, un bosquejo para un texto
de más peso. De ahí que una antología posea ese carácter de ser diferente de
acuerdo a la persona que la realice.
Esta selección de cuentos
tiene una premisa y potencialidad que dejan de lado la falsa historiografía o
el llamado periodismo narrativo como asilo. Ya que Darío escribe y escudriña
de una manera más minuciosa, preguntando,
indagando con certeza: de aquí que observa y debate la tragicomedia humana. Para
ello es necesario ese continuo oficio de escritor como una constante reflexión,
seguida de una persuasión tan personal, nunca en pos de lo entretenido ni de la
tergiversación. Y es así que Darío huye de cualquier atisbo de verse como un
vendedor de entretenimiento abaratado o escapismo ilustrado. Él es un escritor
perspicaz, presente y testigo, de la existencia humana con sus conflictos y
contradicciones crueles y paródicas, festivas y cotidianas, y así no ha dejado que nos enfrentemos con ese
inaudito presente que luego se convierte en añoranza como en “Lo último en
guaracha”, donde al releerlo observamos que la topografía de un lugar, caro a
su autor, ya no existe. En el incierto futuro ha quedado como una huella
fuerte. Su vigorosa agudeza, nos ha dado este relato, con su conciencia lúcida
e inquisitiva, su firme devoción por la palabra escrita.
Darío tiene una mirada perspicaz,
acerada y muy imparcial sobre el carácter y las debilidades de la gente, sus
personajes, pero nunca los desprecia, así provengan de ese territorio de la
curiosidad y de los anhelos de siempre querer saber quiénes son en realidad. Algo
es cierto, una cosa es que ellos sean lo que muestren y no lo que en contexto
es lo que el escritor indague y los defina en esa atmósfera más grande y
difícil que es la realidad misma; esa que se conoce a través de sus preguntas.
Hacerlo de otra manera sería no darles el peso que se merecen desde esa óptica
tan definida, tan segura para observar y narrarlos.
Los primeros cuentos de
Darío muestran un descubrimiento de sí
mismo, a través de otra mirada a la ciudad. No en vano él inaugura una nueva
narrativa, una nueva manera de observar las situaciones de esos personajes que
deambulan o que medran o simplemente sabemos que andan por ahí hasta ser
definidos por su autor que los recobra.
Darío se atreve en sus
experimentos formales, eso sí, sin alardes, sino cuidadosos, sin maquillar pero
efectivos. Él escribe sobre personas
engullidas por una historia feroz, tan propias, tan inobjetables, pero casi pasajera, poco observable. Los
individuos que él recobra –sencillos,
sin apariencia, simples– nunca los reconoceremos en relatos académicos o en la incomprensión
de lo académico como inclusión en su desprestigio, sino en estos relatos que
perseveran en la ciudad, como sus personas, en su peculiar manera de ser recobrados.
De ahí que en esta antología es notoria la labor de toda una vida. Darío se
aparta de sus ensayos, para acercarse claramente a ese caos y
al estoicismo de algunos de sus personajes,
despertando la cercanía de historias, que se rompen ante un sentimiento
de la injusticia y un sentido de su propia dignidad. Puedes situarlos al
principio o en el centro del viaje que el propio escritor ha hecho, a lo mejor
un pausado ascenso desde la configuración misma de su trasegar, en esa larga
mirada hacia la propia comprensión de ellos, ante un despertar libre de
espejismos hacia el mundo propio. Todos estos descubrimientos que entrega una
escritura tan personal, y tan propia, enseña, además hombres desarraigados que
son la obra de toda una vida acumulada narrados con admirable rigor en una sola
vía de esas vidas que nos dejan perplejos.
Es difícil no pensar en
un escritor tan fundamental, que ha narrado y lleva dentro de sí tantos universos paralelos que conviven
apartados y que él los junta, para expresar una época, un concepto, en cada uno
de sus libros de cuentos. Pero lo que es más llamativo es el agudo sentido que
tiene él para alejarse de esa aureola
que poseen los escritores cómodos y ahítos de cierta abulia intelectual. Para él
no existen la satisfacción momentánea, ni la percepción pasajera de las noticias;
o sea, que ante ese engaño y la tragedia y la fiesta en que define sus cuentos,
también hay muchas zonas grises para
esos personajes que son rescatados por él –inseparables de su oficio y de su apariencia–,
ellos coexisten con una actitud de aceptación y optimismo, otras veces con la perseverancia,
a medio camino del éxito y del fracaso, como una entendible y generosa
confianza, compasión podría ser, donde el autor trasluce la energía y la desazón
humanas.
Nota Bene. No sé si Juan
Diego, el antólogo, habrá olvidado otro de los libros de Darío, En tierra de paganos, donde existen también
cuentos memorables.
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