lunes, 7 de enero de 2019

Darío Ruiz Gómez / Cuentos


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Darío Ruiz Gómez

Seis cuentos de Madrid, Universidad de Antioquia, 2017.
Cuentos, Debajo de las estrellas, Eafit, 2018

Víctor Bustamante

Pleno 2 de enero al aire de la tarde en los cafés aledaños al Centro Suramericana. Un grupo de personas, hombres y mujeres, conversan y juegan en una confortable reunión, como deben de ser los encuentros a principios de año, bajo el solaz de los buenos augurios que luego te arañarán.

He leído Seis historias de Madrid y quiero conversar son su autor, con  Darío Ruiz. Siempre me ha llamado la atención ese periplo suyo por esas tierras de España, cuando se fue a estudiar periodismo, ya que en esos días, reside la cristalización de su destino de escritor. Esto lo había avizorado en algunos cuentos de su estancia allá en 1959, y  un puñado de poemas, en La soledad de la madre, Argueyes arde, luego en Las sombras y ahora aquí en este libro donde desglosa una parte de esa estadía, de esa formación en tiempos de estudio en Madrid y en Bilbao, las ciudades que más menciona. De ahí que esa experiencia presente y vivida, nos entregue la medida de su quehacer literario, así como la consolidación de sus criticas de cine, en ese oficio del cual él debería destapar esa Caja de Pandora con sus textos críticos antes de que la crítica cinematográfica se volviera ese anecdotario de fórmulas normales que abundan por estos pagos.

Hay en este libro un cuento, el último, Biografía, donde el escritor camina por la calle Arenal, y al hacerlo describe ese cambio hora a hora en el perfil citadino cuando sus habitantes adquieren esa variabilidad, de saber que al irse ellos llegarán otros dentro de esa simultaneidad en que se convierte la calle con esos ánimos secretos de sus transeúntes, con esa vida de solitarios dentro de la multitud, en esa búsqueda constante de una compañía, entre personas, muchas veces, de origen desconocido pero que los une algo presente, una conversación o el destino pasajero de un encuentro, de una mirada. Pero si comienzo por este último cuento, es por algo sencillo, de esa misma manera Darío al escribir estos cuentos es como si cuando saliera a la calle nos describiera lo que ve, como si quisiera contarnos cada una de esas historias que él ha vivido y que quiere rescatarlas de esa región que si él no las escribe se perderían en el océano de ese destino sin sosiego, los olvidos mutuos, de los que están impregnadas esas vidas cotidianas que tuvieron en algún momento toda una exhalación de vitalidad pero que con el tiempo se van agotando, van palideciendo y se van como sin ningún interés mientras sabemos que para el autor ahí reside esa posibilidad de proseguir en su narrativa y no dejar que ese chispazo de vida, esa atracción por esos personajes le posibilitaran responder preguntas que aparecen nunca de soslayo sino que él quiere ahondar en ellas y decirnos de esas presencias que él no quieren que pasen desapercibidas por que irían al cesto del ostracismo, donde la historia se convierte en un comentario. De ahí que estos cuentos posibiliten saber de una España en el estertor del franquismo, mirada desde el ojo avizor de quien distingue muchos rasgos, como percibirla en la calle, sentida, caminada desde el grosor mismo de saber que esa indagación nos da otra imagen. El Madrid cotidiano de los bares, de las reuniones de los intelectuales de peso que Darío vivió.

De ahí que, en estos cuentos, la banalidad aparente no subsiste desde esas existencias agotadas, debido al paso del tiempo, ya que  Darío ahonda en cada una de ellas hasta escrutar esos destinos, en esa saciedad del escritor por saber de cada uno de esos personajes que son los ejes centrales de cada uno de sus cuentos. Uno de ellos Pedro Rodríguez, el militar, uno de los cincuenta mil combatientes de la División Azul que, a pesar de haber participado en una guerra, no como una sigla sino como una evidencia, de ahí que  su vida, su trasegar termina en los sótanos del olvido. Esos personajes pese a esa vida, en apariencia anodina, mantienen una vulnerabilidad y energía, su sensibilidad y estoicismo, como partes contundentes que los mantiene a flote. Otro de ellos Salazar, el detective cauto, medio pintoresco, viviendo en la ambigüedad de dos patrias: Madrid y Bogotá. Trinidad juiciosa al comienzo, así mismo el magistrado despabilado e interesado en las minucias aparentes de la subsistencia.

Otro texto es la Antología de cuentos de Darío Ruiz Gómez, editado por Eafit, (Debajo de las estrellas), allí hay una elaborada selección por parte del escritor Juan Diego Mejía. Con respecto a las antologías siempre me he preguntado cómo cada persona que la realiza debe procurar una manera muy crítica y cuidadosa para seleccionarla de tal manera que represente esos instantes, senderos, caminos, creativos del escritor elegido, que se refleja en los cuentos más relevantes que son la parte esencial de cada uno de sus libros, pero también queda la duda, ya que es una manera de dejar de lado otros escritos, que a lo mejor posean logros formales o temáticos donde podemos percibir los diferentes periodos creativos del antologado. De todas maneras una antología es la espuma refrescante del escritor, así el mismo autor de pronto piense y escoja otros textos con diverso criterio y con sus propios y audaces justificaciones de las cuales él no quiere desprenderse, ya que todos fueron escritos con la sazón y la mesura correspondiente para evidenciar una pequeña historia, un personaje que anda por ahí solitario y no cabe en alguna novela, o, a lo mejor, pueda tratarse de un borrador, un bosquejo para un texto de más peso. De ahí que una antología posea ese carácter de ser diferente de acuerdo a la persona que la realice.

Esta selección de cuentos tiene una premisa y potencialidad que dejan de lado la falsa historiografía o el llamado periodismo narrativo como asilo. Ya que Darío escribe y escudriña de  una manera más minuciosa, preguntando, indagando con certeza: de aquí que observa y debate la tragicomedia humana. Para ello es necesario ese continuo oficio de escritor como una constante reflexión, seguida de una persuasión tan personal, nunca en pos de lo entretenido ni de la tergiversación. Y es así que Darío huye de cualquier atisbo de verse como un vendedor de entretenimiento abaratado o escapismo ilustrado. Él es un escritor perspicaz, presente y testigo, de la existencia humana con sus conflictos y contradicciones crueles y paródicas, festivas y cotidianas, y así  no ha dejado que nos enfrentemos con ese inaudito presente que luego se convierte en añoranza como en “Lo último en guaracha”, donde al releerlo observamos que la topografía de un lugar, caro a su autor, ya no existe. En el incierto futuro ha quedado como una huella fuerte. Su vigorosa agudeza, nos ha dado este relato, con su conciencia lúcida e inquisitiva, su firme devoción por la palabra escrita.

Darío tiene una mirada perspicaz, acerada y muy imparcial sobre el carácter y las debilidades de la gente, sus personajes, pero nunca los desprecia, así provengan de ese territorio de la curiosidad y de los anhelos de siempre querer saber quiénes son en realidad. Algo es cierto, una cosa es que ellos sean lo que muestren y no lo que en contexto es lo que el escritor indague y los defina en esa atmósfera más grande y difícil que es la realidad misma; esa que se conoce a través de sus preguntas. Hacerlo de otra manera sería no darles el peso que se merecen desde esa óptica tan definida, tan segura para observar y narrarlos.

Los primeros cuentos de Darío  muestran un descubrimiento de sí mismo, a través de otra mirada a la ciudad. No en vano él inaugura una nueva narrativa, una nueva manera de observar las situaciones de esos personajes que deambulan o que medran o simplemente sabemos que andan por ahí hasta ser definidos por su autor que los recobra.

Darío se atreve en sus experimentos formales, eso sí, sin alardes, sino cuidadosos, sin maquillar pero efectivos.  Él escribe sobre personas engullidas por una historia feroz, tan propias, tan inobjetables,  pero casi pasajera, poco observable. Los individuos que él recobra  –sencillos, sin apariencia, simples– nunca los reconoceremos en relatos académicos o en la incomprensión de lo académico como inclusión en su desprestigio, sino en estos relatos que perseveran en la ciudad, como sus personas, en su peculiar manera de ser recobrados. De ahí que en esta antología es notoria la labor de toda una vida. Darío se aparta de sus ensayos, para acercarse claramente a ese  caos  y al estoicismo de algunos de sus personajes,  despertando la cercanía de historias, que se rompen ante un sentimiento de la injusticia y un sentido de su propia dignidad. Puedes situarlos al principio o en el centro del viaje que el propio escritor ha hecho, a lo mejor un pausado ascenso desde la configuración misma de su trasegar, en esa larga mirada hacia la propia comprensión de ellos, ante un despertar libre de espejismos hacia el mundo propio. Todos estos descubrimientos que entrega una escritura tan personal, y tan propia, enseña, además hombres desarraigados que son la obra de toda una vida acumulada narrados con admirable rigor en una sola vía de esas vidas que nos dejan perplejos.

Es difícil no pensar en un escritor tan fundamental, que ha narrado y lleva dentro de sí  tantos universos paralelos que conviven apartados y que él los junta, para expresar una época, un concepto, en cada uno de sus libros de cuentos. Pero lo que es más llamativo es el agudo sentido que tiene él para alejarse de  esa aureola que poseen los escritores cómodos y ahítos de cierta abulia intelectual. Para él no existen la satisfacción momentánea, ni la percepción pasajera de las noticias; o sea, que ante ese engaño y la tragedia y la fiesta en que define sus cuentos, también hay  muchas zonas grises para esos personajes que son rescatados por él  –inseparables de su oficio y de su apariencia–, ellos coexisten con una actitud de aceptación y optimismo, otras veces con la perseverancia, a medio camino del éxito y del fracaso, como una entendible y generosa confianza, compasión podría ser, donde el autor trasluce la energía y la desazón humanas.


Nota Bene. No sé si Juan Diego, el antólogo, habrá olvidado otro de los libros de Darío, En tierra de paganos, donde existen también cuentos memorables.






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