ONETTI Y EL TANGO
Hay una mitología preparada para
sostenerlo. Vive en un apartamento de la calle Gonzalo Ramírez, donde toma
cerveza, ciñéndose los pantalones por debajo del abdomen. Su impermeabilidad
mítica, su "aspereza", si no bastaran la fama y el malentendido para
dotarla de significados que se renuevan, a despecho o a favor de la realidad,
viéndolo a él y hablándole, parecen sólo unos signos y unos gestos más,
manejados a conciencia, una parte significativa de su lenguaje (¿medios o fines
del arte?), que apenas alcanzan a encubrir el poco enigmático estrabismo, la
ternura y la hombría dulce de este hombre con lentes que es Onetti. En fin, hay
que averiguárselas para presentarlo en términos que justifiquen un reportaje
más, con un preámbulo completo que lo ponga al alcance de la mano, porque está
vivito y coleando, hay que decirlo. ¿Y quién no le teme a Onetti, quién le
conversa de algo a este triste apasionado, aunque se trate de conversar sobre
Gardel?
Menuda tarea le tocó: ir a ver a Onetti,
escribir sobre tamaña cosa. Cuando le encargaron la nota primero no contestó,
la cabeza le trabajó de varias maneras y, después que compuso unos razonamiento
adecuados, aceptó. Pensó en 1a fuerza de realidad que tienen los pensamientos
de los que piensan poco, sobre todo cuando no divagan..." (“El pozo”,
Onetti, Montevideo, 1939, p. 40).
Después quiso recurrir al mismísimo
Gardel, pero no pudo evocar ningún tango apropiado para esas circunstancias.
Llamó un taxi, mientras se autosugería otras frases reveladoras, éstas de su
propio ingenio, tales como "ahora sí que estás frito", y con aquella
disposición de espíritu indicó la dirección dudosa que le habían dado. Tuvo
suerte porque se equivocó y se bajó mal. Estaba oscuro como se debe, prendió un
fósforo y tocó el timbre de la primera portería del primer edificio grande que
vio, preguntando si ahí vivía Onetti. Cosa sorprendente, vivía ahí. Entonces, subió
al sexto piso. Verdaderamente, dice que sucedió de esta manera:
Cuando después de varios minutos se
abrió la puerta, apareció un individuo alto, idéntico al retrato de Sábat, ése
donde parece un pez-martillo. Me miró como a un germen con leve fastidio y con
curiosidad implícita.
-¿El señor Juan Carlos Onetti?
Tal vez para emplear una frase
amenazadora, hizo una pausa y me contestó:
-Onetti.
Yo hice otra pausa, tragué saliva y
empecé a explicarle que venía a molestarlo para hacerle unas preguntas sobre
Gardel. Creo que seguí hablando sobre la molestia, aunque él ya me había hecho
entrar -a veces me paso de sensibilidad-, pero estoy seguro de haberme referido
también al honor que representaba para mí. Lo cierto y sin embargo es que,
cuando quise acordar, estaba solo y él se había ido para la cocina. En la pared
había pegados numerosos recortes, fotos y una cédula de identidad que me llamó
la atención: pinchada encima de una descripción tipométrica del rostro, con la
interpretación científica de la descripción, escrita a máquina, era una cédula
de Onetti.
Cuando escuché que volvía aquel silencio
ya era insoportable. Tal vez me imaginaba, y queda ahuyentarlas, unas
dificultades enormes para hablar; o tal vez estuve atribuyéndoselas a él, por
esos movimientos lentos que hace, ceremoniales, o por aquel ritmo reflexivo, de
sus frases cortas, las pocas que había dicho. Le pregunté sin preámbulos por
qué era tan famoso; sin alcanzar a ver lo indecoroso de aquella cuestión vi que
se sentaba y dijo:
-Porque la fama es puro cuento, botija.
Sobrevino el silencio otra vez.
Irremediablemente yo habría quedado bajo los efectos de mi torpeza, si no
hubiera sido porque él consiguió lápiz y papel, abrió una botella, me invitó a
sentarme y me explicó lentamente, para empezar, qué difícil nos iba a ser
hablar sobre Gardel.
"Lo conocí en el teatro 18,
cantando. Después lo vi varias veces, de mesa a mesa, en aquel café donde se
comían unas milanesas redondas, al lado del Tipí Viejo. Hoyos de Monterrey; vos
no lo conociste. Era en aquella época de la zarzuela -(no puede afirmarse que
haya dicho exactamente eso; probablemente se refirió a la compañía de zarzuela
en la que actuó Gardel, año 30), "un desastre de compañía, y la gente
llegaba al final, para oírlo cantar; a esa hora había un repunte bestial en la
venta de las entradas. La temporada iba mal; Gardel entraba como fin de
fiesta". A una pregunta sobre si Gardel a su juicio, era un hombre triste:
"Tenía esa clase de tristeza que sale de adentro, que surge de un problema
interior, aunque el problema interior no se sabe nunca de dónde viene. Nunca
hablé con él, solamente lo veía, de vez en cuando -Onetti tenía unos veinte
años- en ese café que te digo, de madrugada. Hablaba poco, era cortés y
retraído y daba la impresión de ser tímido. Tenía una gran cordialidad; yo lo
veía escuchando a todo el mundo con verdadera atención y siempre sonreía".
Sobre las mujeres de Gardel: "Nunca
lo vi con ninguna mujer y se sabe que no era hombre de hacer alardes".
Juanita Larrauri: "Hubo sí, una tal Juanita Larrauri, que fue diputada
peronista y que publicó una serie de notas en uno de esos pasquines, diciendo
que Gardel estaba loco por ella. Pero era vanidad femenina, y para peor
póstuma". Se conversó un poco de ese tema, queriendo vincularlo con algún
parecer personal de Onetti sobre lo legendario en general, sobre el olvido o
sobre Artigas. "Yo vinculo el protectorado de Artigas con las semejanzas
espirituales notorias entre el hombre de las Misiones, de Corrientes y Entre
Ríos con nuestro hombre.
Aunque ahora, el montevideano, en
particular, venga a ser, en lo referente a esa espiritualidad y comparado con
el hombre del campo, algo así como el porteño para nosotros. Artigas forma
parte de una genealogía que se dan los pueblos, obligatoriamente, como se la
dan las familias pobres, y en la que son necesarios tanto el héroe nacional
como el poeta y el novelista nacionales y como el cantor nacional. Si ustedes
tienen a Napoleón, nosotros tenemos a Artigas; si ustedes tienen a Baudelaire,
nosotros tenemos a Zorrilla. Gardel es parte inseparable de la genealogía de
los pueblos del Plata." Sobre la verdadera nacionalidad de Gardel:
"Para mí era francés".
¿Cuál tango de Gardel le gusta más?:
"¿Te das, cuenta de que siempre se dice los tangos de Gardel? Y sin
embargo no hay ningún tango de él. ¿Te das cuenta que Gardel es el tango? A mí
me gustan todos. No sé, podría indicarte que me gusta ‘Mano a mano’".
¿Cuáles serían los tangos que él cantaba con más "sentimiento?: "Él
sentía más ese tipo de tango melancólico y cínico: Por qué me das dique, señora
de grupo. Y aquel otro, ‘Tortazos’: "Qué hacés, tres veces qué hacés... No
te rompo de un tortazo por no pegarte en la calle La mejor postura que tenía
era la del fioca postergado, la que le cuadraba mejor; para mí el Gardel más
auténtico es ése".
¿Se puede comparar a Gardel con otros
cantores?: "¿Vos estás loco? Yo tengo una radio piojosa y escucho
solamente Sodre y Gardel". Con guitarra o con orquesta: "Me gustan
más los tangos con guitarra". ¿Era buen actor? ¿Qué opina de sus
películas?: "Horrorosas. ¿Cuál es una en la que engancha a una mujer con
el lazo? Era cantor, ¿entendés? Hasta cuando hablaba cantaba; no hay más que
escuchar las grabaciones de algunas películas: Margarita.
La charla sobre Gardel, que iba a ser
difícil", a medida que transcurría se hacía más fluida y personal. Onetti
cantaba o recitaba las letras todo lo que quería, a veces eludiendo las
preguntas. A menudo dijo cosas que habría sido necesario transcribir
exactamente, pero acaso lo más importante fuese consignar el 11 como"
-cerraba los ojos y cantaba- y el "porqué" -para quien tenía que
escucharlo forzosamente, admiración y curiosidad mediante- de aquella fluidez
repentina que cobró la conversación.
-Onetti, ¿alguna vez le dio por cantar a
usted?
-Sí me dio y me dieron.
Había dos estuches de violín cerca de la
mesa.
-¿Usted toca el violín?
-Sí, toco. Lo que más me gusta tocar es
Amurado.
Por supuesto, nunca tocó el violín.
-¿ Y que habría opinado Gardel si
hubiera leído “El pozo”?
-Yo no sé si sabía leer.
Transición y agarra el tono otra vez:
"Como se pianta la Vidaaaa...” etcétera.
-¿Le habría gustado que Gardel cantara
alguna cosa que no cantó?
-Sí. “La Berceuse bleu” de Julio
Herrera.
-¿ Gardel era inteligente, Onetti?
Volvió a cerrar los ojos, pensó un poco,
los abrió, me miró con la misma mirada aquélla, remitiéndome al portaobjeto, y
dijo:
-¡Sí!... ¡Y chau!
Yo ya me iba. No sabía cómo hacer para
despedirme, para abrirme camino y salir de aquel apartamento, con Gardel muerto
hace treinta años sobre mis propias espaldas, con Onetti cantando y
observándome cada pelo a ver cómo hacía para saludar. Se ve que notó todo,
incluidas mi tribulación y mis dudas sobre el éxito del reportaje, y me ofreció
una respuesta más, sin pregunta previa, cosa de darme ánimo:
-Decí que lo más importante que ha
sucedido en el Uruguay en materia artística, se llama Carlos Gardel.
Alfredo Zitarrosa
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