... .. ..
66 Patrimonio Cultural Arbóreo de Prado / Medellín
Prado
Víctor Bustamante
Uno siempre posee solo una
ciudad, aquella donde se es contemporáneo y testigo de lo que sucede. En ella
residen sus escritores de una manera atemporal, porque la palabra perdura y es
inmanente y en los libros al buscar ellos la ciudad nos regalan su visión y su
definición de esa ciudad que vieron, que vivieron que caminaron, que la amaron
y la fustigaron, además. El resto es literatura de viajes de aquellos que
conocen muchas ciudades pero nunca van al centro de ella a comprenderla. Ya
que una ciudad es un ser vivo que crece, que se contrae, que cercena, que mantiene
su hálito a veces en vilo. Por eso una ciudad nunca es conocida por sus escritores,
ellos apenas definen y escriben sobre algunas partes, sobre sus vecindarios o
sobre los crímenes en las comunas como una manera de mostrarse, o sobre los
rojos y los atajos de los picaros, pero una ciudad es más compleja, y es difícil
de aprehenderla solo escribimos sobre momentos, sobre instantes sobre lugares que
visitamos, lo ideal sería dedicarle toda una vida a buscarla, a palparla, pero
la ciudad, Medellín, cada día huye de nosotros, pero nosotros buscamos
atraparla darle su sentido. Aun así cada día cada noche es construida de nuevo
por sus habitantes que idean espacios, estratagemas lugares que cuando
regresamos a una calle siempre la encontraos diferente. Por esa razón la ciudad
siempre fluye como el en un título de Fellini parodiando La nave va, la ciudad va, casi siempre al desgaire no hay quien la maneje,
unas veces va a sotavento otra al pairo, ella viaja sola en el tiempo, su
tiempo, solo quedan sus escritores que la piensan y la poetizan de pronto algún
historiador inteligente o un investigador pertinaz que la piense o quizá un
cineasta que urda y entre al interior de su corazón. Cierto, la ciudad fluye y por eso regreso
a Heráclito que nunca conoció ni caminó una ciudad caótica como la nuestra,
pero su poesía y su metáfora que con el tiempo se convirtió en filosofía, lo socavó,
nadie camina por la calle más de una vez sin que esta cambie. De ahí lo difícil
que es aprehender la ciudad, solo la vivimos al instantes porque ella huye así
como cuando leemos a sus grandes escritores, ellos entregan su versión de esa
ciudad que ya no es la misma.
Siempre he caminado por
Prado, nunca buscando sus prados o sus árboles, sino para observar qué ocurrió allí en ese barrio
que fue centro de esa élite desde 1920 con sus mansiones suntuosas, donde la arquitectura
siempre entrega esa sorpresa de saber que quienes lo construyeron poseían una visión
Ilustrada de la vida al tener en cuenta arquitectos de valía para sus diseños; eran
artistas. De quienes vivieron allí solo se saben pocas cosas, acaso sus
nombres, acaso su nombradía, sus oficios, pero nunca qué ocurrió en este barrio.
A veces es posible ver las fotografías donde podemos ver su evolución, pero
estas es más la conmoción que causa por las preguntas que surgen, por esa sensación
de abandono que aún perdura después de tantos años en esas fachadas lustrosas.
El resto es caminarlo con la prontitud de saber que parece que buscamos un barrio
fantasma, este si abandonado a su suerte donde sus habitantes andas escondidos
en su casa, y donde el infatigable, a veces disfrazado afán de ese “progreso” que
tumba edificios, los cerca y también lo aleja de sus paseantes, ya que cada vez
se pierde algo de ese barrio.
Pero esta tarde ha ocurrido
algo disímil no será caminando del brazo de alguna chica que llevamos a conocer
a Prado en un escarceo erótico sino que ha sido una caminada para mirar un aspecto
que no había pensado, así Prado haya sido poetizado por algunos poetas desde
sus guayacanes amarillos que cuando abre sus copos le dan otro definición a sus
calles, a Prado mismo, lo renuevan. Ya que al ver esos guayacanes desde alguna
calle lejana recordamos que Prado así esté tan vacío de transeúntes aun fulge
en la ciudad como si la palabra patrimonio solo fuera para él, fuera su
santuario. Esta tarde de octubre ha ocurrido algo inesperado caminaremos a
Prado con un guía que descifrará su entorno: Mauricio Jaramillo.
La caminada tiene el plus de
ser algo diferente: Prado revelará otra imagen, la de ser un barrio con una población
de árboles con sus significaciones, y por eso hemos venido a conocer de la ciudad,
de este barrio, otro de esos motivos por los cuales es indispensable caminarlo,
habitarlo.
Patrimonio Cultural arbóreo de Prado
Luisa Vergara
Entre fastuosas casas
republicanas perviven los seres más silenciosos y nobles, testigos del
acontecer histórico de Prado, el cual ahora define su imagen gracias a la
combinación de una exquisita arquitectura, con el verde, el amarillo y rosa de
sus árboles. Pero antes de llegar a esa definición estética, tuvimos que
recorrer el barrio dispuestos a ver más allá de lo construido y artificial, más
allá de las cornisas, torreones, amplios atrios y ornamentadas fachadas, que es
lo que primero sorprende y llama la atención, para descubrir el otro paisaje
que ofrece Prado: sus árboles. Parece exagerado decir que descubríamos algo que
siempre ha estado allí, que es abundante, al menos en este valle, y, por lo
tanto, a lo que estamos acostumbrados, pero al dirigir nuestra atención solo a
ellos, y levantando la mirada, sintiendo los hilos de luz entre las hojas, el
peso de las copas, las formas y colores, logramos vislumbrar la condición
especial de un panorama hasta ahora común o poco relevante.
Para muchos de los que
participamos en este recorrido, el primer acercamiento a dicho entorno se hace
desde lo contemplativo, donde el solo ejercicio de mirar detenidamente un árbol
ya es motivo para conmovernos, reacción que viene de considerarlos hermosos por
ser la máxima expresión de la naturaleza en la ciudad. Para otros, este paisaje
cobraría más sentido en el transcurso del camino; al escuchar, por ejemplo, la
curiosa historia que guardan algunos ejemplares, o los datos que desde la
botánica dejan en evidencia su compleja dinámica natural, o por traer un
recuerdo de infancia, casi siempre relacionado con los lugares que en el campo
visitábamos. Todas estas son formas valiosas de acercarnos a los árboles, unas
más románticas y personales, estéticas y paisajísticas, y otras construidas a
partir de la razón científica para comprobar con hechos su valor ambiental.
Cada árbol tiene uno o
varios de estos valores y, en el caso de Prado, también uno histórico gracias a
la condición patrimonial del barrio. Definir estos niveles de valoración
permite que el ejercicio de la declaratoria tenga argumentos más contundentes,
pues ahora la caracterización de los arboles se hace a partir de diversas
variables, lo cual resulta en más razones para demostrar su importancia y la
necesidad de protegerlos. Casi siempre sucede que son los arboles más vistosos
y grandes los que se vuelven objeto de estudio o, sencillamente, la imagen
natural más potente en la memoria colectiva de un barrio o una ciudad, como
sucede en este caso con los guayacanes; sin embargo, durante el recorrido
logramos entender el valor de árboles que pasaban desapercibidos, pero que
ahora podemos recordar gracias al momento en que nos detuvimos frente a ellos
para escuchar la historia que los sacaría del anonimato.
El sangregado (Pterocarpus acapulcensis)
fue esa primera sorpresa; un árbol sin cualidades destacables a nivel visual,
el cual hasta el día de hoy ignorábamos y que, menos aún, habíamos escuchado
nombrar, pero, en definitiva, uno de esos ejemplares reconocidos por valores que
van más allá de lo estético. Además de ser una especie nativa, cumple un
importante papel ambiental como todos los árboles; no obstante, este en
particular, y por ser una leguminosa, realiza un interesante proceso de
captación del nitrógeno atmosférico, que a través de bacterias simbióticas en
sus raíces, transforma y lleva hasta el suelo para enriquecerlo. Considerar
este proceso es entender la importancia del suelo, que contrario a lo que se
plantea desde el modelo de agricultura y manejo de la tierra convencional e
industrial, ahora se reconoce como un organismo vivo, que también respira, se
alimenta y se reproduce mientras aloja todos los micronutrientes y sustancias
orgánicas necesarias para el crecimiento sano de una planta; es decir, de la
vida vegetal en el planeta. Arboles como el sangregado y, en general, los que
pertenecen a la familia de las leguminosas, actúan como restauradores
ecológicos del suelo, aportando algunas de las sustancias necesarias para la
permanencia de este, y, sobre todo, en la ciudad son de las especies más
valiosas, ahora que se sigue sacrificando más de este gran organismo para dar
paso a las superficies de concreto.
Siguiendo en la línea de las
leguminosas, encontramos durante el recorrido un árbol un poco más común, y que
a diferencia del sangregado, del cual solo hay siete ejemplares en la ciudad,
si tiene una gran presencia, domina con su floración amarilla los separadores
de muchas de las vías principales, se le ve con regularidad en antejardines, y
hasta es la consentida de icónicos lugares del centro; se trata de la acacia, y
más específicamente de la acacia amarilla (Caesalpinia pluviosa). Definitivamente no es un árbol especial por
su exclusividad, pero algunos de los que veíamos más detenidamente este árbol
pudimos evidenciar una escena muy poderosa que permitiría entender el
importante rol que tiene dentro de la compleja trama de relaciones bióticas que
posibilitan la permanencia de otras especies.
Atraídos por los vistosos conos de flores de sobresalen por encima de la
copa pudimos percatarnos de como varias abejas se acercaban a las flores, las
rodeaban por un momento, se posaban en ellas y luego retomaban su vuelo. Escena
sencilla y de unos cuantos segundos, pero que deja en evidencia las
interacciones de un micro mundo que casi nunca percibimos, y que poderlo ver
ahora es casi un milagro después de conocer la profunda crisis que viven los
polinizadores más importantes del planeta. Las flores de la acacia son una de
las fuentes de alimento favoritas para muchos insectos, entre esos, las abejas,
que toman de ellas el néctar y el polen para producir la miel. Pero además, a
ellas les debemos el proceso de polinización a través del cual nuevas plantas
pueden crecer, y en el caso de la agricultura, al menos tres cuartas partes de
las cosechas mundiales aún dependen de su labor. Increíble el lugar que ocupa
la flor de un simple árbol en la trama de la vida.
Otros árboles sorprenden más por su historia de supervivencia, y es que varias zonas de Prado han sufrido grandes transformaciones. No solo la arquitectura o lo que queda de ella da cuenta de dichas mutaciones, casi todas absurdas, y que van en contravía con la esencial del barrio. Estos seres inmóviles también son testigos y hasta victimas de las nuevas imposiciones urbanísticas. En la esquina de Barranquilla con Palacé, nos encontramos con un paisaje desolado de casas abandonadas o más bien, de fachadas derruidas que es lo único que queda en pie, hacia el interior un vacío compartido pues ya ninguna casa cuenta con los muros que las dividían, y en ese vacío, la mal llamada maleza, la naturaleza que emerge sin control y ahoga las ultimas estructuras que aún se mantienen. Desde la calle, pues toda la manzana está cercada, vemos entonces a la protagonista de este punto del recorrido: una gran caoba (Swietenia macrophylla). Además de ser todo un evento el solo hecho de verla, pues es una especie escasa debido a la gran explotación que sufrió; esta es especial por haber sobrevivido a la constante destrucción, primero de la casa en la que creció, y después del resto de la manzana. Ella sigue ahí, donde era el solar de esa casa que se tumbó para poder dar paso al Metroplús. Y sigue ahí donde casi es cortada por miedo a que su altura la hiciera caer, pero aún sigue ahí donde casi se construye un espacio público que no la contemplaba. En esa manzana vacía se tiene proyectado el primer gran parque de Prado, y gracias a quienes lideran este proyecto, entre esos, Mauricio Jaramillo, asesor y guía de este recorrido, el parque será un verdadero lugar de esparcimiento que se diseñe a partir de las preexistencias naturales y arquitectónicas, donde las ruinas republicanas serán el umbral de bienvenida y el soporte de la vegetación, serán juntas la mejor expresión estética del reciclaje a nivel urbano. Y en el centro seguirá la caoba, ahora acompañada por otra más joven, por un yarumo que apenas crece, algunos pequeños mangos y toda la naturaleza que traerá el nuevo diseño.
Antes de reparar en cada árbol
y escuchar su historia, las fechas y datos relacionados a él, Mauricio nos
introduce con el nombre de este; el ordinario, que puede variar dependiendo del
lugar, y el científico, que nos costaba pronunciar y luego repetir, pero sin
importar lo enredado que fuera, siempre había un intento colectivo por decirlo
correctamente, tal vez no en un esfuerzo para grabarlo en nuestra memoria, más
bien y en ese primer momento por la satisfacción de pronunciar una bella combinación de palabras
en latín para nombrar sofisticadamente un árbol. Y así como lo recordaría Wade
Davis en su libro “El Río” también lo sentiríamos nosotros: “Al contrario de
todos los botánicos que había conocido, no estaba obsesionado por la
clasificación. Para él los nombres en latín eran como poemas japoneses o
versos. Los recordaba sin hacer esfuerzo, encantado particularmente por su
origen.
-Cuando uno pronuncia los
nombres de las plantas, pronuncia los nombres de los dioses"
La presencia de estos
árboles no es arbitraria; muchos de ellos se pensaron en el marco del proyecto
urbanístico soñado por Ricardo Olano, quien los consideraba como el elemento
más importante para el embellecimiento y como signo de ostentación que
potenciaría aún más el carácter del barrio. Ya demostraba él una conciencia
sobre la importancia de tener como criterio de diseño urbano a la naturaleza,
en ese momento, más por sus valores paisajísticos y ornamentales. Él mismo
sembraría algunos de los guayacanes que ya van por los 90 años, y que hasta el
día de hoy nos siguen sorprendiendo con su hermosa floración.
Guayacanes amarillos y
rosados, urapanes, cadmios, cascos de vaca, ceibas, tachuelos, caobas, yarumos,
mangos, sangregados, curazaos, grosellas, chumbimbos, carboneros, son ahora
sujeto de estudio, gracias a la intención de formalizar el proyecto de
declaratoria patrimonial de árboles de Medellín. Por fin se vuelve la mirada a
estos seres, a veces sacrificados en pro del "desarrollo" y victimas
del vandalismo popular e institucional. Es esta una gran oportunidad para
evaluar su estado, necesidades y definir el conjunto de valores (histórico,
ecológico, paisajístico o simbólico) que den más razones para su protección.
Tal vez esta iniciativa de
reconocer los árboles y naturaleza de Prado, sea otro motivo para intervenir en
la regeneración urbana del barrio. Proceso que se iniciará con la construcción
de un parque en la esquina de Barranquilla con Palacé, y donde será la
naturaleza, ya existente, la protagonista.
Fotografías. Luisa Vergara
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.