Igor Morski |
LA
CRISPACIÖN DEL ESPACIO PÚBLICO
Darío
Ruiz Gómez
Calles y parques de una ciudad se han hecho para que el intercambio social certifique que
vivimos y construimos una democracia participativa. ¿Qué sucedería si la calle
fuera tomado para el uso exclusivo de
una secta política cualquiera o de una
minoría, capaces de excluir con violencia a quienes no comulgan con sus dogmas y, sobre todo a quienes se oponen a la idea de
que los espacios públicos no son para
caminar y disfrutar libremente enriqueciéndose con la dulzura de las tardes,
con los sortilegios de la noche sino sólo, para el abuso de consignas y despliegue de pancartas?. El espacio público
se define a partir de su capacidad de inclusión. Las sobrecogedoras imágenes de
las multitudes desbocadas por el terror, multitudes que manipularon Perón y Chávez nos han puesto para siempre en
alerta sobre lo que significa la pérdida de lo cívico en el espacio público.
Perdónenme que insista en esto pero me parece percibir en lo que estamos viviendo
en estos días una terrible semejanza con lo que aquellas multitudes desbocadas
supusieron como atentado contra la conciencia individual y como imposición de las peores
irracionalidades políticas: caminando
entre las multitud de transeúntes de cualquier gran ciudad, lo que se siente es el placer del anonimato, entender
lo que supone la convivencia entre
un evangélico, un emberá katío, un
católico, un musulmán, un hombre de pequeña estatura y una mujer gigante,
un anarquista disfrazado de honesto comerciante que se
detiene a escuchar el coro de niños que canta en una esquina. Pero
este derecho del ciudadano a ser protagonista del espacio público es un proceso
histórico que Henry Lefevre investigó minuciosamente. El espacio público nos certifica
el derecho a no ser discriminados por ninguna causa pero también nos pone a
prueba ante los deberes que debemos
aceptar para que la convivencia de esta pluralidad no se fracture y para que
renovemos perpetuamente el respeto de un espacio que se ha constituido en
nuestra tradición y que por esto
consideramos como espacios sagrados que no se pueden profanar. Yo recuerdo en
mi adolescencia el horror de las
dictaduras bajo las cuales el Toque de Queda y el Estado de Sitio reprimían la vida de las calles, las conversaciones en las esquinas., de manera que si hoy
hablamos de espacio público hemos de hacerlo considerándolo como una ardua
conquista, como la apertura hacia las
posibilidades de una vida democrática bajo la cual la palabra paz es un implícito
y no la consigna de sus enemigos.
Los
desmanes causados en el pasado y en el presente por el terrorismo infiltrado en las marchas plantean una pregunta necesaria sobre el
alcance de estos derechos y de estos deberes porque si el espacio público supone
una conquista para la libertad de expresión donde obreros,
feministas, muchedumbres de derecha y de izquierda, defensores de los animales,
han logrado contar con un ágora, han podido asumir lo que las diferencias suponen, lo que la
tolerancia implica también estamos constatando lo que el atentado, la asonada, estrategias del terrorismo, constituyen como la negación amarga de los derechos
ciudadanos al libre uso del espacio público , o sea como instauración del caos y la anarquía aprovechándose del vacío cultural y existencial de una juventud
que vive lo que se llama la cultura del ahora. ¿No son estas preguntas
las que debe responder el Dr Petro y su chavismo?
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