viernes, 2 de noviembre de 2018

EL CHOQUE CON EL PROGRESO / Darío Ruiz Gómez





EL CHOQUE CON EL PROGRESO
Darío Ruiz Gómez

Hace ya muchos años cuando se inauguró  el deprimido de la 80 con San Juan se hicieron dos pestañas   tan burdamente hechas que causaron risa. Sin embargo en un aviso se leía:”Esta es una obra de progreso” De manera que el progreso convertido en una ideología  política  al uso para justificar cualquier error ingenieril, cualquier  desafuero urbanístico, cualquier desalojo,  comenzó desde los años 70 a convertirse en un contrasentido evidente, pues si, tal como lo atestiguan las fotografías de Gabriel Carvajal tuvimos  una excelente ingeniería, la acertada respuesta tecnológica  en edificios, puentes, túneles donde  en  el concreto, el hierro, se logró dar presencia a un nuevo concepto  estético y estar a la altura de la mejor ingeniería moderna, algo grave sucedió para que esas disciplinas entraran en crisis y la calidad de las obras públicas se degradara de manera alarmante. Laureles, El Estadio, San Joaquín se constituyeron en ejemplos notables de planeación de un territorio, de un urbanismo que buscaba la luz, la presencia del árbol y el jardín y en la canalización de las quebradas logró obtener una impronta de notable calidad al afirmar la poética de los lugares.  El Instituto de Crédito Territorial construía y diseñaba viviendas y no tugurios al por mayor. Entonces  con la decadencia de unas profesiones  irrumpió sorpresivamente un elemento maligno que terminó abruptamente  con una  idea de futuro racionalizado  al negar cualquier proyecto de ciudad: la llamada economía subterránea. Ese descomunal y diabólico capital terminó con la noción de ética propia del capital empresarial fiscalizado por el catolicismo. Un joven López Michelsen se atrevió a señalar la raíz calvinista en este  tipo de capitalismo  bendecido por el esfuerzo personal y la ética cristiana  tal como sucedió en el desarrollo del capitalismo norteamericano, inglés. ¿Qué podía oponerse  al arrasador capital brotado ferozmente de las ganancias del llamado dinero fácil? La ciudad que había ido  surgiendo a través de  décadas de esfuerzo humano, de un urbanismo a escala, la ciudad de la cultura popular con sus  imaginarios nacidos de la probidad  y  el aporte del humilde, del arquitecto y el artesano, de los enfrentamientos entre  la simulación social y la afirmación de los lugares, ¿Hacia dónde  voló hecha añicos por este desbocado y hoy mutante  capital capaz de comprar toda la ciudad, de apoderarse de nuestra misma sentimentalidad  sustituyéndola por la perversa imaginación del mal? Que un delincuente invisible  obtenga en poco tiempo  el triple de las ganancias que en años logró obtener  el capital de un ya histórico empresariado  industrial, un pequeño negociante ¿no consiste  en destruir de tajo  cualquier ideal  de progreso material y moral? Una sociedad sometida a capitales  fantasmas que niegan el esfuerzo humano,  el sentido ético del trabajo,  es una sociedad líquida, una sociedad sin valores.

Lo que era territorio se des-territorializa entonces mediante un POT que impide el afianzamiento del tejido urbano, del paisajismo que prioriza el edificio aislado y destruye el intercambio social de  la vida de barrio, la necesaria presencia del vecino, el espacio público. “La gestión del miedo que provoca la inseguridad ciudadana se ha convertido en carta blanca para generar consenso social en torno a políticas discriminatorias y autoritarias”  medidas que, como señala Mike Davis, desembocan  en un alarmante crecimiento de la población reclusa. Todo porque lo que busca  la  des- urbanización es convertir al peatón en un fantasma, al ciudadano en una entelequia, a la ciudad en un panóptico.

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