viernes, 2 de noviembre de 2018

NACIDOS PARA SER UNA UTOPÍA / Yovanny Biancardy






NACIDOS PARA SER UNA UTOPÍA
Yovanny Biancardy

Relato  que  describe   los movimientos contra-culturales, que se masificaron en la   Medellín de los años 80s y 90s, como consecuencia de la expansión de las contra-culturas. Punk, Metal, hip-hop, hipismo y movimientos  anarquistas.

En este con texto Lamentablemente  hay que recordar que muchos de estos jóvenes, héroes  del ayer, cayeron víctimas de las balas disparadas  por los  grupos armados, que los persiguieron no solo por ser diferentes, sino más bien  por  pertenecer al mudo de la utopía.
Esta ciudad Arraigada en los  más estrictos cánones con servadores, Solo le dio una oportunidad  a los movimientos  contraculturales;  vivir en el mundo de las utopías, y este, se pobló  de entidades sin identidad que reclaman ser visibilizadas  para la posteridad.

Ellos y ellas caminaban por las calles, eran los fantasmas de la noche. Sus risas, sus pisadas y sus sueños cubrían todos los espacios, lo decoraban todo. Eran la metamorfosis de un mundo decadente que esperábamos llegara a su final, es extraño que para muchos ese fuera nuestro pasado: incierto, misterioso, creador.

Los fantasmas despiertan temores, también curiosidad, se quiere saber de ellos, pero no queremos encontrarlos. Se dividen las posturas, la vida binaria nos exige pensar si son buenos o son malos, no hay intermedios. Para aquellos seres nocturnos, que habitaban y habitan las calles de las comunas 1, 2, 3, y 4 en la ciudad de Medellín, ser considerados “espectros” ha sido un asunto a sobrellevar.

La utopía permite caminar, esa es la referencia más común cuando se usa este Concepto. Allá donde se fija la mirada para llegar, está el impulso vital para seguir el recodo, aunque el cansancio del recorrido a veces conlleve el abandono de la misma. Ya transcurrían los años 80´s, principios de los 90´s, y para la ciudad la utopía se resistía a desaparecer, las expectativas de una vida sin controles Propulsaban las acciones de algunos jóvenes para no caer en las macabras redes del sistema social imperante.

Eran como los demás, no más que seres de carne y hueso, jóvenes que seguían siendo protagonistas, ya porque les asesinaban, perseguían y desparecían o, porque era precursores de cambios sociales, de nuevas formas de participación comunitaria y política.

En las “comunas”, y de ellos y ellas, surgieron las propuestas por el medio ambiente, por la vida tranquila de los barrios, la música como opción para desarticular la  violencia que  persistía. Algunos y algunas jóvenes encontraron en su camino a los dioses del rock and roll, del punk, del metal, eran visionarios de otros tiempos y espacios, eran los antiguos elegidos de los azares del destino creador.

Empezaron a agruparse en colectivos culturales y en organizaciones juveniles. Las fuerzas de control señalaban a la zona nororiental como el epicentro donde se irradiaba todo el pensamiento contra- cultural de la ciudad, un lugar para temer y señalar. Se advertía que los nacidos para ser una utopía tenían un gran dominio de los nuevos conocimientos transformadores, otra vez, los jóvenes eran centro de atención.

En la ciudad surgieron grupos musicales de todo tipo, Sus expresiones a través de la música eran un arma letal que contrarrestaba las normas del autoritarismo, eran la resistencia a la violencia, impuesta a las comunidades de la ciudad. La contra al miedo y al silencio imperante.

Creyeron que la libertad había llegado, que ya se podía decir cualquier cosa sin temor a la persecución y el exterminio. Al final, fueron etiquetados y etiquetadas como la generación del no futuro, con armas o con baquetas, para la ciudad del momento eran la representación de la sospecha y el peligro, eran el símbolo del desorden, del caos, no tenían sueños, no había esperanzas.
Esta dinámica de la posmodernidad urbana se presentó de la manera más dramática en Medellín, la juventud de la  nororiental estaban en medio de las balas por el control del  territorio, o, sería mejor decir, por el control de sus vidas y sus cuerpos?.

Se les señaló como extraños y extrañas, ajenos a la cultura paisa, herejes de las buenas costumbres católicas. No cumplían el estándar, sus formas eran fantasmagóricas, despertaban las sensaciones viscerales más diversas. El punk, metal, rock y hip - hop cargaban la imagen del  desprecio sobre sus hombros, sus convenciones, sus gustos, sus estéticas asociadas con lo negro, vetado históricamente, impulsaron a los y las anarquistas para que siguieran en expansión, aun en contra de todo pronóstico.

Y los nacidos y nacidas para ser una utopía entendieron el mensaje, decidieron enfocar  sus  fuerzas en la revitalización de los espacios donde vivían, surgió la resistencia a la muerte que estaba camuflada en la desesperanza de las mentes de hombres y mujeres que padecieron los tiempos difíciles, que llegaron a perpetuar  el miedo  en los barrios de la ciudad.

Este paso trascendental conjuró la magia que se necesitaba para dar vida a otras verdades que empezaron a emanar. Se construyó un nuevo código social, una forma única para promulgar el cambio. Los que lo construyeron serian hombres y mujeres que lucharon durante años por un nuevo aire, un nuevo aliento para seguir andando.
Y los fantasmas de la noche ocuparon todo, lo subsumieron todo. Es extraño que para muchos jóvenes “lo que ya pasó hace 2 décadas” sea su ahora, identidades que pugnan por construir también contracultura, una línea en contravía, de lo que no cambio, de lo que no finalizó: una sociedad excluyente, intolerante y sorda a las musicales palabras  que ellos y ellas siguen gritando, cantando, bailando, soñando y pintando en los barrios de la Nororiental.




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