NACIDOS
PARA SER UNA UTOPÍA
Yovanny Biancardy
Relato
que
describe los movimientos
contra-culturales, que se masificaron en la
Medellín de los años 80s y 90s, como consecuencia de la expansión de las
contra-culturas. Punk, Metal, hip-hop, hipismo y movimientos anarquistas.
En
este con texto Lamentablemente hay que recordar
que muchos de estos jóvenes, héroes del
ayer, cayeron víctimas de las balas disparadas
por los grupos armados, que los
persiguieron no solo por ser diferentes, sino más bien por
pertenecer al mudo de la utopía.
Esta
ciudad Arraigada en los más estrictos
cánones con servadores, Solo le dio una oportunidad a los movimientos contraculturales; vivir en el mundo de las utopías, y este, se
pobló de entidades sin identidad que
reclaman ser visibilizadas para la
posteridad.
Ellos
y ellas caminaban por las calles, eran los fantasmas de la noche. Sus risas,
sus pisadas y sus sueños cubrían todos los espacios, lo decoraban todo. Eran la
metamorfosis de un mundo decadente que esperábamos llegara a su final, es
extraño que para muchos ese fuera nuestro pasado: incierto, misterioso,
creador.
Los
fantasmas despiertan temores, también curiosidad, se quiere saber de ellos,
pero no queremos encontrarlos. Se dividen las posturas, la vida binaria nos
exige pensar si son buenos o son malos, no hay intermedios. Para aquellos seres
nocturnos, que habitaban y habitan las calles de las comunas 1, 2, 3, y 4 en la
ciudad de Medellín, ser considerados “espectros” ha sido un asunto a
sobrellevar.
La
utopía permite caminar, esa es la referencia más común cuando se usa este
Concepto. Allá donde se fija la mirada para llegar, está el impulso vital para
seguir el recodo, aunque el cansancio del recorrido a veces conlleve el
abandono de la misma. Ya transcurrían los años 80´s, principios de los 90´s, y
para la ciudad la utopía se resistía a desaparecer, las expectativas de una
vida sin controles Propulsaban las acciones de algunos jóvenes para no caer en
las macabras redes del sistema social imperante.
Eran
como los demás, no más que seres de carne y hueso, jóvenes que seguían siendo
protagonistas, ya porque les asesinaban, perseguían y desparecían o, porque era
precursores de cambios sociales, de nuevas formas de participación comunitaria
y política.
En
las “comunas”, y de ellos y ellas, surgieron las propuestas por el medio
ambiente, por la vida tranquila de los barrios, la música como opción para
desarticular la violencia que persistía. Algunos y algunas jóvenes
encontraron en su camino a los dioses del rock and roll, del punk, del metal,
eran visionarios de otros tiempos y espacios, eran los antiguos elegidos de los
azares del destino creador.
Empezaron
a agruparse en colectivos culturales y en organizaciones juveniles. Las fuerzas
de control señalaban a la zona nororiental como el epicentro donde se irradiaba
todo el pensamiento contra- cultural de la ciudad, un lugar para temer y
señalar. Se advertía que los nacidos para ser una utopía tenían un gran dominio
de los nuevos conocimientos transformadores, otra vez, los jóvenes eran centro
de atención.
En
la ciudad surgieron grupos musicales de todo tipo, Sus expresiones a través de
la música eran un arma letal que contrarrestaba las normas del autoritarismo,
eran la resistencia a la violencia, impuesta a las comunidades de la ciudad. La
contra al miedo y al silencio imperante.
Creyeron
que la libertad había llegado, que ya se podía decir cualquier cosa sin temor a
la persecución y el exterminio. Al final, fueron etiquetados y etiquetadas como
la generación del no futuro, con armas o con baquetas, para la ciudad del
momento eran la representación de la sospecha y el peligro, eran el símbolo del
desorden, del caos, no tenían sueños, no había esperanzas.
Esta
dinámica de la posmodernidad urbana se presentó de la manera más dramática en
Medellín, la juventud de la nororiental
estaban en medio de las balas por el control del territorio, o, sería mejor decir, por el
control de sus vidas y sus cuerpos?.
Se
les señaló como extraños y extrañas, ajenos a la cultura paisa, herejes de las
buenas costumbres católicas. No cumplían el estándar, sus formas eran
fantasmagóricas, despertaban las sensaciones viscerales más diversas. El punk,
metal, rock y hip - hop cargaban la imagen del
desprecio sobre sus hombros, sus convenciones, sus gustos, sus estéticas
asociadas con lo negro, vetado históricamente, impulsaron a los y las
anarquistas para que siguieran en expansión, aun en contra de todo pronóstico.
Y
los nacidos y nacidas para ser una utopía entendieron el mensaje, decidieron
enfocar sus fuerzas en la revitalización de los espacios
donde vivían, surgió la resistencia a la muerte que estaba camuflada en la
desesperanza de las mentes de hombres y mujeres que padecieron los tiempos
difíciles, que llegaron a perpetuar el
miedo en los barrios de la ciudad.
Este
paso trascendental conjuró la magia que se necesitaba para dar vida a otras
verdades que empezaron a emanar. Se construyó un nuevo código social, una forma
única para promulgar el cambio. Los que lo construyeron serian hombres y
mujeres que lucharon durante años por un nuevo aire, un nuevo aliento para
seguir andando.
Y
los fantasmas de la noche ocuparon todo, lo subsumieron todo. Es extraño que
para muchos jóvenes “lo que ya pasó hace 2 décadas” sea su ahora, identidades
que pugnan por construir también contracultura, una línea en contravía, de lo
que no cambio, de lo que no finalizó: una sociedad excluyente, intolerante y
sorda a las musicales palabras que ellos
y ellas siguen gritando, cantando, bailando, soñando y pintando en los barrios
de la Nororiental.
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