ESCRIBIR EN TIEMPOS DE SOCIEDAD LÍQUIDA.
El
amenazado privilegio de explayarse
Efraín
Alzate S
Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo: mas obran quintas esencias, que fárragos.
Baltasar Gracián.
En colegios y universidades los profesores manifiestan cierto grado de decepción por el poco amor hacia la lectura y los libros por parte de los jóvenes. Siempre suelen decir: “no como a nosotros que nos tocaba leer libros clásicos y eso era obligadamente.” Perdonadme ortodoxos, si con estas letras toco alguna vanidad, tan frecuente entre los que nos damos el lujo de estar publicado o haber publicado algún libro en estos tiempos de sociedad liquida,
en
la que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado
los vínculos y las acciones humanas. Niños, jóvenes y adultos asistimos al
teatro de la vida y los cuadros son la desazón, el desasosiego y la poca
capacidad de asombro.
Quizá
por la gruñera que se manifiesta ante mis abultados años, también he ido
perdiendo un poco de alegría, admiración o asombro por actos que antes eran
solemnes en mi trasegar cotidiano en el mundo universitario. Es posible que
esté equivocado, pero una de esas gruñeras mías se denotan, cuando voy a una
librería y veo libros de quinientas, mil o más páginas. Me detengo con
tranquilidad en obras poéticas, novelas o textos de filosofía y literatura,
pero con un adecuado número de páginas para contenidos que motivan lectura. Los
mamotretos los dejo quietos, no me queda tiempo para abordarlos con respeto y
con el ritual que merece el esfuerzo intelectual de quien los escribe. Además,
creo que aquellos que se explayan en mamotretos no interpretan las prisas del
momento.
La
literatura corta tiene sus encantos, aunque para algunos escritores esto puede
ser pereza o pocas capacidades de narrativa. Hay fabulosos autores
contemporáneos como Patrick Modiano (Nobel 2014), Amélie Nothomb o Annie Ernaux
(Nobel 2022) que en una baldosa de 150 páginas te sacan una obra maestra. Pero
los libros largos, cuando bien aprovechados, permiten un exquisito desarrollo a
fuego lento de sus propios personajes y un maridaje físico entre la historia
que se narra y el tiempo que fluye reflejado en el abultamiento de las páginas.
No
hay nada más frustrante que un libro que, no contento con ser largo, también
resulta ser aburrido. (G, 2023)
Y
si la preocupación es por la lectura en el ámbito universitario, mayor debe ser
el esfuerzo de los académicos e intelectuales por interpretar este mundo de la
vida, acercando la ciencia y el conocimiento a los jóvenes, y para ello se debe
acudir a la capacidad de síntesis, y al magistral ejercicio de escribir para no
dejar las cosas tal cual.
Fuad
G Chacón en interesante texto sobre los libros nos habla del amenazado
privilegio de explayarse, y creo que quien publica los grandes libros, o
tratados de ciencia política o de jurisprudencia también corren el riesgo de
escribir para arrumar en estantes lo que a muy pocos lectores puede llegar,
porque por lo general también resultan costosos. Se trata de todas maneras de
escribir para que nos lean, no para que nos padezcan. Veamos el texto de
Chacón:“Haga usted mismo el ejercicio la próxima vez que pase por el mostrador
de cualquier librería de camino a la cotidianidad de su vida. Pose la vista con
disimulo en la sección de best-sellers y rápidamente debería conseguir
experimentar un fenómeno cultural del que poco se habla para lo corriente que
se está tornando: la inmensa mayoría de ellos, o en el peor de los casos todos,
deberían tener menos de 400 páginas.
Si
el escepticismo lo embarga, entre y manoséelos usted mismo, con un poco de
suerte descubrirá que, incluso, algunos hacen trampa, pues de no ser por los
anchos márgenes y el gran tamaño de fuente en que han sido impresos uno que
otro no alcanzaría las 300 páginas.
Bienvenidos
a la era de las novelas fit, al mismo tiempo una tendencia irreversible y una descorazonadora
metáfora sobre nuestros propios tiempos. Esta demostración empírica fue soportada
con datos por un centro de pensamiento sobre la industria editorial con sede en
Massachusetts que el año pasado, y tras analizar casi 3.500 títulos del top 3
en la lista semanal de best-sellers de The New York Times, concluyó que, en
comparación con la última década, los libros más vendidos son, en promedio, un
11,8% más cortos, es decir, que traen unas 50 páginas menos.
Esto
nos deja una media de 386 páginas, con lo que las preferencias lectoras de la
humanidad caen de la categoría de libros largos (400+ páginas) a la de libros
medianos (250+ páginas).
Aunque
es difícil encontrar culpables, gana fuerza la hipótesis de que la gran oferta
de contenido audiovisual que atravesamos, junto con nuestra creciente
dificultad para mantener la concentración por períodos prolongados, han
contribuido indiscutiblemente a esta situación.
En
la actualidad, escribir libros largos (y, sobre todo, los auténticamente
largos) con interés suficiente para ser publicados y posteriormente leídos
parece un lujo reservado a aquellos autores consagrados a los que no les meten
prisa porque gozan del amenazado privilegio de explayarse. El 2022 dejó varios
gratos ejemplos de ello con las 732 páginas de “Las Noches de la Peste” de
Orhan Pamuk (Nobel 2006), las 624 de “El Pasajero/Stella Maris” del recientemente
desaparecido Cormac McCarthy (Pulitzer 2007) y las 504 de “Babysitter” de Joyce
Carol Oates. Obras tremendas que nos recuerdan que lo bueno toma tiempo”. (G,
2023)
…
G,
C. f. (02 de julio de 2023). El amenazado privilegio de esplayarse. El nuevo
Siglo
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