Danton, Wiesław Wałkuski
REMEMBRANZAS DE LA PANDEMIA
Efraín Alzate S
“El
diccionario de la RAE define el confinamiento como acción y efecto de confinar.
Este verbo hace referencia a recluir a alguien dentro de límites o a
desterrarlo a una residencia obligatoria La palabra confinamiento es utilizada
comúnmente para describir la acción de confinar; sirve además para referirse al
hecho de recluir o encerrar a alguien en un sitio, apartándolo de su libertad.
En el aspecto judicial implica una sanción decretada por un tribunal, que es
quien establece el tiempo que debe permanecer una persona confinada en un sitio
estipulado para ello”. Diccionario de la RAE Por mi condición de vida como
personaje citadino en la terrible pandemia, extrañé la ciudad que me cohibieron
al recluirme en casa por asuntos que a decir del gobierno eran para preservar
la vida de los ciudadanos. Estoy seguro de que recorro la ciudad para
encontrarme en ella, me busco a mí mismo en sus laberintos y cotidianidades, o
quizá trato de encontrar respuestas a inquietudes que llevo en mí como
ciudadano, aunque lo que surgen son nuevas preguntas. Ítalo Calvino al respecto
dijo: “De una ciudad no disfrutas las siete o setenta y siete maravillas, sino
la respuesta que da a una pregunta tuya. Disfruto la ciudad recorriéndola por
sus calles, carreras, centros comerciales, catedrales y demás A veces creo
conocer la ciudad, no tengo lugares que me atemorizan al recorrerla. Sigo
atentamente a los vendedores ambulantes, las prostitutas del raudal y la
Veracruz, los maricas notorios de los alrededores de la catedral metropolitana,
los cambalacheros y vendedores de cachivaches del viaducto, los artistas de la
calle, los pillongos de la bolita, los gringos y gringas de pies largos y
pálidos mascando chicle mientras los guías turísticos de la alcaldía con
actitud sumisa les muestran las estatuas de Botero; extrañé y de qué manera en
el encierro viral, las marchas y la protesta social a las que ya estoy
habituado, como ciudadano inconforme con estos gobiernos que desde hace 200
años vienen haciendo de los colombianos una sociedad abrumada en la pobreza y
en la injustica social. Pero además desde esa terrible reclusión obligada
extrañé la Universidad, sus contradicciones, los debates académicos al ritmo de
un café, las miradas temerosas de quienes ven amenazada en cada pasillo su
trinchera laboral, los profesores apresurados con sus exámenes confusos para
contar los perdedores, o aquellos que se perciben dialogantes con los párvulos
para animarles en el logro feliz de los saberes; extrañé de manera muy especial
las empleadas del aseo, los guardias de seguridad, los trabajadores de las
cafeterías y fotocopiadoras y los empleados de oficios varios en quienes tengo
mis mayores afectos. Extrañé, además, las secretarias y auxiliares con sus
uniformes recién planchados y con su sonrisa bien maquillada; se extrañó
también, al rector y demás jefes de alto rango, otros de baja estatura con sus
corbatas de colores, o con las togas graduándose en cada programa en repetidas
ocasiones al lado de los que culminan un programa.
Siempre
me he preguntado por este simbolismo que a veces no logro entender. Pienso que
debiera existir un chaleco institucional para los directivos con los colores
distintivos de esta, y se vería mejor la presencia simbólica de ellos en
ceremonias de grados. Extrañé también del trasegar cotidiano los y las jefes
que pasan con sigilo husmeando por los corredores pisando duro con sus zapatos
de tacón alto, como si llevaran herraduras sonoras a ritmo marcial militar. Hoy
recordando el encierro por la atroz pandemia, creo con mayor firmeza que la
sabiduría, la inteligencia y la sencillez son el auténtico vestuario para
asistir a fiestas, halagos, galardones, ceremonias y demás cotidianidades de la
vida. De nada sirve atuendos estrambóticos y vistosos para mostrar autoridad
cuando lo que se percibe a simple vista es la poca cercanía con el ser humano,
lo que es de por si una absoluta falta de inteligencia y sabiduría. “Le Voubier
nos decía: “la modestia es el complemento de la sabiduría” Quizá por estas
percepciones un tanto desabrochadas merezca la hoguera, o que se me tilde de
profano. O sencillo, ni lean este texto. (Fontenelle, 1800). No fui ajeno a los
sofocantes atuendos en diferentes eventos a los que era necesario llegar de
corbata y bien perfumado, para poder estar a la altura de los que manejan el
poder. En una lectura a Paul Taborì, “historia de la estupidez humana” leí algo
sobre la extraña costumbre en la sociedad al confundir la inteligencia y la
autoridad con la calidad del atuendo que se lleva puesto. Me fui desprendiendo
lentamente de esos incomodos atavíos que asfixian e impiden la movilidad
corporal y la clara expresión de las palabras. Aun así, no queda duda que al
final lo que extrañamos en la pandemia, fue la universidad de estatus de poder
en donde hoy se asiste más a trabajar y menos a pensar. La mayoría de las veces
nos la pasamos juzgando y prejuzgando sobre los que representan la autoridad y
la forma de actuar de los gobernados. Es posible que esta obsesión sea una
cercanía con la condición de esclavo que llevamos inmerso en nuestro ser. En mi
caso he sido un permanente crítico de los que gobiernan en el Estado y en las
demás instituciones. Quizá desde esta percepción radical, no me he dado cuenta
del esclavo que habita en mí. Hegel, pensador de la filosofía de la historia
nos advertía: “estar obsesionado en la diferencia es ser esclavo; ser libre
respecto a la diferencia es ser amo”. Pero, en la tarde de la vida es complejo
desautorizar lo que hemos hecho y vivido; por ello ya no se entenderían
posturas serviles y silenciosas; no queda duda que con la pandemia logró el
capitalismo el silencio que quería en su afán por posesionarse de nuevo en el
mundo. Además, se franqueó el camino para el regreso y afianzamiento a “la
Universidad condicionada y plana”; el primer logro del Coronavirus, fue el
silenciamiento de los movimientos sociales y el posicionamiento de la banca
privada.
Basta
con recordar las piruetas del gobierno de Duque en Colombia en su protección a
los gremios económicos y a los dueños de los bancos, para saber que lo que se
viene es la catástrofe para los más pobres. Los que no arrasó la pandemia los
arrasará la pobreza y la miseria motivada por el capitalismo depredador y atroz
que se posesionó de todo aprovechando el miedo que nos legó el Covid 19 Al
respecto el siempre vigente K Marx pensador de la lucha de clases, nos lo dijo
en el capital: “El capitalismo tiende a destruir a sus dos fuentes de riqueza;
la naturaleza y los seres humanos. En este sentido, no puede extrañarnos a lo
que en adelante concurriremos en la Universidad del post-covid ahora con más
fuerza mediante medidas calculadas del Estado para la Educación Superior.
Seguiremos viendo pasar las horas y los días en discusiones banales sobre
acreditaciones, llenando cuadros y diagnósticos de cosas que se hacen, pero no
de trasformaciones que se logran. Esto no le importa al Estado y la abruma en
cuadriculas acabando su autonomía para obstaculizar su histórica razón de ser.
De las banderas enarboladas a nivel del mundo por una Universidad con autonomía
y sin condición la pandemia nos dejó una Universidad intimidada. La Universidad
sin condición no existe ni existirá “Esta universidad sin condición no existe,
de hecho, como demasiado bien sabemos. Pero, en principio y de acuerdo con su
vocación declarada, en virtud de su esencia profesada, ésta debería seguir
siendo un último lugar de resistencia critica”. (Derrida, 2010) Aun así, en
medio de este pesimismo motivado en parte por el encierro y el encuentro
conmigo mismo al lado de algunos libros mientras la amiga de silencios “Juana
mi gata” me miraba, volví con mi pensamiento a los pasillos de la Universidad
en donde he pasado la mayor parte de mi vida en debates, controversias y
construcciones pedagógicas. En la pandemia, las paredes de la casa me hicieron
recluso en cárcel cómoda en la que iba venía pasando las horas, los minutos,
los segundos unas veces sentado en el sillón abordando alguna lectura, comiendo
un helado o merodeando con bulimia lo que quedaba de mercado. En este sentido,
ya lo dijo juan Villorro en la parábola del pan: “La mitad de nuestra
existencia es imaginaria: el sabor del pan depende de la libertad” Quizá es
mucho mejor un buen café al lado de compañeros y amigos con quienes se puede al
menos sonreír mientras se conspira o se narran picardías cotidianas. (Villorro,
2020) Soy de la vieja guardia, aterricé en las nuevas tecnologías como avión
que pierde su tren de aterrizaje. Aun así, lideré y lidero hoy algunas acciones
en la Universidad con programas que tienen que ver con manejo oportuno y
adecuado de las metodologías flexibles movilizadas desde las nuevas
tecnologías. De igual manera lideré la creación del departamento de idiomas y
de la primera sala de informática con aparatos para el ejercicio con la segunda
lengua. Aun así, no soy bilingüe, pero en su momento y hoy más que nunca creo
que es necesario el acercamiento a la segunda lengua para todos los programas
que ofrece una universidad.
En
la pandemia culminé el proceso y me gradué como Magister en Educación en la
Universidad Católica de Oriente, lugar que me indicó caminos para desaprender y
escuchar nuevas ideas en el campo de la educación. Por mis gruesos años llegué
a creer que todo estaba dicho y que muy poco había por aprender sentado
juiciosamente en pupitres cotidianos. El humanismo de los docentes y la
convicción en sus saberes me llevaron a declinar mi postura soberbia frente al
conocimiento. Nunca es tarde para aprender y remover las malezas que han
crecido en nuestra vida y que nos impiden acercarnos a nuevos saberes. Por ello
me inscribí además en un “Centro de Idiomas”, para intentar quitar las taras y
prevenciones que se tienen frente a la dificultad que uno por los ya abultados
años de vida tiene para llegar a tatarear algunas palabras en otro idioma. El
mayor problema lo noté cuando los técnicos y expertos en inglés, tienen la
convicción de que este es una ciencia. Siempre he sostenido y sostendré que más
allá de la importancia que el inglés tiene a nivel universal, no deja de ser
mas que una herramienta lingüística que afianza el colonialismo universal. Y lo
mas grave en estos casos es que los docentes que llegan a los centros de idiomas
no aplican las mas mínimas herramientas pedagógicas para que el aprendiz se
atreva al menos a incursionar a la cultura de una segunda lengua. La
globalización ha llevado a la necesidad de estos aprendizajes, por ello las
carreras de pregrado y posgrado tienen en su proyecto académico niveles
estructurados de inglés. Pero no lo han hecho desde herramientas didácticas y
pedagógicas sino a partir de exámenes estandarizados que terminan fastidiando
al estudiante y en muchos casos llevándolos a desertar de sus carreras. Todas
las universidades deben revisar el horizonte de sus centros de idiomas,
teniendo en cuenta que un estudiante se matricula a una carrera profesional y
no para ser bilingüe. A lo que deben apuntar a partir de los niveles que se
exigen, es a crear las bases motivacionales hacia una cultura de la segunda
lengua, ya cada profesional tomará la decisión en su momento para buscar el
lugar adecuado y estudiar el idioma que quiere conforme a los proyectos de vida
que surgieron después de su formación profesional. En este sentido, el
confinamiento me llevó a asumir algunos retos de Vida. Pero ante todo lo digo
con franqueza: “el pandémico encierro me llevó a descubrirme en el tipo de
persona que soy”. Prometí en medio del encierro y después de superar el Covid,
que sería mejor ser humano en cada faceta de lo que queda de mi precaria vida,
si una vez superada la pandemia no quedaba en el inventario de los que se
fueron. En ello ando, buscando reinventarme para vivir con soltura los últimos
días de mi vida, más allá de cotidianidades burocráticas.
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