LAS SUPERESTRUCTURAS
URBANAS DEL DESORDEN
Darío Ruiz Gómez
Desde cualquiera de
los miradores de Medellín al Occidente o al Oriente cuando se contempla la
ciudad ultracompacta alrededor de las orillas del río y cuando se asombra uno
de la cantidad de invasiones que han seguido ascendiendo por las laderas
sin reglamentación alguna que lo impida y cuando sobre los cerros emblemáticos se ciernen las heridas de
las canteras, la tala de los árboles, entendemos que lo que llamábamos hace veinte años aún, cota urbana para aclarar
que hasta donde podían llegar los servicios de luz, agua, pavimentación
podíamos considerar que se daba la
ciudad humana. De ahí en adelante lo indeterminado, lo sin nombre, la invasión
agresiva de lo rural como resultado del diario arribo de desplazados del campo
impulsados por los llamados coyotes. Ya hemos comprobado sobre el terreno que esta
población ha ido desestabilizando las laderas, haciendo de las quebradas verdaderos
estercoleros infectos y construyendo un deshilvanado laberinto de callejuelas
con puentes, trampas, garitas mediante las cuales las Bandas siguen dividiendo
los territorios y estableciendo nuevas fronteras invisibles a pesar de que hoy
se diga que ya no existen. De hecho la centralidad de Medellín dejó de ser hace más de una década lo que
llamábamos Centro Histórico alrededor de
los Parques de Bolívar y Berrío, de la Playa,
ya que hoy esa centralidad la ha ocupado la Comuna Trece, lo cual constituye una
bofetada contundente al urbanismo que planteó una ciudad moderna
planificada, sectorizada con parques, calles arboladas y una tipología
magnífica de la Arquitectura Moderna. Junín como nuestra mainstream. Esa ciudad
agredida y desfigurada por el desinterés o por intervenciones
superficiales solamente logran verla
quienes la vivieron y gozaron porque fue una gran ciudad. ¿Ccuál puede ser el urbanismo que nazca del desorden y del reconocimiento de los
nuevos contenidos espaciales?
Desde hace treinta
años otras ciudadelas sin planeación alguna fueron
asentándose desordenadamente –algún imbécil la llamó “ciudad difusa”- hasta
plantear a los urbanistas modernos una lectura que su racionalismo académico no pudo ni ha podido leer y ante la que la
sociología seudomarxista se estrelló ya que a partir de las apabullantes economías del narcotráfico la histórica clase trabajadora –nuestro
proletariado- desapareció con el modelo
industrial y ahora el
empleo surge precisamente de estas economías
que han establecido formas de servidumbre social, espacios de
segregación más inhumanos que los del
antiguo capitalismo. No nos enfrentamos entonces a marginaciones urbanas como
las llamadas “ciudades miseria”
sino a formaciones que han estructurado la
presencia y la vigencia del desorden propio de grupos étnicos, de
desplazados de economías precapitalistas, desconocedores de lo que llamamos el urbanismo moderno. “Acosados por la
privatización –anunciaba Richard Sennet- la planificación urbanística obsesiva,
la vigilancia policial, la especulación, los espacios que habitamos se vuelven
cada día recipientes cerrados que coartan la acción y limitan la experiencia vibrante que
constituían la riqueza humana de las grandes ciudades” La policía ha sido
sustituida en estos territorios por la “seguridad” que dan los pequeños y
grandes Capos, la especulación ahora en manos de capitales globales empezará a
hacer la renovación urbana que nunca se
hizo por las Oficinas de Planeación, decretando bajo un nuevo dominio
territorial que los barrios de la malla urbana reconocidos por su uso del espacio, sus arquitecturas de
vecinos, han entrado de lleno en el mercado de la nueva
especulación urbanística. De ahí la importancia de un Gabinete municipal
compuesto por verdaderos expertos para recuperar la ciudad para todos los
ciudadanos y no de muchachitos que con
prohibir los vehículos e imponer el uso de las bicicletas creen que
están resolviendo este desorden y esta violencia.
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