domingo, 6 de agosto de 2023

DESPUËS DE LA TEMPESTAD NO VIENE LA CALMA / Darío Ruiz Gómez

 





DESPUËS DE LA TEMPESTAD NO VIENE LA CALMA

Darío Ruiz Gómez

Habíamos recorrido  el centro de Munich, las hermosas iglesias, los edificios  barrocos, los parques y callejuelas. Al pasar  por una fuente  le pregunté a mi guía si esa escultura tenía que ver con la que aparece en la gran novela de Jacobo Wasserman “El hombrecillo de los gansos” y me dijo que no  porque la verdadera estatua estaba  en Nuremberg.  Después me explicó que iglesias, edificios, fuentes, había  sido bombardeada durante la guerra y ya en la postguerra debieron cuidadosamente  ser reconstruidas por talladores, maestros de obra, artífices que con suma destreza fueron capaces de restituir un espacio urbano y unas referencias necesarias para reiniciar la vida en libertad, olvidando la opresión nazi, ese terror que llevó a muchos a pensar que no había escapatoria. Si sobre esas ruinas se hubiera determinado construir una ciudad nueva como de las impersonales ciudades  de la postguerra,  el desastre habría sido absoluto. Yo no caminaba entre  una parodia de la ciudad que Wasserman conoció  y que siempre desde  mi primera adolescencia estuvo en mí sino que lo hacía bajo el milagro que la técnica y el amor de los artesanos logró para que nuestra salud mental, nuestro amor a la historia, pudiera continuar . El pasado se funde con el presente y en  el presente recupera sus significados para una comunidad que sin esa referencia en el tiempo  se hubiera perdido.

Cuando recorro las calles, algunos barrios de la actual Medellín he quedado conmocionado al ver  hasta dónde  ha podido llegar  un gobierno municipal  con una desconocida insania  para destruir  lo que buscaba continuidad espacial, las  calles  que llamaban a convertirse en largos recorridos peatonales  buscando  enriquecer  el intercambio social, aumentando la confianza de los vecinos y transeúntes entre una arquitectura viva. La discontinuidad  espacial paraliza el propósito de un proyecto urbano, la vocación de un edificio, los planteamientos  viales inscritos en la memoria adelantada de la ciudadanía.  El abandono es pues la demostración más radical de desamor hacia la ciudad, un  condenable  intento de impedir que  la nueva población que llega incorpore un necesario sentido de  lugar, trace sus propia espacialidad ya que el urbanista sólo lee lo que este deseo común le dicta. ¿Por  qué huyó el Alcalde de la ciudad  llevándose a sus funcionarios que desde el primer día han actuado como mercenarios? En todo caso los contenidos de vida de una población que  incorpora sin cesar nuevos actores  y que es desplazada continuamente, además,  por los grupos violentos negando el derecho primordial al libre desplazamiento niega lo más contundente hoy:  que se ha desbordado  la  forma  existente  de la ciudad  ya que  los nuevos contenidos de vida carecen de los escenarios que se necesitan para, repito, dar sentido  de lugar a cada ciudadano(a) de ayer y de hoy pues cada niño(a) señala las nuevas fronteras de una ciudad que crece y necesita determinar sus espacios simbólicos. O sea que al producirse el estallido de la forma urbana hemos entrado en la indefinición urbanística  ya que no podemos seguir hablando de barrios ni de Comunas sin conocer antes  las nuevas formas de apropiación de los territorios pues lo propio de la inexistente Alcaldía de Quintero es que la mugre y el deterioro, el jardín agredido,  se impongan  a la vista como la objetivación  de una gobernabilidad inexistente, como un gran fraude. Kandisky  el gran pintor decía a la vista de este desastre causado por burócratas sin alma que la ciudad ideal la llevábamos  dentro de  nosotros y  que quien aspire a convertirla en realidad deberá ponerse a la altura de estos ideales. Politiqueros, planificadores sin oficio, burócratas disfrazados de promesas de futuro, fuera, fuera ya que después de la tempestad no viene la calma. 

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