sábado, 21 de enero de 2023

LAS MUERTES DE ROSARIO TIJERAS / Antonio Arenas



 LAS MUERTES DE ROSARIO TIJERAS

 Antonio Arenas

Rosario Tijeras muere tres veces: una cuando el lector desprevenido lee la novela que recrea el ambiente del sicariato en la ciudad de Medellín, convirtiendo el personaje femenino en un elemento fuerte y atractivo mezcla de mujer fatal y de erotismo exuberante. Veamos: “A Rosario la vida no le dejó pasar ni una, por eso se defendió tanto, creando a su alrededor un cerco de bala y tijera, de sexo y castigo, de placer y dolor. Su cuerpo nos engañaba, creíamos que se podía encontrar en él las delicias de lo placentero, a eso invitaba su figura color canela, daban ganas de probarla, de sentir la ternura de su piel limpia, siempre daban ganas de meterse con Rosario”. La otra muerte, es aquella que se ve en la pantalla grande representada bellamente por la actriz Flora Martínez quien da vida y realce al personaje femenino de la narración, magistralmente dirigida por el mexicano Emilio Maillé. La tercera, es la que distanciaremos en el seriado de televisión del canal RCN e interpretada por la actriz Maria Fernanda Yepes; con libretos de Carlos Duplat y su esposa Luz Mariela Santofimio, y discusiones amistosas donde participó Jorge Franco. Las muertes de Rosario Tijeras son entonces, el efecto simbólico de una realidad desbordante y cruel. El análisis de una sociedad en riesgo. Ahora bien, el relato “Rosario Tijeras” del escritor Jorge Franco no va más allá de 190 páginas, escrito en un lenguaje claro, fluido y ligado a una realidad social que deja absorto a cualquier lector. Además, reta al lector a que descubra una verdad cruda y desafiante. La historia se convierte en un hecho inverosímil y en mi opinión evidencia y sostiene dos verdades que nuestra sociedad no podrá ocultar jamás: el narcotráfico y el fenómeno del sicariato. ¿Cuáles son las diferencias entre quienes viven en las comunas y quienes habitan los sectores más ricos de la ciudad? Quizá, la riqueza o simplemente los efectos de la deshumanización que acarreo el dinero fácil. Los valores trastocados que hacen hoy difícil la convivencia. Una mirada al mal a aquello que nos deshumaniza, que devela nuestro mundo interior. Nos horroriza cuando vemos las escenas en la pantalla o leemos la ficción de Rosario Tijeras. El universo de las comunas de la ciudad de Medellín y el mundo de las gentes ricas y de bien se atan en la novela generando momentos de acercamientos, escenarios de drogas, dolor, muerte, angustia y miedo. La ficción narrativa es macabra y la ironía surge en cada página. Los besos de Rosario Tijeras son fríos como la muerte: “Tus besos saben a muerto, Rosario Tijeras “. Es un enunciado que perturba al lector y de entrada le dice, que el tema va a ser la muerte y la incapacidad de amar. Porque el amor es goce, regodeo, risa, calor y una satisfacción indescriptible; cosa que Rosario Tijeras no posee. Es más, a ella, la risa le es escasa. La muerte crea un artificio real fruto de un largo ejercicio de la memoria de Antonio el narrador. Ahora bien, la ficción de Rosario Tijeras es aprehendida en el tiempo o en los surcos de este, llenando un espacio en el cual, el recuerdo es el fármaco del dolor y el miedo. Jorge Franco utiliza un truco asombroso cuando en la voz del narrador expresa que: “Ninguna voz es de ella; me lleno de esperanza pensando que Rosario ya ha salido de muchas como está, de las historias que a mí me tocaron. Ella era la que me las contaba, como se cuenta una película de acción que a uno le gusta, con la diferencia de que ella era la protagonista, en carne viva, de sus historias sangrientas. Pero hay mucho trecho entre una historia contada y una vivida y en la que a mí me tocaba, Rosario perdía”. Lo anterior, refleja la angustia de Antonio. Y alumbra de forma patética lo macabro y sangriento de la historia de una mujer trágica que debe ser narrada. En los relatos el universo urbano de la Ciudad de Medellín es recreado y aunque la descripción sea plana e insuficiente, la ciudad se asemeja a un pesebre, a una tacita de plata, que brilla. La ciudad es vista e interpretada tratando de recrear un periodo histórico de finales de los años ochenta atravesado por la influencia del narcotráfico y el sicariato. En la ficción narrativa, la ciudad de Medellín es vista así: “Los edificios iluminados le dan apariencia de un tinglado cosmopolita, un aire de grandeza que nos hace pensar que ya hemos vencido el subdesarrollo. El metro la cruza por medio, y la primera vez que lo vimos deslizarse creíamos que finalmente habíamos salido de pobres”. De todas maneras, Jorge Franco trata desesperadamente de mostrar dos ciudades: la ciudad pobre y la ciudad rica y aseada del Poblado. ¿Neutralidad del escritor?  ¡Ninguna! El relato es diáfano, su lenguaje directo y va al grano.

Las desigualdades sociales se reconocen en la novela y queda sólo la palabra escrita y esta será un eterno puente entre las realidades sociales y las gentes pobres de las comunas de la ciudad de Medellín. Rosario Tijeras es un entramado social que une cualquier tiempo efímero de cada vida humana con las desigualdades de las sociedades modernas. El dinero, como referente universal y sustituto de Dios, logra permear cualquiera clase social. La jerga popular circula en todos aquellos mensajes que el lenguaje incorpora, dándole así una forma de temporalidad a la novela que no se destruye aun pasen días, meses, años. O que el reloj se detenga. La narración comienza allí donde la realidad no llega y sin embargo, lo real transporta por sus repercusiones y la poderosa figura del personaje de Rosario Tijeras y nos invita a una pequeña temporada en el infierno urbano. El personaje central representa una versión femenil del sicario. Una variante fundamental no explorada antes en a la literatura colombiana. El sicario ya no es el matón, el macho, con su fierro como se observa con los personajes de Ferney y Johnefe. El Rey que mata ya no está celoso. Ha cedido su trono a una mujer. El Rey ahora está deprimido, delira por el amor de Rosario Tijeras. La figura trágica de este personaje, está encarnada por una “Diosecilla baratijera” que atrapa a los hombres haciéndolos vivir a su capricho y negándoles toda posibilidad de amar. La castra mentalmente, generando desespero, impotencia o dependencia. La Diva es ella en un escultural cuerpo de una mujer de comuna pobre y además, su vida ha sido azarosa, producto de una serie de violaciones, ultrajes, humillaciones y abandonada a su suerte por su padre. Sólo ha nacido para matar. Esa es la ley de su vida; no existe una luz al final del túnel. Rosario deberá morir a puro golpe de Fierro. El nuevo orden creado por la sicaria en función de sus necesidades y control deja una estela de muerte y una desesperanza. La mujer es el árbitro, la dominadora en el espacio social de la urbe. Es ella quien determina el uso de su cuerpo: matar, follar y drogarse. La novela es un fármaco de la realidad social; es la memoria y el saber de lo que paso en la ciudad en un periodo determinado. La lectura de la novela constituye en el fondo una certeza. Un lavado de conciencia. Una especie de diálogo con la sociedad y no es precisamente por su prosa ágil y fácil. Si no porque su lectura es una insinuación de lo posible. Saber lo que otros vivieron e hicieron, significa salir de la supuesta soledad de la consciencia y acceder al mundo real. Ver lo que no se ve, oír lo que no se oye, romper la monotonía cotidiana del delito. Detrás de las muertes de Rosario Tijeras nos habla un mundo social y una realidad brutal. La escritura, como acto de catarsis de la memoria, evidencia el desvelamiento de ampliar toda verdad posible que resuena en la experiencia de la vida. Rosario Tijeras es una metáfora de la vida que desaparece. Una idea de la muerte, el surco de la muerte que triunfó sobre la vida. Una realidad y una ilusión que hay que olvidar. Nacida de una reflexión sobre el sicariato femenino, la mujer se ha convertido en transgresora de la ley y en un arquetipo universal de la máquina de la muerte. La novela de Jorge Franco, al igual que otras ficciones; ofrece la primera presentación sintética de la corriente literaria de la Sicaresca colombiana. Empero, la cuestión de toda ética de la vida consiste en pensar dogmáticamente. ¿Quién soy yo y para qué vivo?... ¿Y qué quiero para mí vida?

 

Tal vez, Juana de Ibarbourou, tenía conciencia cuando expresó:

 

“Yo, que soy tan pequeña y liviana

 ¡qué montón tan exiguo de polvo

seré cuando muera!”

 

 

 

 

 

 

 

 

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