sábado, 27 de agosto de 2022

Rómulo Naranjo / Mauricio Naranjo


 Rómulo Naranjo

Mauricio Naranjo

Mi padre, conservador por herencia, pero libre pensador por vocación, en su enorme biblioteca (propia de alguien que fue profesor de literatura toda su vida), tenía libros de Sartre, de Nietzsche, de los nadaístas (Gonzalo Arango fue su amigo).   Y yo tenía un ojo avizor para detectarlos.  Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Porfirio Barba Jacob, Jorge Gaitán Durán, Aurelio Arturo, León de Greiff.  Él salía a trabajar temprano hasta por la noche, y yo veía los títulos, seleccionaba los que más me llamaban la atención: "Reflejos en un ojo dorado", "La vida está en otra parte", "Prosas para leer en la silla eléctrica", "La náusea", "El ocaso de los dioses"...  Y los leía con avidez.   Era mi adolescencia y mi consigna fundamental era contra el autoritarismo y el abuso de poder.  Otra, sobre la falta de sentido que tiene todo, la vida, la realidad.  E intentaba encontrar alguna respuesta en esas lecturas.   Así descubrí no sólo la lectura sino la escritura, como medios para amplificar los misterios de la existencia.   También tenía libros de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Jesús, de San Agustín, biografías de Jesús.   Así que era normal que al lado de "Las moradas" estuviera "Ecce Homo", en un eclecticismo que hablaba muy bien de su pluralismo, de su complejidad.   Algún día se dió cuenta que me había obstinado con Nietzsche, y me recomendó, quizás porque tenía 14 o 15 años, postergar un poco su lectura.  Tenía un disco con la voz de Gonzalo Arango, que yo escuchaba hasta el cansancio.  Me identificaba tanto con sus manifiestos, con sus prosas, con sus poemas, con su voz suave, cadente, lenta.  La biblioteca de mi padre fue lo mejor de mi juventud.  Ah, olvidaba contar que descubrí también su bar secreto, bajo el escritorio, y que mientras tomaba un trago de ron mi mente daba vueltas en torno a pasajes de poemas, aforismos y narraciones que me han formado a imagen y semejanza de Rómulo, mi amado padre.

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