VARIACIONES A “LA METAMORFOSIS” DE FRANZ KAFKA
Raúl Alberto Mejía
1.
“Cuando
Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se
encontró sobre su cama convertido en un …” típico poeta colombiano. Observó su
cuerpo arrasado por tatuajes viejos, proclamas políticas semiborradas,
adicionalmente registros novísimos, epígrafes de Sabines, Pizarnik, Dickinson y
varias abominaciones más. Reaccionó con horror al verse con barba tupida,
halitosis al suspirar, profundas ojeras delineando rictus angustiantes. Lo que
antaño fuesen adminículos para colgar desgastado sobretodo, corbatas, veíanse repletos
de boinas, sombreros regionales, lentes que jamás necesitó, amén de bizarras
bufandas y artículos idiosincráticos. Con celeridad llevó sus manos a la
cabeza, temía que usual alopecia también campeara: felizmente no, hirsutos
cabellos se agolpaban en masa. Tenía, sobre las sábanas, múltiples manuscritos,
compleja alineación de poemitas breves, sin sintaxis, puntuación, con formas de
vagones descarrilados; esto es, versos a izquierda, derecha, en medio, cual
paráfrasis al personaje devastado del “Resplandor”. Leyó varios, “¿qué idiotez
es esta?”, murmuró, mientras los compilaba y agregaba a insólitas carpetas que
amenazaban desbordase de mesa de noche. “¿De dónde ha salido todo esto?”, vacío
interrogante.
Titilaba
ferozmente pantalla del celular (¡siglo XXI!), al recorrerlo con índice
derecho, cifra escandalosa de notificaciones, mensajes y demás, sobresalía en
aquella mediática superficie. Procede a informarse (aún le pesa tan incómoda
noche), enterándose de que lo han convidado a trece recitales virtuales y/o
presenciales; decenas de poetisas -que desconoce- le proclaman como maestro,
rogándole lecturas, prólogos, fotos. Sus mini poemas han sido traducidos a
truculentas variantes del Guaraní, Muisca, Aragonés antiguo, etc. Perplejo,
opta por borrar todo eso, desbordado por su impronta de vate famoso. “¿Por qué
a mí?”, expresa, al tiempo que aparta cortina, percibiendo grises amenazantes
de un día invernal. Escucha pasos, alguien ronda afuera del cuarto. Apenas si
cuenta con tiempo para ocultar evidencias inextricables de su metamorfosis.
-
“¿Estás despierto Gregor?”, oye.
-
“Si, enseguida salgo”, responde.
Abre
la ventana, rocíos se deshacen entre vahos húmedos. El que su cuarto sea
buhardilla, aloja para sí suficiente privacidad. Semi desnudo, sumido en máxima
lucidez, se lanza al vacío. “Prefiero morir o despertar a saberme típico poeta
colombiano”, piensa.
VARIACIONES
A “LA METAMORFOSIS” DE FRANZ KAFKA
2
“Cuando
Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se
encontró sobre su cama convertido en un …” editor independiente. Desconocidos
aromas matizaban el ámbito, agudo dolor en el cuello evitó que se levantase con
juvenil anhelo. Empero, obviando tal escozor incisivo, se vio inmerso en
adjetivado espiral de sorpresas. De criticada sobriedad en cuanto a sus objetos
personales, sobriedad en extremo, la misma que familiares fustigaban,
considerándolo tacaño recalcitrante, relucía -ahora- con multitud de objetos,
diagramaciones, afiches, par portátiles, legajos de hojas, elementos de
papelería y litografías atestaban vórtices hasta el día de ayer desolados. A lo
largo del piso recipientes vacíos de refrescos, restos de pizza, colillas
(“¿desde cuándo fumo?”) y tarjetas de correctores de escritura. Ante semejante
conversión de lo cotidiano, procede a identificarse, no fuesen ominosos cambios
en rostro y fisonomía en general. Bien, salvo pulida barba, topito en oreja
izquierda, se ve a sí mismo como aquel de trenes, salas de venta.
Laxitud
dominical permite, pausadamente, leer estratégicos afiches. Sobre pared
siniestra se destacan convocatorias para autores menores de diecinueve años:
semiologías adolescentes, monigotes, clichés extraídos de textos pedagógicos.
“¿Por qué se me ocurriría tamaña idiotez?”, barrunta. Destapa estuche con
mentas, mastica; al rato apertura bebida energizante. Ventanal vasto, con
acceso al exterior y sombrío patio, ofrece creciente luz. Levanta tapas de
computadores personales, enciende y prontísimo surge su imagen sobre recuadros
de editorial independiente. “¡No quedé mal!”, sonríe. Regresa a la cama, desde
allí fija mirada en láminas que cubren pared derecha: lanzamientos,
convocatorias para autores menores de veinte años, excepcional para menores de
treinta, única para poetisas, abierta para traductores. Sobre el suelo alguna
que, de seguro, quedó mal. Tanto lo visible en esta y otra pared, sumaban
cantidades de eventos, fechas, compromisos que, a modo de duda, le llevan a
preguntarse: “¿cómo, ¿cuándo y dónde ocurrió todo esto?”, sin respuestas, acude
al baño.
Consideró
que, al lanzarse, beber suficiente agua, aquel exótico cambio se esfumaría. No
ocurre, secándose últimas gotas, lo insólito del mobiliario le asalta con
precisión de diagnóstico fatal. “Ok”, susurra, “veamos que contienen estas
cajas”, expresa tras el susurro. Destapa dos de las más voluminosas. En la
inicial se topa con ingentes facturas en su mayoría vencidas: adeuda
escandalosas cifras a tipografías, mayoristas de tintas, papel, fotógrafos,
artistas, correctores de estilo. Perdió somero cálculo de dinero al regresar
seis cuentas de cobro: “¿cómo voy a cancelar esto?” Mano diestra frota fina
barba, luego cabeza, nuca. Parpadeos difusos, luz rezuma sudor. Retoma ánimos,
con visos de inseguridad ausculta lo que se halla al interior de adicional
caja, lo que ella contiene incrementa sensación áspera, náusea. Trátase de
notificaciones de juzgados, tutelas en su contra por incumplimiento de
contratos, ofensas personales, denuncias de acoso de su “ex”. “¡Diantres!, esto
no puede ser cierto”, grita, palmoteándose con fuerza.
Intuitivamente
abre el armario. Caen, ruedan decenas de folios. De manera aleatoria lee:
libros rechazados convocatoria año 2018: 99%. Rechazos convocatoria 2019: 98%.
Rechazos convocatoria 2020: 97%. En restantes folios se leen notas
aclaratorias, seguramente escritas por él, se advierten en ellas que, en la
convocatoria del 2018 ganaron él, ex novia y hermana; en el año anterior ellos
mismos; para la presente, puesto que no cuenta con su amante, ganarán -sin
leerlas y a los demás- tres mujeres idénticas al amor perdido. “¿Soy tan
canalla?”, dice. También, al interior de aquel armario, se apeñuscan centenares
de manuscritos, embalados en papel chicle, con el rótulo de “envíos impresos,
urgente reciclar”. Cierra. Mediodía, sopor, escasa ventilación. A medias abre
el ventanal, gira con descuido, por poco tropieza con enorme pote. Lo abre,
contempla viscosa masa de tinta negra. Esta vez opta por sentarse, mira pareja
de portátiles. Una vez hecho lo pertinente para acceder a su información, en el
primero fulgen su nombre, estudios, especializaciones, cursos, viajes,
ediciones, manifiestos, camorras, lanzamientos, charlas personales, clases de
empastado, fotos de impúberes (“¿seré pedofílico?”, farfulla), logos,
entropías. Diversas cuentas en redes sociales, clic involuntario en lo que
llaman “gifs” y he que grotesca serie de fragmentos discurren. “Esto es
excesivo, ¿cómo puede alguien banalizarse así?”, expresa. Apaga monitor,
enciende el otro. Esta vez ausencia de datos e imágenes. Solo desopilantes
confesiones, sesiones ante psiquiatras, delirios edípicos.
-Gregor,
¿estás ahí?, oye tras la puerta.
-Si,
¿qué necesitas?, responde.
-Acaban
de traer tu correspondencia y cantidades de cajas. ¿Puedes bajar por eso?
Ocupan toda la sala.
-
¿Cómo, qué cajas?, contesta Gregor.
-Las
mismas que han estado llegando desde el amanecer, vienen con el logo de tu
editorial. ¡Ya estamos hartos de eso!, oye con enfado.
-
¡Tíralas a la basura!, articula con enfado Gregor.
- Ya
no cabe nada más allí.
-
Vale, enseguida bajo, responde.
“¡Estoy
jodido!, pronuncia desde alarmante desasosiego: ¿en qué mierda de sujeto me
convertí? Ruidos externos, puerta abierta, arrastre de pesadas cajas. Luego, en
rapiña, sujetos que se dedican al reciclaje se abalanzan. “¡Hay para todos!”,
oye; pero la codicia no tiene límites. Por poco se inició trifulca. Dos de
ellos, tal vez satisfechos, se dispusieron a dar vistazos.
-Mira,
dice uno, aquí está el libro de “Ama … Ama …”, qué vaina, falta un trozo.
-Me
aburre leer, expresa segundo sujeto.
-Igualmente,
responde el primero, pero no deben valer la pena al estar entre deshechos.
“Ensoña, ensoña … griss”, no entiendo.
-
¡Fíjate en este!, hay un pendejo bebiendo con un asno.
-
¡Jajajaja!, ¿en serio? Muestra a ver …
Estrambótico
ring tone del celular lo abstrae de aquel diálogo. Deja que suene durante
segundos. Pausa, vuelve a sonar. Intenta apagarlo, pero, con torpeza, manipula
en lugar equivocado y es voz masculina quien lo interpela:
-Señor
Gregor, buenos días, ¿me oye?
-Si,
¿quién es usted?
-Me
llamo Franz K, trabajo en oficina jurídica de demandas. ¿Cómo se encuentra?
-Mal,
¿qué desea?
-Le
aviso que ha sido demandado por gremios culturales, entre los cuales están las
SS Pizarnikianas, Féminas Líricas, Siervas del Amado Nervo, Instituto
Colombiano de …
-
¡Basta!, le interrumpe. Debe haber un error.
-No
señor, no lo hay, le dice Franz K. Son asuntos serios, necesito que se presente
mañana para iniciar su Proceso. Que se mejore, adiós.
Excesivo
calor, urgencia manifiesta por agua, refugiarse bajo ella durante eternidades.
Silencio desesperante, cuarto en símil de prisión. Tenderse, dormitar, abdomen
en sosiego. Percibe presión de objetos metálicos bajo la almohada. Hurga,
topándose con una Tablet, audífonos, películas. Toma el primer objeto, de
inmediato abren variopintos videos: es él ejecutando videollamadas. En una de
ellas se observa con tres seres más, tímida poetisa, ex militante del Moir y
desubicado travesti. Pasa a otro video, esta vez es sesión de gluturaciones
poéticas en conocido museo. Impaciente, intenta con algunos breves: solo
estática. En el último que contempla se aprecia a la “ex” a lado de dos
mediocres más, sentadas alrededor de una mesa, leyendo penumbrosos versos.
Tira
al piso Tablet, audífonos, películas. Feroz mirada hacia el techo, luz
crepuscular, hambre. “¿Cómo me libro de esto?”, profiere en elongado suspiro.
Rebatiñas afuera, golpes en la puerta del cuarto, celular angustiante, cajas,
afiches, escenario ideal para cualquier mitómano. Se yergue, destapa aquel
gigantesco pote con tinta negra, hunde hasta done soporta la cabeza. “Prefiero
morir o despertar antes de convertirme en editor independiente”, piensa.
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