TOMARNOS EL PELO
Darío Ruiz Gómez
Es desesperante como lo
recuerdan varios columnistas esa
demostración de provinciano narcisismo que nos están dando la mayoría de los candidatos(as) de las distintas “coaliciones”
políticas sin que previamente nos hayan dado a conocer los contenidos de sus “programas” respecto a
la situación del país mientras abanican su
pequeña vanidad ante las cámaras de
t.v, A este avance de la superficialidad en la escena política se
refería Don José Ortega y Gasset cuando decía: ”Aquí tenemos el criterio para
discernir dónde el sentimiento democrático degenera en plebeyismo” Y, me adelanto a aclarar que plebeyo se refiere a la plebe o sea esos
estratos bajos donde malhechores, forajidos, delincuentes de cuello blanco
actúan bajo el impulso de los más bajos sentimientos. Acudir a la plebe como lo
hizo el rojaspinillismo es acudir a lo que Marx denomina como un peligro para
el avance social, el lumpen proletariat
al que se agregará el lumpen intelectual de aquellos amargados que siguen
cayendo en el odio a la inteligencia y a la razón y se prestos a justificar
cualquier expresión de irracionalidad totalitarista, el caso de quienes en Cuba, Venezuela y Nicaragua se
arrodillaron los Dictadores y aquí lo hacen
ante los Dictadores en ciernes. Momento donde en lugar de contar con un
proyecto social, comienza a operar la demagogia populachera “Si alguien se
distingue de los demás por ser más inteligente o tener más autoridad -aclara Guillermo Hurtado en El Nacional- sabe más o logra más
resultados o posee bienes entonces se le acusa de ser un enemigo del pueblo y
de merecer un castigo por ello” El temor de aparecer ante “el pueblo” por parte
de un candidato(a) como culto, inteligente, conocedor de la temática colombiana,
lo lleva a disfrazarse de “hombre del
pueblo”, a utilizar un lenguaje populachero, a colocarse al bajo nivel donde
olvidará sus principios, sus valores. Son formas encubiertas de nuevo
caciquismo donde el multiculturalismo divide las etnias, los grupos campesinos,
los pobres y al estudiantado tal como lo he venido analizando.
“Pero quizás el mayor mal
del plebeyismo sea su renuncia a la virtud de la fraternidad. En vez de
alegrarse por los triunfos del vecino, del compatriota se le tiene
resentimiento, odio. El plebeyismo es la enfermedad de Caín. La democracia no
puede estar basada en esos sentimientos porque entonces se convierte en una
relación hipócrita, una convivencia amarga, una guerra” Ver al candidato
liberal Luis Fernando Velasco acompañando a Petro en un mitin en un pueblecito
campesino de Nariño, escuchando a César Gaviria decir que no descarta una
adhesión a Petro, es comprobar cómo lo que debía llamarse política ha
descendido hasta los vertederos de la mayor sordidez humana. La Democracia a
quien convierte en ciudadano le concede derechos y deberes a cumplir, no le
está preguntando sobre su origen social o racial o su credo religioso porque el
paso previo que cada quien debe dar para ser un ciudadano es el de haber salido
de la noche de la ignorancia, liberarse de estos brujos de bluyín y collares de
supermercado. Durante semanas hemos visto a doscientas personas, mujeres,
niños, ancianos emberás katíos subsistir en malas condiciones higiénicas, de
alimentación, entre aguas fétidas, ratas, manipulados por un grupo de falsos
dirigentes que se han encargado de colocarles collares, chumbes, manillas
comerciales para que exhiban como
“muestra de su artesanía ” Creo que ni
Gaviria ni Fajardo han visto en su vida un indígena Emberá Katío. ¿No se ha
compadecido de su suerte Francia Márquez
porque son indígenas y ella busca siervos negros? ¿Por qué la indiferencia de Gustavo Bolívar
declarado Príncipe Mayor de las Letras por la nueva Academia de la Lengua de
este populismo? ¿A quién les interesó la suerte de esta desgraciada comunidad, al
mudo Cardenal, a la Mona González, a Monseñor Darío Monsalve o quién de estos
narcisos (as) de sainete de Colegio autoungidos como supuestos representantes
de las “mayorías”? Así van las cosas mientras seguimos viendo cómo se ha
destruido a una comunidad.
Por eso es que definitivamente en este país no vale la pena votar por ningún político. La política en Colombia, además de corrupta y violenta, se volvió todo un circo de payasos y bestias salvajes.
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