Horacio Longas |
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Hallado mural de Horacio
Longas, de 1955, en Manrique.
Víctor Bustamante
Para Eduardo Carmona, que se
perdió la visita
La ciudad, el gran Medellín,
aun esconde sus secretos. De vez en cuando salen a flote en momentos inesperados
este tipo de encuentros con la obra de nuestros artistas más representativos,
en este caso con Horacio Longas. Una tarde me ha llamado Gloria Rondas Longas,
su nieta, para darme esta noticia, pensaba que la obra del maestro había sido catalogada
en su totalidad, pero no, aun la ciudad guarda sus obras. Ella tenía noticia desde
hace muchos años de que el maestro Longas había vivido por Manrique, cerca de Palos
Verdes, la mítica heladería con luces bajas, y música romántica para parejas ávidas
de un ligue lisonjero. Además, existía la posibilidad de que en esa casa existiera
un mural.
Fabio Muñoz, conocedor del mural,
ha localizado a Gloria en esa libreta de direcciones de todos, como es el Facebook,
y henos aquí buscando la casa donde vive Juan Pérez, su dueño. Juan, muy amable,
nos ha recibido, junto a su esposa Marleny y su sobrino Edwin, para entrar y
mirar el mural, todo un descubrimiento de una obra que se haya guardada en un
cuarto desde 1955, fecha anotada por el mismo autor al lado derecho de este
fresco del cual no sabemos su nombre, ya que al ser pintado en lo que, a lo
mejor sería, su cuarto de estudio, Longas la tenía solo para mirarlo, para disfrutarlo
solo o con algunos de sus amigos. Así esta obra se convirtió en testigo de su
vida privada junto a sus amigos, todos hombre públicos y reconocidos, que lo acompañan
desde sus trazos. Pero Longas quería que él solo disfrutara ese contenido, esa reunión
secreta del cual él es uno de los partícipes.
El mural representa la cercanía
de su autor con los diversos autores que aparecen en él.
Al registrarlos, es decir, pintarlos a su lado, los eterniza, ya que los valora
al darle la catadura moral y, así mismo, lo han acompañado con su obra, que es
lo que los sitúa lejos del rebaño.
En el centro de su obra se
haya sentado Miguel de Cervantes con sus manos abiertas como si relatara alguna
de sus andanzas, solo que no está en algún recodo de la Mancha sino en medio de
un camino cercado por el paraje en las montañas que se avizoran en el trasfondo
de la pintura, donde cada uno de quienes los escucha se hayan absortos ante las
disquisiciones y aventuras del caballero, que en este instante no es de la
triste figura sino un ser ávido para ser escuchado, contando historias y aventuras, como lo hacen los oferentes.
Él se encuentra protegido por una ruana, como sello de una manera de expresarse
por estos pagos. Ante su presencia Sancho lo escucha con la cabeza semi
agachada y con su sombrero y sus manos detrás, como signo de reverencia y
respeto a su señor, así como lo seguirá escuchando por tantos años, en ese
lapso que llaman eternidad. Longas lo ha pintado, a Cervantes o al Quijote, y situado
en el centro de su obra, hacia él confluyen nuestras miradas como si también lo
quisiéramos escuchar. Seguro Longas los ha ubicado lejos de la ciudad, como si
se tratara de un paseo dominical, algo acostumbrado en estos tiempos, porque por
la disposición y la llegada de esos personajes, no pudo haber sido un encuentro
signado por el azar.
En la esquina izquierda se
me antoja que el personaje más joven en esta representación es Edgar Poe Restrepo,
aquel poeta lucido, inconmensurable, que escribió uno de los poemas más sentidos,
y asumidos, “Segunda canción de la Soledad”.
Qué
tristeza más triste, más tristísima.
Qué
desolada soledad tan triste.
Qué soledad más sola, más solísima.
Qué
triste soledad tan desolada,
tenía esa palabra!
Triste, sola.
Él fue apuñalado, por líos con mujeres, y aun así en el hospital siguió en su continua farra de beber, lo cual le causó la muerte a temprana edad. Luego, de sombrero alado, signo de distinción, León de Greiff con sus ojos claros de vikingo, oteantes, que no han visto el mar, sigue Tomás Carrasquilla, también de sombrero, como le gustaba asistir al Café la Bastilla, a la tertulia, con sus amigos, Horacio Longas, también con su sombrero alado, el autor, no resistió la tentación de verse al lado de los suyos, de esos amigos que han copado y estimulado su aura creadora. Epifanio Mejía también de sombrero, es el único de los personajes que mira al espectador, quizá a través de su locura, con esos versos que cautivan, “Llevo el hierro entre las manos porque en el cuello me pesa”. Aferrado al árbol el pintor Ignacio Gómez Jaramillo sumamente serio escucha las tentaciones del orador, el mismo Cervantes, que ha olvidado que es manco y mueve los brazos. El gesto de Gómez Jaramillo es discreto y en su fisonomía da la impresión de lejanía y de ser el más silencioso de todos. A su lado Camilo Antonio Echeverri, el Tuerto, que continúa escuchando al oferente; sus manos en los bolsillos son un signo de tranquilidad. Una niña,a unica mujer, se aferra a él. Luego Ñito Restrepo con la indumentaria paisa, sombrero y ruana. No en vano es quien recuperó el carácter de las trovas, con su alegría. Cínico y radical, aquí lo vemos de perfil atento al orador, pero no de carácter político, sino de la vida que fluye en las andanzas de Cervantes que tiene, a quienes los circunda, encantados. Detrás de Restrepo, su gran amigo, el panfletario y orador de peso que fue enviado al exilio, el Indio Uribe, luego sigue Sancho y, entre dos hombres, dando la espalda de sombrero, se distingue el perfil del caricaturista Ricardo Rendón, que en su valentía y su sarcasmo y talento derrumbó la hegemonía conservadora. Luego de perfil y de barba Abel Farina, padre de Edgar Poe Restrepo, sigue concentrado en las palabras que fluyen del español. Cubierto por un azul en su espalda, ese azul al que siempre prefirió, y de perfil, Porfirio Barba Jacob sigue las sabidurías de aquel que de leer tanto se le secó el cerebro.
Total, Horacio Longas, ante
la imposibilidad de retratar juntos a sus amigos, a sus admirados artistas, prefirió,
acudir a su memorabilia para reunirlos en este homenaje donde aparecen con su
presencia y con su arte en un territorio donde la fotografía era imposible que
los plasmara. Unos por estar lejos, otros ya muertos, pero que Horacio Longas
se obstinaba en no dejarlos que se fueran a ese territorio de nadie, esa larga
noche del olvido.
Gracias mil, Horacio Longas, un pinto, arquitecto, escultor y uno de los mejores artiscas en todo el sentido de la palabra. Felicitaciones por ese gran tesoro logrado por su investigación...
ResponderEliminarQué bello el retrato que hace el maestro Longas de sus amables camaradas en donde el anfitrión del fondo mantiene un eterno diálogo. Pero este retrato -como negativo extraviado- no se nos había revelado. Es un tesoro!
ResponderEliminarLongas estudió en el Liceo de la Universidad de Antioquia. Trabajó al lado del arquitecto Dionisio Lalinde, de quien aprende los elementos del diseño y del dibujo arquitectónico. Estudió dibujo con el maestro Francisco Antonio Cano. Desde muy joven se destaca como dibujante y caricaturista, posteriormente como ceramista, pintor y escultor.
ResponderEliminarFelicitaciones por el texto, necesaria difusión
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