LA BARBARIE COMO ARGUMENTO
POLÍTICO
Darío Ruiz Gómez
Desde hace más de un año el
ELN, viene cometiendo un flagrante delito de lesa humanidad
ante los ojos del mundo manteniendo confinadas a varias comunidades indígenas en el Chocó impidiendo la libre circulación de
sus habitantes por los territorios, minando las trochas, los sembrados o sea sometiendo al hambre y las enfermedades mediante el terror a quienes son nuestros conciudadanos (as) Con exhibiciones periódicas y sobre todo sistemáticas ha asesinado a placer dirigentes indígenas sin que las histéricas asociaciones “proindigenistas, etnicistas hayan llegado siquiera a reprocharles alguna de
estas atrocidades. ¿Qué podríamos
esperar sino el silencio cómplice de Human Rights? Es aquí donde el concepto de “Derechos
Humanos” otra vez se restringe a los militantes de estos movimientos “revolucionarios”
mientras se excluye a campesinos, indígenas. Cualquiera de las formas
históricas de dominación y violencia han sido desplegadas por estos mercenarios cuyos
nombres sabemos de memoria, a quienes vemos con frecuencia dando declaraciones
sobre la Paz y la reconciliación mientras continúan con su tarea de borrar los últimos restos de conciencia civilizada
que nos quedan “acelerando las contradicciones de la
justicia burguesa” – como sediciosamente
lo está haciendo Iván Cepeda- para
tratar de que se imponga como ley aquel terrible sofisma leninista de que “una es la violencia de los opresores y otra la de los oprimidos” sin darse cuenta
de que hoy son ellos los opresores. O, a que, mediante esta deliberada
confusión semántica, terminen por desaparecer los criterios de la ciencia; desacreditando,
al hacerlas cómplices de sus fechorías, a disciplinas como la sociología, la
Historia, la antropología, el periodismo. Y lo peor, propiciando dentro de la Iglesia
católica un sisma con un grupo definido de obispos y religiosos defensores de su causa, dispuestos a reclamar después de cada una de sus
masacres, “la necesidad de volver a las conversaciones de Paz”. Lo que
supondría admitir como argumento políticamente válido su guerra
sucia y el considerar que, repito, un indígena, un afrodescendiente, un campesino no es
un ser humano –esa verdadera y constatable
Otredad convertida en cháchara por los pijos culturales,
olvidada por la “Iglesia de la Liberación”-
sino un ser inferior con el
cual se negocia. En la raíz del ELN la mutación desde
el castrismo hacia el mesianismo obedece al injerto que le presta una corriente
jesuítica fundamentalista. ¿Cuáles son entonces los contenidos que tanto
seducen a esas dóciles minorías cultas que los siguen
irrestrictamente, al aceptar dócilmente sus distintas formas de violencia contra
la sociedad? En el Fundamentalismo la
conciencia individual se enajena a una Causa abstracta
que buscará el castigo de los “enemigos
del pueblo”, de quienes obstaculicen sus objetivos. Del presunto movimiento de
masas hemos pasado a la intransigencia desmedida de una secta
de fanáticos que encubren, además, su inmensa fortuna material. El fanatismo de quienes se han arrogado ser los elegidos
para ejercer una violencia sin límite alguno, una violencia que no tendrá
castigo ya que ellos a nombre de su verdad absoluta son quienes pretenden juzgarnos y no nosotros a ellos.
“La violencia de hoy en día
más bien remite, nos recuerda Byung-Chul Han, al conformismo del consenso que
al antagonismo del disenso” Conformismo moral, ganas de que rápidamente y “sin
entrar en detalles” se logre una paz donde no sean tenidos en cuenta los
nombres, las circunstancias de los distintos horrores que ellos y sus cómplices
seguirán causando. Al ver hoy las imágenes de las madres indígenas en las
selvas chocoanas con sus niños a hombros, caminando en una larga fila evitando
las minas antipersonales -¡Qué exacta definición!- estamos viendo la repetición
de
una afrenta que en la
Historia Moderna se constituyó en una de
las grandes ofensas a la razón y a la democracia: el desplazamiento de
poblaciones enteras, el asesinato selectivo, el des-tierro y la pérdida de territorios sagrados. Naturalmente la
corresponsal de Caracol ante estos crímenes de lesa humanidad se limitó a señalar que la presencia del ejército en el alto Baudó “no era bien visto por sus habitantes ya
que éste podía exponerlos al fuego cruzado” y la inesperada visita de los obispos de
Quibdó, Ismina y Apartadó se limitó a que
repitieran el mismo cliché de “los territorios abandonados por el Estado” sin condenar con el énfasis
necesario lo que estaban verificando con sus propios ojos: las brutalidades del ELN, condenas explícitas
que necesitamos para seguir pensando que todavía vivimos en una democracia.
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