MEMORIAS APOLÍTICAS NO PERSONALES
Darío Ruiz Gómez
¿Memorias o
testimonios sobre la experiencia personal en la política o simplemente en la
vida? Nietzsche dice que solo queda en la memoria aquello que no deja de doler.
Pero en el Diario de Ana Frank sólo hay un amor diáfano a la vida que se le ha negado
con el confinamiento y mediante esa
discreción es que deja en nosotros la huella fresca de su infancia perdida. Lo importante es que el yo posesivo de ciertos escritores
que se preocupan más por su protagonismo es nada ante la callada tarea que
tiene el humillado de descubrir de nuevo el mundo tratando de encontrar razones para construir una nueva ilusión, un “Carpe
Diem” que le recuerde que es necesario : “ exprimir siempre la hermosa flor del día” porque hoy todo futuro ha sido cancelado. El niño que
habita en el hombre y ha sido marcado por el sufrimiento en la infancia, nunca deja de escribirse
cartas de ausencia a la vista del cadáver insepulto de todos los proyectos
colectivos de felicidad, ante las ruinas
de lo que fueron las grandes ilusiones
de nuestros padres. Sobre Iván, aquel niño que pierde su infancia en la
guerra en el film de Tarkovsky, Sartre
recuerda amorosamente: “Esta alma desolada conserva la ternura de la infancia,
pero no puede experimentarla y, menos aún, expresarla. O bien si se abandona a
ella en sus sueños, si se pone a soñar en la dulce distracción de los trabajos
cotidianos, se puede estar seguro de que
esos sueños se metamorfosean inevitablemente en pesadillas” El Diario es personal cuando quien lo escribe
se describe –valga la paradoja- ya que para ello necesita partir de la modestia
que constituye el más respetuoso punto de vista sobre los otros. Hay quienes confunden el escribir un Diario con una
enumeración de cifras, de nombres famosos, olvidando que desde que un niño o
una niña cobran conciencia de su existencia ya son seres envueltos por la política porque la política como un
fatalismo tiñe de horror sus primeros recuerdos, Iván se pierde en la noche
del horror pero Tarkovsky recobra su
diario suplicio y su inefable nobleza a
través de sus ojos sin lágrimas. “Desde que tengo uso de razón, me contaba mi
papá moribundo, no he visto sino matar
gente en Colombia” Asesinatos brutales, rituales de maldad extrema que
nunca fuimos capaces de situar en su verdadera dimensión moral, miles y miles
de niños sacrificados inútilmente por asesinos juzgados por jueces de su misma calaña. Ya que por anticipado hemos llegado a conocer el nombre y la filiación de los asesinos de
niños pero preferimos que unos medios de comunicación degradados ad infinitum
los disimulen para comodidad de nuestra mala conciencia.
Esta falta de
escrúpulos y de vergüenza es la causa de
que sepamos tan poco de nosotros mismos, de nuestra incapacidad enfermiza para
darle al atropello que supone el reclutamiento de los niños la
dimensión de ofensa mayúscula y prefiramos quedarnos en lo atávico demostrando así nuestra
incapacidad de acceder a una sociedad racional regida por la justicia. Fusilar
a unos niños es la mayor de las atrocidades de las cuales son culpables tanto los verdugos despiadados
como los crueles cerebros que pusieron en marcha esta maquinaria
sangrienta de las FARC y el ELN. Pero también los imperturbables “historiadores materialistas” que
consideraron como “una necesaria entrada en la historia” el asesinato y
reclutamiento de cerca de 17.000 niños y niñas la mayoría de los cuales no
volvieron a casa y nadie conoce donde están enterrados mientras “El Congreso
se divierte”. ¿Qué sabemos de los diarios de los niños y niñas escritos en el
viento, de esas cartas desaparecidas en
la hojarasca de los montes? Los niños nos miran: no dejaré de repetir entonces
que el juicio a los asesinos de niños no puede ser solamente un juicio político
sino una condena moral.
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