domingo, 23 de febrero de 2020

Eduardo Arango en el Ateneo / Víctor Bustamante

Eduardo Arango Arango, Arquitecto UPB. (Babel)
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Medellín: Patrimonio Histórico N. 78
Eduardo Arango en el Ateneo
Víctor Bustamante

Hay un dibujo memorable de Horacio Longas donde aparecen algunos arquitectos, en 1938, donde le otorga un rasgo peculiar a cada uno. Ellos son Luis Olarte Restrepo, Juan Restrepo Álvarez, Ignacio Vieira Jaramillo, Arturo longas, Federico Vásquez, Martín Rodríguez Hausler, Roberto Vélez Pérez, Gonzalo Restrepo Álvarez, Nel Rodríguez Hausler, Roberto Vélez Pérez, Gerardo Posada González, Félix Mejía Arango, Carlos Obregón y Jesús Mejía Montoya.

Este dibujo es paradójico ya que solo conocíamos las crónicas y fotografías de las tertulias de poetas y escritores trasnochando, bebiendo y creando sus utopías. Nunca formarían una bohemia en las calles los arquitectos tan atildados e inmersos en sus planos y en ese aspecto de seriedad de ser tan racionales y responsables de crear edificios que abren un paisaje en la ciudad al utilizar un espacio y, así mismo, saber, que muchos de esos edificios perduran. Aunque ambos, escritores y arquitectos son artistas, los primeros nunca han constituido una sociedad con figuras jurídicas, eso sí son más sociables.

Solo ha existido un reducido contacto entre estos dos grupos, de escritores y arquitectos, la de Los Panidas con Félix Mejía Arango, y la de Horacio Longas que se desliza hacia el mundo de la caricatura y la pintura. Y el más preciado, el de José María Villa, con su bohemia y su desfachatez, y que no me resisto a mencionarlo, era un ingenioso ingeniero, con su deambular por las calles, e ideando y construyendo puentes.

Así, en este devenir, en este auscultar a los arquitectos, observamos que sus edificios hacen parte de la memoria y son puntos de referencia, ya que estos hablan desde el primer momento de su instauración.  No sé la razón por la cual se ha despojado de su presencia al arquitecto, su imagen se diluye, se sitúa en la lejanía de ese territorio de lo críptico, de la frialdad de las oficinas bañadas por la luz blanca con mesas de dibujo cubiertas de planos, con dibujantes serios como corresponde a la responsabilidad de erigir la idea de una obra. Tal vez ese mismo velo haya sido impuesto por la rigidez de su oficio, por la seriedad y la creatividad matizada por lo racional. En un primer momento el arquitecto se sitúa en el mundo de la ensoñación, luego debe concurrir al mundo real para poder erigir su obra que no puede ser un castillo en el aire, sino que debe poseer bases sólidas, formas apropiadas y una utilidad severa donde el espacio debe ser habitado.


Horacio Longas

Por esa razón me llama la atención el dibujo de Longas, por algo inadmisible ahora, ya que al realizarlo y al agrupar a esos arquitectos, les daba presencia como grupo no solo en la memoria de la ciudad sino en sus afectos, y es que no habíamos caído en cuenta de la presencia de ellos en la construcción del paisaje citadino, y es precisamente en ese dibujo o podría decir una caricatura amistosa, donde ese puñado de arquitectos no solo construyen una sociedad, un gremio, sino que ellos mismos revelaron lo que ya he mencionado: en ellos descansa la instauración del paisaje citadino, a ellos se les deben esos puntos de referencia cada que caminamos por las calles. En esos edificios existe cada uno de ellos con su estilo, su peculiar manera de ser creativos, lo cual enriquece desde su misma perspectiva la diferencia de lo que es ese paisaje escrito y descrito por ellos, es la representatividad de las diversas escuelas, los diversos movimientos, las ideas a pulso, las otras ideas a contra pulso, así como la diversa exposición de los materiales, la disposición del espacio que ellos construyen. Por esa razón hay un sello indeleble de Agustín Goovaerts en el Palacio de Cultura. Carlos Arturo Longas en sus casas aun intactas del Centro de la ciudad. Hay una presencia de los Rodríguez en el actual Museo de Antioquia, hay una presencia de Ignacio Vieira y de Federico Vásquez en el Edificio Antioquia o en la Naviera, solo para citar algunos de esas edificaciones del Centro, lejos, por supuesto, de las diversas iglesias que parecen que se apropian del nombre de patrimonio.

Un arquitecto a partir de sus dibujos crea más tarde los planos y así sale del papel su obra para ser construida y habitada, para enriquecer el concepto de ciudad. Muchas veces he insistido en el reconocimiento y fervor hacia los grandes arquitectos, ya que ellos son artistas, al igual que un poeta que construye sus versos, así como un escritor que construye capítulo a capitulo sus novelas o como el pintor que idea sus paisajes interiores y así mismo los cubre son sus paletas de colores, de ahí de esa esfera, en ese límite del dibujo de los trazos emerge el arquitecto con su obra de la cual nos apropiaríamos al abrir un espacio público para ser vivido, para ser habitado. De ahí que el arquitecto crea las diversas moradas. Así en esta presencia el espacio más habitado y habituado en el centro de la ciudad son Las Torres de Marco Fidel Suárez creación del arquitecto Eduardo Arango.

Medellín se hallaba, en ciertos lugares, aun fondeada en su propia incuria y en la uniformidad de las casitas de teja y tapias de barro, asimiladas a cualquier pueblo, y en el sopor que, como una prisión, creaba esa niebla del tiempo detenido para no salir del encierro en todos los órdenes de la vida cotidiana. El espacio de Estudios Generales ya sufría un traspaso a su nueva sede de la Universidad de Antioquia por los lados de la calle Barranquilla, y precisamente aquí, en esta gran manzana que había sido sitio de la primera cárcel de mujeres, El Buen Pastor, luego del tránsito y luego parqueadero, se construirían las Torres. Las fotografías dejan ver una zona de tejados, de caña brava y barro que albergaba pocas familias.

Desde su construcción en los años 70, vi, vimos cómo se erigían las Torres. Había algo novedoso al trozar una zona llamada de Estudios Generales de la Universidad de Antioquia, que nunca conocí. Se trataba de algo así como un reordenamiento urbano por esa zona de prestigio histórico y arquitectónico, cerca de la Plazuela de San Ignacio. Pues bien, las torres fueron en aumento hasta quedar delimitadas, hasta ser habitadas, y con los años apropiadas por sus habitantes y algo fue aún más cierto, nunca escuché indicar quien era su creador, es decir, el arquitecto Eduardo Arango, solo mencionado en círculos muy privados.

Habría que esperar hasta estos días en que un par de investigadores Daniel Muñetón y Diego Agámez han salido a la palestra con esta investigación donde sustentan la obra del creador de las Torres. Poco a poco hemos ido sabiendo de Eduardo Arango, desde sus inicios como estudiante en la Universidad Pontificia Bolivariana, sus viajes a Bogotá, su periplo en Francia donde se especializó, en Inglaterra donde realizó estudios de perfeccionamiento y de su viaje a Finlandia, para conectarse allí con ideas de otra arquitectura y, además, ser artífice de una ciudadela diseñada por él, Siltamaki.

En 1969 ya en Colombia es requerido para un proyecto de vivienda por el ICT, el cual encuentra diversas contradicciones y criticas al cuestionar la liberación del primer piso para reintegrarla con la dinámica de la ciudad, y del respeto al peatón. Arango tenía en mente la destrucción de la capilla del antiguo Colegio San José detrás del Hotel Nutibara, así como el aislamiento posterior de las unidades de apartamentos que fueron construidas allí, como síntesis del despilfarro extravagante que lleva a la destrucción de las ciudades.


Eduardo Arango (Babel,2020)

Esta noche Eduardo Arango se encuentra entre nosotros, en el edificio más entrañable que él diseñó y, además, concitó algunas diferencias, que su obra estuviera presente en la vida de la ciudad al permitir que esta continuara en los primeros pisos, a través de los diferentes almacenes, a través de las diversas tabernas que aún mantienen su presencia en su interior,  y así mismo con las terrazas para ser convertidas y pobladas con jardines, así como después del tercer piso llega la tranquilidad total para sus habitantes en los apartamentos. Crea un teatro al interior de un complejo habitacional que con el tiempo ha servido de basa para el Ateneo. Esta noche él ha estado de cuerpo presente, demostrado su valor y, así mismo, agasajado por los habitantes de las Torres que perciben en él autoridad, respeto y talento. De ahí que dentro de ellas continúen las calles de la ciudad y la traviesen de una manera diferente, sin autos, sin el ruido de ellos, eso sí estableciendo una de las premisas de Arango, darle la soberanía a las personas que caminan. Ya que, al estar en el interior de las Torres, uno sabe que llega a un oasis luego del tráfago callejero, ese oasis permite poder caminar libremente, permite sentarse en la plazuela interior o en el teatrino, ese oasis nos baña con el viento del norte que circula por entre las columnas y se convierte en una zona libre de ruidos y de las continua frenadas de los buses siempre de afán y autos acelerados y del afán citadino donde los transeúntes anónimos al llegar aquí, dejan la anonimidad para ser ya personas a salvo. Es decir, su concepto creativo involucra tanto a las personas que habitan este oasis, así como a los forasteros que pasan para dejar de lado las calles, eso sí bajo este cobijo se crean puentes, amistades, posibilidades de sentarse a leer, la conversación matizada con cerveza y música, en síntesis, las personas se han apropiado del espacio.





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