Darío
Ruiz Gómez
Cuando
me enteré de que había una disputa ntre Petro y Robledo, me imaginé que por
fin Robledo, antiguo militante del Movimiento Obrero
Revolucionario(MOIR), se había
enfrentado al populismo de Petro y luego intervendrían en la discusión Jaime Caycedo y Timochenco militantes de la más caduca línea del
estalinismo soviético de manera que la Izquierda habría salido a enfrentar su
verdadero problema, el de su identidad política y con ese acto de sinceridad la vida colombiana
habría ganado mucho con la salida política del clóset de quienes aún se mueven
bajo ese gaseoso calificativo de “oposición”. La irrupción sorpresiva de Enrique Santiago ahora que se lo ve en las fotos oficiales de PODEMOS al lado de Pablo Iglesias
supondría el golpe final a estas diferencias ideológicas largamente disimuladas por motivos electoreros. ¿Cuál será la música
de esta izquierda que se niega a la industrialización del campo, que prefiere
las reservas agrícolas, que, nunca
participó en un baile popular? Porque resulta que
la disputa entre Petro y Robledo
se limitaba a un problema de gustos musicales sobre el vallenato y que Petro remató con una frase-cliché que creí que
ya estaba enterrada: ”La cultura está determinada en última instancia por las
formas productivas de la sociedad” Lo cual me retrotrajo a las épocas de
enconadas y fieros enfrentamientos
ideológicos de la izquierda en las aulas universitarias. En todo caso esta infantiloide versión del marxismo de militantes que
nunca tuvieron la paciencia de leerse las miles de páginas que el autor de “El Capital” escribió; sólo por el hecho de autodeclararse marxistas, se sintieron autorizados a pontificar
de arte y literatura, de economía
y de música: “Esta exposición de pintura es muy mala porque no pone de presente
la lucha de clases” ”Estos poemas
desconocen la lucha objetiva de la clase obrera y se mantienen en el
subjetivismo burgués” Memeces que
los duros Comisarios en pié de lucha esgrimían para condenar al arte que se saliera de sus pautas “revolucionarias”. “Todo arte que se
llame político hoy es estalinista” ha dicho José Luis Pardo y es verdad sin
aclarar que este arte que nace de consignas políticas y no de experiencias
necesariamente personales -¿De dónde más podría venir el arte? - es
inevitablemente un adefesio tal como lo demostraron en la historia reciente
esos pintores, esos poetas ilustradores de consignas y tal como lo vemos hoy en las trifulcas del
“Paro” donde esa poesía, esa pintura y esa música “ social” son el fiel reflejo de una farsa carente de lo importante: un logro estético que dote de contenido formal
a esta supuesta indignación, a esta supuesta furia contra la “opresión”
neocapitalista. ¿Se imaginan ustedes a Alejo Durán, a Juancho Polo, componiendo sus bellísimas canciones de amor,
de ausencia bajo las normativas del Foro de Yenán el mayor desafuero que ha
existido contra el arte y la tarea del creador? La Sonora Matancera y sus cantantes
fueron prohibidos por Castro y su
remplazó fue “la nueva música del pueblo”, ese dolor de estómago que se llama
“La nueva trova cubana” Luego llegó la cultura del identatarismo y ahí fue Troya ya que han puesto a los estudiantes a disfrazarse no de
chalchaleros sino de indios, a renegar de los instrumentos de
música “burgueses” y recuperar el pífano, la quena, las diademas de plumas, los
collares de achiras: fue este regresismo
el que vimos en el monumental concierto de Bogotá con el desfile de conjuntos musicales
de falsos indios, destemplados intentos de unir el desgarro de un
caricaturesco punk con la tristeza del yaraví ecuatoriano, expresión de los gomelos bogotanos, de Ninis y
Millenials manipulados en este proceso acelerado de una izquierda cavernícola
que ha venido a mostrarnos lo ajena que ha sido a la complejidad de las culturas étnicas o campesinas,
afrodescendientes, a las culturas populares de las ciudades, poniendo en
claro con este divorcio el hecho de que jamás se untó de pueblo y ahora para las
verdaderas formas musicales
urbanas donde se manifiesta el desgarro
existencial de desplazados, olvidados,
segregados, estas imposiciones caricaturescas
de un discurso político muerto, no cuentan para nada.
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