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FABRICAR MENTIRAS: DECIR MENTIRAS
Darío
Ruiz Gómez
“El
arte, dice Don Tomás Carrasquilla, es le mentira significante” Y lo dijo anticipándose en setenta años a los
pensadores modernos que han tratado de
verificar los significados de la verdad como opuesta a la mentira pero también
la necesidad de la ficción o sea de las fábulas morales. Ya Santo Tomás nos
hablaba de mentiras piadosas necesarias en el caso de quien, por ejemplo, a una
persona físicamente fea le dice que es bella con tal de no hundirla en la
tristeza a causa de una anomalía de la naturaleza. ¿De qué otra manera
se podría afianzar en medio de las
desdichas de la condición humana la presencia indispensable de lo sublime? ¿De
qué otra manera hoy en medio de tanta
fealdad, de tanta agresión a la
belleza, la milagrosa inocencia de quienes
lograron permanecer como el niño
sabio del templo podrían persistir en la esperanza de un mundo más
justo? En política mentir es en casi
todos los casos una falsa habilidad alabada con tal de
alcanzar unos objetivos. El “miente,
miente que de la mentira algo quedará”,
era un pecado abominable que el hermano Agustín lo recordaba en el colegio para
que nunca fuéramos a cometerlo. El imaginar las llamas del infierno que esperaban al mentiroso nos hizo ser fieles a esa verdad
moral mediante la cual sabíamos que respetábamos al prójimo(a) y éramos gratos
a los ojos de Dios al entender que la
verdad sólo se abre al limpio de corazón. Ser adulto, vendríamos amargamente a
descubrir, consiste en vivir en la mentira y sobre todo en la desconfianza y la sospecha, de ahí lo que llamamos la pérdida de la inocencia. La falsificación de la verdad introduce la laxitud ética que acepta la monstruosidad del delito encubriéndolo bajo cualquier
argumentación política. Nada tan perverso
entonces que la publicidad oficial al dar paso a una abominable indiferencia ante el
sufrimiento de las gentes, ya que, enajenada en la
verdad posmoderna, la mentira ha dejado de constituir un problema moral
para convertirse en un fake news o sea en mentiras que se fabrican con el único objetivo de hacer daño propagando falsedades sobre un personaje, un gobierno; destruyendo
de este modo el vínculo social más importante: el lenguaje y eludiendo toda responsabilidad en las funciones de la
comunicación al no reconocer los valores que definen a ésta. Difamar ya no es un problema moral sino un fin justificado
por unos medios.
¿No
conduce esta mentira fabricada a que
desaparezca el discurso político como una necesaria crítica de las costumbres y
como reconocimiento de la libertad de expresión? El fake news no es la palabra ni es el lenguaje porque en él no hay escritura. Viendo hace poco un
noticiero de t.v la presentadora comenzó con los cincuenta “falsos positivos”
encontrados supuestamente en el
cementerio de Dabeiba y a través de
testigas de una organización de “víctimas del Estado” se llegó sin pudor alguno
a decir que en tan pequeño cementerio estaban enterrados “300 falsos positivos- traídos de Medellín…-
y 3.0000 en la hacienda La Palma”. ¿Porqué la JEP entregó esta falsa
información a una revista amarillista como “Semana”? ¿Bajo qué estrategia Yamid Amat el pasado martes en su noticiero presentó como actual un viejo documental sobre Bojayá ignorando la presencia desde hace un mes del
Ejército y la Policía, de funcionarios
de la Presidencia? ¿El rencor de
quiénes se niegan a aceptar
su derrota política manteniendo una sucia
campaña contra la Presidencia y
atentando contra la democracia? ¿No es
ésta como señala Michiko Kakutani, la muerte de la verdad? El medio desde el cual se lanza una mentira señala Mcluhan, define la credibilidad de la denuncia: no es desde el Wall Street Journal desde donde un obrero podría solicitar
un aumento de salarios. El discutido Pedro Sánchez busca en España castigar
penalmente a los enemigos de la
escritura o sea a los fabricantes de
mentiras.
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