Pawel_Kuczynski |
EL ÁNGEL DEL PROGRESO
Darío
Ruiz Gómez
Walter Benjamín hace una certera reflexión sobre un cuadro de Paul
Klee. “El ángel del progreso” aquel que con las alas desplegadas avanza con dificultad enfrentado al fuerte
viento del progreso, el ángel mira hacia atrás y lo que ve son ruinas amontonándose a su paso. Para
justificar cualquier tipo de obra pública
generalmente se colocaba un anuncio que señalaba que se estaba “haciendo una obra de progreso”, para que se perdonaran las molestias que estas obras suelen causar a
la ciudadanía. La feliz culminación de
una de estas obras se agradece porque beneficia a la comunidad o incorpora un
nuevo sentido de belleza a un sector deprimido. Otra cosa es cuando esta obra
por una evidente falta de planeación se prolonga indefinidamente en el tiempo
causando un inmenso malestar. O cuando
se termina y su resultado es una ofensa a la ingeniería y al sentido común
porque además de que no sirve para nada incorpora para siempre al paisaje un
elemento de fealdad. En las ciudades modernas han sido muchos los casos de
puentes elevados, cruce de vías, que debieron ser demolidos a causa de que su
presencia era una agresión al paisaje urbano. Hacia los años 53 una serie de grandes obras públicas
cambiaron para siempre la noción de nuevas tecnologías constructivas en
edificios públicos, canalizaciones. Aquello que se ha considerado como una
conquista estética de la tecnología. Pero esta tradición se pierde ya hacia los
años 60 cuando un vulgar pragmatismo se apodera de la ingeniería en manos de un
contratismo galopante y el concepto de
obras públicas estéticamente se
pervierte para siempre. ¿Vías? ¿Cuáles vías?
La llegada a la Alcaldía de Fico supone el remate de esta degradación
del concepto de obras públicas con el implante de caprichosas
ciclovías y la caotización total
de los diversos sistemas de transporte que en lugar de integrarse des-integran la malla urbana. Las calles de
toda la ciudad aparecen con interminables “intervenciones” – infinitos
contratos en realidad- que destruyen la
lógica del tráfico y destruyen las rutas peatonales consagradas. Pero es más: recordemos otra vez que la ciudad
que no se puede caminar no existe. ¿Qué le hace falta a Medellín? La pregunta
tiene en casi todos los entrevistados la misma respuesta: volverla a caminar.
¿Corredores verdes que desconocen los hábitos del caminante, la semántica de
los bulevares, de los paseos donde se produce lo más importante en la
recuperación de los significados urbanos
o sea el intercambio social? “Cuando se comience a hablar de ciclovías, salgan corriendo”, dice
un viejo adagio urbanístico y en este caso la mayoría de las llamadas ciclovías se han convertido en una agresión contra el peatón, el vehículo y en un hito más
en la carrera de atentados contra la función de la calle como factor de equilibrio
en la trama urbana y el olvido de que el peatón es
quien concede escala a los diversos
espacios de una ciudad. El Alcalde Quintero para su posesión repitió el
recorrido que hacía cuando era un estudiante hambriento entre el Tricentenario
y la Universidad de Antioquia: ¿Lo hizo acaso
por un amable bulevard con un amoblamiento lleno de calidad y un recorrido que ha logrado unir sectores que antes estaban fragmentados, carentes de iluminación,
peligrosos? Para mirar la ciudad debe partirse de la debida modestia que
nos permitirá constatar las falencias
urbanísticas que han negado
la armónica relación con la
ciudad que nombramos y nos nombra. Antes que ostentosas nuevos elefantes
blancos está la restitución de la
ciudad humana que camina el
ciudadano y va identificando cotidianamente como sus territorios.
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