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A Álvarez Gardeazábal le dio miedo inaugurar su tumba en Medellín
Víctor
Bustamante
Un
miedo súbito ha logrado que el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal decida no viajar
a la inauguración, algo insólita por cierto, de su tumba en Medellín. Hace unos
meses se había venido especulando sobre su decisión de irse a morir a Medellín
al lado del monumento de Jorge Isaacs, y, además, para acompañar a Tomas
Carrasquilla, cuyos restos ya habían sido trasladados para su nuevo domicilio,
en el conocido Museo Cementerio de San Pedro. Ya sabíamos de las especulaciones
sobre su negativa a “descansar” en el cementerio libre de Circasia, pero no
creo que le haya podido la negativa a enterrarlo de pie. No quiso ser enterrado
en Tuluá porque León María Lozano, el cóndor mayor, no lo dejaría dormir con
sus aletazos de sangre en las noches, y menos en Cali, allí lo habían dejado
solo cuando fue gobernador en el caso de las esculturas. Bogotá menos, extrañaba
a La luciérnaga. De tal manera se decidió por Medellín, ya que es más central,
tiene metro y dos aeropuertos, varias emisoras de radio, estaciones de televisión,
su amado diario El Colombiano que tan
mal se ha manejado con él al quitarle su columna hace unos años. Eso sí tiene buenos
amigos en la ciudad, sobre todo, al editor de UNAULA, Jairo Osorio, quien también
ayer en la tarde le dio un ataque de parálisis y pánico social; no avisó que había
cancelado el llamado por las redes, mientras los incautos asistentes esperábamos
que se iniciara la ceremonia. Osorio, no sobra decir, fue a encerrarse bajo siete
llaves a su casa finca en Filadelfia desde las dos de la mañana ya que le asustan
mucho las marchas y los cacerolazos. Ya que él ni nadie quiere un repentino medellinazo.
Pero,
en este mes de noviembre, en este 26, nos encontramos allá. Desafiamos las marchas,
los cacerolazos, las diatribas de las manifestaciones y allá llegamos puntuales
sin ninguno llamarse, ya que aún sabemos que el único artista que no se
corrompe es el escritor, al menos en el caso de nuestro amado Álvarez Gardeazábal;
por esa razón acudimos a esa cita nunca postrera como diría en un panegírico Bossuet.
Alejandro
Rivera administrador del Museo Cementerio de San Pedro. Carlos Bueno, el periodista
talentoso que ya piensa en vivir en Canadá. Doña Fabiola Blandón, coleccionista
de los escritos de Gardeazábal que llego desde Pereira. Dennis canadiense que quería
saludar al homenajeado. El escritor Jaiber Ladino Guapacha también llegó al
lugar que a las seis de la tarde nos aislaba con su tranquilidad del tráfago de
la ciudad. Luego llegó la historiadora del museo cementerio, Ana Isabel
Cadavid, y ya entre tantos amantes de la literatura y devotos de Gardeazábal se
inició una tertulia improvisada, donde Carlos propuso que se levantara un
mausoleo a los nadaístas, doña Fabiola nos enseñó el álbum sobre Gardeazábal,
se habló de ese halo que envuelve a quienes leemos aun como una manera de salir
de la intrincada realidad pero también por saber cómo son nuestros escritores. Salieron
otras propuestas surrealistas para el cementerio, todas espontaneas, debido a
la coincidencia y al incumplimiento de los homenajeados y de los organizadores.
Desde
acá desde la Villa le avisamos a Gardeazábal, en su finca, que la ciudad sigue
igual, o peor, pero debido a las malas administraciones. Que el alcalde electo
se las dio de gracioso dando la “idea” de convocar a una constituyente y el
otro sigue dando tumbos. A Jairo Osorio le avisamos en su casa de Filadelfia que
ya puede venirse tranquilo que son pocos los cacerolazos, que la ciudad luce el
precioso esplendor que le dan sus escritores.
Gustavo Álvarez Gardeazábal, mi admiración por siempre. Compañero de luchas en una temporada en Roldanillo, Valle del Cauca.
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ResponderEliminarAlgo insólito de parte de una persona tan aguerrida
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