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72.
Patrimonio Histórico de Medellín
Salsipuedes
de Jorge Marín Vieco
Víctor
Bustamante
Alguna
vez, buscando un perfil, una nota sobre Jorge Marín Vieco, debido a la remembranza
de Salsipuedes en un porro de Lucho Bermúdez
relativo a la dificultad de salir de su casa, donde también vivió el compositor,
me quedaba sorprendido, no sabía esa historia que apareja la canción y, así
mismo, que lleva hacia ese lugar, o sea, la canción que escuchamos y bailamos,
portaba un mensaje, nunca subliminal sino latente: ser la casa de Jorge Marín
Vieco y, además, un lugar de encuentro, apreciado por diversos artistas; un
oasis en la ciudad pujante de industrias y
transacciones en 1940. De tal manera, Bermúdez, en su lucha musical, me sirvió
de punto de referencia para buscar al escultor, ya que una casa es el símbolo
de su dueño. Además, Jorge Marín Vieco se merece toda la atención, debido a su
talento y a esa manera de ser, amable, señero y a la elegancia en su trato con
las personas. A los que escuchamos Salsipuedes,
esa canción melódica y, además, muy pegajosa, sorprende con la historia que
había detrás de ella, es decir, esa canción es, era la punta del iceberg, que
nos remitiría nada menos que a una Medellín muy específica, y, sobre todo, a la
casa de un artista, donde aún habitan sus pinturas, sus esculturas, su jardín y,
además, aun se respira su ámbito personal.
La
primera huella hacia el camino que conduce a Jorge Marín Vieco, es su obra
escultórica impresa en el Edificio de la Beneficencia de Antioquia, ahí en
Ayacucho con Sucre, se trata de los Chibchas Aprendiendo de Bochica y adorando
el sol, la Historia del Desarrollo Industrial, la Amerindia, localizadas en el
vestíbulo y costados del edificio de la Beneficencia de Antioquia. En estos relieves,
está Marín Vieco de cuerpo presente, y, además, en un momento donde el escultor
muy a tono con la época se interroga sobre el origen y, sobre todo, en la necesidad
de explicarse el aporte indígena. De ahí que en el portal del edificio de la Beneficencia
de Antioquia, cuatro indígenas realizan su labor y esperan a los visitantes o,
a lo mejor los transeúntes los miren de nuevo.
Uno de los cristos de Salsipuedes |
Luego,
el otro extremo, para aproximarme a Marín Vieco sería otra escultura, Hombre en busca de paz, situado en Campos de Paz. Pero entre dos de estas obras,
las que más he conocido en la ciudad y visto, están: los crucifijos, los San
Franciscos, los Quijotes, el monumento al Arriero en Fizebad; el Bolívar en la
Avenida de las Américas de Guadalajara; el Monumento a Juan del Corral en Santa
Fe de Antioquia, el Barequero, en el Banco Francés e Italiano en París. Además,
unos ciento treinta bronces, están recopilados en la Casa Museo Salsipuedes.
A
mediados de 1938, Bernardo Vieco, el gran escultor, decide trasladarse a vivir a Bogotá en busca
de nuevos horizontes, por tal motivo, decide dejarle a su sobrino, Jorge Marín
Vieco, su taller con algunas obras inconclusas, situado en la calle La Paz, Nro.
23 BIS, con el propósito que él termine algunos compromisos pendientes.
El
taxi tomado cerca de la estación del Metro de la Floresta nos lleva a Faduil Alzate
y a la arquitecta Luisa Vergara, en otro viajan otras
visitantes. Vamos arriba, a la carrera
91 No. 65 C-95, Robledo La Pola. A
la entrada un aviso, Salsipuedes, con letra legible y otro sobre baldosines con
letra de imprenta. Ya, al frente de la casa, por fin se cumplía esa posibilidad
de conocerla, de merodear el espacio de un gran escultor que, además, fue restaurador
de pianos, vitralista, saxofonista, dirigió su orquesta de jazz, Ritmos. Uno de
sus aportes como decorador, aun es visible en el Teatro Lido.
La
casa enclavada en medio de diversas urbanizaciones que han ido mordiendo el
espacio de la finca, aun así, desde la
entrada, veo el camino que conduce a esa mítica residencia que hace
años quería visitar. Mejor, hay dos caminos, uno para los autos, y otro con
escalas de piedra para los caminantes, ambos, se pueden transitar en corto
tiempo para llegar a ese destino que siempre me ha inquietado. Por el
camino, ya cerca en la planicie de la casa, paralelo casi al corredor, en la
entrada, el jardín combinado con las escultura donde se respira un Medellín
apaciguado, y ahí mismo una balaustrada con el homenaje que siempre quiso realizarle
Marín Vieco a sus artistas preferidos. Los grandes rostros sirven como preámbulo:
José María Córdoba, Jorge Artel, Beethoven, Gonzalo Arango, Fernando González, Gaspar
de Rodas, Carlos Vieco, Lucho Bermúdez, Simón Bolívar, Marco Fidel Suarez, y Porfirio,
así como los cristos, las diversas versiones de cristos, unos cincuenta,
alrededor de la casa, como si Marín Vieco quisiera darle, según su instante creativo, una versión diferente a ese momento simbólico de la muerte. De ahí cobra ese
valor inconmensurable su casa, esa casa que poco a poco fue ideada, modificada
por él mismo, ya que al crearla como su centro de actividad, donde residen
sus esculturas, aun respira esa primavera creativa, que con el tiempo ha dejado allí su huella en
cada una de esas esculturas que lo emplazan, que lo nombran.
Aquí,
por este jardín, por estos pasillos, en este interior, residió Marín Vieco, por
aquí el aroma del tabaco de su pipa lo acompañó mientras ideaba lo que serían
sus obras, la persistencia en inspirarse, para que sus manos ablandaran el
barro con sus primeras ideas para que esos modelos luego se cristalizaran en
alguna de sus esculturas.
Pero
si hay pocas notas escritas por él mismo sobre su proceso creativo, sobre
como inicia una escultura y a partir de un boceto, que luego al barro como una
maqueta posible hasta verla erigida, en algún lugar ya definitivo, también es
posible realizar una lectura sobre sus intenciones, sobre esa visión espiritual
que él poseía. Su afición por representar los diversos cristos nos dan la
medida de su espiritualidad, al quererse explicar, desde diversas concepciones
propias, un evento que posee la exegesis desde siglos, como si él quisiera
explicarse una muerte tan representativa, tan llena de significación, pero esa
espiritualidad, es aún más notoria en los diversos San Franciscos, aquel que
otorgó un carácter más humano y de más poesía, llevando a la práctica misma sus
intenciones de trascender con humildad y decoro. Asimismo es posible encontrar
sus huellas en la dimensión que les otorga a sus diversos Quijotes, aquel caballero
que por la Mancha no sabe hacia dónde cabalga como si el escultor reflejara en él,
la locura, el viaje por campos llenos de retos y endriagos, pero también en la búsqueda
de la vida que se abre con sus horizontes que cada vez se alejan como una utopía.
Su cercanía al concepto de los chibchas al expresarlos inmersos en sí mismos,
con sus rostros llenos de silencio. Es como si él buscara nada menos que
traer ese mundo destruido para sintonizarlo con un presente lleno de olvidos,
lleno de caminos, sin un origen que se enlace son ese pasado memorable. Y aun en
esa inferencia él les realiza este homenaje, el concepto de un país que reniega
de su origen que no se entrelaza con lo que en realidad ha sido. Ahora miro la estructura
de Hombre en busca de paz, o Resurrección, hay tanto de
inconmensurable en ese gesto del hombre que recibe el viento, que parece
remontarlo a las alturas, desnudo, sin equipaje, que podría tratarse de un Cristo
sin cruz adherido a un círculo. En esas diversas aristas es posible juntar sus
significaciones y saber que Marín Vieco ahí se expresa, en esa infinitud, inscrita
en su misma obra. Me recuerda este poema de Barba Jacob: Yo fuerte yo exaltado,
yo anhelante.
Hay
una foto donde Marín Vieco esculpe la cara del Hombre en busca de paz, viste delantal blanco y sombrero, aun el rsotro está
en yeso y ya se prepara para vaciarlo, hay otra donde el escultor se halla
recostado a los pies de lo que será un monumento y saber cómo desde allí se
elabora ese modelo.
Jorge Alberto Marín |
Sí,
por aquí en el interior de este espacio, de esta casa conversaron en encuentros
posibles varios artistas ya consolidados. El más mencionado es Lucho Bermúdez
con su esposa Matilde Días. Ellos, con su orquesta, habían llegado a Medellín
por segunda vez en marzo del 1948, contratados por el Club Unión para la
inauguración del Salón Dorado. La Orquesta de Bermúdez estaba conformada por el
pianista Gerardo Sansón, Gabriel Uribe, Luis Uribe Bueno, Alex Tobar, entre
otros músicos, también dos clarinetistas y saxofonistas; el negro Jack,
baterista peruano; el vocalista Bobby Ruiz su intérprete estrella, pero muchos
de ellos no vinieron a Medellín.
Ya
en Medellín, Lucho Bermúdez y Matilde Díaz, eran asiduos visitantes en
Salsipuedes, incluso vivieron allí durante unos meses. Bermúdez había conocido
a Jorge Marín Vieco, músico y escultor, un año antes en Bogotá. El nombre de
Salsipuedes se debe a que una noche de 1949, Marín Vieco invitó a diversos
amigos a un baile para inaugurar el mural que su amigo Horacio Longas pintó en
la sala de su casa. Esa noche de fiesta subieron allá, a Robledo, unas
doscientas personas, pero a la salida, la lluvia anegó de pantano las
carreteras destapadas, dificultó el regreso, a los invitados y a los pegajosos.
Lucho, sin lucha aseveró, 'sal si pue'.
Fabio de Jesús Casas Arango
anota algo preciso que aclara el origen de Salsipuedes al rememorar un libro Recordando de Alberto Burgos donde éste
entrevista a la primera esposa de Jorge Marín: “Es bien sabido que Marujita
Muñoz, (María Muñoz Duque) oriunda de San Pedro de los Milagros fue la señora
esposa del maestro Jorge Marín Vieco. En entrevista realizada a Marujita Muñoz
por Alberto Burgos Herrera ella manifiesta que "un día llegaron a nuestra
casa unos señores de apellido Zapata y dijeron a Jorge:.-Don Jorge, allí en el
sector de La Pola hay una casita que venden, la están rematando y la están
dando muy barata; vaya con la señora y vea la casita. Fuimos a ver la casita y
Jorge me dijo: ¿Vos si sos capaz de vivir aquí ?. Claro que soy capaz, yo sí, ¡
yo sí!. ... Y poco a poco la fuimos
arreglando. Jorge por su oficio de músico y escultor compraba algunas revistas,
y algún día compró una argentina llamada La Chacra; en esa revista estaba la
foto de una casa campestre hecha con arcos y muy bonita, y Jorge me dijo: -Ve
Marujita, mirá esta casita. - Sí, está muy bonita. - Y ahora que vamos a
reformar la casa, ¿por qué no hacemos la nuestra así? Tumbamos ésta y poco a
poco levantamos una como la de esta foto; yo soy capaz de hacer formaletas para
esos arcos, y con despacito la vamos levantando. Y así fue; con cualquier centavo que
conseguíamos hacíamos un muro, luego un arco, una parte del techo, y lentamente
apareció la casa a la que bautizamos Salsipuedes, pues en la revista decía:
Casa de campo en Salsipuedes, Córdoba, Argentina. El cemento era a 2.50 pesos
el bulto, los adobes y las tejas eran a centavos, la madera y todo era muy
barato... ¡Ahí aprendí yo tanto de albañilería!... incluso sabía mezclar las
pegas y por supuesto pegar adobes.
..."
De
la Orquesta de Lucho Bermúdez fueron asiduos visitantes a Salsipuedes, algunos
de sus músicos. Uno de ellos, el contrabajista Luis Uribe Bueno, quien allí
compuso uno de sus temas El Cucarrón,
incluso Uribe Bueno sería más tarde director artístico y musical de Sonolux y
se quedaría viviendo en Medellín, donde realizaría una gran actividad musical
en algunos campos. También en diversas fotos es posible ver a Gabriel Uribe, clarinetista,
flautista y saxofonista, que también se quedaría viviendo en Medellín, y
además, pertenecería a la Orquesta de Sonolux, a la Orquesta de la Voz de
Antioquia, y más tarde a la Banda Departamental y a la Orquesta Sinfónica de Antioquia.
Gabriel Uribe le inculcaría su talento a su hija, la pianista Blanca Uribe,
quien desde niña lo acompañaba a Salsipuedes, donde ella ejecutaba al piano algunas
composiciones clásicas. Por supuesto que Gerardo Sansón, pianista, que no era
judío sino un moreno fornido también asistiría con ellos a Salsipuedes.
Una
noche de 1948, memorable por la fiesta, más tarde por el nombre dado a la finca, no ha opacado el motivo central, la inauguración de un mural, una témpera, con
un motivo muy de su autor, un baile típico, realizado por Horacio Longas. Longas,
arquitecto diseñador del Club de Campestre, también fue dibujante pero sería
más reconocido por su talento como acuarelista. Por supuesto Horacio Longas,
era uno de los grandes amigos de Marín Vieco y uno de los contertulios en
Salsipuedes donde aun su mural es el testimonio de un gran amigo que le ha
dejado a otro artista un gran presente.
También
en algunas fotografías es posible ver a Jorge Artel, su nombre verdadero era
Agapito de Arco, que había escrito en 1941 un libro de poesía Tambores en la noche, donde exalta a las
negritudes, de profesión abogado litigante, también había sido traductor en la
ONU. Él ha dejado su huella en un poema escrito en la pared de su puño y letra, “Cuando me vaya no sabré si un
poco de esta casa se va en mi toda dentro de mi corazón o si es un pedazo de mi
corazón lo que se queda en esta casa”. Artel, que ya no era Agapito, pero si un
viajero y un bohemio, viviría muchos años en Medellín, sería columnista de El Colombiano, e Inspector de policía en
Santa Elena. A él lo acompañaría a Salsipuedes, Estercita Forero, la gran
compositora Barranquillera, durante su romance, incluso por La Habana, donde él
olvidaría su efervescencia por las negritudes y sufriría el desprecio de
Nicolás Guillén. En 1949 ella, como cantante, se había presentado en Medellín
en el Edén Country Club. Estercita Forero, más tarde, debido a lo excelso de
sus composiciones, sería considerada la Novia de Barranquilla.
También
llegó asistir a Salsipuedes Argemiro Gómez, un ceramista, que fue alumno de
Marín Vieco, que además era un gran bailarín, y luego profesor en el Instituto de
Artes Plásticas. Él había estudiado cerámica en Italia con grandes maestros de este arte. En sus clases hacía mucho
hincapié en lo precolombino, pero aquí en la ciudad no encontró un medio que
acogiera su arte, ya que pensaban que trabajar en la cerámica era solo para
mujeres y quien lo practicara era un gay de pura sangre. Argemiro, de tal manera, decidió irse a a Nueva York donde vivió la feroz competencia en ese arte,
luego en Chicago, insatisfecho de su creación, destruyó obras valiosas de su
autoría.
En
una de esas fotografías, de las pocas
que hay y por lo tanto más valiosas, están Jorge Marín Vieco, Lucho
Bermúdez, Jorge Artel, Matilde Díaz algunos músicos de su orquesta, tomando
cerveza y en un festín al aire libre, detrás, una de las tapias de la casa, convirtiendo
esa fotografía en un documento, que vence el paso del tiempo y que nos regresa a
esas fiestas, a esa bohemia allá en Robledo, tan alejado de Medellín, y, sobre
todo, en ese oasis, en esa casa apasionada. Más tarde a Marín Vieco, en su
ausencia lo acompañarán sus amigos, en los rostros esculpidos por Jorge
Alberto, su hijo, y el artista Julio Maldonado. Marín Vieco no quería que su memoria
se perdiera ya que en sus jardines y, en el interior de su casa, persiste la
presencia de ellos, ya fuera en una nota, en un poema, en una pintura, o en su
presencia transfigurada en algún otro objeto.
También
esa galería de visitantes sigue con Manolete, con Fernando González, con León
de Greiff, con Alejandro Obregón, con Enrique Grau, con Pablo Neruda, con Jorge
Robledo Ortiz, con el dramaturgo Campitos, que, talentoso y mordaz con los políticos
había compuesto un sainete, Llegaron los parientes
de Medellín, que fue todo un suceso, incluso, aquí en la ciudad le
entregarían en pergamino un reconocimiento de parte de los periodistas y de
algunos artistas en 1950.
Doña Jenine y Juliana |
Muchos
años más tarde, en 1968, a pedido del odontólogo y artista Antonio Osorio Díaz,
Gonzalo Arango, como motonauta, junto a
él, recalarían en Salsipuedes. A Ambos, Marín Vieco y a Arango, los uniría
cierto éxtasis por lo espiritual, visible en las obras del escultor y, aun más
en Arango que, en secreto se creía un pontífice. El nadaísta diría de
Salsipuedes, en un carta de 1969 a Jorge Marín Vieco: “Bueno, aquí me tienes
por tu “culpa”, desolado y con una nostalgia inmensa de amistad, de tu casa tan
cerca del cielo, ese corredor asomado a la ciudad que titila. Amotinado de
flores, esos geranios en que la vida proclama su belleza efímera, su secreta
voluntad de perfección, y en la dulzura de esos aromas una ilusión desesperada
de Dios”.
Es
más, esa presencia es notoria en uno de los libros sobre el nadaísta, Gonzalo Arango, pensamiento vivo, de
Juan Carlos Vélez. En este texto se combinan doce fotografías de Arango, junto a
la presencia de Jorge Marín Vieco con algunas de sus esculturas en las que
priman sus cristos. Gonzalo escribiría un bello poema, Los cristos de Salsipuedes, donde deja presente ese carácter y esa bonhomía
de Marín Vieco, así como de Salsipuedes. Es más, Marín Vieco le regalaría una
talla de un Cristo al nadaísta.
Sí,
sobre la casa inicial de tapia y sencilla, solitaria e idílica, en medio de la
montaña Jorge Marín Vieco buscaba la tranquilidad para sus reflexiones y,
además, mucho más tarde para desarrollar su arte, la escultura, además poco a
poco la fue modificando, agregándole arcos, así como otros espacios
para que esta casa se convirtiera en el espacio propicio para sus creaciones,
es decir, la fue construyendo a su imagen y semejanza, así como cuando desde el
barro él moldea alguna de sus figuras. De ahí el patio con sus esculturas, los
cristos en las paredes. De ahí la sensación que siento al entrar, al caminarla,
al mirar la sala, el comedor, los espaciosos salones, las fotografías, las
pequeñas esculturas, los pianos, sus grandes esculturas. Aquí Marín Vieco ha
dejado su obra de arte: esa casa, su
casa, encalada con paredes blancas, y ese jardín donde alguna vez el
perfume de unas mil quinientas matas de rosas recibió a los visitantes, junto a
las doscientas matas de orquídeas. Pero sobre todo, sorprende la presencia de
sus esculturas, y algo precioso, la prolongación de las tertulias de artistas
donde se respira ese ambiente de otra Medellín.
Al
caer la tarde, luego de una grata conversación, en el segundo piso, en un
espacioso salón, Juliana, hija de Jorge Alberto, relata un cuento y ya, casi a
oscuras, Jorge Alberto, su hijo, toca para los visitantes unas piezas de Carlos
Vieco. Entonces caemos en cuenta que la noche cierne su tela sobre la ciudad ya
no lejana sino que bordea este preciado lugar y ya es hora de irnos, así ocurre
con los visitantes, pero algo es cierto, hemos obtenido respuesta a esa
pregunta lejana sobre Salsipuedes, y hemos conocido aún más a Medellín.
Solo
restan estas reflexiones de Jorge Marín Vieco, escritas para Jorge Alberto, su
hijo, el 6 de enero de 1974:
"Empezaré
a vivir nuevamente el día en que pueda; ofrecerte algo positivo, como sea que
me realice como escultor con una obra abundante; y fuerte (-.). A mí me cogió
ventaja la vida y los elogios que “a veces recibo por mis obras" los
escucho con sensación de no merecerlos (_.). Si juntara toda mi vida me hago
creer que la he dedicado por entero a la escultura pero la verdad es que si sumo
el tiempo trabajado no son más de diez años dedicados a este oficio que aunque
lo amo, también con frecuencia rechazo ¡intensamente. Ha faltado dinero, es
cierto. Pero cuántas veces me sentí tentado a encerrarme en una cabaña a
crear, dejando todo el mundo atrás y no lo hice... A hora se me está acabando
la vida y mi obra es inconclusa. Mi "sueño de llenar a Salsipuedes de
muñecos" te va a tocar a ti realizarlo. Tú vas a ganar más dinero que yo y
vas a saber administrarlo- Vas a tener con qué pagar las fundiciones y los
materiales que yo no pude. Tuve el orgullo de nunca buscar trabajo o contratos.
Sin excepción siempre me buscaron en mi escondite de Salsipuedes pero ahora me
pregunto si no tendría razón Rodrigo Arenas a quien tanto critiqué por coger su
Volkswagen de oficina en oficina para buscar oportunidades. No tengo el
temperamento de vendedor y de pronto tienen razón los que dicen que es
necesario".
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Bibliografía:
-Santamaría
Margarita Inés, Un sueño se cumple en Salsipuedes, El Colombiano, Medellín,
junio 13 de 1999.
-Ángel
Félix. Que sucedió con la cerámica artística en Medellín. El Mundo, Medellín,
enero 26 de 2017.
Pianos en Salsipuedes |
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Víctor, extraordinario el video, el documento; nos retoma las tardes y noches de intelecto, diversión, baile, rones, en un espacio que no es permitido llevarlo al abandono, el olvido. SALSIPUEDES, un lugar para retomar los momentos significativos de ciudad y transmitirlos a la sociedad en general.
ResponderEliminarEste trabajo de recoger la historia oculta de Medellin y el Área Metroplitana se hace indispensable, en un momento en que a las nuevas generaciones sólo les quedará un sartal de selfies de sonrisa idiota y labio torcido.
ResponderEliminarFelicidades Víctor
¡Coñooooooooooooooo! por fin Víctor rompió el silencio..
ResponderEliminarAbrazo hermano
Me ilustré con tu escrito. Hay aristas que desconocía y
la ignorancia a más de atrevida es a veces grosera.
Bueno, me gustaría publicarlo... así que si me autorizas
lo haría próximamente.
Víctor, gracias, la sacaste de jonrón con gol olímpico. Gracias por la poética de la recuperación de esa memoria. Eres un adalid para escudriñar tanto recoveco de nuestra cultura ancestral y aún victoriosa al paso del tiempo.
ResponderEliminarEsta es una labor poética, sin demeritar otros buenos trabajos como el que le hiciste a los ferrocarriles. Es dispendioso ese ojo auscultador de nuestras memorias culturales, testimonio de las épicas batallas del arte en nuestro departamento para Colombia. ¡Carajo, qué asunto este tan bueno, alrededor de una buena parrillada de chorizos y arepas de mangarracho.
Gracias por tan heroico esfuerzo, hermano.
Lo estoy leyendo!!! Muy genial… Muchas gracias!
ResponderEliminarmuchas gracias por ese retrato tan entrañable de Salsipuedes, don Jorge Marín, su obra y sus amistades, y por la imagen de Gonzalo Arango. Saludos cordiales
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