Roma de Alfonso Cuarón
Víctor Bustamante
La actual beatitud
cinematográfica ha llegado al paroxismo generalizado, ese que sorprende con la
llegada de una, dizque obra maestra. Por supuesto, esos ademanes de poca
pesquisa cinematográfica, matizada de sahumerios y, oh, vaya, mostrar lo que
somos, en estos días de final de año, sin ninguna acritud ni deseos críticos
sino de una bonhomía total, seducidos por que otra vez una película
latinoamericana, mejor una telenovela casera, llega a la servidumbre de optar
por el Óscar.
De ahí que, cada vez más
el término, obra maestra, se deteriora, cada que lo utilizan algunos llamados
críticos tan despistados con respecto a este arte, o, aún más, sin conocimiento
de lo que es la exégesis del cine, lo cual lleva a que muchos coincidan en
esa carrera sin obstáculos de presentar
esa película en pequeños festivales donde adquieran renombre, a través
de premios, crónicas, rechazos, escándalos, para seguir escalando a lo que
algunos piensan que es lo más alto, es decir, ganar más premios, cuando ya
sabemos que si hablamos de arte en realidad es otra cosa, no esa publicidad
timorata, latente, a veces llena de un ruido exterminador. Ese camino ya lo
conocemos. Cada año la industria, como la denominan las stars, se vuelve experta en crear ese batiburrillo
de expectativas en pos de la llamada gran obra de cine, que luego de obtener
premios y reconocimientos, comienza a
palidecer, a desinflarse de una vez, volviendo a su único lugar, usanza
ya prevista en el mundo del márquetin, caer de ese árbol diario de noticias
donde la ha situado ese camino de los polígonos de los diarios, las notas de la
tele, que palidecen otra vez hasta convertirse en pura hojarasca, simpleza, y
esa sensación sin aire, de siempre, hemos sido engañados de nuevo hasta el
próximo año cuando la industria cinematográfica reactive las mismas
circunstancias y creen de nuevo falsas expectativas para que su aparato publicitario
imponga la película elegida a cualquier precio y con cualquier cosa, iba a
decir película pero dejémoslo así. Hasta ahí no me alcanzan los términos. De
ahí que los fake news merodeen entre nosotros sin haberlos visto.
Todo lo anterior para
referirme a Roma de Alfonso Cuarón,
(2018), pero antes miremos las tonterías que dice uno que pensé que era un
crítico equilibrado, serio, Carlos Boyero de El País, “La cámara de Cuarón —manejada por él mismo— crea un
efecto hipnótico desde el primer plano hasta el último. Utiliza un primoroso
lenguaje visual para hablar de eso tan simple y tan complejo, tan alegre y tan
amenazador, tan luminoso y tan sombrío, tan cotidiano y tan excepcional, tan
apacible y tan violento, tan tierno y tan cruel que definimos como vida”.
Boyero me deja estupefacto con lo que él define “Efecto hipnótico”, no sé en
realidad hasta donde le alcanza esa suerte de arrobamiento, pero Boyero que no
es un voyeur, se baja de su torre de celuloide, para evadir otros tópicos del
film y luego sumirse en un largo silencio.
El
Mundo refiere al nacimiento de una estrella, de Yalitza
Aparicio, y le da un tono de mentira total: “Esta cinta de tintes
autobiográficos ha colocado a Yalitza de forma fulgurante entre las estrellas
de Hollywood, que han quedado perplejas ante la inmensidad de un papel
interpretado por una actriz que a priori, no era profesional. Emma Stone o Hugh
Jackman son algunos de los actores que han querido conocerla y fotografiarse
con ella.”
“¿La inmensidad de un
papel?”, hasta donde un medio tan específico y de tanto peso añade eso de la
inmensidad. No sé si quien escribe vio la película, o si a lo mejor se la
contaron, porque de inmensidad no tiene nada. Es más, si en algo falla esta
película es en esa falsa de inmensidad de su actriz, que no le imprime ningún
tipo de carácter a su actuación, solo repite las palabras del guion y prosigue
en lo que es ya otro lugar común y sin letargo, una actriz de las llamadas
naturales a las cuales su director no le exigió una llama de vida, un soplo
creativo, sino la mansedumbre total de su inexperiencia. De ahí que cada escena
donde Cloe intervenga no se nota, pasa sin ningún riesgo ni atrevimiento, sin
ninguna exigencia de parte de su director. La pasividad total la subsume en ese
mundo donde solo sabemos de ella que trabaja en una casa con una familia
normal, con una esposa algo aletargada, algo ida, ausente, y eso sí, pésima
conductora.
Arturo Aguilar nunca un
águila con su ojo nunca clínico señala: "Quitándonos cualquier
nacionalismo o subjetividad mal entendida, la película de Cuarón tiene
elementos suficientes para sostenerse como la mejor del año. Su economía del
lenguaje cinematográfico es extraordinaria". Aguilar, lejos de su nido tampoco, devela
nada, sino lo blando, lo de la economía del lenguaje que es otra de las frases
del cajón de algunos cinéfilos despistados, que no abordan el cine con una
dignidad diferente sino con una complacencia instantánea y de una autosatisfacción
nunca memorable.
En Letras libres una chica añade que el paisaje, mejor el pasaje,
cuando Cloe ya convertida en mártir por el batiburrillo adolescente, a la
entrada al hospital, es señalado como el momento cenital de este film debido a
la falta de asistencia médica por ser ella, Cloe, de escasos recursos. Por
supuesto que la autora es lo que podríamos llamar una autentica feminista, eso
sí muy radical, y de pelo en pecho, pero pésima reseñadora, donde su ensayo y
las circunstancias de ese momento que analiza se pierden en el aire de sus
conceptos despabilados y en las cifras.
Estas son las señales y
señitas que dicen los diarios, algunos críticos, mejor apostilleros
desaprensivos, y las notas de los diarios escritas de afán, de relleno, como
tantas cosas en este cyber universo de la manada sin criterio donde no se dice
nada y se habla de todo.
Pero hablemos de la
película, de Roma. Si tiene algo para
valorarla es que Cleo, haya sido interpretada por lo que llaman, como gran
descubrimiento, actores naturales, término sacado de la misma gaveta mental
de quienes lo afirman, y, es debido, a ese mismo carácter de natural, que esa
actuación pasa a través de la película de una manera desangelada, sin
imprimirle carácter, sin un momento en que uno la vaya a tener presente, como
una gran actuación, o en el menor de los casos, pasable, a pesar de Cuarón, cámara en mano, que posee el poder de
enfocar las luces hacia sus protagonistas, y, por supuesto, darle más
reconocimiento, a esa pálida actuación apenada y sin gloria. Ya sabemos que el
imperio del cine crea sus verdades, y sus postverdades. En ese universo de
fantasía, hasta las verdaderas y las flacas actuaciones son mentira. A Cloe,
que parece un maniquí, sin carácter ni dignidad no se le escucha una mala
palabra, no le da rabia, no hace reclamos, su imagen se construye en una sola
dirección: que ella sea impoluta, sacrosanta, que sea engañada por un machito, amor ocasional, y hasta que
salve los niños, heroína domesticada, donde, a lo mejor, Cuarón se lo agradece
después de las advertencias de su madre, para que no se internen en el bravo y
proceloso mar. De tal manera sacrificio, lealtad, es decir, sumisión y honradez
dentro de la pobreza mental, con ese desparpajo y en ese silencio y beatitud,
sirven para crear una Cloe de una pasividad total, con tanta masilla en su
rostro pétreo que su actuación pasa deslucida, sin carácter, y no es para
menos: su actuación no se nota. Su rostro es el mismo, inexpresivo, que uno ve
en esos rostros de estatuas mixtecas, sin contundencia. Vacíos.
Por aquí sí encuentro una
luz al final del cine. Es Gardeazábal, metódico y categórico, sin pelos en la lengua ni en las manos:
“Lenta, lentísima.
Aburridora y sin gracia, tratando de retratar el afecto por la mucama desde los mismos repetidos espacios, se le
pasa el tiempo sin que uno se interese. Se gasta minutos y minutos dejando
chorrear el agua mientras la empleada del servicio, (epicentro de la
película),lava y lava lo que después descubrimos que no es el patio interior de
la casona de la colonia Roma en el DF mexicano sino el estrecho garaje donde el
señor de la casa se gasta otro pocononón de minutos tratando de meter un carro
anchísimo de comienzos de 1970.También
se gasta largos minutos para mostrarnos al karateka totalmente desnudo
mostrando su colgandeja y su presunta habilidad para manejar el bambú pero no
haciendo el amor con la mucama y
cuando saca la película de la casona y la lleva a clínica o al mar,
se vuelve tan sensiblera como una película de María Félix. Véanla. No exagero”
Además, Cuarón todo un
cuate, es todo un moralista, no deja hacer el amor a Cloe para no irritar su
recuerdo y su amor maternal a aquella que sacrificó su vida en la sombra y en
el mar en pos de su cuidado, nunca de su educación sentimental. De ahí que
respete esa presencia extra familiar como si fuera su madre misma, como en
realidad parece que lo fue su madre sustituta, a quien le dedica este pesado y
aburrido film, donde los actores campean sin ningún rigor, sueltos, y sin cautivarnos, bajo una mirada de los
años 70, banal, llena de simplezas. Eso sí Fermín el amante de las artes
marciales, desnudo, realiza frente a ella, a Cloe, diversas fintas, y
florituras, pases, a lo mejor mágicos con su vara de bambú; gritos de lucha,
que recuerdan los gestos de algunas aves, pájaros de verdad, para cautivar a la
pareja elegida en esos escarceos de verano y calentura, que más parece un juego
de esa vanidad de pasarela que una aproximación a ese claro objeto del deseo,
su presa, Cloe, que vestida en la cama lo mira perpleja, a lo mejor, pensando
que esa vara de un bambú rígido la traspasara mientras el Fermín en su San
Fermín chicanea y, es entonces, que llega un fundido y de esa manera simbólica,
sin la estocada final, Cloe queda embarazada y lastimeramente sola,
convirtiéndose en la secuencia más charra de una película sin charros donde ese
momento erótico es narrado bajo una simbología, nunca de los 70, con su amor
libre y descarnado sino a punta de florituras orientales, eso sí sin palomas
que anuncien la llegada del primogénito.
Algo si tiene de valioso
la película, la mucama o sirvienta, no la realiza una modelo despampanante y de
plástico como se acostumbra en muchas telenovelas mexicanas, sino una chica de
origen mixteca, como en realidad ocurre, inmersa en ese romanticismo de
la pobreza como origen y sin caminos a un futuro, a lo mejor promisorio.
A Roma le falta algo desde
el comienzo, el intermedio y hasta el final, ese algo que no se adquiere de la
noche a la mañana sino con la pasión que se merece: poesía, es
decir, ese toque, ya sea en la actuación o en la fotografía, o en los elementos
ocultos, o en los diálogos, en la narración misma; algo que conmueva desde un
comienzo o que muchas veces resurge de una manera despiadada a través del
desarrollo de la película. El resto es puro márquetin adherido al cine como uno
de esos caminos centrales de Hollywood- Netflix que arrasan con el tema que sea para conmover a os cautos desde el sillón de su casa, porque se han untado de un poco de tercermundismo.
LOS APUNTES DE EDGARITO: Continúan los desperdicios en palabras de muchos críticos que quieren instalar en el inconsciente colectivo unos sucesos tan comunes y cotidianos que no impresionan a nadie, ya lo dijeron Víctor Bustamante y Gardeazabal en sus múltiples visiones tan contundentes como siempre.
ResponderEliminarfalto ese pequeño detalle del avión paseándose desintersadamente por los cielos grises y pálidos como su historia, a merced de las miradas indiferentes, parece ser que en su atribulado viaje todos los caminos conducían a Roma. HOY, DESDE LA OFICINA CENTRAL DEL NEONADAISMO,MAÑANA DESDE CUALQUIER LUGAR DE LA CIUDAD.