viernes, 2 de noviembre de 2018

MENTIROSOS, GORRONES E INJUSTOS / Darío Ruiz Gómez





MENTIROSOS, GORRONES  E INJUSTOS

Darío Ruiz Gómez

El verdadero novelista es ante todo, como recuerda Nabokov,  un gran chismoso. Tomás Carrasquilla gozaba averiguando chismes sobre la vida  de las gentes de su vecindario  y de este modo iba haciéndose a una idea precisa sobre el alcance de la estupidez  social, de la bajeza de ciertos  seres humanos  hasta lograr construir literariamente ese magistral fresco de costumbres marcadas  todas por el fetiche del dinero, por el complejo social de raza u origen, por la codicia. Otra cosa es el mentiroso moral, aquel que para engañar  se basa en la buena fe y en la credibilidad  de las gentes, aquel que suele hacer  ostentación pública  de virtudes de las cuales carece y es capaz de desdoblarse  en múltiples  personalidades  tal como lo hace el hombre camaleón que magistralmente describe Woody  Allen en su magnífico film, “Zelig”. No es en el teatro, como uno podría pensar,  donde se da con mayor profusión esta profesión sino como lo comprobamos  cada día es en la política donde con más peligrosa  frecuencia y mayor  habilidad por parte de sus protagonistas se produce el camaleón que, naturalmente cambia según las circunstancias de color, de tono de voz, de modo de vestir  al enfrentar el protocolo social. “Me extraña, dice José Antonio Marina, que no se haya dado tanta importancia en antropología a la detección del mentiroso. El mentiroso quiere siempre sacar ventaja.  Es un timador. Desde el punto de vista individual, la búsqueda de la verdad es una necesidad, incluso vital, del ser humano”  ¿Cómo detectar entonces  a los profesionales de la mentira en un país de mentirosos? Y agrega Marina. “Un caso  especial de mentira es la de hacer promesas que no se van a cumplir” y Dennet  citado por Marina. “La capacidad de detectar trampas, de recordar las promesas rotas y de castigar al tramposo, hubo de ser inculcado en el cerebro de nuestro ancestro en una sociedad”  Por eso cuando una sociedad no solo cae en manos de gorrones y mentirosos, de injustos sino que se convierte en una sociedad que por pura dejadez moral los tolera, los reelige políticamente estamos refiriéndonos a una sociedad cuyo diagnóstico  no puede erróneamente  hacerse  desde la desgastada fraseología política sino desde la patología porque es una enfermedad contagiosa que termina precisamente por arruinar  los valores sobre los cuales se fundamenta  la convivencia, el mutuo respeto que justifica la diversidad. “Y es absolutamente seguro que  una sociedad que no favorece la detección de gorrones, mentirosos e injustos, o que los tolera- a veces con alharacas- o que acepta o incluso aplaude la infidelidad, es muy estúpida”.
O sea que hay sociedades frustradas, sociedades fracasadas y sociedades estúpidas tal como lo ha analizado lúcida y certeramente Ortega y Gasset. “Hay sistemas políticos, señala Marina, poco inteligentes en ambos sentidos. Empobrecen  la inteligencia de sus miembros, limitan sus posibilidades, deprimen sus ocurrencias y las creaciones colectivas son igualmente miserables.” El  radicalismo  de ciertos grupos  de profesionales,  intelectuales, políticos – ciertas oenegés  dan plata pero no inteligencia crítica-  es de este modo una práctica política sin sentido  y que como lo comprobamos  hoy  ha estupidizado a quienes  la practican  ya que en su retórica  lo que se disimula  es  la misma miseria moral de  aquellos a quienes señalan como  los representantes de la hipocresía  oficial. “El corrupto tiene que defender  el mismo orden legal y moral que transgrede, porque  es precisamente  de este orden del que recibe sus beneficios extra”   

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