viernes, 2 de noviembre de 2018

Películas rigurosamente editadas a mano / Víctor Bustamante




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Películas rigurosamente editadas a mano

Víctor Bustamante

Prólogo

Estos cuentos fueron escritos en el trascurso de diversos años, entonces se trataba de un proceso de aprendizaje acompañado de disímiles contingencias y calles. Con el tiempo se convirtieron en una presencia a través de las sucesivas indagaciones que entregan ciertas curiosidades, determinadas maneras de acercarse al cine. Poe, Borges, Ruiz Gómez, Onetti, Cabrera Infante, y Cortázar me acompañaban y aun me acompañan con el deseo de desentrañar el secreto de la creación. Poco a poco estas historias surgieron como una manera de exorcizar la imposibilidad de hacer cine, ya que en esos días de mil novecientos ochenta era vedado, debido a la circunstancia tecnológica y al aislamiento. Apenas existía la fotografía como una manera de acercar la gran pantalla, pero era lejana la posibilidad de filmar, de poseer las imágenes en movimiento.

Durante estos años el cine ha ocupado un lugar primordial. He auscultado esa otra forma de arte, aún más popular, convertido en films muchas veces extractados de novelas o cuentos. En estos, es notoria la imposibilidad de cristalizar en múltiples fotogramas la escritura misma. De sí, cada novela o relato convertido en película da el sabor de que algo ha fallado, ya que es improbable que este sea expresado en imágenes. Existen innumerables circunstancias que lo verifican. Orson Welles lo intentó con El Quijote, diversos autores claudicaron con Proust, Corman, con Vincent Price, merodearon por la saga del gran Poe; de alguna manera ellos se aproximaron. De ahí que la escritura, tan personal, solo permita que, al ser  convertida en novela o cuento, quede como una solita y sólida expresión de su autor, y que los lectores hipócritas, luctuosos e imaginativos, conjeturen como sería al convertirla en película, ya que las palabras son fugaces y huyen de quien quiera convertirlas en imágenes.

Con mi llegada al cine, he tratado de aprehender ese universo paralelo que cohabita junto a la literatura. Nombres como Fellini con su ensoñación y la poesía de sus imágenes, Pasolini con su humor y su dureza como su propia expiación,  Altman y su acedia, Renoir y su ternura para narrar junto a Michel Simón. Bergman haciendo un posible universo impreso en su existencialismo religioso. Houston dando una visión diferente a un cine de Hollywood que también merodea por la creación de autor.

Junto a la labor de dirigir cine, han aparecido multitud de oficios. Uno de ellos el hablar de los diversos films vistos que desemboca en convertirse en crítico, pero nunca he querido serlo. Pero sí he investigado sobre el tema cuando se refiere a películas perdidas, así como aquí, en estos relatos, hay un acercamiento a esa utopía. Ya sea con los diversos nombres de los guionistas y sus proyectos inacabados, ya sea el director de cine lleno de más fantasía y discurso que solo posee películas en su memoria, ya sea en los camarógrafos que filman documentales como una manera de decir que ellos hacen cine. Pero la materia de esos cuentos, en última instancia, pertenece a ese secreto que guardamos allá, muy escondido, en nuestra zona aún más oscura, la poesía del fracaso con todos sus demonios e infiernos personales. Los personajes y circunstancias de estos cuentos hubieran preferido entrar a la pantalla durante la proyección de una de sus películas preferidas y perderse como en el célebre relato de Margarita Yourcenar, sobre Wan Fo, a su vez retomado de un texto de Herman Hesse, cuando el pintor entra y huye al interior de su propia  pintura.
V.B




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