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Películas rigurosamente editadas a mano
Víctor Bustamante
Prólogo
Estos cuentos fueron escritos en el trascurso de diversos años,
entonces se trataba de un proceso de aprendizaje acompañado de disímiles
contingencias y calles. Con el tiempo se convirtieron en una presencia a través
de las sucesivas indagaciones que entregan ciertas curiosidades, determinadas
maneras de acercarse al cine. Poe, Borges, Ruiz Gómez, Onetti, Cabrera Infante,
y Cortázar me acompañaban y aun me acompañan con el deseo de desentrañar el
secreto de la creación. Poco a poco estas historias surgieron como una manera
de exorcizar la imposibilidad de hacer cine, ya que en esos días de mil
novecientos ochenta era vedado, debido a la circunstancia tecnológica y al
aislamiento. Apenas existía la fotografía como una manera de acercar la gran
pantalla, pero era lejana la posibilidad de filmar, de poseer las imágenes en
movimiento.
Durante estos años el cine ha ocupado un lugar primordial. He
auscultado esa otra forma de arte, aún más popular, convertido en films muchas
veces extractados de novelas o cuentos. En estos, es notoria la imposibilidad
de cristalizar en múltiples fotogramas la escritura misma. De sí, cada novela o
relato convertido en película da el sabor de que algo ha fallado, ya que es
improbable que este sea expresado en imágenes. Existen innumerables
circunstancias que lo verifican. Orson Welles lo intentó con El Quijote, diversos autores claudicaron
con Proust, Corman, con Vincent Price, merodearon por la saga del gran Poe; de
alguna manera ellos se aproximaron. De ahí que la escritura, tan personal, solo
permita que, al ser convertida en novela
o cuento, quede como una solita y sólida expresión de su autor, y que los
lectores hipócritas, luctuosos e imaginativos, conjeturen como sería al
convertirla en película, ya que las palabras son fugaces y huyen de quien
quiera convertirlas en imágenes.
Con mi llegada al cine, he tratado de aprehender ese universo paralelo
que cohabita junto a la literatura. Nombres como Fellini con su ensoñación y la
poesía de sus imágenes, Pasolini con su humor y su dureza como su propia
expiación, Altman y su acedia, Renoir y
su ternura para narrar junto a Michel Simón. Bergman haciendo un posible
universo impreso en su existencialismo religioso. Houston dando una visión
diferente a un cine de Hollywood que también merodea por la creación de autor.
Junto a la labor de dirigir cine, han aparecido multitud de oficios.
Uno de ellos el hablar de los diversos films vistos que desemboca en
convertirse en crítico, pero nunca he querido serlo. Pero sí he investigado
sobre el tema cuando se refiere a películas perdidas, así como aquí, en estos
relatos, hay un acercamiento a esa utopía. Ya sea con los diversos nombres de
los guionistas y sus proyectos inacabados, ya sea el director de cine lleno de
más fantasía y discurso que solo posee películas en su memoria, ya sea en los
camarógrafos que filman documentales como una manera de decir que ellos hacen
cine. Pero la materia de esos cuentos, en última instancia, pertenece a ese
secreto que guardamos allá, muy escondido, en nuestra zona aún más oscura, la
poesía del fracaso con todos sus demonios e infiernos personales. Los
personajes y circunstancias de estos cuentos hubieran preferido entrar a la
pantalla durante la proyección de una de sus películas preferidas y perderse
como en el célebre relato de Margarita Yourcenar, sobre Wan Fo, a su vez
retomado de un texto de Herman Hesse, cuando el pintor entra y huye al interior
de su propia pintura.
V.B
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