domingo, 26 de agosto de 2018

Poema / Paula Guarin



Poema / 
Paula Guarin

Era una sombra extraña
tejida desde el suelo,
hecha con el filo de la Aurora y de la noche,
adornada con tormentos que la hicieron más pura,
elegida por la lluvia nació danzando la sombra,
urgida de perfumes voraces y sedientos.
Así iba ella con su rostro atestado de rocío,
multiplicada en la hierba, apartada de las cosas,
era apenas un engendro incubado en la fatiga,
el negativo de una chispa que se negó a ser lumbre.

domingo, 19 de agosto de 2018

EL HOMBRE QUE NO ESTUVO AQUÍ / Darío Ruiz Gómez

Pawel Kuczynski



EL HOMBRE QUE NO ESTUVO AQUÍ

Darío Ruiz Gómez

El  hoy expresidente Santos simplemente salió del país olvidando que debía solicitar permiso para ello al Congreso. ¿Olvidando o haciéndolo olímpicamente por parte de quien, como acertadamente recordaba un comentarista,  nunca pareció tener  en cuenta las leyes y normas  que rigen la vida de este país porque nunca se sintió parte de éste? Alguien  que una vez instalado en la presidencia se olvidó  del ciudadano  que  le dio el triunfo en las urnas. ¿No fue hace quince  días a entregar las obras de mitigación que en Mocoa debían prevenir una nueva tragedia como la presentada hace dos años y que  ahora se volvió a presentar? El criollo santafereño  según Hernando Téllez   nunca se llegó a sentir identificado con estas tierras considerándose un aristócrata de la metrópoli. El síndrome del Conde de Cuchicute  y de la Marquesa de Yolombó, la falsificación histórica como premisa política y cultural. ¿No visitó  San Andrés  para hacer  “acto de presencia”  después de perder nuestro mar territorial, para no volver jamás a cumplir sus promesas? Todavía hoy después de siete años los habitantes de Gamarra se quejan de los errores de construcción, del mal urbanismo, de los inmensos sobrecostos como consecuencia de la corrupción de políticos y gamonales. Vuelvo a recordar la sorpresa que sentí al ver la foto de un gran empresario como Luis Carlos Sarmiento, aquí en Medellín dando inicio con su firma de ingenieros a lo que pomposamente  se llamó las grandes autopistas de la montaña. ¿Las ha visto algún afortunado viajero que todavía debe someterse a la azarosa  carretera que va de Medellín  a la Pintada plagada de tractomulas?  Pero la desaparición del país nacional se hizo  patente sobre todo en los distintos medios de comunicación del “país nacional bogotano” y en  la actitud centralista de la  clase política, en la relajación moral que se apoderó de la justicia tal como se puso de presente en esa pintoresca y falsa élite de magistrados y altos jueces, en esa caricatura  social que surgió con la proliferación de corruptos o sea con la mañesería de nuestros  nuevos ricos.  ¿No se va en el momento en que en el llamado postconflicto  se  abren más y más heridas  y aumenta el número de víctimas a causa de las minas personales  que las Farc  prometieron  eliminar?  La clave  de esta historia  está  en  la invitación de la reina de Inglaterra a un banquete  en su honor, culminación de un sueño  infantil – Santos se formó en Inglaterra- que no encontró  la resonancia  esperada a nivel  nacional  pues  los créditos  de esa monarquía  han caído ostensible y notoriamente  y el Bogotá donde los grandes periódicos se ufanaban de sus exclusivísimas “Páginas de alta sociedad” ya no  existe y  esas páginas se dedican hoy a la vida de farándula.

Es todo aquello  que el viento  inevitablemente se llevó: por eso mismo estamos percibiendo  que la prosa centenarista  de columnistas y áulicos  que lo aplaudieron  también  comenzó a mostrar su vacuidad, a convertirse   en la hojarasca  que viene  después del despilfarro de la prosperidad en manos de los corruptos,  melancólica  hojarasca que  invade los recintos del palacio donde  ha quedado  el fantasma del Patriarca en su otoño prematuro, la figura alucinada del hombre sin patria  que-  recordemos el extraordinario cuento de Kipling -  quiso un día ser  rey.    

sábado, 18 de agosto de 2018

EL PAISAJE CAUTIVO / Darío Ruiz Gómez

Pawel Kuczynski


EL PAISAJE CAUTIVO

Darío Ruiz Gómez

El campesino sometido a una dura labor en el campo, no ve el paisaje, el concepto de paisaje  tal como lo señaló en un espléndido ensayo Kenneth Clark sólo se da plenamente en la cultura moderna  como vivencia,  en el momento en que el campesino es liberado  de su alienación, detiene sus pasos y observa las montañas, el celaje hasta entender que este es su verdadero territorio, estas son las imágenes que lo acompañaran toda la vida. A partir del movimiento romántico  en Inglaterra  Burke incorpora al concepto clásico de belleza  el concepto de lo bello existente en la naturaleza. A Burke  se le debe el concepto de panorámica, el  ilímite confín que se abre al coronar un alto, la cima de una montaña y concomitante a este concepto  el de horizonte tal como lo describe Cano en su célebre cuadro “Horizontes”. Ese hermosísimo verso de Epifanio Mejía. “Cargadas de silencio llegan las tardes”  se puede equiparar al verso inmortal de Guillermo Valencia. “Hay un momento en el crepúsculo en que las cosas parecen brillar más” Esa luz imperceptible  que penetra en los espacios propicios a la soledad de las almas en los  cuadros de Eladio Vélez: Lo que no está en las imágenes no existe pues carece de ese trasfondo existencial que hasta el más retraído de los  seres humanos, los niños, los locos, logran  fijar en su  retina como referencia  necesaria frente al desmedido deterioro del entorno. La selva  es la naturaleza y no la cultura,  diferencia que establece Kevin Lynch entre paisaje natural y paisaje construido: entre la majestad de las selvas amazónicas y el paisaje construido por los grandes paisajistas  de Francia desde el Renacimiento, el Barroco hasta nuestros días. De ahí la declaratoria de Patrimonio de la Humanidad al paisaje construido en  la zona cafetera de Caldas, Risaralda, Quindio. Categoría  que  alcanzó  el paisaje construido de la región del Oriente antioqueño  hoy arrasado por la vulgaridad de constructores improvisados, por la ausencia de una verdadera planificación del territorio que nos  hubiera  recordado que  el paisaje  es un valor patrimonial en tanto fue construido  y determinado por las  manos de mujeres, de niños y de hombres que así bautizaron lo que era  un confín  indeterminado, barbecho.

Recordamos  con tristeza la destrucción de la Sabana  cundinamarquesa. Pero hoy cuando las gentes se lanzan con el frenesí propio de quienes estuvieron durante décadas confinados a causa de la violencia, a buscar los ríos de los Llanos, de la Sierra de la Macarena, de la geografía de los pueblos de valles y montañas, de nuestros litorales, lo que se está poniendo  de presente  con esta movilización que propicia el intercambio social,  es que el derecho al libre desplazamiento por cualquier territorio que los grupos violentos le negaron al ciudadano, enajenando  las distintas  geografías, destruyéndolas, nos privó de una experiencia cultural  fundamental,  legado de  quienes abrieron caminos, cultivaron la tierra y la bautizaron con su sangre,  concepto  realmente histórico  de patrimonio  que fue y debe ser de ahora en adelante el principio jurídico  para configurar  definitivamente  el concepto de territorio, arrebatado  por la violencia de los cultivos de coca, por los mineros envenenando los ríos,  por quienes  hoy  quieren absurdamente privatizar el paisaje con fines comerciales o quieren seguir considerándolo como fueros politiqueros.  No sólo  pues, zonas de reservas sino el paisaje construido como patrimonio.

jueves, 9 de agosto de 2018

Los Talleres del Ferrocarril en Bello





62 Bello: Destrucción y abandono de su Patrimonio Histórico

Los Talleres del Ferrocarril en Bello

Para Fredy Saxo, para Manuel Arango, para Pablo Gallego y Stefanía Rojas.

Víctor Bustamante

A la entrada, con solo dar unos pasos, la carrilera ha sido cubierta con gravilla y una capa de pavimento, para que puedan pasar las camionetas y los automóviles, hacia este improvisado parqueadero, ya que cualquier lugar en el ámbito oficial adquiere ese destino: guardar autos, elementos del desastre de las administraciones sin proyectos; lo que no se usa se abusa. Nos reciben dos vagones escorados cuyo óxido ha corroído su costillar, lo ha lamido con toda la perseverancia del descuido, ha mellado su anatomía; el óxido ha mordido la augusta tecnología de su momento. Además, una madreselva recobra su lugar, culebrea por las ventanas de uno de los vagones, ha ocupado la puerta junto al acoplador y domina el chasis también perdido en su herrumbre. ¿Cuántos años a la intemperie llevan estos vagones donde nadie los ve como síntesis de la perfidia?

Otro vagón donde el óxido, con su persistencia, ha carcomido su color, deja ver en su interior uno de los signos de lo que fue la industria más significativa de Antioquia, pero la ineficacia, los malos manejos, de este proyecto le quedó grande a los administradores; no fueron capaces de sostenerlo, podían más las mezquindades de los negocios privados. ¿Antioquia la grande? Sí pero para cosas menores. En este vagón no sabemos cuántas personas viajaron en su época de esplendor por todo el valle, por toda la carrilera hasta puerto Berrío y de ahí Hasta Santa Marta para ver el azul y la magnificencia del mar. Tanto esfuerzo, tantos años, tantos proyectos, tanto tesón para que solo su funcionamiento fuera de unos 50 años si acaso. Región que se antoja con un proyecto y no es capaz de mantenerlo a flote y solo aquí advertimos los índices de su mismo desprecio: los vagones derruidos como antesala a lo que veremos luego, un proyecto nacional de trasporte hundido y desueto, olvidado como el sueño anestésico de una utopía abandonada que se expresa aquí en su desolada manera de ser, porque cada una de estas bodegas, cada uno de esos rieles enterrados, cada una de esas puertas color mate rojo de agraciada moldura son el sinónimo de lo que somos: deslealtad, menosprecio, corrupción y mentira.

Sobre el costado de una de las paredes la vegetación y las trepadoras de un verde intenso zigzaguean como si sus tentáculos buscaran pacientes el rastro de humedad por las paredes de ladrillo. Y algo desusado e inédito: un cementerio al costado entre la hierba, muchas cruces de madera de color blanco con los años, con las fechas de defunción; talvez sea que han traído de las otras estaciones y  a lo largo de la línea férrea los restos de aquellas personas que murieron en su labor. Pero mirado así, en este desolado lugar son como si se hubieran adelantado en un preparado happening de la muerte. Cementerio de crucecitas blancas, entre el verde intenso el follaje con solo la fecha última, es decir un número,  nunca con un nombre.

Camino, caminamos por la Estación de los Talleres del Ferrocarril de Bello. Me sobrecoge la alevosía  del abandono: las paredes de las bodegas filtradas por el agua desde los techos casi derruidos, creando esas líneas, arañazos de humedad, que con los años se ensañará tanto que los ladrillos se aflojarán y se caerán, resquebrajando las estructuras. La maleza ha cubierto la línea de los rieles, la yerba, los esquejes, se apersonan de la banca, tienden sus tentáculos por las escalas donde alguna vez persistieron tantos viajeros en la espera del tren para iniciar el viaje. Los vitrales de las bodegas enormes se hayan mancillados por el polvo que los opaca; aún más, hay demasiados vidrios rotos que dan cuenta de esa sinfonía negra de la indolencia. Entro, entramos a las bodegas olorosas, no a la historia idílica, no a la epopeya, porque el ferrocarril lo fue, sino a la masacre de la historia que el tiempo causa, desdora y entrega después de tanto esfuerzo, para conceder lo que vemos, palpamos, dolernos. Bodegas que estuvieron atiborradas de mercancías, bodegas que antes fueron talleres para la integración de las líneas férreas, bodegas ahora colmadas de la basura actual: pupitres de colegio, motos en desuso, computadoras fuera de base: o sea, las bodegas improvisadas del deterioro, y sobre todo, el olor, el aroma sucio de las ruinas modernas de una región donde la modernidad y el decoro pasaron como el viento esquivo de las tardes hacia ninguna parte. Pero estoy hablando de la pasividad del tiempo, aquel que con los días, y las lluvias y el sol calcinante o el frío irremediable, lento, pero pausado va deteriorando este lugar que fue  inobjetable y apreciado. Pero me he referido solo a los abusos del clima, me he referido solo a la lancinante manera de saber que en 100 años, los primeros, fueron de éxito, los otros fueron de una indecencia de quienes debieron mantener este lugar con su dignidad. En los últimos sesenta años, no hubo una propuesta, no existió un proyecto, una idea respetable de parte de los encargados de salvaguardar la riqueza del municipio, del departamento y de la región. Siempre pasaron de largo, en esta pausa tan larga, en este interregno escabroso, nadie fue capaz de venir a estos talleres a elucubrar siquiera una idea para su protección. De tal manera los administradores públicos siempre pendientes de sus legados de risa por los personales, y sus pequeñas y secretas y perversas mezquindades, olvidaron por completo, no solo esta estación sino las estaciones del ferrocarril mismo y como contraprestación y un ridículo aporte decidieron decir que desde 1980 estos lugares: estaciones y paraderos, la misma línea del ferrocarril y los vagones eran patrimonio nacional mientras se caían a pedazos y conformaban otro tipo de ruinas, la exaltación de la mentira escrita en el Diario Oficial, letra muerta, esta, cuando desaparezca el ultimo riel, quedará como una fábula, una fallida épica solo para verla en las fotografías o en las ruinas mismas. Pero ya lo sabemos aquí todo es pura letra muerta en el país de los olvidos, de la torpeza, de los discursos, de las babas que ya conocemos. Palabrería que surge como maleza desde el mismo Diario Oficial.



Tanto esfuerzo, tanto tesón durante unos cuarenta años cuando Francisco Javier Cisneros, partió desde Puerto Berrío con ocho personas buscando la mejor ruta para el trazado del ferrocarril, por entre la selva, por entre ríos con corrientes tormentosas, por entre culebras y lluvias, vegetación espesa, desconocida,  y la ardentía de sus vidas hacia lugares desconocidos solo con una brújula y su entusiasmo. Luego se construye una obra poderosa, el Túnel de la Quiebra para facilitar la vía cuando se termina la línea hasta Medellín, lo cual abría las posibilidades de los negocios, a la utilidad, a la economía, a la integración y olvidamos que por aquí prosperó la región, y, nunca, en estos últimos años existió una referencia de peso para no dejar desmoronar este patrimonio.

Pero vamos al comienzo. José María Bravo Betancur relata esta épica la construcción del primer enclave, en su llegada: “Continuaron los trabajos hacia Medellín y el 8 de diciembre se entregó el sector del K 43 al K 49, en las proximidades de la Estación de Bello, localizada en el K 484 + 900. Referente a este sector, extractamos los siguientes apartes del Informe presentado por el Ingeniero Ernesto Cadavid E., el 29 de enero de 1913: "En la sección de Bello están establecidas tres cuadrillas, en Guacimal, Lazareto y Bello, que son las que se necesitan para la construcción de esta parte. Como en el kilómetro 50 no hay tierra para la construcción de la Estación Bello y para los terraplenes inmediatos de la Q del Hato, hubo necesidad de comprar tierra a José Velásquez, de un solar inmediato a la estación, a $ 0,03 el metro cúbico”. Luego añade que debe llenarse la vega que va de terrenos de los señores Santamaría hasta la Q. del Hato que es de dos kilómetros aproximadamente.
Luego, ya en pleno funcionamiento desde Puerto Berrío hasta la capital del departamento, añade Agapito Betancur, quien había trabajado en el ferrocarril y muchos añas más tarde sería alcalde de Medellín: “Paseo a Bello: Bello es una población situada en medio de hermosos campos a 9 kilómetros de Medellín hacia el Norte. Muestran allí la casa donde nació Marco Fidel Suárez. Cerca está la Fábrica de Tejidos, de Bello. Junto a la Estación del Ferrocarril la Fábrica de Tejidos del Hato y los magníficos talleres del Ferrocarril de Antioquia”.

Llama la atención cuando expresa, los magníficos talleres del ferrocarril, ya que en este momento funcionaban con prontitud y decoro. Pasear a Bello tardaba tres horas en automóvil, desde donde podía mirarse las diversas casas campestres, y, sobre todo, el Club Cantaclaro para riñas de gallos. Entrar allí era como salpicarse con la brizna del status y la popularidad.

Luego, con la incorporación de la línea del Ferrocarril de Amagá, el Ferrocarril de Antioquia amplió su longitud desde Puerto Berrío hasta Jericó en 320 kilómetros. Esto permitió la conexión por tren de los ríos Magdalena y Cauca y, facilitó las labores de maniobra y mantenimiento en los Talleres de Bello, lo que tuvo un impacto positivo en la operación de toda la línea como una sola empresa, abandonando la administración por secciones propuesta por Cisneros. Así mismo, las estaciones de El Limón y de Santiago perdieron su importancia como estaciones terminales y pasaron a ser bodegas menores.

Los Talleres de Bello fueron construidos entre 1921 y 1925, su arquitecto fue Neftalí Sierra que había estudiado en la Escuela de Minas. Llegó a ser profesor allí mismo y, además, participó en la creación de la Sociedad Antioqueña de Ingenieros. Trabajó con la firma HM Rodríguez e hijos, incluso se casó con la hija de Horacio Marino Rodríguez, Carlota. Una de sus obras de renombre fue la construcción del Hotel Magdalena que se valora por ser el primer edificio construido en cemento reforzado en el país.

Desde 1917 empieza a trabajar en el Ferrocarril Antioquia, luego, en 1918, es comisionado con otros ingenieros para viajar a Filadelfia a la Baldwind Locomotive Works, para estudiar la construcción y el diseño, así como el funcionamiento de procesos referentes al uso de talleres para el ferrocarril. A su regreso, a comienzos de 1921, realiza los planos de los talleres. Empezando con el montaje del taller de carpintería y de secado de maderas. Esto permitiría el aprovechamiento de los especializados carpinteros locales y, además, la empresa no importaría madera de baja calidad y se ahorraría dinero.

En un informe del Superintendente del Ferrocarril, Ernesto Cadavid, quien había diseñado y construido la carrilera hasta Bello, añade:  “Ya está hecho el plano de la planta del taller, y consta de un edificio para Almacén y Oficinas, de 55x11 metros; un salón para maquinaria fija, de 60x36 metros, con 9 fosos de inspección (pits) para reparar y armar locomotoras; un salón para fraguas, de 25x15; un edificio para carpintería, de 30x15; uno para reparación y construcción de carros, de 90x15; un trasbordador, de 100x18; un cobertizo para reparación de carros; una casa redonda; un almacén de modelos, de 20x14; almacén de aceite, una carbonera, un almacén de maderas, de 20x10, y juegos de carrileras. Al principio se construirá lo que sea necesario para el servicio y se irá ensanchando a medida que las necesidades lo exijan”.



Ya se había planteado la apertura del Túnel de  la Quiebra que  uniría las líneas del ferrocarril y así mismo con la adquisición del ferrocarril de Amagá, los talleres de Bello se constituirán en el centro de esta empresa. Como centro industrial sus directivos planeaban que unas 100 locomotoras y 1000 vagones podían ser atendidos allí, ya que 22 millones de toneladas de mercancía entre las exportaciones e importaciones le daban ese liderazgo como la empresa más poderosa y significativa del departamento.

Para 1925, el perfil de los talleres estaba casi definido, dejaba entrever sus patios, la carpintería, el cobertizo para vagones, el edificio para Almacén, la planta de secar maderas, el guarda-ropas, el transbordador eléctrico, el depósito de maderas secas, el depósito de aceites, el edificio para fundición, la sub-estación eléctrica, el acueducto, la línea de transmisión para energía eléctrica, el muro de piedra en la quebrada La García, la instalación contra incendios y el taller de mecánica. Estos talleres fueron inaugurados el 20 de noviembre de 1926 y bendecidos por el obispo Manuel José Caicedo en una ceremonia solemne.

En 1938 y 1942, el Ferrocarril de Antioquia construyó el Ferrocarril de Occidente situado en el territorio del antiguo Caldas, instaló más de tres mil líneas telefónicas, y edificó el Hospital de Puerto Berrío. Paralelamente intensificó la adquisición de material rodante para diez años, con un pedido al exterior de equipos para carga.

En los Talleres del Ferrocarril se superaron situaciones imprevistas, como la ocasionada por la Segunda Guerra Mundial, cuando era imposible la importación de repuestos y piezas indispensables para su eficaz mantenimiento. La valiosa obstinación del personal, ingenieros, mecánicos y peritos, llevó a que fueran capaces de producir los accesorios de mayor volumen y costo. Se comprobó entonces que las obras ejecutadas en las distintas secciones del taller constituían un verdadero adelanto de la siderurgia y la metalmecánica en el país. Lo evidencian los autoferros, los carro- tanques, las góndolas y los vagones para pasajeros. Este periodo fue el de más intensa y variada actividad constructora en la vida del ferrocarril.

Pero ahora 94 años más tarde estos talleres ahora abandonados, sinónimo de todo el esfuerzo de una región, de un puñado de personas, de pioneros, el ladrillo aun luce la perdurabilidad que le otorga la poesía de su creación, así como los portales cerrados con sus incrustaciones de la madera noble elaboradas aquí mismo. El viento circula y no trae mensajes sino la discrepancia de una pregunta, ¿qué ocurrió aquí?

Aquí en la mudez, en el silencio y con la aquiescencia del viento que pasea sus murmullos, que merodea por las bodegas olorosas  a aceite quemado, que fustiga los pabellones ante la ignorancia y el abandono, se construyeron los artesonados y puertas para el Palacio de Calibío, aquí a este lugar Goovaerts vino a inspeccionar cómo iban las obras ideadas por él y ya materializados por los ebanistas y carpinteros. Luego, estas puertas y portones fueron llevados desde aquí hasta la Estación Villa en tren y luego a lomo de mula a la construcción en proceso.


También en estos talleres se dio una interacción con la Escuela de Minas, lo cual trajo como contraprestación el estudio y la práctica, es decir, la preparación de estudiantes en temas afines al ferrocarril, de tal manera el interior de los talleres se convertiría en la Escuela de Artes y Oficios debido a la alta preparación de los estudiantes y obreros.

Ha quedado en la memoria, que es lo único que nadie ni el abandono puede emascular, la Estación Bello partida por el acceso del Metro, sin aquellos viajeros a través de sus líneas que se iban para la Costa a disfrutar y a sentir el mar con sus tocados de huida o también los viajeros a lo largo y ancho del territorio en cada una de sus estaciones y paraderos hasta Puerto Berrio, pero también aquellos que en medio de la bullaranga de vendedores de frutas, de hojaldres, de gaseosas, de cerveza Karla, de frituras, que se iban para los charcos de Barbosa o a la Estación Botero, a pecar y a pescar; iban de huida otra vez para oler la hierba del campo, la mixtura del paisaje, la soledad y el silencio, así como a cambiar de lugar para que les trajera una buena ventura ese respiro.

La pátina, que como lustre  le da profundidad a las estatuas de bronce al aire libre, aquí no existe. Podríamos hablar de la pátina de esa grandiosidad perdida, de la efervescencia de este lugar, donde ingenieros y pioneros, mecánicos y carpinteros, donde ingenieros y fogoneros, donde maquinistas y estudiantes, idearon soluciones. No hablaron de emprendimiento sin saber que muchos más tarde se referirían a esta palabra como un solaz, una moda más,  y no como una manera de salir de la inercia, cuando quienes ya la habían regentado nunca hicieron alarde de ella, simplemente mantuvieron la honestidad por su labor a flor de piel. Aquí en estos patios y salones, aquí en estas bodegas vacías y abandonadas donde la vergüenza y el impudor se pavonea sin escrúpulos se escuchaba el silbato del tren a su llegada cuando azotaba la tarde para  el descanso de una necesitada solución mecánica donde prestos los mecánicos llegaban con sus manos llenas de aceites y grasa. Aquí en estas bodegas se inspeccionaron las locomotoras como la Baldwin, como la Mikado.

Sí, aquí en este maremágnum de vagones y locomotoras dispuestas para su arreglo, entre el humo cálido de las chimeneas sobre el domo negro que soplaban para salir lentas, luego expeditas, a cumplir su misión al ser reparadas, puestas a punto. Aquí en estas mismas bodegas y salones, aquí en estos patios y zaguanes, no ha quedado nada, sino la lúgubre historia manchada de olvido y la pertinaz idea de un puñado de personas que no desean que esto desparezca así no más, porque las fotografías y las narraciones, así como los escasos videos señalan con su dedo acusador.

Aquí en las oficinas de estos talleres vino León de Greiff, a mirar el poderío de una región, y a conversar con Efe Gómez. Efe Gómez, su amigo, era el auditor de le empresa y aquí por esta calles  y por estas bodegas ellos caminaron. Antes de que el poeta de Greiff se fuera como inspector y luego como administrador del ferrocarril de La Pintada donde escribió una lúdica poesía, la del país exótico,  de Bolombolo, ya que él venía de tierra fría, Bogotá, a ganar más.

Llegué a ver a finales de la década del 60, por el costado de la autopista, al regreso de Barbosa, los talleres bordeados por una pared alta, donde varias grúas habían arrumado vagones y locomotoras ya derruidas; era incompresible ver tanta tecnología desueta; aun creía en la durabilidad de los vagones y de las locomotoras, pero ellas debían de estar allí en ese inventario del desastre.



Camino, caminamos iba a decir paseo pero esa palabra en este momento es cruel y lacónica, camino por las bodegas. Alguna vez entre aquí a inicios del dos mil a una de esas reuniones de maestros donde la idea de recobrar este lugar, era apenas el martirologio de la mentira en tiempo de elecciones ya que lo prometido no se cumplió, aproveché para dar una mirada y entre a una bodega alta la más alta donde vi maquinaria poderosa aun casi intacta pesada con los cuales el ferrocarril permitía el arreglo de su parque de locomotoras y de vagones.
Unos años más tarde esa maquinaria no está, parece que se la llevaron para Bogotá, lo que permite decir que esa posibilidad de un museo del ferrocarril aquí se ha perdido. Pero eso era previsible ni una idea de ninguna entidad oficial ni de ninguno de esos líderes políticos cuidados con ansiolíticos personales para evitar este deterioro. Nunca se llevaron las dresinas estropeadas y mohosas en los salones, nunca se llevaron los muros ni las paredes solo la maquinaria que era lo último y valioso, por fortuna nunca se llevarían la inobjetable historia que poco a poco se pierde en estos pasillos, en esta plataforma en estos patios, donde alguna vez ocurrió lo inverosímil, el esplendor del ferrocarril.

Las uñas de las raíces de la matas y de las hiedras, las afiladas zarzas nunca ardientes y la hierba cubren los rieles, lo que se llamó en su momento el camino de  carriles de hierro,  se han apersonado de las paredes de ladrillo: lo muerden y lo seguirán mordiendo hasta que estos muros caigan. Hay mucho silencio en los espaciosos vagones. Cuando se entra a las sombrías bodegas se siente el regocijo de entrar, tal vez por última vez, a uno de ellos, pero también se percibe el oprobio de la miseria y de la mezquindad, porque fueron abandonadas estas bodegas y pasillos, estos salones y oficinas durante tanto tiempo. Aquí sobrecoge la insularidad y la pobreza de ideas; es la materialización de nuestros políticos a nivel nacional: nada les interesa sino el pedestal portátil que cada uno carga para vivir del Estado.

A la entrada de una bodega con un interior sombrío y sucio oloroso a destiempo hay una locomotora, la 47 que se pudre a la intemperie cubierta por los bejucos de las enredaderas que serpentean en su chasis herrumbrado hasta su lomo, parece un cuadro del Aduanero, que mezcla la tecnología en declive y la enredadera que se apodera de la máquina. Nadie ha sido capaz de entrarla al salón para que el óxido y la lluvia no la deteriore, ahí continúa enterrada con su enredaderas y su abandono. Esa locomotora aparece en las planillas y tuvo su utilidad, así como la otra que oxidada yace dentro del gran salón de máquinas, donde aún es previsible ver las escaleras y los pasillos en lo alto de donde colgaban las grúas.

Hay en la actualidad un proyecto de recuperación de los Talleres del Ferrocarril en Bello; es relevante la idea de crear allí el Parque de Artes y Oficios, donde construirán un auditorio para mil personas, así como una escuela de música. Es una propuesta seria para que este espacio no siga deteriorándose, así como las personas acudan a él como un parque posible. Pero la indecisión de las sucesivas administraciones aún esperan una solución que aún no entregan.


Hace unos días en una sesión del Concejo de Bello el grupo que procuraba una opción diferente para la conservación de ese espacio, del único patrimonio significativo de Bello, fue derrotado. Lo cual es una gran descalabro que la llamada democracia sin pudor hace para golpear el ánimo popular que busca que este complejo de edificios y estos terrenos se les dé una utilización justa sin abandonar su trascendencia. Ya es hora de decirle a ese grupo de concejales y a quienes estén detrás de ese negocio, que es hora de que salgan de ese carácter de pueblerinos sin historia, que se ilustren que quieran al municipio, que no jueguen con la significación histórica de Bello.

Bello se queda poco a poco sin sus puntos de referencia: el Club Cantaclaro fue destruido, las casas de campo de las Cabañitas fueron arrasadas, los teatros Rosalía e Iris, así como la planta industrial de Pantex, son ejemplo del descuido con lo patrimonial que es lo que le da identidad a un municipio, no los proyectos vacuos de construir otro centro comercial y torres de apartamentos y el edificios gubernamentales para la burocracia. Aquí la voracidad privada de los urbanizadores llega sin pudor con sus planes y con sus contratos y osadías de bajo la manga, y por esa razón las personas y entidades culturales de Bello sabemos que están presentes para que este crimen arquitectónico no se cometa.

Quienes ganaron y, por supuesto, derrotaron, la historia, no sabrán nunca que este lugar, Los talleres del Ferrocarril de Bello, es el sitio histórico más significativo del municipio, es más, es el lugar de mayor relevancia con respecto a la epopeya del ferrocarril  que aún no ha sido destruido en el pas.

Ahora, en esta tarde, aquí en esos pasillos, aquí en estas bodegas y salones, aquí en estos zaguanes, cobertizos y  galpones donde el eco reproduce la voz, las voces, de quienes entramos, pero que en el interior sabemos que existe aún la fantasmagoría del recuerdo: lo que fue esta epopeya en su deterioro. Y lo único cierto, por este territorio abandonado como si hubiera ocurrido una catástrofe, como en realidad ocurrió, le dimos la espalda, Y aun aquí respira de una manera tóxica la filosofía del perdedor, de los perdedores.
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BIBLIOGRAFÍA:
-Tisnés, Roberto María y Heriberto zapara Cuéncar. El Ferrocarril de Antioquia, Historia de una Empresa Heroica. Imprenta Departamental de Antioquia, Medellín, 1980.
-Bravo Betancur José María. Monografía sobre el Ferrocarril de Antioquia. Colección Autores Antioqueños 82, Editorial Lealón, Medellin, 1993.
-RESTREPO GÓMEZ, Edgar. Mulas de acero, un caso de mentalidad y tecnología en los talleres de Bello. Revista Huellas de ciudad. IX núm. 11 Abril 2009. Revista del Centro de historia. Municipio de Bello.
-RESTREPO MARÍN, Francisco. Bello, arquitectura vernácula versus modernidad líquida. Revista Huellas de ciudad. IX núm. 11 Abril 2009. Revista del Centro de historia. Municipio de Bello.
-VERGARA LUISA, fotografías.





martes, 7 de agosto de 2018

Encuentro ciudadano en el Parque de Bello contra la privatización de los Talleres del Ferrocarril



Encuentro ciudadano en el Parque de Bello 
contra la privatización 
de los Talleres del Ferrocarril

domingo, 5 de agosto de 2018

62 Patrimonio Cultural Arbóreo de Medellín

Oscar Zapata, Luz Enith Solano y Mauricio Jaramillo

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62 Patrimonio Cultural Arbóreo de Medellín
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Patrimonio Arbóreo Cultural de Medellín / 62

Víctor Bustamante

Medellín trae sus sorpresas cuando es visitado y revisitado desde otras perspectivas. Una de ellas el panorama que ofrece el acervo de árboles que aún perduran desde hace años y que se han constituido en puntos de referencia, no solo para localizar o nombrar un sitio determinado sino por el peso de alguna acción memorable cerca de ellos.

Alguna vez indagando sobre la calle Maracaibo, por donde también vivió Epifanio Mejía, encontré que más o menos donde hoy queda la Oriental existía un árbol, un chumbimbo, que no permitía la continuación de la calle y que nuestros antepasados por respeto a cortarlo no dejaron que esta calle continuara. También a la calle Bomboná que rememora una batalla, fue reemplazado su antiguo nombre de El Álamo para celebrar una batalla, asimismo otra rememoración se presenta que la calle El Palo retrotrae a una batalla ocurrida en un paraje caucano, El Palo, en 1815 donde Liborio Mejía tuvo un papel preponderante. También otro nombre de árbol se ha perdido en La Alameda, hoy Colombia, por donde un personaje de Carrasquilla, Alzate iba a caballo para su finca por Robledo, allá en El Cucaracho. También hubo una discreta remembranza al nombrar el teatro Alameda como un punto de referencia, pero de esa alameda que era Colombia, el cemento y la ampliación de la calle aniquilaron estos árboles. Algunos relatos evidencian que por esa calle fue la primera vez que subió ese espanto en su caballo, El Sombrerón. En Juanambú con Cundinamarca, en la Esquina del Ciprés y además de los Baños Amador, vivió Gregorio Gutiérrez González.

Pero también existieron homenajes, la calle 73, llamada Daniel Botero, es un recordatorio a Daniel Botero Echeverri que trajo árboles para sembrar bajo su cuidado y su propio dinero para embellecer la ciudad. La avenida Echeverri honró a don Gabriel Echeverri que sembró también gran cantidad de árboles. La calle Barranquilla poseía otro nombre, El Chagualo. También existe un nombre de un barrio Las Palmas. En la actualidad un sector como El Guanábano por el Parque del Periodista, Laureles, Guayabal, Los Pinos, Naranjal, rememoran la presencia del árbol.

Pero el caso más memorable de un árbol corresponde al poema “La ceiba” escrito por Epifanio Mejía. Esa ceiba sembrada en la esquina de Junín con La Playa, junto al Teatro Junín,  con el paso del tiempo y la llegada de nuevas opciones de construcción, fue asfixiada por el cemento hasta que en los años 70 aún se podían observar sus muñones, incluso fue talada totalmente, perdiéndose de esa manera un testigo de la evolución de la ciudad, un referente. Aun no olvido a la escultora Clara en pleno invierno o verano esculpiendo un oso en lo que había quedado de otra ceiba en El Palo con La Playa, como una manera de protesta.

Había otra calle, Bolivia, embellecida a lado y lado por las palmeras, pero debido a la ampliación para que esa majestad siniestra, el auto, pasara, fue perdiendo su ornamentación. En esa calle vivió Carrasquilla, pero ya sabemos el destino de su casa.

Esta presencia del árbol en la vida cotidiana de Medellín, corresponde a una comunión entre el hombre, su convivencia y su acatamiento al árbol y a un referente del civismo encarnado en una institución como la SMP, donde aún se respetaba la representación de la naturaleza y se podía convivir con ella. Por esa razón esos árboles sembrados hacía años poseían su historia y eran punto de encuentro o dirección en diversos sectores de la ciudad, y además señalaban esas calles y barrios. Una persona como Ricardo Olano en sus diarios menciona la necesidad de otorgarle un matiz muy peculiar a Prado con guayacanes, que con el tiempo se constituyeron en una marca de su embellecimiento; estos fueron poetizados años después por José Manuel Arango. En ese momento arquitectura y naturaleza existían con un mismo propósito, respeto y recreación del paisaje citadino. Además, en muchas de esas casonas existía en su ámbito privado, el solar, como una pequeña remembranza de que la naturaleza estaba presente en esas vidas cotidianas.

También existió una costumbre inveterada y amorosa con la búsqueda de la cercanía a la naturaleza, y era la siembre de un árbol cuando un visitante ilustre era agasajado en su visita a la ciudad. Esa costumbre se perdió pero debe existir por ahí el registro de esos árboles que fueron testigos de esas presencias en un acto de consumado amor a Medellín.

Este civismo estaba alimentado por la educación, ya que en las escuelas y colegios se cantaba durante el Día del Árbol, una melodía que ya se ha dejado de lado,  “El Himno del Árbol” de Juan Zorrilla y San Martin, su letra añade, /plantemos nuestros árboles / la tierra nos convida…/. También esa donosura era mitigada por un adagio que se repite aun, no como un deber, sino como un olvido: Un hombre en la vida debe tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol.

En esta nomenclatura citadina de la cual apenas indago, alguna vez caminando por el Centro con Jaime Espinel, señalaba la ceiba de Ayacucho en la Plazuela de San Ignacio, donde ocurrió la provocación y la quema de libros por parte de los nadaístas, tan adictos al espectáculo.

 Pero Medellín también trae sus objeciones cuando es visitado y revisitado desde otras perspectivas. Una de ellas el panorama desolador que ofrece el acervo de árboles que aún perduran desde hace años y que se han ido talando para dar paso a la estafeta del “progreso”, un caso de ellos ocurrió hace poco, por los lados de La Asomadera para construir una urbanización, otro es el caso del túnel verde en Envigado donde la llamada movilidad debe crear un terreno plano para que el metro plus siga su marcha y su voracidad. Ese Metro que habla de cultura ciudadana con sus eslóganes que se escuchan a toda hora cuando se viaja en él, sin respetar el ámbito que lo rodea. También en este tema del árbol debemos tener presente el olvido en que se haya la Laguna de Guarne, uno de los últimos humedales de Medellín que fue sembrado de pinos que secaron sus aguas, junto al abuso de EPM que permitió que uno de sus contratistas la secara, al desviar el agua para una construcción,  ya que la empresa de servicios aún no reconcilia sus pésimas políticas de respeto al medio ambiente con la realidad. Y por supuesto la tala de árboles en los Parques del Río es otro estigma presente.

Este corto texto, apenas ilustrativo, porque es necesario completarlo mucho más con una buena investigación, nace debido a un encuentro en el Jardín Botánico, llamado Patrimonio arbóreo de Medellín. Este día de julio en pleno verano, la solidaridad y el afecto para proteger este aspecto de la ciudad se hizo posible desde diversas ópticas. Doña Luz Edith, muy circunspecta dio la visión de los administradores del municipio con sus buenas intenciones y la posibilidad de que este proyecto se cumpla. Oscar Zapata, historiador, se refirió con ahínco a una investigación que nos debe, porque ya fue prometida, de indagar sobre la historia y presencia de los árboles en la ciudad. Mauricio Jaramillo nos hizo sentir la presencia de ese gran tesoro que es el patrimonio arbóreo, ya que nos llevó a través de su conversación por los vericuetos históricos, por los personajes, por las campañas, por el nombre y origen de los árboles; lo cual le da un mayor peso a la presencia de la naturaleza entre el tedio del cemento y a su historia desolada del vasallaje de los urbanizadores. Él ha indagado desde diversos aspectos y por esa razón su presencia ha sido muy apreciable.

En el Walden de Toreau hay una nota explicativa sobre lo que es matar un árbol en una cultura. También un adagio de Serbia añade que, “Matar un árbol es matar un hombre”. Cuidadosamente y con mucho tino, y aun más desvergonzados,  el hombre ha acabado con los bosques y selvas, y el legado próximo será una tierra desértica y con poca agua.

Medellín, ciudad de contrastes, se hace referencia a la siembra masiva de árboles en el llamado cordón verde, pero permite la tala de muchísimos árboles en la Asomadera, además la construcción del tranvía por Ayacucho dejó la calle desnuda sin la posibilidad de sembrar árboles. Cada que los urbanizadores requieran construir sus cajas que simulan apartamentos, se les permite acabar con los escasos bosques urbanos.


Por esa razón en esta jornada de reflexión en el Jardín Botánico sobre nuestro patrimonio arbóreo, se constituye en un oasis donde hay personas que indagan, como el historiador Oscar Zapata y como los aportes y la sabiduría de don Mauricio Jaramillo, que llevan a indagar sobre otro aspecto de lo que ha sido Medellín





sábado, 4 de agosto de 2018

LO QUE CUENTAN LAS CANCIONES DE PABLUS GALLINAZUS / Carlos Alfonso Rodríguez






LO QUE CUENTAN LAS CANCIONES

DE

PABLUS GALLINAZUS

Carlos Alfonso Rodríguez

Pablus Gallinazus, es en la canción popular colombiana la oveja negra, el patito feo, el mosco en la sopa, la piedra en el zapato y el eterno aguafiestas. Cuando en el mundo reinaba la nueva ola, ése género superficial inventado por la industria de la alegría en los Estados Unidos. Un joven adolescente que nació en la provincia y estudiaba Derecho, empezó por aquellos días a pergeñar cantos, poemas y novelas que lo sacarían del anonimato y lo convertirían en el precursor de la canción protesta y social en Colombia, un lugar en el cual nadie lo ha movido y superado en varias décadas. Por lo cual sus canciones escritas hacen 52 años siguen más frescas que una lechuga, más rojas que un tomate, más verdes que un pepino y más humanas que nunca. Supongo que se puso por seudónimo Pablus Gallinazus, porque llamarse Gonzalo Navas, Juan Pérez o Perico de los palotes, era en realidad lo mismo. Sin embargo el sobrenombre de “Gallinazo” ya lo cargaba desde el colegio a causa de lo delgado y desgarbado de su figura.

Antes que Mac Luhan dijera que “el medio es el mensaje”, ya Pablus Gallinazus, era el medio y era el mensaje. Antes que se publicara “Cien años de soledad” ya Pablus Gallinazus había retratado Colombia en muchos paisajes, climas y atmósferas. Antes que el hombre llegara a la luna, sus canciones habían llegado al corazón del pueblo colombiano y latinoamericano. Por lo que bien se puede decir que hablar de Pablus Gallinazus, en Colombia y en el mundo, es hablar de Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Chico Buarque, Víctor Jara, Chabuca Granda; o sea, lo mejor del continente y el mundo. Porque hablar sobre Pablus Gallinazus es contar de seres, personajes y lumbreras semejantes a Jaques Brel, Bob Dylan, Leonard Cohen, Serrat, Cortés, que de todos tiene un poco, pero que no les debe nada ninguno, porque tiene su misma edad, su idéntico trasegar, su mismo color, su mismo latido, y una gran e irredimible conciencia.

Pablus Gallinazus, nace en julio de 1943 en Piedecuesta-Santander, cantautor y novelista que destacó en los años sesenta y representó a una memorable generación de artistas, creadores y mediadores en la entonces denominada canción protesta. Junto con Ana y Jaime, Luis Gabriel, Manuel J. Laroche, Nelson Osorio Marín, Elmo Valencia y otros más que se enarbolaron como dignos exponentes de la canción protesta. Pero Pablus Gallinazus estuvo también relacionado directa e indirectamente con lo que fue la nueva ola colombiana en donde aparecen nombres como Oscar Golden, Harold, Vicky, Fausto, Claudia de Colombia, Los Yettis y Billy Pontoni. Entre sus canciones más populares se encuentran Boca de chicle, Una flor para mascar, Mi país, Mi pequeño Larrouse, Mulita revolucionaria, Sol en el andén, Tengo treinta años. Ésta última me recuerda por el título a una maravillosa crónica de Jhon Reed: Casi treinta.

En 1965 Oscar Golden le grabó e hizo popular Boca de chicle una sencilla canción adaptada a su ritmo y entonación. De esta manera, empieza su carrera pública de cantautor; sin embargo prefirió seguir proponiendo, decodificando y asumiendo en verdad una nueva canción con manifestaciones realistas, sociales, transgresoras y rebeldes, muy de acuerdo con una época y una generación que había despertado a la vida con la guerra de Vietnam, con la amenaza de la bomba nuclear, con la Revolución cubana, con el Che Guevara, con la primavera de Praga, Mayo 68, las hierbas sicotrópicas, el rock, el amor libre, al rojo vivo y al puro cuero. Generación que llegó a pensar que todas las condiciones estaban dadas para todos los cambios posibles e imposibles, en el mundo y en el planeta. Cuando la juventud francesa repetía a viva voz: “prohibido prohibir”, “la imaginación al poder”, “seamos realistas pidamos lo imposible”, apoyados por Sartre y Simone de Beauvoir. Ahí nació la izquierda caviar, de cafetín, de ONG y de verso francés.

Pablus Gallinazus en realidad era un narrador de historias que a veces duraban tres minutos, seis, o diez; pero cuando una canción no le bastaba para contar una historia que deseaba narrar, entonces escribía una novela como la historia de La pequeña hermana con la que gana El concurso nadaismo de novela organizado por Gonzalo Arango, que supo integrar para su movimiento todos los talentos que se encontraban dispersos en las diversas regiones, departamentos y ciudades colombianas. Es así como se produce el enlace entre estos grandes creadores y jóvenes artistas que reaccionaban en conjunto contra el monstruo grande que pisaba fuerte y se metía a territorios extraños como un angurriento tiburón en el mar de las Antillas, el Atlántico y el Pacífico.

Que sea mi cuerpo alegre carrilera/por la que corran tus manitas frías/que pasen palmo a palmo por mi tierra/ hasta que se confundan con las mías./Con tu dúo de manos disonantes/ tus manitas aéreas de buitre/tus manitas de chica de los ángeles/ con tu cuerpo sembrado de trigales/las pequeñas mentiras que tú dices con tu boca de chicle/ con tu boca de chicle.
(Boca de chicle, Pablus Gallinazus)

Primer gran éxito musical de Pablus Gallinazus, una canción adolescente en el que un muchacho nacido en el campo en medio de un universo cafetero se encuentra pasmado con la sensualidad de una joven de la ciudad que trae la novedad de las gomas de mascar, el encanto, el hechizo y la coquetería de las pequeñas féminas urbanas. Todo un bello lienzo del autor, de la región, de la época y del país. Esa temática juvenil preñada de alegre fantasía y color se vuelve un pan con manquilla para la industria del disco, o sea cuando existían los discos. Grabada de manera comercial en la voz de Oscar Golden proyecta un swing plástico, alegre y festivo. Pablus Gallinazus era un joven de veintitrés años que degustaba de los primeros almíbares de la fama y el éxito. Boca de chicle en la voz del propio compositor transmite más naturalidad, más sentido, más espontaneidad y se vuelve un clásico de la canción popular desde esos días hasta los presentes.


La novela La pequeña hermana (Tercer Mundo, 1966), lo saca del anonimato literario. Una historia sencilla escrita por un joven de veinticuatro años que había estudiado cuatro años Derecho, es decir leyes y ciencias políticas. La pequeña hermana, es una ficción en la que se cuenta la obsesión del personaje principal en matar a su mujer, hecho que finalmente ejecuta a lo largo de la narración de la manera más fugaz e imperceptible. Es una historia cargada de humorismo, iconoclasta irreverencia, vanguardismo literario con borrones, garabatos, tachaduras y páginas en blanco; en donde el protagonista durante el comienzo de la historia se autodefine: “Soy un católico progresista de oposición” y al final de la historia, como pretendiendo asustar a sus lectores con un amedrantado ideario dice: “Soy comunista. Amo la pobreza. Amé a los desposeídos y dije que era bello no poseer ni desearlo”. Sin embargo, durante todo el relato es un anarquista, burlón y pendenciero. La novela La pequeña hermana es un magnífico ejercicio para un extraordinario cantautor; pero la verdad es una novela sin novela ni novelista. El joven escritor estaba todavía muy cachorro para estos avatares, aventuras y caminos.

“Alguien a aquella misma hora —quizá un poeta— aguardaría la llegada del reino de la metáfora. Son ellos quienes más se acercan a la risa, porque la risa es una protesta, tal vez la más salvaje, la más vieja de todas.

La base de la comedia y la tragedia fue la risa, y para que las grandes resoluciones fueran realidades, ha sido necesario la carcajada del pueblo a sus pequeños dictadores.

Si todos los poetas hubieran sido poetas…
Hace mucho tiempo, secretario, hubiera desaparecido la metáfora por innecesaria.

Tomar lo pestilente en agradable —el oficio de ellos— aguardar un premio, un cielo, un paraíso, es protesta, es risa de los hombres aplastados por el peso de la tragicomedia diaria. Pero han comprendido estas cosas los redentores. Si alguien espera una nueva y bienaventurada vida, es porque la que está viviendo es una mierda. ¿Por qué avanza tanto la religión en Occidente en donde hay hambre, sino por eso?”

La pequeña hermana, págs174, 175 (Tercer Mundo-Bogotá, Colombia)

De todas maneras, la primera novela del autor deja entrever un joven bastante conectado con su tiempo, un joven demasiado adelantado para su época. Era más de la ciudad, un animal de la urbe, del cosmos; aunque sus vertientes campesinas y ancestrales también se manifiestan a través de la música y el canto en donde aflora el folclor que se mezcla con la modernidad del twist, el rocanrol y el pop. Un ser más instintivo, pasional y visceral, que racional y lógico. Era un líder a pesar de él mismo y lo sigue siendo con su esplendente obra al acceso de las nuevas generaciones de cantautores y autores. En un reportaje histórico titulado: “Pablus Gallinazo”, hay un perfil que lo retrata en la época y para siempre en la pluma del ideólogo nadaista:

Hay que tener mucha personalidad para llamarse Pablus Gallinazu. Es un nombre que hay que merecer. Del que hay que defenderse. De él no sabía hasta que una mañana como un relámpago hizo un trueno que resonó por todo el ámbito nacional. Sacudió la rutinaria quietud del mundo cultural. Durante una semana fue el personaje más aparecido y discutido en los periódicos y en los ambientes intelectuales del país. La razón: se había ganado el primer premio del Concurso nadaista de novela 1966 con una obra titulada La pequeña hermana. Antes de eso no había publicado ni un soneto. Era un ilustre anónimo. Se estaba preparando en secreto para una gloria definitiva.

¿Quién era Pablus Gallinazo antes de ser famoso?

Como es escritor, es decir inventor de historias, su verdad es al mismo tiempo su leyenda. Pablus, según parece nació en Bucaramanga hace veinticuatro años. Un marinero en Buenaventura me dijo que había estudiado bachillerato con él en un colegio. Luego supe por un comisario que hizo cuatro años de Derecho en una universidad de Bogotá.

Pablus, bebe cognac, toca a Vivaldi en una dulzaina, adora las flores, frecuenta restaurantes caros, paga con cheques, nadie sabe de dónde sale la plata, no trabaja en profesiones liberales, no es un gigoló. Usa trajes al estilo de la nueva ola, pero también luce muy fresco, muy limpio. Es flaco, moreno, muy alto, con cara triste. Su abandono, su manera de estar vivo, de reírse sin ganas, de estar silencioso casi siempre, de gozar y sufrir al mismo tiempo, esa bella aventura de ser Pablus Gallinazo, todo, todo, lo que evidencia y deja adivinar en su mutismo hacen de él un artista con encanto, con seducción, rodeado de una atmósfera de misterio, de leyenda que atrae poderosamente a las mujeres.

Reportajes, Gonzalo Arango, Volumen 1. Págs.176-177.


Pablus Gallinazus, desde entonces y hasta hoy cobraba regalías, o sea derechos de autor, que es algo que tiene vivos y avivados a los compositores de éxito en el mundo. Gonzalo Arango en la época en que trabajaba como periodista en la revista Cromos lo escuchó por primera vez en un programa de radio y percibe estar ante un gran talento artístico que traía una nueva poética y canción. Sin embargo, creo que Gonzalo Arango, también pensaba como empresario artístico y se va con Gallinazus a Buenaventura a ofrecer unas conferencias con todos sus locos poetas que amaban a la bohemia, a la oscura noche, el ocio, y por supuesto que a la literatura.

—“Está bien —dijo el tipo rasgando las cuerdas con una formidable indiferencia—pero si me tiro en este programa les advertí que no soy cantante…soy mejor.”

Anunció su última canción: “El sol en el andén”. La voz empezó a salir rota, quebrada, sin aliento, con una mágica y desolada soledad, como del fondo de un zapato roto. Tristísima, feliz, salvada de un naufragio. Seducía su calma, sus tormentas. Era una voz pura, torpe, carnal, se tropezaba con el alma antes de existir. ¡Me fascinó!

Tenía razón: no era un cantante de emisoras ni de cabaret. Era nada más, pero maravillosamente, un poeta que cantaba. Su voz hacía el efecto de un cuchillo oxidado abriéndose camino por la sangre hacia las regiones más lejanas y más secretas de la emoción. Embarazada de intimidad y júbilo. La letra se dirigía a la juventud con una enloquecedora poesía. Un deslumbramiento. Ese muchacho, quien fuera, y nadie de los que escuchaban lo sabía, era un gran poeta de mi generación.
(Cromos Nº2549. Bogotá 6 de agosto de 1966, pp.69-71)

Sol en el andén es la canción que escucha por la radio Gonzalo Arango y que se le presentó como una gran novedad, eran los días de gloria y fama de Gonzalo, en los que entrevistaba en la capital colombiana a sus compañeros de generación, a personajes destacados y a algunos de sus discípulos. Pablus Gallinazus fue uno de sus personajes entrevistados.

Sol en el andén es una narración sobre la guerra de Vietnam, pero que también es una historia de cualquier guerra en donde hay muertos y heridos, que como todos los que van a la guerra tienen amores y parientes. El joven Pablus solidario, amistoso y rebelde, como buen cronista cuenta una entre mil historias de la guerra de Vietnam. Tal vez recordando la famosa expresión de Hemingway cuando dijo “Que la muerte de un ser humano me compromete porque estoy involucrado con la humanidad”. Tal vez porque una guerra interna por el hecho de estar tan cerca no es tan fácil de contar, mientras que una guerra lejana se narra con mayor facilidad apoyado o ayudado por los medios de información.

Mi ciudad esta triste, triste está la estación, ahí juega una niña con los rayos del sol. Cuando el tren se detuvo esta mañana en la estación y bajaron Speek ,Piqwel, Caldwel, el sargento, Norman, Jhon y el muchacho que nos recomendaron en el frente mi amor, tú estabas esperando con los rayos del sol. He debido venir yo lo sé. Yo sé que te quedaste mirando al hombre de la banda que debía recibirnos con los rayos del sol. He debido venir, yo lo sé, he debido volver de la guerra en Oriente mi amor, pero yo no llegué. Te había prometido la medalla de honor, el hombre de la banda guardó en su maletita su trombón, y el último de todos el de la caja grande, el tambor. Después quedaste sola con los rayos del sol. Pienso que te arreglaste para verme después cuando tu madre se durmiera frente al televisor. Yo te mostraría las heridas y tú podrás acariciarme con tu boca mi amor, podrías, podrías…Pero ya no es posible… Cuando llegó el correo hasta Saigón la gangrena ya estaba adelantada y supe que nunca te vería mi amor. Cuando el general Wesmóbiland te prometió de pronto dos medallas de honor y te dijo que sin brazos y sin piernas serías feliz conmigo. Ahora en esta tierra debajo de esta mierda sé que te has ido para a la heladería con tu ropa celeste a olvidar mi regreso, el heladero Gin preguntará qué ha pasado conmigo y tú dirás la ciudad está triste, triste está la estación y ahí espera cariño tu medalla de honor.
(Sol en el andén, Pablus Gallinazus)

Sol en el andén es una canción hablada e impregnada de honda melancolía, de tonos, matices, colores, que se van distribuyendo en la historia de un soldado desconocido que le deja a su amorosa amada solo medallas de honor que no le solucionaran nada a ella. Sol en el andén es una narración, es una crónica al soldado desconocido o al soldado que perdió la guerra y el amor. Esta historia tendrá una versión comercial en la voz de Oscar Golden, en la que se suprimirán fragmentos, en la que se le agilizará el ritmo, al final la historia se convierte en una desfiguración de la canción; pero el cantante nuevaolero se sentirá como un gran vanguardista, como un buen innovador de la canción. Y solo es un homenaje adelantado que le hace a un verdadero artista que es capaz de escribir, narrar y contar historias de la vida real. Sol en el andén es otro de los clásicos de Pablus Gallinazus, que se escucha hasta nuestros días como una versión renovadora de la vida cotidiana. Pero el verdadero “Enfant terrible” de la poesía y de la música colombiana en los años sesentas no había manifestado toda su capacidad de rebeldía, coraje y cuestionamiento hasta que graba Una ciudad llamada Pablus Gallinazus una obra musical creada por el autor en donde arremete de manera imaginaria contra las instituciones castrenses, contra sus intocables mitologías históricas, contra casi todas las castas de la vieja política y por supuesto contra los hijos del Tío Sam, que suelen meter sus narices en casi todas partes del mundo por oro, petróleo, café, caña y plata.

Una ciudad llamada Pablus Gallinazus le ganará la admiración de los intelectuales del país, la idolatría de los universitarios y de los jóvenes sin rumbo. También la ojeriza de los medios de comunicación, de los gobernantes de turno y del Ministerio de transportes de la época que lo vetará para el consumo nacional. Una ciudad llamada Pablus Gallinazus es ahora parte de la leyenda del autor, una ópera burlesca, social realista, como un buen pretexto para descargar sus fobias personales, generacionales e históricas; en verdad son solo algunas cuentas que tenía pendiente con el establecimiento cultural, social, político y económico.

El desempleo, la falta de oportunidades laborales que tienen muchos jóvenes artistas desde que el mundo es mundo y que a causa de ello no tienen la facilidad de adaptarse a la sociedad de consumo, por lo menos de inmediato; sobre todo a un medio laboral que sincronice con su vocación de artista, músico y compositor. Toda esta experiencia y vivencia personal del autor le inspiran uno de los más bellos cantos que se le haya escrito al ocio, al camino de la vida, a la vagabundería de los jóvenes y a las ansias laborales. Un magnífico tema en donde realiza una verdadera descripción de los vendedores ambulantes que cantan sus pregones durante todo el día ofreciendo sus productos en las puertas de las casas, desde que amanece el día hasta que se oculta el sol. Aunque es verdad que en estos tiempos actuales algunos lo hacen con megáfonos, altavoces, grabaciones sonoras y bulliciosos parlantes; aunque muchas veces son un tremendo fastidio, también son un verdadero ejemplo de constancia, lucha y tenacidad cotidiana, cuando no usan esas ruidosas herramientas electrónicas.




El reloj se ha dañado/ Pero el hambre despierta/ Son las seis en la puerta/ Oigo un hombre gritar/ Vendo leche sin agua/ Vendo miel vendo pan/ Y dinero no hay/ Por eso salgo siempre a caminar/ En busca de una flor para mascar/ Pensando que a la vuelta de la tarde/ El trabajo con que sueño ya es verdad/ Y recorro el camino/

Reconozco al mendigo/ Siento que vive en mí/ Como el sol sobre el trigo/ El sencillo estribillo/ Que una vez le aprendí/ Y yo camino y no termino/ Seré yo así o es que el camino no tiene fin/ Tengo los pies cansados/ la boca está reseca/ Son las seis en la iglesia /Oigo al cura mandar/ Que tengamos paciencia/

Que templanza, clemencia/ Que Dios proveerá…
(Una flor para mascar: Pabluz Gallinazus)

En los años sesenta los movimientos guerrilleros se habían propagado por toda América Latina y el mundo, tras el bullicioso triunfo del castrismo. Colombia no era ninguna excepción: las FARC, ELN, EPL, penetraban en las montañas del trópico como plagas silvestres, o como Pedro por su casa. La tierra de Pablus Gallinazus, tenía sus grandes paradigmas, uno de ellos José Antonio Galán (1749-1782), líder de la insurrección de los comuneros que fue aplacada por los soldados de la corona española; más sin embargo estas agitaciones devinieron en el germen de la independencia republicana de la que somos beneficiarios. Hay también en su departamento una larga tradición de músicos populares, siendo José A. Morales (1913- 1978) el genio más relevante en la cultura musical del departamento. El folclor, los sones de valses, guabinas y tonadas populares se encuentran filtradas e infiltradas en las nostálgicas canciones de Pablus Gallinazus, de esas grandes vertientes sociales, musicales y culturales emergen las narraciones del gran compositor nacido en Piedecuesta-Santander. 

Baja una mula del monte, viene montando Ramón/ Mula revolucionaria baja la revolución,/ Mula revolucionaria baja la revolución./ Cuando hay luna llena, ellos caminan,/Y se duermen con el sol, que es comunista,/ Y se duermen con el sol, nacionalista./ Baja una mula del monte viene montando Ramón,/ Mula revolucionaria, baja la revolución./ Las rosas que van cortando, son amarillas/

Dejan siempre rosas rojas,/ rosa flor de la guerrilla/ Baja una mula del monte,/ viene montando Ramón,/ Mula revolucionaria, baja la revolución./ Si bajan los guerrilleros, maten al buey/Que ellos salen caminando y entonces el buey pa’ q?/

Baja una mula del monte, viene montando Ramón,/ Mula revolucionaria, baja la revolución.
(Mula revolucionaria, Pablus Gallinazus)

Si en el Sol del andén hay un elogio al soldado desconocido y olvidado, en Mula revolucionaria hay más de un homenaje al equino que durante siglos ha cargado el peso del campesino, el fruto de su trabajo cotidiano y el olvido sistematizado de los gobernantes. Pero no es una mula “independiente”, ni “neutral”, es una mula revolucionaria con el jinete Ramón. Ramón según el imaginario de los años sesenta, podría ser el “Ché” Guevara, pero también podría ser una reencarnación de José Antonio Galán, el viejo líder campesino que fue descuartizado, además podría ser cualquier campesino de los años sesenta. Felizmente Pablus Gallinazus no está todo el tiempo soltando críticas, cuestionamientos al statu quo, porque es todavía joven y aunque sabe azuzar también suele reír Mi país una humorística y graciosa canción que tendrá mucho éxito con todos los públicos y creo que se podría decir con todas las generaciones; porque es un canto que ha traspasado las fronteras de los gustos y apreciaciones para meterse en el corazón del oyente, incluso en aquel que por primera vez la escucha. No es el hombre amargado que alguien supuso. Detrás de Pablus Gallinazus, también hay un comediante que dice verdades con gracejo y rocanrol.

Con un poco de humor, vamos a reír de la situación, de nuestro país. Con un poco de humor y un pañuelo en la mano vamos a reír de la situación de mi país. Ni grande ni chico es mi país se habla el español se come maíz. Así adivina tú adivina tú cual es mi país. Hay diez policías, por cada estudiante y hay un estudiante, por mil ignorantes. Así adivina tú adivina tú cual es mi país. Con un poco de humor… sigue la pista dos… las señoras de aquí se dividen en dos las señoras, "señoras" y las que no lo son. Las señoras señoras, van a mercar y las que no lo son les venden su pan. Así adivina, tú adivina tú cual es mi país. Con un poco de humor… sigue la pista tres… los señores de aquí se dividen en tres: los señores, señores, los apenas señores y usted. Los primeros "are living" en el barrio de moda los segundos habitan, casas de clase dos y los últimos ultimos, los que nunca lo son… los que hacen las casas, canciones y cosas para los otros dos. Así adivina tú adivina, tú cual es mi país. Y si no adivinas porque sos así de seguro somos del mismo país. Pues mi país mi país mi país mi país mi país mi país mi país; es tu es tu país.

(Mi país- Pablus Gallinazus)



Para nadie es ajeno que en Pablus Gallinazus, o Gonzalo Navas, hay un cantautor, un músico popular, pero también hay un intelectual, un ser humano que en años y décadas ha construido y desarrollado unas ideas, unos pensamientos, unos mensajes que expresó en su momento, pero que está en constante ebullición, actividad y adaptación a los cambios y a toda clase de cambios. Pequeñito Larousse es una evocación sentimental a ese compañero que le ha permitido descubrir el lenguaje congelado en un archivo de palabras que comúnmente llamamos diccionario y popularmente le decimos “mataburros”. Pequeñito Larousse es una semblanza de la infancia en la escuela, en el colegio y en la vida, porque el lenguaje amansado se encuentra en el diccionario; pero el lenguaje vivo, fresco, regenerado; se encuentra en la calle en permanente reelaboración que precisamente hacen los niños, los jóvenes y el pueblo en general. También es un pequeño reconocimiento a la industria del libro que tanto ha contribuido a la divulgación del conocimiento, el saber y a las ideas. Sobre todo en un país, como Colombia, en donde el lenguaje es uno de los nexos más importantes entre las regiones; que aunque conservan climas diferentes el idioma es el mismo, la patria se ha construido por medio del idioma y los mensajes de manera generalizada. Es verdad, que subsisten otros dialectos, lenguas e idiomas, pero en grado minoritario. El elogio a la industria del libro no era equivocado ni apresurado, porque es en los años sesenta y setenta, cuando la industria de publicaciones en Colombia se cimienta y fortaleza en tal dimensión que actualmente compite con la industria Argentina, o la industria de México de igual a igual, y sin ninguna exageración.

Pequeñito Larousse, el librito en que yo, aprendí a maldecir y a decir español.

La palabra mamá en la "M" busqué y al final encontré la palabra mujer. Y me fui repasando las palabras tabú de mi nuevo maestro, mi pequeño Laurosse. Y me fui repasando las plumillas Larousse, y mis ojos de niño en la Venus del milo; Y mis ojos de niño en la Maja del libro; y mis ojos de niño masculino plural. Me volvieron un hombre charlatán, singular. Les conté a mis amigos de mi nuevo saber Y se armo mi corrillo de ayer, les hablé: de la "a", de la "b", de la "c" y al llegar a la "h" Confesé que cobarde, confesé que no estaba la mentada me madre. Mi pequeño Larousse, se fue quedando atrás, en la calle aprendía sin tener que buscar. Se formó mi corrillo de palabras corrientes con las que hablan los hombre y maldicen las gentes. Y entre el Larousse y los cocheros, entre el papel y los venteros, de mi barrio nació la agridulce manera de cantar español...

(El pequeño Larrouse, Pablus Gallinazus)

Un concierto musical de Pablus Gallinazus es diferente a cualquier otro artista, que necesita de una superlativa publicidad. Pablus necesita de un ambiente en donde se encuentre lo suficiente cómodo para poder desplegar la tecnología de su canto y arte, es decir no precisa de la presencia de la embajadora de los EEUU ni de la comitiva de la primera dama de la nación ni decir que es el concierto de despedida ni siquiera el último; sino de ese público fiel que lo ha acompañado por décadas y que se ha multiplicado a través de generación en generación, en las universidades, en los tecnológicos, en los colegios, en los sindicatos. Entonces, solo entonces podremos escuchar nuevas versiones de sus viejas canciones para seres de todas las edades que quieran volver a ser niños y jóvenes, entre ellas ésta:
Soldadito de plomo que tienen los niños/ Recuerde que un niño

le puede quitar el fusil, una mano, una pierna, la piel. Recuerde soldado que soy yo quien cuida de usted. Yo que digo siempre a mi niño cuidado cuidame el soldado que te regalé Recuerde soldado que un niño es malvado y que un niño puede crecer más que usted. Recuerde soldado Que un niño es malvado y que un niño puede crecer más que usted.
(Soldadito de plomo-Pablus Gallinazus)

Es grato anotar que un cantautor que inauguró su repertorio con manifiestos, proclamas, arengas y cantos rebeldes. También destaca por la construcción de cantos para niños y jóvenes, que es un territorio verdaderamente libre de impulsar, proyectar y retomar. Un espacio que se creía exclusivo de Marlore Anwandter, María Elena Walsh, Gabilondo Soler Crí Crí, Emilio Aragón “Miliki”, Yola Polastri o Miss Rossi, pero que éste extraordinario cantautor retoma esta temática a través de su condición de padre, de ser humano y artista comprometido con la sociedad, el país y la humanidad. Así aparece la marcha infantil Eneas Gallinazo compuesta en colaboración con Iván Darío López.

Eneas Gallinazo Eneas Gallinazo Eneas Gallinazo es un nené. Todavía hace pipí

Todavía hace popó Molesta a su papá Molesta a su mamá Eneas Gallinazo es un nené Cuando sea grande él será bueno Porque se parece a su papá Él será un niño con muchos dientes Y mucho pelo Porque se parece a su mamá. Eneas Gallinazo Eneas Gallinazo Eneas Gallinazo es un nené.


(Eneas Gallinazo -Pablus Gallinazo/Iván Darío López)




Estas canciones para niños: Un moco más, El trineo de los niños, Hay un niño en la calle y un diamante en un balie, aparecen en el lado B del LP EL COMANDANTE PABLUS GALLINAZUS, “El comandante” es otro de los apodos de Pablus Gallinazus como agitador social en los años sesenta.

En 1971 Una flor para mascar fue la canción ganadora en el Festival de la Canción en Bogotá, interpretada por el cantante chileno Carlos Contreras, cuando existía un gran movimiento a favor de las canciones con mensaje, propuesta y contenido social que se proyectará desde la aparición de grupos como Sudamérica, hasta Los pasajeros, integrado por Roland Higuita, Hernán Rúa y Leonardo Rúa.

En 1972 Hay un niño en la calle y un diamante en un baile composición de Pablus Gallinazus, fue ganadora del Festival de la canción Coco de Oro en la ciudad de Barranquilla. Desde esa fecha la producción de discos, publicaciones, grabaciones y conciertos no ha cesado y entre sus más grandes intérpretes se encuentran: Oscar Golden, La Orquesta Billos Caracas Boy, Rodolfo Aicardi, Alci Acosta, Harold, Liliana, Gustavo Quintero, Carlos Contreras, Ana y Jaime, y muchos otros más.

Pablus, es además autor de la novela La bella Marangola (1998), El libro de los amados (2005), Crónicas de sangre del general Antagónico Bermúdez (2011).

A Gallinazus se le suele ver en la prensa, cuando se le tiene en cuenta, como un común cantante popular e ignorar de manera muy evidente que en él hay una gran inteligencia capaz de generar ideas, mensajes y pensamientos que han permanecido por décadas. Precisamente, el reconocimiento universal que obtuvo Bob Dylan, en gran parte fue al gran escritor de canciones que siempre fue. Por lo mismo Pablus Gallinazus, no debe pasar solo como un simple cantautor, sino también como un escritor precedido de una obra literaria y musical, que es lo que ha sido y será; porque es evidente que escuchar a Pablus Gallinazus, no es lo mismo que escuchar a Leonardo Fabio que a su lado resulta un inacabable vendedor de lágrimas, o a un tal Leo Dan cuyos cantos suenan a viejas cantaletas comerciales, para no hablar de Ricardo Montaner y Arjona que son una patética e interminable letanía de mal gusto.

Cuando en el 2008 llegaron los nadaistas a la Fiesta del Libro con motivo de los 50 años de la irrupción del conocido movimiento sesentista, llegó también a Medellín Pablus Gallinazus con sus definiciones e ideas sobre la importancia de preservar el medio ambiente. También sobre por qué estar prevenidos del consumo de productos agroquímicos y divulgando de esta manera el debate sobre estos temas. No faltó quien le dijera “que era hijo del gobernador de Bucaramanga y un niño bien” y a los nadaistas que contaban anécdotas de las hostias pisadas “que todos juntos eran unos grandes mentirosos”. Entonces todavía estaban vivos: Elmo Valencia, Jaime Espinel, Alberto Ángel, Humberto Navarro “Cachifo”. Este año se cumplen 60 años de la irrupción del movimiento y del primer manifiesto nadaista que es una obra producto del ímpetu de la juventud que se encuentra en permanente combustión y en constante generación de ideas y mensajes. Cuando Medellín era una ciudad hostil a las cambios, cuando se educaba en el temor al infierno y no en el goce del conocimiento. Aparece el primer manifiesto que cuestiona los valores de la antigua sociedad: “No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio. Todo lo que está consagrado como adorable por el orden imperante en Colombia será examinado y revisado. Se conservará solamente lo que esté orientado hacia la revolución y que fundamente, por su consistencia indestructible, los cimientos de la sociedad nueva”. En otro documento se cuestiona al trabajo: “los nadaistas no trabajamos porque el trabajo es atentatorio contra la poesía y la dignidad humana”. Aunque en estos tiempos la trascendencia de los manifiestos se agotara y se repitiera bastante. También es importante valorar que gracias al nadaísmo apareció una generación de autores, escritores y pensadores que no provenían de la burguesía ni venían de la academia; sino que entusiasmaron e impactaron a la sociedad y la convencieron. Demostrando que para el ejercicio de la escritura no era imprescindible egresar de una universidad pública o privada, a donde recalan solo escritores conservadores, que tarde o temprano terminan defendiendo como únicos e intransferibles hallazgos los de la academia y a sus autores; quienes en la mayoría de los casos son muy valientes en el aula; pero muy tradicionalistas en sus pensamientos y propuestas. Otro sesgo que se abrió durante ese encuentro y debate, es que por aquellos días había nadaistas urbanos y nadaistas rurales.

Muchas veces un buen sistema bibliotecario, una permanente producción editorial, la apertura de nuevos festivales de poesía, la constante publicación de periódicos y revistas, nuevos programas de radio y televisión; también generan el ejercicio de la escritura, el flujo de ideas, la circulación de mensajes, el sano entretenimiento y buenos lectores. Si Bob Dylan mereció un premio Nobel y Leonard Cohen el premio Príncipe de Asturias, ¿no se encuentran en mora las universidades de Colombia, con por lo menos un Honoris Causa para Pablus Gallinazus?