Oscar Zapata, Luz Enith Solano y Mauricio Jaramillo |
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62 Patrimonio Cultural Arbóreo de Medellín
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Patrimonio
Arbóreo Cultural de Medellín / 62
Víctor
Bustamante
Medellín
trae sus sorpresas cuando es visitado y revisitado desde otras perspectivas.
Una de ellas el panorama que ofrece el acervo de árboles que aún perduran desde
hace años y que se han constituido en puntos de referencia, no solo para
localizar o nombrar un sitio determinado sino por el peso de alguna acción
memorable cerca de ellos.
Alguna
vez indagando sobre la calle Maracaibo, por donde también vivió Epifanio Mejía,
encontré que más o menos donde hoy queda la Oriental existía un árbol, un
chumbimbo, que no permitía la continuación de la calle y que nuestros
antepasados por respeto a cortarlo no dejaron que esta calle continuara.
También a la calle Bomboná que rememora una batalla, fue reemplazado su antiguo
nombre de El Álamo para celebrar una batalla, asimismo otra rememoración se
presenta que la calle El Palo retrotrae a una batalla ocurrida en un paraje
caucano, El Palo, en 1815 donde Liborio Mejía tuvo un papel preponderante. También
otro nombre de árbol se ha perdido en La Alameda, hoy Colombia, por donde un personaje
de Carrasquilla, Alzate iba a caballo para su finca por Robledo, allá en El
Cucaracho. También hubo una discreta remembranza al nombrar el teatro Alameda
como un punto de referencia, pero de esa alameda que era Colombia, el cemento y
la ampliación de la calle aniquilaron estos árboles. Algunos relatos evidencian
que por esa calle fue la primera vez que subió ese espanto en su caballo, El Sombrerón.
En Juanambú con Cundinamarca, en la Esquina del Ciprés y además de los Baños Amador,
vivió Gregorio Gutiérrez González.
Pero
también existieron homenajes, la calle 73, llamada Daniel Botero, es un recordatorio
a Daniel Botero Echeverri que trajo árboles para sembrar bajo su cuidado y su propio
dinero para embellecer la ciudad. La avenida Echeverri honró a don Gabriel Echeverri
que sembró también gran cantidad de árboles. La calle Barranquilla poseía otro
nombre, El Chagualo. También existe un nombre de un barrio Las Palmas. En la
actualidad un sector como El Guanábano por el Parque del Periodista, Laureles, Guayabal,
Los Pinos, Naranjal, rememoran la presencia del árbol.
Pero
el caso más memorable de un árbol corresponde al poema “La ceiba” escrito por
Epifanio Mejía. Esa ceiba sembrada en la esquina de Junín con La Playa, junto
al Teatro Junín, con el paso del tiempo
y la llegada de nuevas opciones de construcción, fue asfixiada por el cemento
hasta que en los años 70 aún se podían observar sus muñones, incluso fue talada
totalmente, perdiéndose de esa manera un testigo de la evolución de la ciudad,
un referente. Aun no olvido a la escultora Clara en pleno invierno o verano
esculpiendo un oso en lo que había quedado de otra ceiba en El Palo con La Playa,
como una manera de protesta.
Había
otra calle, Bolivia, embellecida a lado y lado por las palmeras, pero debido a
la ampliación para que esa majestad siniestra, el auto, pasara, fue perdiendo
su ornamentación. En esa calle vivió Carrasquilla, pero ya sabemos el destino
de su casa.
Esta
presencia del árbol en la vida cotidiana de Medellín, corresponde a una
comunión entre el hombre, su convivencia y su acatamiento al árbol y a un referente
del civismo encarnado en una institución como la SMP, donde aún se respetaba la
representación de la naturaleza y se podía convivir con ella. Por esa razón
esos árboles sembrados hacía años poseían su historia y eran punto de encuentro
o dirección en diversos sectores de la ciudad, y además señalaban esas calles y
barrios. Una persona como Ricardo Olano en sus diarios menciona la necesidad de
otorgarle un matiz muy peculiar a Prado con guayacanes, que con el tiempo se
constituyeron en una marca de su embellecimiento; estos fueron poetizados años
después por José Manuel Arango. En ese momento arquitectura y naturaleza
existían con un mismo propósito, respeto y recreación del paisaje citadino.
Además, en muchas de esas casonas existía en su ámbito privado, el solar, como
una pequeña remembranza de que la naturaleza estaba presente en esas vidas
cotidianas.
También
existió una costumbre inveterada y amorosa con la búsqueda de la cercanía a la
naturaleza, y era la siembre de un árbol cuando un visitante ilustre era
agasajado en su visita a la ciudad. Esa costumbre se perdió pero debe existir
por ahí el registro de esos árboles que fueron testigos de esas presencias en
un acto de consumado amor a Medellín.
Este
civismo estaba alimentado por la educación, ya que en las escuelas y colegios
se cantaba durante el Día del Árbol, una melodía que ya se ha dejado de
lado, “El Himno del Árbol” de Juan Zorrilla
y San Martin, su letra añade, /plantemos nuestros árboles / la tierra nos
convida…/. También esa donosura era mitigada por un adagio que se repite aun,
no como un deber, sino como un olvido: Un hombre en la vida debe tener un hijo,
escribir un libro y plantar un árbol.
En
esta nomenclatura citadina de la cual apenas indago, alguna vez caminando por
el Centro con Jaime Espinel, señalaba la ceiba de Ayacucho en la Plazuela de San
Ignacio, donde ocurrió la provocación y la quema de libros por parte de los
nadaístas, tan adictos al espectáculo.
Pero Medellín también trae sus objeciones
cuando es visitado y revisitado desde otras perspectivas. Una de ellas el
panorama desolador que ofrece el acervo de árboles que aún perduran desde hace
años y que se han ido talando para dar paso a la estafeta del “progreso”, un
caso de ellos ocurrió hace poco, por los lados de La Asomadera para construir
una urbanización, otro es el caso del túnel verde en Envigado donde la llamada
movilidad debe crear un terreno plano para que el metro plus siga su marcha y
su voracidad. Ese Metro que habla de cultura ciudadana con sus eslóganes que se
escuchan a toda hora cuando se viaja en él, sin respetar el ámbito que lo
rodea. También en este tema del árbol debemos tener presente el olvido en que
se haya la Laguna de Guarne, uno de los últimos humedales de Medellín que fue
sembrado de pinos que secaron sus aguas, junto al abuso de EPM que permitió que
uno de sus contratistas la secara, al desviar el agua para una construcción, ya que la empresa de servicios aún no
reconcilia sus pésimas políticas de respeto al medio ambiente con la realidad.
Y por supuesto la tala de árboles en los Parques del Río es otro estigma
presente.
Este
corto texto, apenas ilustrativo, porque es necesario completarlo mucho más con
una buena investigación, nace debido a un encuentro en el Jardín Botánico,
llamado Patrimonio arbóreo de Medellín. Este día de julio en pleno verano, la
solidaridad y el afecto para proteger este aspecto de la ciudad se hizo posible
desde diversas ópticas. Doña Luz Edith, muy circunspecta dio la visión de los
administradores del municipio con sus buenas intenciones y la posibilidad de
que este proyecto se cumpla. Oscar Zapata, historiador, se refirió con ahínco a
una investigación que nos debe, porque ya fue prometida, de indagar sobre la
historia y presencia de los árboles en la ciudad. Mauricio Jaramillo nos hizo
sentir la presencia de ese gran tesoro que es el patrimonio arbóreo, ya que nos
llevó a través de su conversación por los vericuetos históricos, por los personajes,
por las campañas, por el nombre y origen de los árboles; lo cual le da un mayor
peso a la presencia de la naturaleza entre el tedio del cemento y a su historia
desolada del vasallaje de los urbanizadores. Él ha indagado desde diversos aspectos
y por esa razón su presencia ha sido muy apreciable.
En
el Walden de Toreau hay una nota explicativa
sobre lo que es matar un árbol en una cultura. También un adagio de Serbia
añade que, “Matar un árbol es matar un hombre”. Cuidadosamente y con mucho
tino, y aun más desvergonzados, el
hombre ha acabado con los bosques y selvas, y el legado próximo será una tierra
desértica y con poca agua.
Medellín,
ciudad de contrastes, se hace referencia a la siembra masiva de árboles en el llamado
cordón verde, pero permite la tala de muchísimos árboles en la Asomadera,
además la construcción del tranvía por Ayacucho dejó la calle desnuda sin la
posibilidad de sembrar árboles. Cada que los urbanizadores requieran construir
sus cajas que simulan apartamentos, se les permite acabar con los escasos bosques
urbanos.
Por
esa razón en esta jornada de reflexión en el Jardín Botánico sobre nuestro
patrimonio arbóreo, se constituye en un oasis donde hay personas que indagan,
como el historiador Oscar Zapata y como los aportes y la sabiduría de don
Mauricio Jaramillo, que llevan a indagar sobre otro aspecto de lo que ha sido
Medellín
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