Este blog, en permanente construcción, hace parte de una revisión de los textos iniciáticos nadaístas con el propósito de mantener nuestra fe intacta en algunos de ellos. Podríamos decir que es una versión remasterizada, con inyecciones letales de cinismo y humor negro, de esta doctrina creada, simultáneamente, en Medellín y Cali.
Mantenemos la fe intacta en la creación libre. Somos icoñoclastas por naturaleza.
neonadaismo@gmail.com
Es Hernando
Téllez quien descorre los velos de la
condición social de nuestra llamadas élites
dirigentes en Bogotá, una sociedad donde después de la llamada Independencia,
afloró la clase criolla o sea los hijos de españoles nacidos aquí y cuyo
origen social era modesto en España pero
ya con el poder económico y político se autoproclamaron como una minoría
de sangre azul. Era, el comienzo de una
farsa histórica puesta de manifiesto en
su desprecio hacia las “razas inferiores”, hacia el campesino mirado como un
ignorante incapaz de pensar por sí mismo. Con sorna se recuerda que a cada
ciclo de nuevos ricos o de recién
aparecidos sociales corresponde una
lista de supuestos títulos “nobiliarios” que se corroboraban con esos pergaminos que aún
venden en la Plaza Mayor de Madrid con
el respectivo escudo de armas y el “linaje” de cada apellido. Ya la farsa culmina con el nuevo rico pueblerino que convierte a su hija en Reina municipal con
el nombre de algún tubérculo, de algún santo para, de este modo, presumir de un
pasado “aristocrático”. Santos Molano en su extraordinario biografía
de José Asunción Silva describe y
analiza biliosamente las farsas que se
desencadenan en la aldea que es Bogotá y donde la riqueza a veces
mal habida comienza a blanquear la piel de algunos connotados representantes del llamado
“rastacuerismo” (Nuevos ricos) que nos gobernarán desde entonces. Este es el origen y el
desarrollo con diferentes matices a
través del tiempo de nuestros exacerbados
complejos raciales y sociales y del desprecio de las falsas élites hacia lo que se llegó a considerar
entonces como un país
“inferior”. Carrasquilla en “Grandeza” fustigó con ácido humor estos simulacros de caricaturesca
aristocracia de recién aparecidos y Luis
Buñuel se burló de estas mañesadas
colombianas en “El discreto encanto de la burguesía”
Cuando Luis
B. Ramos comenzó a fotografiar los campesinos,
los mercados boyacenses, los recios rostros de una raza silenciosa y
melancólica tal como la describió Armando Solano, ese país ignorado, emergió con la fuerza debida frente a la comparsa de obtusos que han pretendido
ser dueños exclusivos del refinamiento de ladys y
gentlemans. ¿Cuáles fueron los rostros que emergieron para siempre
de las fotografías de Melitón Rodríguez y Benjamín de la Calle, de la prosa de
Carrasquilla, de García Márquez? ¿De qué país surgen los nombres de quienes han
fundamentado la cultura colombiana dándole
un carácter universal? ¿Cuál es el origen social de nuestros grandes
deportistas de fama mundial? A cambio,
en medio de esta podredumbre que nos agobia hoy volvamos a preguntarnos ¿Cuál es el origen de estas fortunas sino la corrupción de los nuevos “rastacueros” que alardean
de sus lujos, de su lobería? Javier Marías refiriéndose a la actual España dominada una
vez más por la vulgaridad y la
ordinariez ha escrito: “España es un
país raro y rastrero en el que cuesta admirar y sentirse orgulloso de alguien” ¿No es éste, precisamente, el motivo del divorcio
en Colombia entre el país plural y la vulgaridad rastrera de la mayoría de la
clase política, de empresarios emergentes? Y todo esto en plena globalidad.
Recordemos
que en el siglo XVIII a quien leía
retirado de los demás se lo llamaba “librepensador” y que el calificativo que
ya había sido aplicado a Giordano Bruno y a Rabelais , con Voltaire y Diderot
alcanza dimensiones que sacuden la
conducta pública, ya que responder con
la lógica y la razón a la ignorancia del vulgo, al fanatismo, supuso la
reacción violenta del retardatarismo político y religioso que condenaba la libertad del lector para, con la reflexión y sin imposiciones, responder a “verdades” impuestas por una falsa
tradición. La quema pública de libros ha sido una constante en la historia de
Occidente y la represión contra el librepensador ha conducido en la era
moderna tal como lo recuerda Bertrand Rusell a las más despiadadas “Quemas de
herejes” y quemas de libros. La Iglesia
Católica debió rechazar el llamado Índice de Libros Prohibidos. A las piras de
libros ardiendo de los nazis se suma la persecución de todos los
regímenes comunistas a toda lectura
libre que pudiera conducir a los
lectores “ a la infelicidad” o sea a la
toma de conciencia frente a una sociedad mediocre y totalitaria. ¿Por cuántas
décadas se prohibió en la Unión
Soviética los libros de Nabokov y en
Cuba los de Cabera Infante? ¿No ha decretado la extrema izquierda en Colombia
el veto al más importante pensador nuestro, Nicolás Gómez Dávila? Lo primero que hizo
Chávez fue acabar con Monte Ávila la más
importante conquista cultural que logró conectar a Venezuela con la
cultura universal. Lo que en su distopía clásica “Farenheit 451” señala Bradbury , en un año 2010 que como el “1984”
de Orwell, ya se cumplió, es la
perturbadora imagen de una sociedad, volvamos a recordar, donde el oficio de los bomberos consiste no en
apagar incendios sino en quemar
bibliotecas . El film maravilloso de
Truffaut se queda en la memoria cuando Guy el exbombero huye y encuentra a
Clarisse a orillas del río en compañía
de quienes se han aprendido cada uno de
ellos de memoria una gran obra de la literatura para que esta no desaparezca.
Ser
tachado de “antisocial” por escapar de la sociedad del espectáculo donde la
lectura se ha banalizado recurriendo subliminalmente a la publicidad es
un shock que vivimos plenamente.
Recuerdo que al entrar al espacio de un Outlet en la vasta pradera de Texas, en aquellas
calles vacías había una inmensa librería a la cual entramos con la
esperanza de encontrar algo valioso, una nueva novela de Don de Lillo, un nuevo ensayo de Steiner,
una nueva colección de poesía , cientos de libros se arrumaban en las mesas, en las estanterías que recorrimos una a una sintiendo el más
bochornoso estupor al comprobar que el
despliegue editorial sólo contenía títulos
de la más pérfida basura. El último brillo de sol restallaba sobre las vitrinas
vacías de los locales comerciales.
Recordé de inmediato la novela de Jim Thompson. “El asesino dentro de mí” abrumado
por la molesta comprobación de estar en un territorio construido mediante la más avanzada tecnología pero capaz de generar a nivel de población los más siniestros criminales.
Días del 81. Me
encuentro con Fernando Ferguson que ya ha terminado economía en la Universidad Autónoma.
Asistimos con él a un curso de iluminación de cine, dirigido por Rodrigo Tamayo,
Juan Guillermo López, Luz Mery Carvajal, Roberto Pineda, Oscar Botero, Cecilia
Agudelo, Óscar Mario Estrada y algunos de los que conformaran el grupo Níquel.
Cada sábado allá aprendemos también diversas tomas, ángulos de cine, fotogramas
más idealizados,pero las ganas de
hacer cine nos empujan a ir a la Casa de la Cultura de Envigado. Fernando es
alto, delgado muy apropiado de su querer hacer fotografía; es más, luego del
curso en un salón de la Universidad de Antioquia proseguimos con nuestros ingentes
deseos de acercarnos al cine.
Nos habíamos conocido
en el Instituto Goethe, donde Luis Alberto Alvares dictaba su curso de cine alemán,
allí asistíamos los gomosos por el cine, pasábamos del Cine Club Ukamau a algo
más específico, eso sí sin poder materializar la imagen en movimiento, es
decir, filmar que era, es el sueño inconcluso. A veces cuando después del curso
nos quedamos apurando una cerveza ya sea en la Polonesa o en Versalles o en
algún café conversamos de cine, de directores, de algunas películas, más tarde
venimos en su moto, yo de parrillero, por plena calle Colombia a las once o
doce. El me trae a casa para proseguir hacia san Javier donde vive con su madre
y su hermana.
Decidido y disciplinado
que es con el cine se vinculó con el canal de televisión de la Universidad de Antioquia,
participó al lado de Duni Kusmanich en Mariposas,
con Víctor Gaviria en No futuro, y además
llegó a ser el director del canal de televisión en Apartadó. Fernando sí estaba
en lo que nos gustaba, los medios audiovisuales. Y debido a sus ocupaciones
solo nos encontrábamos de una manera ocasional a su regreso aquí en Medellín,
en alguna sección del Ukamau, ahí en el teatro Ópera o en Versalles. En Apartadó
encontró su meca, allí también realizó algunos cortos, su parte creativa parecía
marchar viento en popa, con aires refrescantes, de consolidarse ya fuera como productor
de cine, de todas maneras, con algo que lo acercara a lo que siempre hemos
soñado.
Pero aquí comienza la
desgracia, y es una desgracia de la cual no debería hablar, pero que me
conmueve, ya que la derrota de un compañero de viaje es algo que no debería
dejar pasar de largo hacia los sótanos oscuros del olvido. No sé en el fondo qué
le ha pasado a Fernando, no sé qué lo ha llevado a alejarse de una vida que
para él brillaba con los soles de una sentida primavera.
Alguna tarde lo
encontré en Versalles. Hacía días no conversábamos y subimos al segundo piso a
la última silla, al fondo, donde es el fortín de algunos amigos que sin cita
nos encontramos allí. Esa tarde no esperaba a ninguno de los poetas ni los escritores,
o sea el paisaje humano era la diversidad de desconocidos o personas lejanas
que uno encuentra de una manera ocasional. Allí conversé con Fernando sobre lo
divino y lo demoniaco, y hasta de lo humano, me relató acerca de que ya no
andaba por Apartado, que su protector monseñor Duarte Cansino se había ido para
Cali y que en lo del canal de televisión de Apartadó sonaban otros aires, nunca
marciales, donde otro grupo se había apoderado del canal como ocurre cuando la cosa
política se inmiscuye en la parte cultural que todo lo devora para sus fauces.
Ferguson relataba de su
vivencia en Bogotá donde fue tumbado por un oscuro negociante y después de
tocar puertas ninguna se abrió por la cual decido venirse a Medellín, de una
manera poco usual, lo trajo un camionero ya que se había quedado sin pasajes.
En continuos encuentros me relataba acerca de que tenía planes de vender tizas
en los diversos colegios del departamento, que había regresado de Yolombó.
Luego me lo encontré por los lados del Sena, ahí en Boyacá con la avenida del Ferrocarril,
venía algo sudoroso, exasperado, llevaba en su mano derecha dos cajas de tizas.
Me parecía raro que él estuviera en esa fase del emprendimiento local cuando ya
los marcadores de tinta borrable remplazan la inconmensurable tiza blanca que educó
a tantas personas, era la parte de la tecnología, que habitaba ya las aulas de
clases.
Ahí, en ese momento, me
preguntaba qué hacía Ferguson por esos lados, de dónde venía, así como cuando
nos despedíamos en Versalles tomaba Junín no hacía el sur sino hacia su norte
el Parque de Bolívar. Nada sabía de su estado interior solo conversábamos, no sabía
nada del augurio negro que lo azotaba, ni del aspaviento mental en que se sumiría.
Solo una vez a la entrada de Versalles le dije que entráramos a tomar algo y me
respondió con unas palabras duras, inesperadas, no me dejan entrar. Su aspecto
personal lucia bien, así como su estado de salud, así como su apariencia. Pensé
que tal vez había tenido alguna disputa, alguno de esos problemas que muy ocasionalmente
suscitan una discusión por alguna postura ideológica, por alguna disputa sobre arte,
cosas de esas que al acabarse la tertulia se olvidan muchas veces, pero Ferguson
no era una persona de esa calaña, él era calmado, sobrio en sus cosas, no poseía
los motivos del lobo que todo lo muerde con fervor y cizaña.
Una tarde, tenía que
ser una tarde, me lo encontré bien vestido de cachaco azul de rayas, portaba
una maleta negra de cuero, y estaba algo melenudo. Nunca lo había visto así porque
él era una persona de apariencia muy formal. Caminamos un rato por el Parque de
Bolívar. Lo notaba un poco desaliñado pero no sospechaba nada hasta que lo saludó
uno de los habitantes del parque que son de la calle y que le dijo, ahora nos vemos
allá, signos de una complicidad mayor pero pensé que solo se trataba de comprar
algunos cositos de droga para calmar el despelote de esta ciudad y, además, para
serenar el embotellamiento interior. Ya estaban vedados para él la entrada a
diversos sitios públicos debido a su apariencia algo desaliñada, a ese olor al
vagabundo que no se tolera por la falta de baño. El olor del desenfado y la desprotección
comenzaba a comérselo, a devorarlo. Al preguntarle dónde podría localizarlo me
dijo que, en la esquina de Sucre con Caracas en la farmacia, donde él se situaba
ahí a esperar a algunos amigos
Alguna vez conversamos
sobre su estado de vivir en la calle y le dije que podría llamar a su madre,
pero ella ya había muerto. Además, me aseguró que su hermana lo había echado de
su propia casa, como que la había vendido y el nunca pudo localizarla de nuevo.
Otras veces ya en esa caída
perfecta lejana, dura y triste, ya adquiriendo la fisonomía de los habitantes
de la calle conversábamos un rato y de una se iba para los lados de la avenida
Juan del Corral no precisamente a indagar algo sino en busca de droga. Es más,
alguna vez me dijo que había visto en las calles muchas películas posibles,
otras veces que debía reclamar una herencia, que buscara el nombre de su padre
en Internet. Otra sobre la posibilidad de idear una lotería, golpes de desgracia
que lo llevaban a elucubrar sobre momentos difíciles en su vida. Cada vez el terror
continúa y yo apenas me quedo perplejo mirando sin atinar a una solución, una
ayuda, un golpe de suerte para ayudarle, que es la palabra que se pierde cuando
los llamados amigos se desbordan y se van.
Muchas veces, a la
salida de Versalles, lo he visto, tal vez esperándome, para recibir algo ya que
se derivaba hacia la indigencia total. Otras veces salía con algunos amigos que
pasaban indiferentes. Esa vez estaba frente al negocio del loco Jaramillo, el antioqueño
y fue que lo vi con las manos hacia adelante en actitud de conmiseración a la
espera de que alguien le diera algo de comer.
Sé que va a misa algunos
días a la Metropolitana, le gusta sentarse en la banca de adelante a pedirle no
sé qué a un dios que cada día huye y es más esquivo y no escucha nunca
plegarias, sino que cada día son más y más lejanos sus cuidados. Cada que lo veo
es con vestimentas estrafalarias debido a la necesidad, unas veces con una
camiseta de Colombia y una mochila de tela, otras veces con una camisilla de
algún atleta, o con pantalones anchísimos, cuidando cierta dignidad que en otras
circunstancias el no hará debido a su seriedad. Muchas veces he intentado grabarlo,
pero siento pena de su estado, me duele verlo de esa manera ya en la indigencia
y en su deterioro personal.
Algunas veces cuando
estoy bebiendo y escuchando algunos tangos en la Polonesa por ahí a las 9 lo
veo pasar desde el Parque de Bolívar hacia Perú a buscar su cambuche ahí al
frente de donde quedaba la Librería palinuro en Córdoba. No sé qué será una
noche dormido en una acera, sin nada seguro sin lo necesario porque en su
mochila lleva sus pertenencias a lo mejor una camisa o un pantalón. Siempre
ligero de equipaje como diría Machado. Pero lo dice en un poema y Ferguson lo
vive en la realidad.
Sé que Fernando está
solo en pleno desamparo, total abandono por todos sus familiares y por sus
amigos, no sé si él disfruta de esa orfandad, de saber que al despertarse no
tiene nada donde confiar y menos en los ajustes de una vida cotidiana.
Solo la dura acera y las duras calles. En que momento se inició su caída, cuáles
fueron las causas, la soledad el abuso de las drogas la inercia, su condena, el
placer, en que momento fue atrapado por las garras de la droga que obnubiló su cerebro
y algún día decidió no regresar a su casa, y mejor resolvió quedarse en la
calle a vivir la vida inefable, sin sosiego de tantos vagabundos.
A lo mejor su
alejamiento con la sociedad donde se vive se debió a una ruptura personal, a un
desengaño con los familiares, con el medio que no abre puertas, sino que solo se
abren esporádicamente para algunos. No sé cómo definir ese estado de Fernando,
si lo disfruta, si se siente bien, si ya sabe que no hay regreso posible o si
ese mundo que siempre vimos de lejos, de los vagabundos, era su indiscutible meta,
su deseo de vivir ahí donde no hay nada para ver sino la miseria y la deshumanización
de tantas personas.
A veces pienso en los griegos
en Diógenes y su abandono total y crica con el medio y decidió vivir en un tonel,
pero no sé nada de Ferguson y de su caída, de su sentido de pertenencia con la
calle, del cambio total en que se ve enfrascado al vivir en plena calle y sus
amigos apenas lo saludamos conversamos con él, incluso uno de sus amigos le prohibió
que lo saludara si coincidían en algún lugar, es decir, en la calle.
Nosotros que hemos
jugado con la droga, que la hemos tenido cerca, nunca estuvimos preparados para
mirar el rostro de la desgracia, del desespero, en esa caída lisa, vertical, sin
atenuantes. No sé si alguna lucha interior llevó a Fernando a esa opción, a la
irremediable y claudicante decisión de vivirla y padecerla hasta el fondo. A
veces me pregunto la razón última, la imperiosa decisión de haber abandonado
todo, o si a lo mejor fue que todos los abandonamos, o si la droga fue su
calmante principal a una íntima pena interior, ya que vivir en la calle, en la
extremada indigencia, es algo que saca a cualquiera del contexto de lo humano, de
la sencilla razón de vivir, a una manera plausible de ser una persona y, sobre
todo, a desperdiciar el talento de Fernando, ahora perdido en las calles, en
esa negra noche que habita carcomido por las dosis de ese calmante, de esa droga
que lo corroe en su interior. Un psiquiatra me ha dicho que él anda en esa fase
donde ya es imposible regresarlo a una vida normal. No lo prejuzgo, en esta
tarde de domingo y de frío en que Fernando debe de deambular por los lados del Parque
de Bolívar o por el abandono de la avenida Juan del Corral en medio de tantas
personas sin destino, perdido entre la multitud de ñeros, donde él nada tiene que
hacer, pero que él, irremediable, ha escogido para vivir.
Pedro
II, el Papa de Barbosa, envía un saludo a Francisco I
BARBOSA, 06 Sep. 17 /
05:11 pm (NEON).- Durante el vuelo rumbo a Colombia, el Papa Francisco recibió
un telegrama del Papa de Barbosa, Pedro II, donde aseguró que reza para que el pontífice
romano perdure con la paz, la protección al medio ambiente y la armonía del ser
humano.
Al refugiarse en su
finca Castelgandolfo II, en Potrerito, Barbosa, el Santo Padre de origen antioqueño
envió un mensaje a Francisco I en el que le participó que está “rezando para
que todos en el país puedan sembrar los caminos de solidaridad, justicia y
concordia. Imploro sobre todos ustedes las bendiciones de paz de Dios, nuestro
señor”.
Como expresión de su
gran preocupación por llegada del Papa Francisco, Pedro II, abandonó su largo silencio
y se reunirá con un grupo de obispos extranjeros que l visitará el próximo domingo.
Cuando el avión papal
aterrizó en la capital del país a las 04:10 p.m. (hora local) y el Pontífice pisó
tierra colombiana aproximadamente a las 04:36 p.m. Fue recibido por las
autoridades políticas y eclesiales, como el Presidente Juan Manuel Santos y el
Nuncio Apostólico, Mons. Ettore Balestrero. De tal manera Pedro II se sintió conmocionado
y de inmediato envió a los cuatro vientos sus bendiciones para la feliz estadía
del ilustre visitante.
Es posible que ambos pontífices
participen en una misa concelebrada por la paz de Colombia
Durante
la Edad Media, se escapaba del campo, de la condición de siervos sin derecho alguno a la vida,
sometidos a las brutalidades de los grandes señores, para buscar
la libertad que ofrecía la ciudad.
Desde entonces el concepto de vida urbana se establece sobre los estatutos que reconocen
y salvaguardan este derecho, ser un urbanitas
es identificarse con los espacios donde se reconoce las gentes
en la pluralidad. Es esta conquista la que
convierte a la Ciudad en imagen de la libertad, un objetivo que nunca ha perdido vigencia y desde el cual
se han justificado conceptos como un urbanismo humano, integrador. Medellín vive
en estos momentos un retroceso histórico de dramático alcance ya que lo que en un momento dado pareció
constituirse en la aparición de una cultura metropolitana gracias a la consolidación de la moda como una conquista democrática, un logro
de todos los grupos sociales y no manifestación del poder adquisitivo de una
minoría, como señala Lipovesky, cuando la ciudad se abrió de fronteras a la
presencia de una cultura contemporánea que sirvió para reconocer los logros de
nuestro rock, cuando el arte logró alcanzar una expresión generacional y universal, cuando nuestro noche se llenó de
las nuevas tipologías de bares y discotecas
y se recuperaron la calle y los recorridos, cuando las mujeres de la edad madura
conquistaron sus puntos de encuentro, cuando pareció emerger con fuerza una
cultura gastronómica, cuando sentimos que nos habíamos alejado de las sombras
de la ignorancia provinciana y nuevas
experiencias culturales se fueron agregando hasta presentir que habíamos
propiciado un ciudadano consciente de estos valores. No pongo en duda que hubo
un planteamiento urbano alrededor de las llamados Parques Biblioteca, de una
nueva tipología de los edificios oficiales y esto también nos dio la ilusión de
estar accediendo a una ciudad integrada capaz de superar las heridas que había
dejado la barbarie del narcotráfico. Pero ¿Cuánto duró esta ilusión si la
burocracia que tenía la misión de afirmar estos planteamientos hacia una nueva
ciudad se caracterizó rápidamente por su ignorancia, su falta de
profesionalismo y pretendió cubrir sus errores recurriendo a un gigantesco gasto
en una publicidad engañosa? Debajo de
estos dibujitos, de estos premios comprados ¿Qué planificador previó la
expansión secreta y mortífera de un
cáncer que devoró nuestra economía por lo bajo y que destrozó la
continuidad del territorio de calles y espacios públicos imponiendo la fealdad?
La aspiración a los espacios de la libertad y el intercambio social se vio
rápidamente sustituida por algo tan inhumano como las nuevas Fronteras
invisibles y la población confinada en verdaderos campos de concentración. ¿No
es escandalosa la inmoral desaparición de los espacios verdes
necesarios para la salud y el ocio, las
licencias otorgadas para negocios de mala muerte?¿No es escandalosa la bárbara
invasión de motocicletas circulando sin control alguno?
Este
caos descubre una negligencia grave al desconocer que lo prioritario consiste en resolver el escandaloso problema
de movilidad que nos está llevando a una crisis nerviosa que ha alterado de
manera grave la conducta de los ciudadanos. Hoy la ciudad no es el espacio que
nos hace libres sino el panóptico al
cual nos someten a los criminales.