El
Gran Sadini de Gonzalo Mejía
Víctor
Bustamante
Por fin he visto El Gran Sadini de Gonzalo Mejía. No la
pude ver en su estreno, y debí buscarla por las calles donde venden películas piratas
y en la memoria de algunos amigos cinéfilos que ya la vieron y me decían que les
había gustado. Otro amigo extremo, aunque entre cinéfilos no hay amigos porque
cada uno posee su verdad, me dijo que le había agradado. Otro, más exigente y
soberbio añadió, que tenía problemas de cámara. En fin cada uno con su circunstancia
de ser un cinéfilo y a veces creador de películas en potencia, dan su opinión.
Pues bien, la solución llegó de una manera inusual una cineclubista de vieja
data, una amiga, por fin accedió a que viéramos una copia, su copia. Me dijo,
no presto películas porque ocurre lo mismo que al prestar los libros, se pierde
el amigo con libro y película. Y aquí en esta mañana de noviembre la comparte.
De Gonzalo Mejía vi Hulleras y Canturrón hace algunos años,
y ahora que buscaba verlas de nuevo más las otras películas de Mejía es casi
imposible saber dónde se hayan. Pero bueno los amigos ya tendrán su archivo o
me regalarán una copia, y hago esta pesquisa por una labor de peso, hay
cineastas a los cuales se les pierde la huella. Los medios son injustos debido
a multiplicidad de compromisos con la ligereza que otorga el estar en
cartelera, oasis fácil y pernicioso del triunfo. No; es necesario buscar
aquellos otros cineastas que uno sabe que han filmado para comprobar lo que sabemos, hay olvidos
injustos, hay relegados inoportunos, pero también hay huellas que es necesario
mirar.
Pero ahora hablemos de El Gran Sadini (2012). Es una película
que refiere un periodo caro, la adolescencia llena de esos cambios y
replanteamientos bruscos ante el establecimiento ya sea religioso, familiar o
político. Pero estos personajes no pretenden cambiar el mundo sino dejar de
lado el ámbito religioso de su educación. No en vano Luciano se luce al
hipnotizar a un compañero para que reniegue de Dios en la clase, ante el hermano
de pechera blanca, nunca lleno de amor ni de candor sino aferrado a la
autoridad. Esta es una de las rebeliones de Luciano, que como una revelación,
se atreve a decir palabras interpuestas a otro, que dichas en público ante sus
compañeros de clase, ofenden al hermano cristiano. Luciano se emparenta con su
tío, un personaje no fuera de la ley sino del ámbito social quien da la
impresión de ser medio anarquista, medio rockero, muy ajedrecista él. Pero
Luciano es quien se sobrepone, contraría a su madre al ir a una fiesta, sin el
permiso de aquella mujer que cree que bajo sus hombros, y sus dicterios, descansa el mundo y la propuesta de educar
una familia bajo su férreo puño de viuda que cree que puntualiza un mandato con
sus hijos. Luciano, previsor y eso sí, calmado, pero desafiante, no acepta la
derrota de perder un año, al ser expulsado del colegio, y decide irse de casa.
Lo cual es una utopía generacional cuando hay una madre como la suya, que no
acepta el fracaso de su hijo. Y es aquí donde se despliega la película, el
fugitivo quiere conocer el mar como un deseo redentor, pero sobre todo irse de
su casa.
Hay, lo que diríamos, un
encuentro de gracia, al Luciano llevarle la maleta a un desconocido que no va
ligero de equipaje, e irse ambos con nada menos que con su trebejos, en la
parte trasera de una jaula. Así el azar,
prepara el devenir de Luciano Velásquez que luego se lucirá con el
hipnotismo, no solo como en su colegio sino cuando encuentra, luego de algunos
peripecias, a su compañero de viaje, el gran Racso, que inicialmente parece
un ganadero pobre, y no un artista de la
miseria, nunca a la manera de Kafka sino un mago itinerante y eso sí muy carretudo
y rebuscador. Él ha perdido el aura de sus grandes antecesores, como Houdini guardado
en una caja fuerte arrojada al mar donde él sale algunas veces ileso o el mago
de Lublin arrojándose desde un edificio,
menos será David Copperfield, cruzando la Muralla china. Racso no es de
esa calaña, ¡que no!, solo tiene pocos
trucos, humildes trucos: comer papel y sacar de su boca tiras, por supuesto de
papel, pero de colores, es decir su magia ya es tan conocida que solo le quedan
los sucesos muy manoseados y se le ve terrestre y rebuscador como cualquier
paisa sin sosiego porque necesita vivir, es decir supervivir. Pero si el mago,
con su arte de birlibirloque, con su escenografía de risa nos causa hilaridad
por situarse al borde de una magia sin sorpresa, demasiado escolar, yendo de
pueblo en pueblo, también es cierto que ese mago verdadero, Makandal, es un
gran actor, que nos hace recordar con su ingenio del rebusque esos momentos de
humor que nos entrega Fellini. Makandal
nada que ver con Franonse el haitiano, líder cimarrón y del vudú, sino un mago
de calle, que persiste en su oficio con la tranquilidad pasmosa del fracaso al cual
no le hace caso, porque mantiene a flor de piel esos deseos de vida, y así
convertirse en el inolvidable personaje de esta película. Por supuesto que
Racso, al darse cuenta de las capacidades de hipnotizar de Luciano le cambia de
nombre, bautizándolo como el Gran Sadini, luego disfrazado con el vestido de
satín, incluida la capa y el turbante que le otorga ese acento falsamente oriental,
para presentarlo en las diversas funciones como el hipnotizador más joven del
mundo.
En El Gran Sadini hay un gran sentido de apropiación del paisaje, caro
paisaje. Me gustan las películas que aciertan en este sentido, que se note la
ciudad, como ver la Normal de Institutores donde Luciano pasa su bachillerato y
sus días de hipnotizador, lugar de estudio, así como el Salón Maracaibo de billares,
ya ajedrez, además de la casa de Luciano, nunca díscolo en sus clases ni colegio,
sino u joven deseoso de vivir, de experimentar de ir a la fiesta donde debe
irse al escondido y al regreso subir por el balcón. En su huida, fugitivo en
pos del mar, Luciano se hace hombre, nunca un nonchalance, pero al vivir la
vida, dura sin nadie conocido que le de la mano, Luciano aprende a vivir. Y es así
que merodea por los paisajes de algunos pueblos de la Costa con sus iglesias y cafés
y hotelitos coloridos, que nos recuerdan que al huir Luciano no huye de sí
mismo sino que se hace una persona de dura ley.
Pero, y este, pero es casi
una digresión, cuando El Gran Sadini
nos ha atrapado, cuando uno está muy entusiasmado con la historia, sobre todo
de ese mago pobre pero lleno de vida, con sus peripecias, llega la policía y se lleva a Sadini, es decir
lo traen para Medellín, a su casa, para soportar la presencia de su madre. Llegué
a pensar que Sadini, para evitar ser traído, hipnotizaría a los policías pero ahí perdió su capacidad
de convocatoria cuando fue guardado en una avioneta rumbo a esa ciudad que lo
vio nacer, padecer y huir, y, por supuesto, en Medellín, su madre nunca tendría
una alegría mayor ante el regreso del Luciano pródigo, sino que continúa con su
sarta y su amargura.
El Gran Sadini
logra un acierto, los largos planos secuencia, que hacen dinámica la narración,
y lo más valioso, nos saca de ese continuo cine de violencia, que asola y azota
la pantalla del país con ese tercermundismo crónico en que el cine nacional se
hunde cada vez para mostrar el conflicto del país para conmover a los
festivales europeos. O esa otra violencia ya digerida por la tele y algunos
cineastas que aun buscan al capo, es decir al asesino mayor, con su rememoración
de la silicona de los cuerpos de las
actricillas, sin deseos, ante asesinos que borran su estela de muerte con su
dinero y con la aquiescencia de un público estólido. Con El Gran Sadini, regresamos a mirar lo que es una historia llena de poesía,
de vitalidad, de un humor que atisba ante la desolación del rebusque y los bríos
del mago Racso, nunca Zoroastro.
Victor me parece que haces algo muy interesante con El GRan Sadini, pero no se donde verla
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