domingo, 23 de octubre de 2016

Prosas / Raúl Mejía.



Prosas /

Raúl Mejía.


CABELLOS
                                          
Esa primera vez que encontró cabellos cortos, negros y menudos, surgió como ridículo desliz o tonta broma de parte (quizás) de su hermana menor. La segunda vez si prestó mayor atención: tal masa extraña de cabellos, se tornó morbosa entre objetos personales, fotos menoscabadas, llaves, monedas… Esta vez el meticuloso proceso de sacarlos (no arrojarlos), colocarlos sobre alguna mesa y pensar. Tras minutos de silencio y bloqueo mental, consideró opciones: su hermana –todavía- como principal sospechosa, pero llevaba ausente días, compartiendo convivencias religiosas; además, el color profundamente negro de esos vellos, contrastaba con el rubio artificial del cabello de su consanguínea. Con poco ánimo para aventurarse en intrincadas investigaciones, guardó ese segundo asedio capilar, lejos de cosas que sí le importaban.

Más tarde, mientras se desplazaba en un taxi, bordeando renovadas avenidas de Medellín, escuchó rápidos sucesos noticiosos: el eterno presidente contando chistes, precios, resultados deportivos y demás frivolidades. Semáforos, discusiones entre jóvenes que limpian, agresivamente, vidrios de autos. Guardas de tránsito, vendedores y parafernalias de una ciudad que se ajusta a su apelativo de “la más estresada”. Apenas al apearse, recibió insistente “papelito”, en donde se ofrecen místicos, curativos servicios de cualquier bruja o brujo procedente de lo que queda de selvas. No leyó, lo tiró al piso, pero en siguiente esquina, otro sujeto le entregó nuevo volante, más llamativo. Este lo guardó en el bolsillo posterior de su jean y prosiguió hasta su lugar de trabajo.
Fresco, notable se presentaba el día. Entre ocho de la mañana y mediodía, cuatro horas de rutinas, llamadas, sonrisas y cumplir con los rigores de ser secretaria. Lo distante del apartamento, la obligaba a almorzar en uno de tantos restaurantes del centro de Medellín. Normalmente la rutina provoca influjos ambiguos: te aísla y comes mecánicamente, miras sin ver y no piensas en nada; o bien, arrastra como mal viento, angustias, recelos y dolorosas evocaciones. En el caso de ella y gracias a cortesías irreverentes de la juventud, su actitud tiende a la apatía. Luego de comer, instantes para auscultar su celular, mensajes o llamadas perdidas. Tenía, esta vez, un mensaje de parte del ex novio quien, al decir suyo, la sigue amando. Con desdén elimina ese texto. Cerca de la una de la tarde, tiene apenas tiempo para ir al baño, cepillarse dientes y renovarse ante el espejo. Hoy recibiría no solo sueldo, sino adicional prima. Dinero para la casa, gastos suyos y para esa seductora camisa que lleva viendo desde el pago anterior. Quince minutos después, de regreso a saludos, papeles y trasuntos del empleo: el azul vespertino cada vez más denso. Muy en punto de las seis de la tarde sale. Toma el ascensor, muestra el bolso al portero (se cruzan indiferentes miradas), pero tremenda vergüenza al abrirlo y sentir que caen de él cientos de cabellos negros, finos, recortados. El vigilante no pregunta y se asombra de la creciente palidez en ella, recogiéndolos, perpleja ante el umbral. Leves roces de compañeros, que también salen, la regresan a la realidad; sale y en consecuentes aceras, con rabia, mientras vocifera varios “hijos de puta”, se sabe con escaso margen para evitar afugias típicas de congestiones y públicos caóticos. “¿Es alguien de mi oficina?”, se inquiere a sí misma. “¿En qué momento?” Pero el dinero cobrado, la seductora camisa que no dejaría de ver, viandas menudas que ansiosamente consume y chicos bellos por doquier, la instan a marcharse. Es viernes aún, llega a casa. Alquiló par películas, podrá verlas a solas. Sonríe pues, al instante de escogerlas, quiso decidirse por una que denominan triple X; prosigue sonriendo con incipiente malicia y deja que su piel caiga entre sosiegos y laxos suspiros. Promediando el primer filme: intrascendentes llamadas, ligeros diálogos con sus padres. Es una larga noche de viernes.

Sábado y domingo pasaron veloces. En víspera del lunes, reiteradas escenas para preparar ropa, escoger zapatos, medias, guardar aquellas películas que debía devolver, lavarse, secarse el cabello y el bolso. ¡El bolso! De golpe revivió la salida del viernes anterior. Lo tomó, fue desocupándolo y allí los cabellos, negros, cortos, finos y abundantes. Silencio. Fueron irrelevantes llamadas a cenar y manidos murmullos familiares. Los cabellos… Durmió mal, arribó de pésimo humor a la oficina. Poco observó el reloj y, por supuesto, sus compañeros –suponiendo uno de “esos días”-, la evitaron. Mediodía para almorzar: feroz lunes en la agitación de Medellín. Esta vez prestó insólita atención a informativos. Paga, sale, contempla vitrinas al azar. Desestima a vendedores, transeúntes y algo autómata recibe cuanto volante le entregan. Llega con tiempo a la oficina, extiende sobre su escritorio aquellos trozos de papel y lee aleatoriamente: “Todo tiene solución, hasta lo imposible”, se leía en uno de ellos. Se asombró de lo próximo del sitio en donde laboraban esos sujetos milagrosos, estaban -prácticamente- al frente suyo. Notoria flexibilidad de horarios permaneció en su mente como idea recurrente. “¿Por qué no?”, se dijo, mientras cúmulos de citas y documentos se allegaban a sus manos. Patética algarabía de autos asediaba ámbitos enfermizos de calles contaminadas, cansadas de pasos, ruidos y desorden. Fue excelente poder salir una hora más temprano, inusual generosidad del jefe. Esta vez no hubo vergüenza al mostrar sus pertenencias al vigilante. Aprovechó para aproximarse al local donde exhiben la camisa que tanto la ha obsedido, preguntó por ella, se la entregan y pasa al vestier a medírsela. Le encanta. Ingresa al reducido espacio, cuelga sobre el perchero el minúsculo saco que se ha puesto hoy, deja sobre el mueble su bolso y sale para verse (y seguramente divertirse) en oportunos espejos de ese negocio de ropas. ¡Sí que le encanta! Vuelve sobre sí, procede a cambiarse, coloca la prenda que ha de comprar y justo al instante de levantar su bolso, nota que éste pesa más de lo normal, abre su interior y, de nuevo, otra vez, un paquete conteniendo cabellos negros, finos, recortados. “¡Qué diablos!”, susurró, “¿cómo es posible?”. Olvidándose del creciente calor que se percibe al interior del minúsculo vestier, observa que esta vez hay algo adicional, trozos irregulares de uñas, mezcladas aparatosamente con los vellos. “Esto está muy raro, me asusta”, se dice en voz alta. Guarda todo, sale y adquiere la prenda, reservando rictus de contenido enfado. Sin darse cuenta, se topa con el acceso al edificio donde se ubican variopintas salas esotéricas. Saca del bolsillo posterior de su pantalón uno de aquellos volantes y sí, es la dirección correcta. “Infalible parapsicóloga garantiza remedios y soluciones ante embrujos, mal de ojo y diversas maldades humanas o diabólicas”. “¿Por qué no?”, se repite. Cuenta con tiempo, no tardará mucho. Sube por las escalas (la vetusta construcción no cuenta con ascensor), toca en el número 402, pronto le abren e ingresa. El interior es sencillo, desprovisto de artificios, salvo por colecciones bizarras de libros y revistas. No necesita dejar datos, apenas si cruza palabras con el asistente, joven bastante hermético. Desde puerta adyacente, sale a llamarla la experta en cuestión: mujer adulta, morena y de complexión gruesa. Quizás por asuntos de intriga o emoción, le pareció conocida, cual recuerdo atávico o evocación incongruente de sueños complejos o encuentros esporádicos. Se miran intensamente, como si pelearan por un mismo hombre. Levemente se saludan y pasan al consultorio. Silencio y excesiva concentración de la parapsicóloga en estampas y recetarios extraños. Al solicitarle que le enseñara aquel paquete de cabellos (la chica no le había dicho que lo traía consigo), cruzaron entre sí sonrisas nerviosas. La señora explaya sobre el piso aquella estampida capilar, separa las uñas y ejecuta sensual movimiento de dedos: toma un poco de cada cosa y se queda callada, enajenada por largos minutos. Su cliente, la chica que ha comprado bella camisa, respira fatigada. Se olvida de esa presencia que prosigue en íntimos rituales y fija su atención en cóncavo espejo que se halla al lado izquierdo. Pareciera que, por primera vez, en días, puede verse verdaderamente a sí misma, sin afanes y distracciones como comprar prendas, consumir alimentos, trabajar, lavarse el cuerpo, dientes… Lo visto le provoca terror y es peor cuando oye –al huir desbocadamente-: “¡Fracasaste, fallaste” – le gritan desde la venta de ese cuarto piso, mientras camina a prisa, rozando la superficie esquilmada de su cráneo y dedos…




TROFEOS

El portón se abre a las seis de la mañana y se cierra a las diez de la noche, siempre. Soy quien permite salir y entrar, vigía en ambos instantes. Dejé de necesitar reloj o alguna clase de alarma, mi precisión merece el Nobel de la rutina.

Somos ocho viejos quienes aquí vivimos. Bien, “vivir” es apenas un sofisma; no, en este antro morimos ocho ancianos, irremediablemente. Hace días vieron varios jóvenes, dijeron ser periodistas, cronistas o algo parecido. Me entrevistaron, tomaron fotos y hablaron de publicar lo visto y escuchado en cierto periódico, cuyo nombre no recuerdo. Les mostré suficiente, respondí con apatía pues, no descarto, que sean individuos enviados para evidenciar el abandono de esta casona y promover así nuestro desalojo. Antes de marcharse, el mayor se interesó por mi abultada colección de trofeos. Los observó y antes de que dijera algo le respondí que “sí”, que estaban a la venta. Compró cualquiera, expresó leve interrogación (¿qué fue?, ¿qué respondí?) y terminaron de irse. La llovizna infaltable de abril los retuvo minutos bajo el destartalado dintel y, por fin, se alejaron en dos taxis.

“Mis trofeos” … Cada uno es seco y doloroso recuerdo: los veo allí, amontonados, oxidándose entre papeles, basura y ausencias. Hace años los exhibía sobre vitrinas y estantes, lucían admirables. Han vuelto lluvias tras meses de sequía y calor. La resequedad del aire absorbe mínimos fluidos de estas paredes, pero el agua es –a la postre-, peor, con su capacidad de horadar, de mezclar polvo y mugre. Décadas a la intemperie han derruido toscamente a esos trofeos de antaño. Vendí esas vitrinas y estantes; vendí placas y medallas que también gané, las ofrecí como chatarra. Cada mes salgo con algún trofeo escogido al azar, lo limpio y camino calles escabrosas del centro de Medellín donde se venden desde almas hasta improperios. Pagan poco, estos objetos suelen estar hechos de minerales baratos, no contienen cobre, acero (por supuesto nada de oro o plata); sólo estaño, hojalata y con suerte fragmentos de bronce.

¿Cuáles fueron sus preguntas, qué contesté? Tendré que esperar a que salga el periódico, lo compartiré con los otros siete viejos, cómplices en este infierno. Pronto habrá cupo para uno más, quedará la habitación donde he guardado esos cachivaches que merecí por distantes triunfos. Ayer reciclador me propuso comprarlos todos, le dije que viniera pues su peso me vence y no sería capaz de cargarlos, aunque podría intentarlo.

¡Ah! Ya recuerdo que dijo aquel periodista antes de guardarse el trofeo que compró: “¿no tienen valor sentimental para usted?” Y, riendo, le farfullé entre mis desvencijados dientes: la nostalgia no da de comer.





REGRESIONES Y EPIFANÍAS 

Siempre he tenido o asumido experiencias solitarias: viajes, escritos, contemplaciones, visitar cementerios…Nada extraordinarias las primeras y en lo concerniente a “campos santos”, no creo me convierta en noctámbulo gótico, satánico o ansioso tras esoterismos baratos. No, si acudo allí, me mueve el interés por epitafios, especialmente aquellos que contengan algo más que nombres, fechas y retahílas ocasionales. Ah, debo agregar mi más reciente interés: sesiones de hipnosis, no para dejar de fumar o actuar cual saltimbanqui hazmerreír: me obsede la idea de saber si he transitado otras vidas, donde reposan esos restos, qué hice, cómo fallecí. Resultado de esto y de ambiguas conjeturas del hipnotizador, construyo relatos. Siento atracción por prosas de suspenso y lo que denominan “novela negra” (nunca he sabido por qué la llaman así). He finalizado seis breves historias y en ciernes comenzaré mi primera novela. Es curioso que anexe poco de lo que he vivido, viajes, música, amores y empleos intrascendentes. Opto, si, por explayarme frenéticamente en épicas, héroes y sujetos imbuidos en azares fascinantes. Semejante prolijidad me acude tras sesiones de hipnosis y, por supuesto, anexando material de epitafios que he ido copiando y fotografiando a través de diversos recorridos en necrópolis. Es más, he de confesar que la primera línea de cada uno de mis cuentos, la he tomado de lo anotado sobre lápidas, vistas por doquier. Recuerdo estas: “Jamás se sabrá lo que se desprende del silencio”. “Detente una vez cruces el umbral” … Admito que me inspiran y no veo en ello actitudes decadentes.

La disposición de epitafios es irregular y carente de gusto. Entre filas de tumbas es fácil toparse con personajes –ya borrosos- e irrelevante información; acaso sí marchitas flores generan mínimas distorsiones. Tampoco mausoleos o “catafalcos vistosos” se aprecian generosos en palabras. Lo son, sin duda, en efigies y espacio. Difícil es, pues, encontrarse con epitafios ingeniosos que merezcan ser leídos y fotografiados. ¿Hombre o mujer el muerto? Es indiferente.

Cuento con escaso dinero para realizar profundos viajes y estadías vastas en países extranjeros. Suelo adquirir paquetes promocionales que a lo sumo se prolongan por una semana. Intento viajar al menos dos veces al año, el ser soltero facilita mis desplazamientos. Conozco buena parte de sur américa, norte américa y Europa. Adicionales parajes son igualmente atractivos, pero escapan a mi presupuesto. Además, las sesiones son costosas y no renunciaré a ellas, me encantan. Lo que ha ido decepcionándome es no contar con un estudio fotográfico, decenas de imágenes siguen almacenadas en memorias y archivos, lentamente he podido revelar algunas, que pronto comparto en redes sociales. Sin embargo, soy enemigo de lo que llaman estúpida y anglosajonamente “Selfies”: es tonto, ¿qué puede aportar mi rostro en contraste con paisajes, objetos, tumbas? ¡Idiotez! El cuerpo es trasunto personal, íntimo.

Anoto la clave de mi cuenta en Internet y, sorpresivamente, he tenido (¡por fin!) comentarios al último relato que subí: vaya que insisto, pero abstinencias de crítica y análisis son avasallantes. Al parecer les ha gustado a dos, tres contactos. Abro novísimo mensaje del hipnotizador, habla de adelantar para hoy la cita que íbamos a tener mañana. No hay problema, es domingo y, en verdad, no tengo qué hacer. Es lacónico este “gurú” de hipnosis, empero ha prolongado su texto, sumando al asunto del encuentro, insólita queja con negativos que le dejé para que revelara (pagándole, por supuesto). Presiono la tecla correspondiente para ratificar ese “me gusta”, al respecto de avisos turísticos. Apago el computador, tomo tinto y salgo del apartamento sin apremios, sin afugias.
No está distante el consultorio, pero de nada sirven rutas de autobuses cercanas. Acudo en taxi, hay de sobra y entre sones incómodos y displicente cruce de frases, arribo. Casi al apearme me están esperando, subimos al segundo piso, entramos y, aceptándole un vaso de agua (es lo único que ofrece), entablamos inicial diálogo, desprovisto de amistad. Procedemos – parafraseando memorables versos de Borges-: “lo hemos hecho tantas veces”: esplende esta tarde última del solsticio de verano.

“No me explico que pasó - expresa el hipnotizador al médico que levanta acta de defunción. Recién (prosigue), durante breves instantes, le había dejado reposar, luego de nuestra usual cita. Lo escuchado fue diferente a otras sesiones, ya no hablaba –al parecer- de vivencias, nostalgias ancestrales y siglos pasados. En su tono habían desaparecido matices melancólicos y se le percibía extraña ansiedad. No dudo (afirma) que esta vez vivió no una regresión sino ominosa epifanía. Extrañamente despertó antes de darle la orden, me miró como si fuese perplejo fantasma y pidió que le mostrase las fotos que le había revelado. Eso es todo, cuando volví lo hallé muerto, no entiendo”, concluye.

El dictamen apunta a contundente ataque cardíaco, inusual para un hombre joven. Careciendo éste de familia conocida, el hipnotizador conserva para sí escasas pertenencias que su difunto paciente llevó aquella tarde. Sin afanes introduce entre gavetas diversos objetos: portátil, celular, lentes y una bella carpeta en cuero negro. Al querer cerrarla –puesto que sobresalían diversos documentos mal guardados-, cayeron al piso las fotos reveladas. Admite que tuvo curiosidad esa primera vez que las observó, tan compulsiva obsesión por epitafios le lucía progresivamente enfermiza y así iba a expresárselo. Sin embargo y tras estudiarlas detenidamente, notó algo diferente, elementos desapercibidos cuando las vio recién editadas: él, su paciente, se hallaba –ingrávido- al lado de cada epitafio, con ropas de diferentes épocas, señalando con tristeza hacia el interior de cada fosa. Y, atónito, identifica en la única foto que éste le tomó a su consultorio, a ese mismo joven agonizante, pleno de terror mirando las mismas fotos que ahora deja caer, asustado.


viernes, 21 de octubre de 2016

Poemas de Sandra Muñoz




Poemas de Sandra Muñoz

Saca la flecha
Con su mano desnuda
Guerrero herido
..
Contento el astro
Tiñe las madrugadas
con su dorado
..
Hay que ser tigre
Para ver desde cerca
Los espíritus.
No pienses porque estoy que lo haré siempre.
Mira mis ojos cuando tomes mi mano, asegúrate que soy.
Siente el temblor del temor a la ausencia
No serás prioridad para siempre.
Un día cuando estés encontrarás conmigo una nota suicida con tu nombre y mi sangre.
No pretendas tener lo que ferviente a diario te concedo.
Te entregaré la espuma y el batir de la pequeñas alas de un deseo
Cuéntale al tiempo y el espacio que te fuiste, que te atormenta el fin de lo sagrado
Sacia el ígneo apetito de mi sed con un poco de tu carne y de tus huesos.
Ya está saliendo humo de tus labios y el brillo en tu mirada se consume.
Estoy tan condenada a calcinar aquello que da vida a mi existencia que es morirme y de ese fuego renacer eternamente.
..
Creo en las rayas negras que acentúan tu figura, en los puntos rojos de tu blusa vaporosa.
Creo en el ancho de la falda que te pones los domingos para ir a misa y las botas alargadas de punta fina.
Creo en el abrigo de lino envejecido que usas todos los viernes.
Creo en las cintas de colores en tu pelo ensortijado que se funde con el sol.
Creo en las pantaletas estampadas de cerezas y arco iris que cada lunes se desliza por debajo de la mesa.
Creo en los jeans desgastados que oprimen tu cintura y el sostén anaranjado cuyo broche detesto.
Pero creo sobre todo que desnuda o con vestido eres la única belleza ante mis ojos.
..
Ese olor a mujer de cada mes, dulce y espeso que se mete como un virus en tu ser
Inspiración alucinante que lleva a los hijos de marte a perecer.
Naciones y legiones han caído, cerebros y teoremas ante su almizcle.
Ella huye de su propio cuerpo, le espanta el escozor que su deseo le produce
Arde entre la seda nocturna donde a solas se consuela.
En la noche desata una guerra entre su piel y su tacto
donde no hay más heridos que su propia sed.
Es que ser titán de carne en el averno es la condena de los seres que han amado sin reservas
Es que ser mortal dormido es el infierno de los dioses
Es que ser mujer y luna es una alquimia que científicos no entienden
Es que ser dolor y gozo es lo sublime de este cuerpo venusino.
..
Andenes hacinados de gente que no está.
Ríos metálicos de carruajes que no se mueven
Voces que al unísono emiten un estruendoso rugido de dragón que no dice nada.
Mares de carne que se descompone y un hedor a muerte gris en el ambiente.
Y a eso le llaman desarrollo.
..
No he dejado el alcohol ni los cigarros...
Y el sexo todavía me sacude.
Sigo llorando en las noches, y aún despierto en las mañanas deprimida.
No han muerto aquellos días de abusar de la comida, y el ego se me ensancha en ocasiones.
No he cambiado, pero ya no soy la misma...
Ya no sueño con tus besos, y tu ausencia no me produce insomnio.
Mi mente dejó de dibujarte, he vuelto a visitar nuestros lugares...
Hoy escuché nuestra canción y no hubo llanto ni nostalgia.
Has vuelto a ser el sueño que siempre fuiste...
He vuelto a estar despierta sin soñarte.
..
..
LETRAS DE HUMO

No sé si es por la lluvia, o porque el cielo ha cambiado de color
no sé si es tu ausencia o que te extraño
no sé si tus manos podrían derretir el hielo que nubla mis ojos
no sé si a tu lado sería mejor existir... no lo sé...
Hoy es un día mustio en mis adentros, húmedo y callado.
Afuera los pájaros no callan; su canto es el mismo, soy yo la diferencia.
La pequeña tejedora no ha notado los cristales salados que tiemplan su hamaca.
Apenas un leve y afilado destello intenta despertarme pero es poco, muy frágil ante el ojo de la sombra.
No sabría decirte a qué saben las mañanas, no recuerdo.
Lo que puedo decirte es que presiento tu mirada sobre el hombro,
tus manos dibujando los contornos de mi esencia
escucho en la noche tu gemido
A veces me quedo inmóvil a la espera de un beso que no vendrá de ningún lado...todavía.
Las preguntas nadie las responde, el reloj no se detiene,
debo pensar que la noche vendrá para salvarme de otro intento de encontrarte sin buscarte.
Los pequeños te esperan, no vendrán si tu no llegas, solo yo estoy.

Solo yo respiro y suspiro, y pretendo que expiro, mientras todos duermen y yo desespero.

lunes, 10 de octubre de 2016

SILOCIBYNA DE ABRIL (El Dios que baja de cabezas) / Antonio Machado




SILOCIBYNA DE ABRIL
(El Dios que baja de cabezas)


Antonio Machado



Una fuente salina antigua en Santa Elena, suave, lenta, exhibiendo al descaro sus destellos de luz.  Una hada disfrazada de libélula azul me da la bienvenida y luego displicente viene y va sin sentido y volando me olvida.  Se posa en un nenúfar sobre el agua tranquila. Agua quieta y profunda, inundada de luz que pronto se transforma en una gran ventana hacia ese otro universo de colores neón.
Al fijar la mirada en todo lo pequeño descubro las mil puertas hacia otras dimensiones, todas ellas posibles, todas ellas profundas, todas ellas reales.
Todas ellas presentes.
Me quedo boca arriba sobre la alfombra suave y dejo lentamente que la tierra me absorba como abono, Me muero en forma lenta y me transformo  en ella, en humus, hierba suave, átomos de carbón.
A miles de kilómetros, arriba de una hoja, la libélula hada se ducha en el rocío, en el inmenso mar que contiene una hoja;  y nada y chapotea y canta y luego duerme, como yo, satisfecha.
El abeto de ocho años se derrite en la luz y todos sus neutrinos cantan unos a otros en un brillo imposible.
El pino de dos ramas,  al borde del arroyo,  extiende una llamada, una infinita rama de amor hacia otra orilla, hacia su alma gemela que ha nacido en el frente y yo solo contemplo sin razones ni juicios.

Yo soy yo y soy árbol,
Yo soy yo y estoy en la corriente,
Soy libélula azul
y soy la piedra roja de las aguas heladas
El infinito musgo,
el liquen microscópico.
El circulo de hongos de sombrero amarillo.
Soy solo yo que vuelvo
a fundirme en las cosas preñadas de silencio.
Soy la paz imposible
de hallar en las esquinas.
Soy la luz.
Soy el brillo imponente de las algas menudas
Abrazando las piedras.

Soy solamente yo
Sin botas y sin miedo,
Soy yo que vuelve a casa sin el rostro careta
Sin mi cuerpo de olvido.
Soy nuevamente yo
nutriendo cada cosa que nacerá mañana.
Soy yo que vuelve a casa
Sin yugo, sin cadenas.
Soy silencio integral, profundo, universal.
Un eslabón que llega
a unirse a la armonía de esta rueda infinita,
Creadora y sin prisa.

Y luego, dejadez, la ebriedad de alegría. El caminar descalzo sin dolor ni torpeza. Empiezo a tiritar en medio del arroyo y me siento feliz abrazado de frío. Una paz imposible de poner en palabras me recorre en oleadas que me arrancan sonrisas. Qué pobre es el lenguaje, que inútil el hablar en presencia de Dios. Cómo expresarle a otro que a veces puedo unirme con los seres del bosque; unir mi corazón al del pino, al del sol, al del roble, al abeto de luz,  y latir al unísono como un hermano más que llega de visita y se integra en silencio a la mágica orquesta.


El viejo macha.


miércoles, 5 de octubre de 2016

La Mujer del Animal de Víctor Gaviria. Conversatorio con actores en La Pascasia.



..

La Mujer del Animal de Víctor Gaviria. 

Conversatorio con actores en La Pascasia.


Víctor Bustamante


Noche de cine en La Pascasia, o mejor, encuentro entre los actores de la película, La mujer del animal de Víctor Gaviria, ante un público ávido de saber los detalles de la filmación, así como  la posibilidad de escucharlos en lo que ha significado esa experiencia, porque es toda una experiencia enfrentarse ante una cámara para dar todo de sí, cuando nunca han actuado, y en muchos de ellos el cine, a lo mejor, ha sido algo nunca accesorio, sino algo lejano, difícil de acceder, pero que ahora ya se ha madurado en un film donde quedarán para eso que llaman posteridad.

En  este conversatorio, se nota la camaradería, la coincidencia, y sobre todo, la oportunidad que tuvieron de participar en una historia que, al reunirlos, posibilitó esa amistad tan notoria entre ellos,  y el fervor hacia su director.

Y no es para menos, ante la anonimidad y el desprestigio de las comunas, ante la fatigada noción de los actores, considerados estrellas, y cosas de esas, participar en una película es algo que sorprende, debido a la posibilidad de ser no solo testigo sino partícipe del actual cine colombiano. De tal manera  es algo que los deja perplejos, por una razón de peso, la síntesis de su actuación, en una película donde su director le ha dado, ya lo sospechamos, su toque personal. Hay tanta humanidad, tanto corazón, tanta  sorpresa en cada uno de ellos, que uno llega a pensar, como la lejanía de los barrios donde viven, las duras comunas con su leyenda sombría y de rudeza, pero donde las personas son amables, nos dan una muestra de ese otro Medellín que supervive, a pesar del señalamiento, y del oscurantismo.

En este encuentro no hay nada intelectual, con los fastos que para algunos esa opción ofrece al cine este tipo de eventos. No, aquí en este diálogo, hay frescura, aún hay sorpresa.  Creo, que Víctor por eso, en cada una de sus películas, busca personas diferentes, actores latentes, que lo acompañen hacia esa aventura grata de realizar un film, donde la inocencia no ha sido permeada. En este encuentro hay humor, mucho amor, algo de ironía, muchos sueños, exultante camaradería, muchas expectativas, y, sobre todo, la coincidencia en un tema que no dormita sino que atraviesa las relaciones humanas: el maltrato a la mujer, el guapo como violador que se brinca todas las alambradas sociales y se burla de la legislación, si es que la hubo, o la hay.

Hay expectativas entre las personas que no hemos visto esta realización, ya que su director estuvo quieto unos años, y aún no sabemos, si su toque personal haya sufrido variaciones o si inicia otros caminos creativos.