PEDRO
ARTURO ESTRADA: EMPATÍAS Y APRECIACIONES
Raúl Mejía
I
De
esos inicios…
Al concluir el año
escolar 1978, recibí como premio a buenos resultados académicos, la edición de "Poesías Completas”, del poeta José
de Espronceda. Si quisiera, podría extenderme en lo que implicó tal libro y
poeta en el adolescente que era en ese año. Recuerdo el episodio pues, de las
sucesivas lecturas que hice de él, reconozco tardíamente el gusto, la manía y
el aprecio por los poemas extensos: Espronceda dejó varios, enormes. Un poco
mayor, hacia 1983, adquirí los primeros volúmenes de “Poetas en Abril”. Los número uno y dos, sendos libros sobre poetas
colombianos, en orden cronológico. Ya conocía a algunos, pero opté por
enfocarme en los próximos a mi edad, los nacidos hacia fines de los años
cincuenta y siguiente década. No voy a nombrarlos, pero al leer sus poemas
prevalecían la brevedad, ausencia de títulos, extraña puntuación y escasez
total de formas clásicas. En ese entonces los sentí flojos, carentes de vigor,
simples y mediocres balbuceos líricos. Sólo respetaba lo extenso y un tanto
convencional. Los años enseñan. Poco después adquirí “Este Lugar de la Noche”, “Morada al Sur”, “Residencia en la Tierra” y la obra completa de Antonio Machado. Tan
poderosos libros y poéticas irrumpieron con contundencia. La espléndida
brevedad, concisión y precisión de los poemas del maestro José Manuel Arango,
ejercieron y ejercen una fascinación constante. La experiencia fue oportuna: ya
no estaba tan seguro de mis bases iniciales.
Ignoro –salvo que
Pedro Arturo lo haya dicho en alguna entrevista- cuál fue su primer libro,
autor o influencia. Al publicar ya adulto “Poemas
en Blanco y Negro”, es casi obvio
que nada de lo que allí leemos haya sido escrito a los quince o menos años. Por
los epígrafes iniciales se pudieran sospechar sus bitácoras como lector: Emily
Dickinson, Roberto Juarroz. Brevedad, vocabulario simple. Sin duda hay bastante
de José Manuel Arango, sentimos un tono semejante, una velada alabanza a su
estilo.
Los inicios nos
marcan. Aquellos primeros bautizos gravitan hondamente. Asumirse como absoluto
ecléctico es de una hipocresía fácil. Persisten los ecos, no siempre para bien…
II
De
lo adicional…
Cuando Pedro Arturo
asumió la conducción del taller de escritores de Comfenalco, hacia el 2005, la
adultez ya había inscrito sus señales y lenguajes en nuestros cuerpos. Suele
decirse que al igual de lo que sucede con los deportes de alta exigencia
física, sólo los jóvenes son aptos y competitivos. También se ha expresado que
algo similar ocurre con la poesía, que sus puntos más altos acaecen durante la
juventud. No lo sé. Es extremadamente difícil separar, sustraernos de aquellas
sensaciones juveniles, cuando estábamos literalmente invadidos de musas y de
númenes. Todos disfrutamos de lo hermoso y quizá sí tuvimos acceso a un
lenguaje que luego pudo sernos difícil de recuperar. Pero el acto de escribir
poemas no concluye allí, necesariamente. Tengo la impresión de que Pedro
Arturo, por esos días, ha debido sentirse hastiado de la poesía, como quien
recibe de mala gana una pensión injusta o los restos de un familiar en un cofre
anónimo y frío. Habitar, vivir y resistir el asedio de la poesía, sus esquivas
palabras que no se ubican como quisiéramos en el poema, genera angustia,
cansancio. Aun así lo rememoro jovial, diplomático, con singular dulzura hacia
lectura de textos poco menos que deleznables.
No es fácil
sobrevivir al interior y/o exterior de la literatura y sobre todo de la poesía.
Amén del oficio de docente, la labor de tallerista es poco apreciada. Pero una
vez poeta, siempre poeta. Es caparazón que protege y a la vez aísla, apabulla. No hay marcha atrás, ya los libros
ejercieron su pedagogía, no es posible. Esta dificultad es inagotable, sus
heraldos juegan con nosotros. Empero, al adultecernos, la mediocridad deja de
ser menos observable o nos visibiliza como mediocres impenitentes. El ahora de
Pedro Arturo debe estar habitada de condensaciones, de correcciones: los
longevos somos nosotros, la poesía no.
III
Conceptos.
Palabras. Vocablos. Signos…
Clásico. Moderno.
Ismos. Complejo. Fácil. Ego. Poeta. Poetisa. Política. Trascendencia. Escuela.
Epígono. Retórica. Anarquía. Pureza. Heterogéneo. Oscuro. Local. Generación.
Suicidio. Minoría. Social. Comprometida. Futurista. Religión. Autóctona.
Perdida. Maestro. Envidia. Manierismo. Complejidad. Aspereza. Racismo.
Erotismo. Estival. Bucólica. Rima. Revista. Libro. Periódico. Grupo poético.
Subjetividad. Universal. Nihilismo. Escepticismo. Locura. Visión. Epifanía.
Rigor. Ortodoxo. Prosaico. Megalomanía. Zoofilia. Sicología. Siquiatría.
Visual. Sonora. Dios. Muerte. Vida. Amor. Soledad. Deseo. Tristeza. Miedo.
Página. Palabra. Semántica. Semiología. Innovación. Originalidad. Hurto.
Reiteración. Angustia. Silencio…
Mmm… ¿Quién debe
velar? “Alguien debe hacerlo, debe estar atento”, nos concluye Kafka en un
breve y maravilloso relato. La poesía está ahíta de conceptos, palabras,
vocablos y signos. Adjetivos, fobias y filias en exceso. Desborda la capacidad
de una época, ha sobrepasado milenios y habrá de proseguir con su canto de
sirena. El modesto propósito de acercarse a un poeta, despierta semejante
maremágnum de palabras y te arroja, a solas, ante un vasto territorio de cuanto
accidente semántico sea posible o no exista. Lo que en mí es pereza al no
ejecutar una profundización vertical en un autor o en uno de los tantos
apéndices de la poesía, no es acicate para desgastar años tras la utópica
resolución de tantos paradigmas poéticos. La poesía engaña, sus umbrales son
fáciles de cruzar, una vez adentro, ella no se hace responsable.
IV
Espacio
y Tiempo.
Pedro Arturo,
segundo a segundo, ocupa su circunstancial espacio y avanza en el tiempo.
Transita el espacio-tiempo en medio de toda clase de descripciones y de
vivencias. Ese mismo espacio-tiempo, próximo al poético, es menos flexible y
problemático que este último: es apreciable en sus libros. Comenzó, Pedro, como
la mayoría, publicando en revistas, periódicos; familiar en tertulias, en
corrillos de intelectuales. El yo a solas con la página en blanco, es el mismo
yo a solas con el libro. Su espacio-tiempo le concedió empleos, amor, familia.
Pertenecer acarrea instantes y opciones. Ser poeta en Colombia, en Antioquia,
exige humor, ironía y desazón. “Otro más en el laxo olimpo colombiano”. Otro
más. ¿Y?
Ciertamente la
publicación de un primer libro genera emoción. ¡Por fin! Luego las
consecuencias: ¿gustó, pude expresarme como quería, ya soy alguien, soy poeta?
Nuestra Medellín de los años noventa, qué poco has debido apreciar el “boom” de
un nuevo vate, siempre asustada por otra clase de explosiones. Creo no
equivocarme al pensar que Pedro Arturo no ha debido exigir loas ante su
advenimiento, es tan perceptible su paciencia y tranquilidad, que no lo imagino
como tantos, sacándole partido vanidosa y grotescamente a su primer libro. No
escapamos a la frivolidad, pues somos manieristas y aprendices hasta el final
del espacio-tiempo personal.
V
Sondeo
de poemas, de versos.
Dime o déjame
transitar sobre lo que has escrito, y podré decirte cómo eres, aproximarme a
tus viajes, utopías y fracasos.
“Pasajero de las
sombras”, bien pudo surgir como aquellas bellas notas “al oído del lector” que
leemos en poetas del siglo XIX: Baudelaire, Rimbaud, Silva. Este título del
primer poema publicado, ya nos define a su autor. “Pasajero” es un accidente
fortuito, del cual no hay escapatoria. “Sombras”, ámbito en el que el poeta
sabe moverse, reconocer en cada una de sus acepciones.
“Una ventana abierta
a la noche/ es mi alma sobre el abismo de la muerte”. Estos versos, más allá de
lo anecdótico en el instante físico de su escritura, reflejan la prolija
realidad del hombre solo e indefenso, sensación y caída hacia lo que anula, lo
que nos desaparece. Bastaría este primer poema para centrarnos, como aquella advertencia
al lector que mencioné, sobre el tono, la esencia de una poética que sabe de
esfuerzos y que a su vez, no oculta el miedo, la impotencia ante los elementos que nos van
venciendo.
Aleatoriamente
transcribo otros versos:
“La noche era la
otra orilla/ de la náusea”.
“Extraviados en
medio de una fiesta/ donde no nos conocen/ ni conocemos a nadie”.
“el tiempo excava en
ti/ una tumba”.
“A qué ir, a qué
irme”.
Incluso el poema
breve suele tener líneas que son irrelevantes. Pedro Arturo es buen artífice,
no deja cabos sueltos al menos en la forma. Por supuesto que como avezado
lector, suele dejar los poemas a medio cerrar, insinuándonos sobre lo que
pudiera seguir, dejando que nos arriesguemos. En los anteriores versos al azar,
se presentan diversas aristas del universo lírico del poeta. Es inevitable
fungir como monotemáticos. La vida lo es, dejamos de respirar o circular la
sangre y adiós. En estos versos hay sensación de derrota, de aislamiento, de
displicencia total –en cuerpo y alma- ante el devenir. ¿Es ello una feroz
crítica, protesta o condena? La alta poesía es selecta y bastante monotemática
y, salvo lo tontamente hallado por extravagantes ociosos, son la Vida y la
Muerte sus dos máximos referentes para el acto poético. ¿Ha sido, es y será
Pedro Arturo un ser atormentado, noctámbulo, extraviado –como cualquier ángel
amnésico- en esta multitud de horrores y de avatares? No sería el único, cuenta
con antecesores, contemporáneos y sucesores. No hay alternativa: le cantas a la
Vida, a la Muerte o a ambos.
La sensatez de Pedro
Arturo en asuntos bibliográficos, se aúna a la rica tradición que nos viene
desde Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, José Manuel Arango, etc. Ha leído a
los mejores ensayistas sobre la poesía y admite que, así publiquemos decenas de
libros, cientos de poemas, sólo podemos lograr una mínima cifra que conserven
finura, lenguaje atemporal. Como Aurelio Arturo, como Trakl, sabe que una vez
hemos ido –como arañas- tejiendo un entramado de vocablos, de alegorías, no
escapamos a esa telaraña, construyendo día a día el mismo poema, una y otra vez.
Vencer al agudo e incisivo interrogante del” ¿para qué escribo?”, ha permitido
el placer de la lectura, de su lectura.
Hay poemas de Pedro
Arturo que se leen a prisa. Otros, sin embargo, captan y permanecen. Diría, sin
mis usuales circunloquios, que son aquellos que van adquiriendo fisonomía de
clásicos o que, simplemente, logran una fuerte ósmosis con la sensibilidad del
lector. Algunos:
“CAFÉ TURKESTÁN, 3
P.M” Bello texto, condensa el tiempo en sus dimensiones pretéritas y actuales
en un cuadro de vaporosa y lenta horadación que ocurre con un lugar y sujetos a
lo largo de los años.
“SAN ROQUE, 1967”.
Felizmente auto biográfico, quince versos que hablan de maravillosas
experiencias. La infancia, juegos, complicidad y el advenimiento del deseo, la
soledad y la poesía.
“FIEBRE SOLAR”. El
sólo acto de apreciar la luz, su surgimiento y difuminación, atraen al lector
hacia presencias beatíficas que, incluso, nos hacen olvidar del ominoso final
de este poema.
Hay más poemas,
obviamente. Son constantes los hallazgos y las reiteraciones. Quienes
intentamos poesía, somos herederos y expoliadores del primer poeta.
VI
Conclusiones
varias…
Conozco apenas un
poco a Pedro Arturo Estrada. Sé bien que desde el año 1994 hasta el presente,
ha sabido participar en festivales, talleres y cátedras alrededor del quehacer
poético. Merecidamente hace parte de antologías y sus poemas han sido traducidos.
¿Justifica escribir sobre él una compleja monografía o ensayos farragosos,
perfectos para la academia? No lo sé. La vanidad intelectual es ambigua
consejera.
Ha poco, viendo un
especial sobre grupos de música y la entronización de varios cantantes y bandas
al salón de la fama del Rock and Roll, me encantó oírle al líder de “Kiss”:
“fuck with the critics”, al diablo los críticos. ¿Qué dicen nuestros impotables
críticos literarios sobre la importancia de Pedro Arturo y su obra en el
panorama de las letras colombianas? No me interesa, admito que no será
necesario que transcurran eones para tener una idea exacta de su lugar, pero
entre tanto él persiste con sus miedos y evocaciones, adormecidos tras el
cansancio o vivos en sus poemas.
No es problemático
ser buen alumno. Lo execrable es creerse un Maestro, megalómano supérstite de
la mejor poesía. Divertida y enojosamente, he tenido múltiples encuentros con
Pedro Arturo, a propósito de su férrea defensa de poetisas que me provocan
desencantos, accesos de bilis y una paranoia contestataria. No hay dos poetas
iguales, ninguna visión es la única en un paisaje pleno de colores. Lo recuerdo
riéndose de sí mismo, de la existencia. Una vez poeta, siempre poeta.
Que raro que un llamado poeta le haga genuflexiones a otro..
ResponderEliminarEste muchacho anda en busca de algo poético y como no lo obtuvo con sus adulaciones, vocifera contra Alejandrita Pizarnik lo que podría ser producto de su ambivalencia y mentira que falta a la verdad. Debe mantener unas rodilleras muy firmes para decir lo que dice con sus babosadas.
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