Los
otros senderos de Rubén López Rodrigué
Víctor
Bustamante
Escribir literatura
infantil es un tema de mucha dificultad, ya que quien lo realiza debe meterse
en la piel de aquellos a quienes les empieza a interesar el mundo de las
letras, en cuanto se refiere a los universos de quien escribe para buscar
atraerlos a lo inédito y a la creatividad. Además es una competencia difícil y
menospreciada, por decirlo así, para arrebatarlos de la nueva adicción a la tecnología,
disfrazada con los tics que se han convertido en una suerte de oasis para que
los niños y adolescentes acampen en la promesa de lo último, y terminen sumidos
como en una inercia y en la comodidad del no pensar que les agota su tiempo y
los incorpora en la esterilidad total y sin imaginación. Una sola franja lo
evidencia: los videojuegos. En este momento miles de niños y adultos, sus pares,
repiten sin cesar y desesperanza la violencia, que en muchos casos entregan
estos videojuegos, sin esperanzas de vencer un programa que los arredra.
Para vencer esta
acedia llega el escritor de este género con unas buenas historias que de una vez
pueden conquistar su presencia, es decir, llevarlos de su mano al terreno
fértil de la literatura y convertirlos en futuros lectores; de ahí el acceder
al empíreo de la reflexión, de la crítica. Quien escribe para niños o
adolescentes sabe lo difícil que es caminar por estos terrenos minados, además
por las dificultades en la concentración, la rivalidad de los temas y la trivialidad
con que abordan a los niños y adolescentes que pernoctan y superviven en un
mundo de una fantasía casi de especulación y con el calmante de no poseer un
mundo propio, para invitarlos a empezar, a atreverse a cruzar caminos, riesgos
que los libros entregan.
De ahí que cuando
leemos los otros caminos creativos de Rubén López Rodrigué, al menos yo me
quedo perplejo porque los temas para esa franja de muchos lectores, como son
los mencionados chicos y adolescentes, es algo que escapa a lo previsible, en
el sentido de que el escritor debe buscar seducir a sus lectores, indagar ese
aliento que los subyugue. Rubén ha iniciado ese camino: sus tres últimos libros
lo evidencian.
Rubén López Rodrigué
ha transitado por las vertientes del psicoanálisis, ha dominado su lenguaje
secreto, su entidad como una secta casi, las desmesuras de aquellos que se
adentran en la siquis del otro. Con el tiempo dejó este tema, no sé si debido a
la especulación, al carácter referido de secta por parte de los psicoanalistas,
aunque ha colaborado en un libro colectivo para la Universidad de Antioquia al
lado de connotados especialistas en la materia, pero con los días lo he visto
más decidido por la literatura misma. Lo evidencia uno de sus textos, el cuento
fantástico “Medio-Rostro”, y se cristaliza, hasta ahora, en el libro de relatos
La estola púrpura, donde incursiona
en el mundo de sus recuerdos en su pueblo natal Santa Rosa de Cabal y los
retrotrae para darles ese lustre de perdurabilidad al convertirlos en presencia,
que es esa lucha palabra a palabra, para que su infancia no se quede atrapada
en ese espacio bárbaro donde la desmemoria deje pasar esos evento caros a sus
vivencias, a sus observaciones.
De esa manera, no sé
en qué momento Rubén ha decidido a lo mejor hacer un alto en su camino de escritor
reflexivo, esperaba leer el libro sobre la mirada, al cual le ha dedicado tantos
años, pero su creatividad se ha deslizado por el campo nunca verde de la
literatura infantil con sus caminos sinuosos y llenos de dificultades. Leyendo
sus libros no era presagiable que buscara otra opción en su esfera creativa;
pero, poco a poco, a partir de su primer libro, ha ido consolidando esa fisura
en su quehacer. Digo fisura por lo sorpresivo de un cambio de rumbo en ese sentido,
al menos para quienes presagiábamos que seguiría por la metafísica del cuento fantástico,
como en sus primeros cuentos, o por la inclusión de sus recuerdos como en La estola púrpura. Pero algo es cierto,
los caminos creativos y oscuros del escritor son impensables.
En El carnero azul (2013), dedicado a
Gandhi por su amor a los animales, es previsible la humanización que les dará a
ellos en sus relatos. Un águila que decide devolver los polluelos robados. El
mejor cuento es “La polilla” que come libros y al leerlos aprende de ellos,
como si en ese proceso destructor encontrara cierto placer. A veces creo que
este relato merecería una suerte de ampliación, ya que la idea es relevante.
Esta polilla es algo extraña ya que se alimenta de los clásicos de la
literatura infantil más conocidos, como si fuera una crítica de su autor a
estos relatos que a veces magnifican aspectos como la bondad o la suerte de un
mundo plagado de descortesías. Otro cuento, el que da título a El carnero
azul, nos conduce a una utopía: la necesidad de revivir el carnero al ser necesario
envolverlo en fibras de cumare, que por fin encuentran las hormigas rojas para
reanimarlo. Así mismo cuando digo humanizar a los animales, desde su perspectiva
lo logra al no contrariarnos, como si no fuera necesaria una moraleja sino la
conclusión misma del lector. Rubén se aleja de toda moralidad para así
acercarnos tranquilos y con cordura al texto.
Flor
de lis en el País de la Mantequilla (2014) es el más
poético de los tres libros hasta ahora publicados. La historia es sencilla,
vista desde el lector, pero compleja para sus protagonistas. Una bruja se ha
robado un niño, Andurín. Flor de lis, una abeja cautelosa y además llena de
curiosidad, observa el evento y poco a poco decide buscar su paradero. Indaga hasta
encontrar al Hada Peri que le da la potestad de liberar a Andurín. La abeja,
amable y curiosa, se convierte en la gran guía, en la gentileza, en la generosidad,
trasunto de la amistad, junto al deseo y a la sorpresa de mirar en cada uno de los
capítulos el evento que sucede, así sea en el bosque de bambús, en el encuentro
con los indios alfareros o en el tropiezo con el jaguar, hasta el rescate con
final feliz.
En Gorito el abusón (2016) Rubén establece
un colegio donde sus profesores y alumnos son primates. Es decir, una
significación podría ser que sus personajes sean una suerte de trasunto del
hombre en su primitivo estado de desarrollo mental, podría decir, de quien a pesar
de la destreza tecnológica aun habita ese instante de la evolución humana. Al
escritor situar el colegio con profesores, padres y estudiantes en ese estado,
pienso en la posibilidad de decirme cómo el género humano, a pesar de las apariencias
y del avance en muchos planos de la vida, ya sea material o espiritual, aún
vive en un estado de salvajismo controlado, al menos en este texto, como si el autor
nos dijera: Así defino al ser humano en un estado de poco desarrollo intelectual,
y al mismo tiempo nos va a contar como en ese mismo estado ocurren los casos
previsibles de matoneo, un momento de exclusión y de persecución entre los
mismos adolescentes que entre las aulas viven en un mundo de aparente autonomía
y de formación, el mismo que es masacrado por aquellos que persiguen y denostan
a sus mismos compañeros. Por esta razón, Mono Albino se convierte en el estudiante
que es perseguido, birlado y burlado por sus mismos compañeros al mando de
Gorito, al menos por los violentos que le hacen la vida difícil, dándonos esa presencia
del ser, así sea un primate intolerante y burletero. Pero, caso desusado, Mono Albino
se va a estudiar a otra escuela donde se comporta de la manera misma como fue
perseguido, y el líder de los condiscípulos que lo perseguía, Gorito Gorilón, cambia
de una manera positiva, se transforma en un buen tipo, es decir en un buen
gorila.
Cada una de estas
historias posee un sustrato de realidad, como dice su autor, son vivencias que perduran
como el racimo de uvas que dibujó en su infancia, y que se haya inscrito en su
memoria, y que son la causa, a lo mejor, de que Rubén haya decidido rememorarlas
a partir de estos escritos donde toca temas álgidos en el mundo infantil y que
ahora comparte. No podría marcar con una etiqueta determinada sus libros
precisamente dedicados a los adolescentes y su mundo plagado de dificultades,
en este caso literatura infantil, porque como él mismo dice son cuentos para
niños de 8 a 80 años. De ahí que, bien mirados, cada uno de sus libros posee la
destreza y la claridad del reflexionar sobre la necesidad de un mundo ético,
lejos de la intolerancia, de las falsas verdades, signados por el carácter del
nuevo giro que Rubén le da a su creatividad y, sobre todo, a una mirada
diferente, más humana y contemporánea a la literatura con tiempos de soñar.
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