Todos se van de
Sergio Cabrera,
¿Una telenovela?
Víctor Bustamante
A
Sergio Cabrera le cabe un valioso merito, haber dirigido una de las películas
colombianas de mayor aceptación entre el público. Por qué no decirlo, La
estrategia del caracol, es una gran película donde hay de todo: humor,
escarnio, sobrevivencia, ingenio; en síntesis, buen cine. Donde se identificó
el público que la vio por su temática y elaboración equilibrada. Es tan
colombiana, tan sentida, que uno sale satisfecho de la película luego de
disfrutarla, vivirla, saborearla, porque esas son las palabras que permiten
recordarla. Además, como plus, se abría la posibilidad de seguir realizando un
buen cine colombiano.
Hoy
16 de noviembre, por pura casualidad, en casa de una amiga, supe que Sergio
Cabrera había filmado Todos se van. Y, para
empezar, una cintilla en el DVD añade que es Cine Colombiano. Viendo la
película sabemos que hay aportes del Ministerio de Cultura y de otras empresas
de acá, pero no, esta película no es colombiana, es una realización de un
director del país. El tema, las preocupaciones, no tienen nada que ver con
Colombia. Esta anotación la hago porque entiendo que hay escasos fondos, cuando
no se quiere ayudar a algunos cineastas, para promover el fomento del cine
nacional. O sea que esta película es una coproducción, según entiendo, donde
hay tantos responsables que el director termina por realizar un film donde
queda bien a todo el mundo, no como un guardia rojo sino como un guardia moral.
Sobre todo porque no cuestiona, no indaga, sino que trascribe de un solo lado,
ya que el tema es cruel. Algunos dirán que fue fiel a la novela. Y así olvida nada menos que
la causa de quienes se fueron de la isla, aún está vivo en la memoria. Otra
cosa es ver allí como
Cabrera maxfactoriza su versión de los que se fueron, se van y se seguirán
yendo, mientras la burocracia de un solo partido, sin prensa libre, y sin
elecciones de la única dinastía familiar en América Latina mantenga la
postración de la bella Cuba.
Pero
bueno, antes de que nos digan que somos provincianos, antes de que nos digan
que en otros países hacen coproducciones y que los directores pueden filmar en
cualquier parte del mundo en ese caos creativo, y de marketing que se impone. O
el coro griego que no tiene autocritica, afirme que se cometieron errores en
ese caso; crueles por cierto, digamos que me sorprende que Cabrera filme una
película cubana, porque lo es, teniendo en cuenta un tema tan álgido y de una
vez sea incapaz de poner el dedo en la llaga, y de no decir lo que en realidad
pasó porque el título del film, Todos se van, basado en la
novela de la cauta Wendy Guerra, no entrega ni un asomo de lo que en verdad
ocurrió. Nunca supimos en este film por qué se fueron los cubanos, o si lo
sabemos de una manera superficial con los estereotipos necesarios para dar la
impresión de que fue algo fugaz y no un malestar general ante ese agobio de la
burocracia castrista para el pueblo de Cuba, que obligó a que unos ciento
veinte mil cubanos se fueran, en ese momento, tratados como escoria.
La
historia es sencilla. Una niña, Nieves Guerra, vive con su madre, pero la madre
es separada y convive con un sueco algo disoluto. El maltrato moral y la mala
fama endilgada a su mujer por parte de Manuel, su esposo, hacen tomar partido
del espectador por esa mujer cuidadosa que vive su otro amor, ya que rehace su
vida. Manuel es un escritor nunca crítico, más bohemio de estereotipo que otra
cosa, y quien, con ayuda de funcionarios, se les entrega en cuerpo y alma.
Y, en ese amancebamiento, entre un escritor frágil y funcionarios le permiten
la custodia de Nieves, su hija. Pero Manuel prosigue en su eterna rumba,
irresponsable, y con sus mujeres. Vive en una casa donde todo falta, con un
cuarto secreto donde, ingenuo y perseverante, con su santería de plástico,
mantiene una esfinge que representa a su mujer. La punza con agujas con tan
mala suerte que esta nunca regresa a su lado, como si esa suerte de brujería
diera un efecto contrario, y ella se apegara más al sueco bondadoso, siempre al
margen, siempre sirviendo de espejo de lo que debe ser un hombre, más que todo
un padre. Este personaje, Manuel, que pudo haberle dado grandeza a la película
se disuelve en sí mismo como un istmo, y así se deja de lado el verdadero peso
de la historia, al no darle el carácter de ser un disidente con todo el riesgo
que ello implica en un país sin libertad de prensa.
Luego el drama se asocia más a
Manuel, que al comienzo era una persona recataba para luego convertirse en un
borracho, -esa es la versión de Wendy y Sergio de los disidentes-, y ya el
espectador pierde el cariño que sentía hacia el escritor, ya que revela su
verdadera personalidad: es mal padre, y lo más grave, se va de la isla. Nieves,
su hija, es devuelta al hogar materno luego de los desmanes y abandono de su
padre. Poco a poco se plantea el estatus de Manuel como disidente sin
aura al entrar a la fuerza en la embajada del Perú. Y es aquí cuando el
tono rosa de la película se trasgrede a un tono rosa pálido, blando e
insignificante, digno de la frivolidad de una telenovela, porque se olvida que
Manuel ya estaba siendo preparado para ser una persona de pésimo carácter, que
agrava su situación. Lo de disidente, -allá les dirán gusanos-, nos sorprende
después, ya que de él no sabemos si participó en alguna actividad
clandestina, como leer en una noche cerrada en una casa al escondido,
junto a sus amigos escritores, poemas en contra del régimen, de la dictadura
mejor, para luego quemarlos debido al miedo, ya que en público era impensable.
O si dirigió una revista de escasos ejemplares, escrita a mano para mantener la
llama viva de la poesía.
Wendy,
nunca en guerra, sino algo frívola dice en una entrevista aparecida en el Miami
Herald, durante el festival de cine, que en Cuba no quiere que se
filmen películas donde se tocan ese tipo de heridas. Es un lenguaje taimado. ¿Herida?,
puro maquillaje de una ligereza cruel. Debió haber dicho catástrofe social, y
mal gobierno, porque quienes se fueron no lo hicieron por gusto sino
presionados por quienes crearon el socialismo de la pobreza, porque si fueran
disidentes serían llevados a la prisión del Castillo. Si eran homosexuales a
los únicos campos de concentración de América Latina, UMAP. Y si querían huir
de allá, como los balseritos, serían ejecutados.
Hay
un libro de cuentos de Reinaldo Arenas, Termina el desfile, ese sí
toca la brutalidad de ese estado de cosas, con el vigor que se merece, donde se
narra desde adentro esa crisis social y plantea el tema de la embajada de Perú,
donde se hacinaron diez mil cubanos. Y luego vendría no la herida, como añade
la cándida escritora, sino el aniquilamiento social de esas personas que
debieron huir a Miami. Fueron ciento veinte mil, que el mismo Arenas luego nos
contará en otro de sus libros. Por eso la nueva generación de escritores,
cubanos falsean la historia, y así ese tipo de películas coayuda a suavizar la
imagen de un régimen que se cae a pedazos, que no sabe cómo el comunismo con
tinte estalinista es el mayor fracaso de la reciente historia política en
América Latina.
Por
eso en esa dosis de liviandad, la chica que dibuja, Nieves, lleva a donde vaya
un monigote que se presenta en la película, como su dulce compañía. Nunca un
Ángel de la guarda sino un demonio, con la imagen del Che, el ex guerrillero
heroico, a quien los hechos verdaderos resquebrajan su imagen. Es como si
Nieves en otro contexto llevara en su desidia de adolescente un muñeco con el
rostro de Hitler o de Rasputín.
En
esa misma línea se dirige el español que filmó una película del Che, ese icono
chic de las rebeliones, que igual sufre un menoscabo cuando se comienza a
revelar su verdadero corazón negro y lleno de odio con sus opositores. Ordenó
ejecuciones sin sumario y hay unos ciento cincuenta casos descritos
en la red, sin contar los asesinatos de su propia mano.
Falsear
la historia es fácil en el cine, ocultarla es mal síntoma. No sé si Cabrera,
sin cabrearse, habrá leído a Reinaldo Arenas que fue el gran escritor que se
educó y padeció durante la Revolución cubana, el disidente nato, que cuestionó
desde adentro, y sufrió todo tipo de vejámenes, de humillaciones, incluso
cuando estuvo encarcelado, así algunas escritoras como Wendy Guerra, con su
novela escamoteen ese tipo de cosas que sucedieron y que el tiempo histórico
parece y perece, histriónico, en ella y en Sergio Cabrera. Por esa razón
recuerdo Termina el desfile de Arenas. Hay allí un relato sobre el
asalto a de la embajada del Perú, inesperado por la turba insatisfecha, lejos
de los discursos del Caballo y de la masa pasiva de los noticiarios. Luego, en
varios de sus libros, contará lo que padece un escritor disidente de verdad que
toca puntos álgidos, no un caprichoso como Manuel, sino un valiente como
Reinaldo Arenas.
Todos se van parece
una telenovela de un tonillo rosa pálido que tiene como trasfondo un momento
histórico sin precedente: la catástrofe de refugiados que huyeron, como fuera
de la isla, convertida no en el territorio libre de América sino en prisión y síntesis
de la utopía cubana, que oculta una realidad exasperante por lo cruel, pero que
aquí, en la película, se centra más en una historia de amor.
Esa
reelaboración histórica o mejor falsificación histórica da sus frutos. Padura
en la Feria del libro de Guadalajara, en una entrevista, no quiso hablar de
política. Ya sabemos lo que le espera en la isla si critica. En las últimas
películas sobre el Che lo evidencian mostrándolo como un poeta o como un
luchador por la causa social, dejando de lado su estalinismo y crueldad.
Algunos intelectuales alienados y alineados con los Castro se silencian, son genuflexos
con esa dictadura, con tentáculos en todo el mundo, inaugurando la nueva clase
de intelectuales cubanos adictos al régimen que así, cómplices y silenciados,
los deja salir y entrar, mientras las cárceles están llenas de disidentes.
Así
la historia de ese país pasó a ser tergiversada por las nuevas generaciones de
escritores. Aún recuerdo el silencio a que fue sometido el gran Lezama Lima. La
traición de sus mismos compañeros de ruta a Carlos Franqui. El olvido total a
Virgilio Piñera. El exilio de Heberto Padilla. La humillación a Reinaldo
Arenas. El valor, el temple, la honestidad intelectual de Cabrera Infante. Y
una pregunta, además, ¿Por qué se fueron de la isla, Norberto Fuentes, Raúl
Rivero y Zoé Valdés? Es decir, todos ellos, la literatura valiosa de Cuba.
En
esta suerte de apología al régimen, en Todos se van, espero que
Wendy Guerra salga de su urna de cristal y Sergio Cabrera, antes de su
desplome, ponga los pies en la tierra, pero no en la isla, sino en su cine, y
lea a algunos de los escritores que lucharon por la democracia y la libertad en
Cuba y fueron apresados o debieron marcharse.
.Como
colofón podría decir que también Antonioni fracasó al filmar en Estados Unidos, Zabriskie
Point, sobre un tema que él nunca fue capaz de captar en su esencia.
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