PAUL CELÁN
Raúl Alberto Mejía Restrepo
Es probable que no haya leído muchos ensayos. Agreden a lectores como yo, esos habitados por el sarampión de las citas y el sida de epígrafes y párrafos, literal y cínicamente transcritos de otros documentos. Luego de décadas y de tímidos y/o temerarios intentos, no he podido con los ensayos de pensadores de las últimas décadas: Focault, Deleuze, Derrida… ¡No los entiendo, no avanzo más allá de la primera, segunda página! Me asalta la zozobra de la debilidad mental, de mi incapacidad ante semejantes galimatías de la lucidez o de la estupidez. Recién, incluso, me sucedió con el célebre texto de Canetti “Masa y Poder”. Fui leyendo, sin prisa, algunos capítulos y me dije: “caramba, qué tonto es esto, cualquier adolescente poco escrupuloso de su edad, podría redactar algo así”. Sin embargo, asumo la vergüenza de pobre lector y me resigno a lo que mi depreciado coeficiente pueda inferir.
Debido a esa crasa ignorancia, he advertido que en pocas o ninguna ocasión, se les han hecho los debidos merecimientos al traductor o traductores que nos han permitido, a los mono idiomáticos, acceder a obras originales en diversos idiomas; son los héroes que nos rescatan de la proverbial pereza de desconocer lenguajes modernos. Traducir es difícil y los que se atreven con la poesía, merecen un plus más.
Es extraño como la eventualidad te aproxima a un autor y sus escritos, es un azar fascinante. Adulto, me topé con una pequeña muestra del poeta PAUL CELÁN. Sus versos y poemas con el signo característico de lo extraño, profundo y bello, conjunción que pocos bardos han logrado. Es también un personaje que atrae por su compleja y hasta bizarra existencia, lo es tanto que, uno como lector, pudiera quedarse sólo allí. Vida compleja, marcada por lo que le significó la segunda guerra mundial: muerte, desolación. Políglota y traductor, se suicida al estar próximo a los cincuenta años.
“Demiurgo” es una palabra hermosa, culta. La filosofía (ante todo) se ha ocupado de ella desde Platón, Aristóteles y… Bueno, que la filosofía la siga estudiando, a su modo. Me ha atraído esa palabra en su acepción –no muy exacta- de “intermediario”, guía o maestro, dotado de una sobre humana sensibilidad. En Celán descubro al demiurgo que señala, indica, sugiere, advierte y preconiza sobre desastres y epifanías que circundan y se abaten sobre los hombres. Nada ni nadie, para él, es inocente. Siempre habrá algo que provoque y, con ello, las sucesivas consecuencias de todo mínimo acto. ¿Es Celán un místico, un paranoico o surrealista? Como suele suceder, religiones, críticos y teorías ejercen su capacidad de camaleón para ajustarse o esconderse de aquello que los desborda o incomoda. Fatalmente tildan al poeta de “maldito”, “loco” e “incomprensible” para eludir eso que nos dice, que nos descubre. Palabras del uso coloquial adquieren connotaciones sorpresivas, quienes cavan en sus poemas, no son unos cuantos, somos todos, dueños de piel, días y aconteceres, trazando tumbas, rezumando evocaciones y, por supuesto, tragedias.
¡Loor pues, a los traductores y a aquellos que han estado años asumiendo como propia la vida de autores y nos han obsequiado traducciones y estudios honestos! La obra de Paul Celán, en poesía, es suficiente, sin exageraciones o concesiones. He leído comentarios sobre sus ulteriores poemas, hablan de un “meta lenguaje poético”. Me es confuso y pomposo ese concepto, salvo que excedan la comprensión de una generación o luzcan ferozmente encriptados. Poemas varios, aleatorios: “CORONA”: “tiempo es de que sea tiempo”… Me atrae imaginar a Celán, Trakl, Kavafis, Vallejo, Machado –entre varios maestros- en la inmersión y a la vez sumisión de lo que implica el tiempo. Incluso desde allí se deriva, colateralmente, el que cantidades de esos versos sean y sigan siendo atemporales. Si se quiere el tiempo es un demiurgo, dios, enlace y suma de lo que implican la muerte y la vida. Celán urge por ese tiempo del cambio perentorio, de eclosiones que por displicencia o impotencia no surgen. Es el tiempo que deja migajas, las mismas que se transforman en aristas y refugios de la nostalgia. Varios son los poemas en que alude a la madre: “mi dulce madre no puede venir”, luctuosa experiencia personal que convierte, en medio de asombrosas imágenes, en la tragedia colectiva que significó la masacre de judíos en los campos de exterminio nazi: entre millones una cercana víctima, íntima y dolorosa, tanto como la aspereza de miles que “cavan”, que aguardan y no oyen explicaciones de su fe, que aun encontrándose con la nada y el absurdo, no acaece la paz, sólo tristeza y soledad más allá de umbrales conocidos.
Varios poemas de Celán maravillan, obseden. Hay uno en particular que gravita poderosamente en mi lectura: “CUENTA LAS ALMENDRAS”: “cuenta las almendras/ cuenta lo que era amargo y te mantuvo en vela/ inclúyeme en la cuenta”. (Las versiones varían). Tras este comienzo, el poema prosigue en sucesión de versos directos y personales, elaborándose un diálogo entre esa primera y segunda personas que crean intimidad, unción de sensibilidades hacia lo terrestre y lo amargo. “FUGA DE LA MUERTE”, sin lugar a dudas, hace parte del patrimonio poético de la humanidad, así como lo son “TIERRA BALDÍA” y “GRODEK” (entre escasos…) “Cavamos una tumba en el aire”, nada más intenso y si se antoja apocalíptico se había escrito en la poesía. La vasta presencia de la “negra noche del alba”, la continua y agonizante acción de seguirla bebiendo y aquello de que “la muerte es un maestro venido de Alemania”, construyen un discurrir de versos que nos describe desolaciones y exterminios sin antecedentes. No sólo cavan los cuerpos, cavan las almas, las palabras, las esperanzas hacia un fondo tan profundo e inasible como nubes dispersándose. No hay descanso, no hay salida: “una bala de plomo con precisión te hiere”. Quienes cavan ya han muerto y no lo saben, lo están desde el instante en que fueron signados por la aridez afectiva de una época genocida y apabullante. Celán ha logrado un testimonio perfecto, difícilmente superable en cuanto al pavor de una guerra que lo tatúo con irreversibles cicatrices.
Contados, muy pocos son los poetas como PAUL CELÁN, la magnífica y serena profundidad de sus versos ha conducido a la lírica moderna a cimas casi inaccesibles. Es demiurgo, maestro e incluso modelo para reconocer el esfuerzo descomunal que conlleva la elaboración de poéticas que, como pocas, ha sabido rastrear lo que se cierne sobre los seres. Poeta, traductor y en lo fundamental artista, fiel a la horadante y virulenta presencia, hasta su muerte, de la auténtica poesía.
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