“MEDELLÍN:
CINE & CENIZAS”
de
VÍCTOR BUSTAMANTE
Carlos Alfonso Rodríguez
El más
reciente trabajo literario escrito y publicado en Medellín, por Víctor
Bustamante (Barbosa,1954). La novela “Medellín: Cine & cenizas” (2014). Es
una grata construcción literaria, una maravillosa ficción, una simpatiquísima
comedia, una gran crónica urbana y un extraordinario reportaje. En donde el
personaje central de toda la historia es “El mirón” un inquieto adolescente que
empieza fisgonear a todas las vecinas de la vecindad, barrio y pueblo, porque
se ha encontrado prematuramente con un insaciable despertar sexual que desde
entonces nunca se apagará ni se extinguirá en su vida, por lo menos durante la
historia, relato y ficción, ese despertar se mantiene incólume, erguido y
viento en popa.
“El mirón”
se aficionará al cine que se convertirá en una fiebre, obsesión y pasión cuasi
enfermiza, pero paralelamente a esa fiebre, obsesión y pasión, contraerá un
virus humano, no contagioso, pues se volverá un jovenzuelo enamoradizo,
mujeriego e infiel, que perseguirá mujeres solitarias en los cines, en las
calles, en las bibliotecas a las que seducirá con la magia de su encanto
espontáneo, natural, cinéfilo y su pelo revuelto imitando a los Beatles, Mick
Jagger, Cat Stevens y a otros mechudos de los años 60 y 70.
“El mirón”
será una hombre sexualmente insatisfecho, goloso y un permanente buscador del
amor a través de nuevos cuerpos, labios y formas para lograr triunfar no en él,
sino sobre el amor y sobre todo encima de la piel de las féminas que se le
atraviesan en su vida o en sus vidas, como en el caso de la perfecta doctora
que vivía en el Edificio Teatro Colombia, construido sobre lo que fue quizás
alguna vez el antiguo Teatro Colombia.
“El mirón”
es a veces un joven solitario que recorre la ciudad, cafeterías, bares,
tabernas, plazuelas, parques, heladerías, estanquillos, en donde hace planes,
proyectos, aventuras. Luego regresa y vuelve a caminar por todas esas mismas
calles, callejuelas, pasajes, jirones, largas avenidas, centros comerciales y
tantos otros recovecos citadinos.
“El mirón” vagará por los cines y teatros de
toda la ciudad de Medellín, porque hay que reiterar que la ciudad es uno de los
grandes personajes a través de todo el relato o narración. Por ello es que
vemos desfilar a los teatros más importantes, pero también a los más
escondidos, ignorados y olvidados, que a través de esta novela en forma de
crónica o crónica novelada nos permitir conocer el autor. Sin duda que la gran
protagonista es la ciudad, sus teatros de otrora o antaño, sus cines, sus
calles, sus jóvenes habitantes, sus cafés, sus nuevas tribus urbanas que tienen
sueños, aspiraciones, anhelos, deseos.
Sobre todo
esos deseos inacabables que mantienen y sostienen vivo a “El mirón” que junto
con sus amigos quieren, pretenden y tienen interminables aventuras, una de
ellas hacer cine y películas, como todas esas películas que habían visto en
muchas tardes, en largas horas, en tantos días y años. Pero las condiciones
para realizarlas se les volvían cada vez más difíciles e imposibles, porque de
modo equidistante hacían otras actividades, oficios, vidas, en medio de tantas
limitaciones de la época. Sin embargo, esa llama se mantendrá encendida en sus
corazones, cuerpos y cerebros por siempre.
“Felipe el
hermoso” es un amigo de “El mirón” que se encuentra en sus entrañas, en su más
profundo afecto y corazón. Es un talento creativo, socio, compañero de sueños,
andanzas, viajes y escrituras literarias. “Felipe el hermoso” le permite a su
amigo conocer las nuevas tecnologías de la diagramación y redacción frente a
una pantalla, abandonando para siempre y de por vida esas viejas máquinas con
teclas marca “Olivetti” que ahora son reliquias de antigüedad y unos pequeños
monstruos de fierro, lata o alambres.
“Felipe el
hermoso” siempre adelantado poseía una cámara filmadora moderna que la
delincuencia común se la arrebató, pero al forzar e intentar no dejarse robar
su herramienta de trabajo, le cayeron sendos tiros que le causaron la muerte.
Todas estas acciones y hechos ocurren en la más reciente época de la violencia
de los años 80 y 90 en la ciudad.
“El
crítico” es un cinéfilo sabelotodo, chispeante, autosuficiente que trata de
instruir a algunos muchachos en la más reciente cinematografía local y
universal. “El crítico” conoce el tema, pero decide volverse un profeta que se
las emprende gratuitamente contra los libros, libreros y autores de libros,
pues aseguraba que en el futuro nadie leerá y que todo pasará por las luces,
fantasías y sombras del cine.
“El
crítico”, gracioso, simpático, divertido, durante su presencia o existencia en
el documento literario lanzará un mensaje de absoluta lucidez, profundidad y
trascendencia, que se confunde en un bronco grito desgarrado y desgarrador,
pero sin dejar jamás de ser memorable: “Nuestra memoria, debemos proteger
nuestra memoria cultural” (Pág.226).
“El mirón”
y sus amigos más próximos “Berto Luchi” y S. J. intentarán realizar una
proyección cinematográfica organizando un viaje al eje cafetero, que hasta
finales del siglo pasado y en los comienzos del presente siglo se pensaba que
por aquellos lares terminaba el mundo; pero en realidad desde allí en adelante
apenas comenzaban otros y nuevos mundos. Estos socios y amigos serán testigos
de esa fiesta pagana, libertina y libérrima que es la fiesta del Diablo en Rio
Sucio, en ese carnaval que como todos los carnavales que en el mundo han sido,
o son, empiezan con bailes, danzas, borracheras y terminan entre gemidos,
sábanas blancas, catres rotos. Ante el entusiasmo desbordante de un diablo rumbero,
bailador y ardiente.
Luego de
degustar los platos, potajes y bebidas típicas, los mismos socios de la
historia literaria, más una invitada. Después penetrarán a un resguardo
indígena llamado Cristianía, ubicado en el municipio de Andes, en donde “El
mirón”, “Bertoluchi”, la S.J. y la rola de los Moscoso se quedarán
boquiabiertos porque los indígenas de esa comunidad del suroeste antioqueño en
un acto cultural en lugar de entregarse a unos rituales mágicos con la
naturaleza, el sol, la luna y todas las estrellas, incluso las estrelladas, se
pusieron a tocar vallenatos con guitarras eléctricas, batería, órgano y bajo.
Olvidándose para siempre de sus encuentros con las verdaderas estrellas.
“El mirón”
que ha conquistado a mil y un mujeres en su recorrido por la ciudad: actrices,
empresarias, ejecutivas, abogados, punkeras, estudiantes universitarias,
estrafalarias, excéntricas y frustradas. Con quienes ha visitado salas de
cines, tabernas y teatros. Al final de todas sus aventuras eróticas, ocasionales,
circunstanciales y heterosexuales, pudo conocer los favores de una profesora
que le confiesa en las cabinas de una taberna “que lo quiere y querrá siempre
como una madre y que ella no quería otra cosa que hacerlo feliz…”, pero
no en el sexo o por lo menos no en esos lugares. Hay que agregar que la señora
profesora era gaga y claro gagueaba durante cada una de sus declaraciones
amorosas, diálogos, sermones y consejos, en lo que podría ser también el
éxtasis de la historia, el desenlace total del gran relato, que voluntario o
involuntario aparece ante los ojos del entusiasmado lector. “El mirón” en buena
cuenta y en franca lid era el terror de las profesoras solitarias vagando en la
ciudad nocturna.
Pero
“Medellín: Cine y cenizas”, no es solo una obra de ficción, porque si el autor
se hubiese propuesto eso, creo que lo hubiese logrado holgadamente; en verdad
el autor no ha pretendido ejercer el arte por el arte o la literatura por la
literatura, en tiempos en donde la pureza no se encuentra ni en los púlpitos ni
en los altares ni en los conventos, mucho menos en los territorios de la
creación literaria o la ficción.
“Medellín:
Cine y cenizas” es una gran crónica, un gran reportaje urbano, aunque
manifestar esto sea un tema bastante polémico en estos tiempos; porque hay
quienes todavía creen que nos existe literatura urbana, cuando en verdad la
literatura urbana es la única que existe, el resto bien podrían ser solo
borradores, garabatos e intentos.
Si la
ciudad es protagonista de la historia en esta obra literaria, el autor es un
declarante excepcional de los cambios, sucesos, aciertos, abusos y excesos de
una época y un tiempo, que cronológicamente viene a ser el de los años 80 y 90.
Tiempos de grande convulsión social, cultural y política en Colombia, América y
el mundo.
El autor
es un testigo de la ciudad y el mundo, el título de la obra “Medellín: Cine y
cenizas” es una ubicación geográfica, una referencia histórica, el diagnóstico
del tiempo y la realidad, un antecedente universal. El retrato de “El mirón” es
el rostro feliz, simpático y superficial. Detrás de “El mirón” está el autor,
está el testigo de su tiempo, el cronista de su época. Bien puede estar también
toda una generación; pero esencial y objetivamente está el autor. No porque lo
comentamos o quisiéramos que fuese así, sino porque el autor de la obra quiere
desmitificar la ficción y untarla de realidad desde el propio título y en este
aparte.
“Vi, vimos
tanto cine que descubría a Murnau, pero también al vampiro de M, con la
soberbia actuación de Peter Lorre, y el cine alemán de importancia antes de
Hitler y después del furioso Fuhrer. La cita era cada jueves a las tres de la
tarde. Yo había terminado una carrera que nunca amé, economía. Y mis gustos se
torcían hacia el arte, ese abismo creativo de donde no se tiene escapatoria, y
lo más posible y seguro es el fracaso. Dudaba si hacer cine o literatura, pero
había un secreto: la literatura uno la realiza sin pedirle aprobación a nadie,
en completo secreto, mientras el cine es un trabajo en equipo y se necesita
mucho dinero.”(Pág.176.)
Cuando el
autor de la gran crónica novelada “Medellín: Cine y cenizas” hace la salvedad y
aclaración del cine alemán antes de Hitler, lo que quiere decirle al lector es
que durante el gobierno del Fuhrer el cine en Alemania se convirtió en
propaganda política y estatal al servicio del nazismo. Tal cual lo hicieron los
norteamericanos cuando se convirtieron en la Meca del cine a través de su
famosa fábrica de películas llamada “Hollywood” o el gobierno de Musollini, que
trasladó la Meca del cine mundial a Roma.
En América
el cine mexicano fue patrocinado en décadas por el PRI para entornillarse y
enriquecerse en el poder de una revolución que la hicieron campesinos, aldeanos
e indios mexicanos. En Argentina el general Perón administró y alimentó la pasión futbolera nacional en
películas como “Pelota de trapo” (1948) de Leopoldo Torres y “El hincha” (1951)
de Manuel Romero y Enrique Santos
Discépolo.
“Medellín:
Cine y cenizas” nos transmite el cine como una pasión o como una manera de
vivir, pero también como un puente con la historia local, continental y
universal, como un encuentro entre la ficción y la realidad, dos fuentes que
necesitan retroalimentarse para retratar la vida cotidiana, el habla, el
lenguaje, la memoria y la vida.
“Medellín:
Cine y cenizas” es además un archivo de películas, actores, directores,
productores cuya lista no se termina, y por el contrario en países como Colombia
es apenas un hermoso amanecer y un territorio libre para ejercer la creación,
por lo que también la obra se convierte en un valioso material instructivo e
informativo.
“Medellín:
Cine y cenizas” tiene un vuelo imaginativo de alto voltaje y un aliento poético
en su narración que le hace sentir al lector el estar frente a una obra
maestra, brillante y deslumbrante, comparable al mejor Jhon Dos Passos, García
Márquez, Cabrera Infante, Vargas Llosa o Fernando Vallejo. Esto es lo que nos
ha dado el autor Víctor Bustamante a través de cada una de sus páginas en su
más reciente obra.
“Medellín:
Cine y cenizas”, acaba cuando “El mirón” ya no es una adolescente, ni un
jovenzuelo enamoradizo, sino un hombre entrado en años que continúa recorriendo
las calles, las avenidas, los teatros, los cines de la ciudad; pero que ahora
es capaz de atestiguar cómo ha cambiado la ciudad y aquella que él vio de niño,
que recorrió de adolescente y amó en su juventud es otra al paso del tiempo.
Sin embargo, ahora la ciudad ha desmoronado los viejos cines, los antiguos
teatros, incluso los más emblemáticos. La modernidad ha desbaratado
sistemáticamente los teatros o los ha vendido a sectas religiosas que en lugar
de la fantasía de la imagen, comercia con la magia de la palabra o las
oraciones contabilizadas.
Hasta ahí
una apretada síntesis de “Medellín: Cine y cenizas”, una novela moderna,
divertida, jocosa y desternillante que involucra al lector con la historia y
los personajes de la misma, e incluso hace añorar a la ciudad, a la antigua
ciudad, a la que fue, a la que es actualmente; porque ésta obra nos traslada a
ese universo a través de cada capítulo. Pero quiero manifestar que si bien esta
obra en cada una de sus páginas nos entrega mucha información e historia, hay
cosas o hechos que verdaderamente nos debe, y que uno quiso encontrar a través
de la historia y acaso con el deseo de hallarlo se recorrió vertiginosamente
las 363 páginas que trae la obra; porque el solo hecho de ver la foto en la
contra carátula del cine Junín, ese monumento cultural que fue, ese gran centro
de animación urbana que se inauguró un 4 de octubre de 1924 y que de manera
arbitraria se desbarató para siempre en octubre de 1967, entonces, uno se
interroga: ¿Por qué se acabó ése lugar? Pues en verdad no era un teatrillo
insignificante, sino un verdadero palacio, un monumento arquitectónico en donde
entraban más de 4,000 personas cómodamente instaladas. Era, efectivamente, una
referencia histórica y cultural que identificó no sólo una generación sino
varias generaciones de antioqueños, colombianos y residentes de la ciudad,
quienes aún tienen el derecho a saber de los intríngulis, el quid y el motivo
por los cuales un día de la noche a la mañana se tomó la determinación de
acabar con ese espacio. Entonces, uno empieza a imaginar que la historia
completa del teatro Junín aparecerá en algún momento en “Medellín: Cine y
cenizas”. Y la verdad es que esa historia real, integral o completa no
aparecerá a pesar del deseo de encontrarla. Y el lector empieza imaginar o
especular qué razones o motivos justificaban terminar con un gran símbolo de la
ciudad o de una época, o sea de la vieja ciudad. Dejar ese cine vivo era como
abrir las compuertas y el desborde cultural antes o prematuramente, pero se
decidió por sacrificarlo, derruirlo, tumbarlo y demolerlo, para imponer una
edificación industrial, moderna y simbólica. La verdad es que una cosa no
contradecía ni perjudicaba la otra, pues las dos propuestas bien podían haber
convivido, en tiempos en donde no se hablaba de convivencia y tolerancia. Por
eso es que uno de los pasajes que recuerdo con honda nostalgia y dolor de
“Medellín: Cine y cenizas” es cuando el padre de “El mirón” trae al niño a
conocer la ciudad y le muestra el espacio exacto y le dice a boca de jarro:
“Ese era el teatro Junín”, pero “El mirón” que todo lo quiere ver, observar e
investigar se acerca a ese lugar y encuentra un terreno lleno de fierros,
columnas de acero, arena, piedras, adobe y cemento.
“Mi padre
me señala como la cosa más normal del mundo, que ahí quedaba el teatro Junín.
Solo miro el rostro, uno de los rostros de la destrucción. Ese es mi primera
visión de Medellín: destruido y armado sobre sus mismas piedras. Luego no solo
sería un remordimiento, sino que mantendría en vilo esa pregunta: ¿por qué
razón habían demolido el teatro que era, es una memoria?, como si quienes
asistieron allí cada que pasaran, muchos años más tarde, por el edificio
Coltejer, vieran en su recuerdo una suerte de espectro.” (Pág. 45)
Por lo cual
creo que Víctor Bustamante no ha olvidado la profunda historia del viejo Teatro
Junín, sino que la ha postergado acaso para contarnos una gran novela en donde
el protagonista central solo sea “El
Teatro Junín” con todas sus historias, sus personajes y fantasmas, sus leyendas
contemporáneas entre míticas, fantásticas y reales como la de J.B. Londoño,
Carlos Gardel en pleno concierto, La Sonora Matancera, Celia Cruz, Alberto
Beltrán, Oscar Tirado, Alfredo Sadel, hasta Oscar Golden y los Yettis en los años
60, etc. y etc.
He leído de
manera paciente toda la obra escrita de este autor y considero que “Medellín:
Cine y cenizas” es el trabajo más logrado en su creciente haber, con un
lenguaje que se mueve entre el más fino humorismo, el manejo de una sutil
ironía y un ligero sarcasmo que hace de su lectura un acto placentero,
entusiasta y ameno.
No tengo
ninguna duda que “Medellín: Cine y cenizas” es un gran trabajo literario de
Víctor Bustamante y la consagración definitiva de uno de los narradores más
importantes de la ciudad de Medellín en estos tiempos. En buena cuenta en mi
cuestionable parecer, es el Truman Capote, el Tom Wolfe y el Gay Talese
colombiano y un nuevo precursor del periodismo. Hace buen tiempo vengo
manifestando a los cuatro vientos que Víctor Bustamante es el más notable autor
de su generación, y ésta obra no me deja la más mínima vacilación.
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