Medellín: Cine & Cenizas.
POSTIGOVISION
Octubre 13 de 2014
Hola, jóvenes:
Víctor Bustamante es el editor todero de la revista Babel de poesía, un
cadapuediario de circulación gratuita que publica cada que logra reunir
financiación. Se necesita ser un Quijote para hacer tal cosa. Publica también
tres blogs, según la diversidad de temas que lo ocupan: Festitango de Medellín,
Neonadaísmo 2011, y Babel. Precisamente Babel Editores le publicó una novela,
que tiene mucho de crónica urbana, titulada “Medellín, cine y cenizas”.
Decir que se la publicó Babel significa, ni más ni menos, que la publicó
con su propio esfuerzo y con dineros salidos de su propio bolsillo. Meritoria
aventura editorial que, y eso lo sé por experiencia propia, puede considerarse
un éxito absoluto si logra librar gastos y alcanzar el punto de equilibrio.
Es Víctor un hombre romántico y soñador que se graduó como economista en
la Universidad de Medellín. Esa profesión, en Víctor, es un contrasentido. Nada
más alejado de él que el denominado “espíritu de negocios”, pero su
profesión le abrió las puertas de la docencia, y se gana la vida como profesor
de colegio en lo que medra mientras le llega la edad de jubilación para seguir
haciendo lo que siempre ha hecho: publicar trabajos por amor al arte.
La obra es un recorrido por muchos teatros de Medellín que Víctor
conoció desde su niñez en Barbosa hasta su madurez en Medellín, atravesando la
etapa de la adolescencia. No es un inventario de la totalidad de los teatros de
la ciudad ni es la obra, en rigor, un ensayo sobre el cine en nuestro medio;
pero sí muestra el estilo de cine que se exhibía en cada uno, la clase de
público que lo visitaba, las costumbres de los cinéfilos que asistían a esas
proyecciones. Para escribir tal cosa, uno tiene que haber sido un cinéfilo
inveterado. Incursiona un poco en lo que es el cineasta, entendida la palabra
como el estudioso del cine, de sus escuelas y tendencias, de la fotografía, del
sonido, del guion, de la actuación, de la música, de los efectos especiales, de
la dirección y, en fin, de los diferentes aspectos de una filmación; pero se
adivina en él al hombre que más que un experto sabio en el tema fue un curioso
espectador.
Los nombres de los teatros dan título a los capítulos, pero son más un
pretexto para contarle al lector las diferentes clases de asistentes a esas
salas de cine, desde los que van acompañados por su pareja, o algún amigo, o
algún pariente, o algún conocido, hasta los que van al teatro con la intención
de conseguir pareja en un mundo habitado por solitarios, pareja que suele ser
ocasional y de relaciones fallidas y casi siempre frustrantes. No se encuentra
el amor, el verdadero amor, en la silletería de una sala de cine.
Se respira en el libro una secuencia de soledad, de frustración, de
desengaño, del vacío de quien vive el sexo por el sexo y de quien
frecuentemente se refugia en el sexo solitario. Retrata los diferentes
caracteres de esas personas, y su disimilitud de ocupaciones. También su
disimilitud de aberraciones. No creo que Víctor haya vivido por sí mismo todas
esas situaciones y esa sucesión de mujeres a cual más compleja desde el punto
de vista emocional, pero sí las conoció y tuvo la visión y la capacidad de
hacer el esfuerzo de coleccionarlas para ponerlas en la forma de este libro que
pone ahora a nuestra disposición de curiosos voyeristas de un mundo que se
vivió en nuestra ciudad desde mediados hasta el último cuarto del siglo XX. No
es un libro para mojigatos, porque al lado del cine y de los especímenes de
clientela para sicólogos y siquiatras el otro gran protagonista del libro es el
sexo, el crudo sexo, tal como se vive en las calles y en los alrededores de las
salas de teatro de esa época.
El cine hoy en día, en los pequeños y modernos auditorios de los centros
comerciales, tal vez sea otra cosa. Yo no lo puedo asegurar, porque hace años
de años que no voy a cine. Pero en el cine que vivió Víctor en su adolescencia
sí me reconozco porque, como dice el tango, “Yo también carrero fui”, y
“Yo también tuve veinte años”, para citar otra canción.
Hay tal cual detalle desde el punto de vista literario, que no alcanza a
empañar lo que el libro en realidad es: un documento que retrata una época.
Como tampoco lo empaña la circunstancia de que un error de impresión en
mi ejemplar hizo que un par de páginas se repitieran, en sacrificio de otras
dos páginas que no fueron impresas; lo que lo convierte casi en una película de
misterio.
Alguna vez ya me pasó, con la autora inglesa de novelas de misterio
Agatha Christie, que suele empezar la trama con un asesinato ocurrido en la
vieja mansión campestre de las afueras de Londres, y va llevando al lector en
sus sospechas de quién pudo ser el asesino. La vista se desplaza del chofer al
mayordomo, de éste al jardinero, del jardinero a la mucama, de la mucama a la
de la cocina, y va subiendo por la escala social hasta que resulta siendo
sospechosa hasta la madre del duque o del conde o del marqués. En la última
página viene a develarse el misterio porque el asesino resulta ser… el que uno
menos piensa.
Adquirí un libro suyo en un tenderete de esos de acera en la calle
librera de los agáchese, y me enfrasqué en la lectura con verdadera fruición e
interés. Las páginas fueron pasando tal como lo acabo de describir, y al llegar
a la última página, precisamente la última página… ésta le había sido arrancada
al libro. Me quedé sin saber quién era el asesino.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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MEDELLÍN, CINE Y CENIZAS
Víctor Bustamante Cañas
Editorial Babel
1ª edición julio de 2014
363 páginas
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