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“AMÁBAMOS TANTO LA REVOLUCIÓN ”
Diana Cristina Múnera Álvarez
Sin la pretensión de relatar aquí un proceso de
catártico de mi experiencia personal con la obra, este texto se erige sobre una
mezcla de estilos de relato, crítica, opinión y análisis, sobre la obra, el
estilo, el tema, los personajes, las situaciones, por ello mismo no permite una
profundidad analítica en alguno de éstos aspectos, solo constituye a fin de
cuentas, un intento modesto y a veces escueto de acercamiento al análisis
literario desde la sociología. Las
conclusiones, en aras de no sucumbir a la tentación del control y la posesión
de las certezas, a menudo se insertan en el texto, de manera que lo que en
realidad se puede concluir de él, es lo que se concluye de la obra misma:
quedan cabos sueltos, quedan principios y finales y mezclas de ambos.
En amábamos
tanto la revolución, como aquí la abordo resalto dos dimensiones en las
cuales se rescatan e incluyen
importantes elementos desarrollados por diferentes disciplinas para contribuir
al análisis y crítica literaria. La
primera dimensión se refiere a una descripción sobre el estilo del autor y la
estructura de la obra, pues el autor hace un ágil uso de diversos componentes
que resaltan y contribuyen a la ficcionalización de la realidad por medio de la
estructura, la nomenclatura y nominación de los capítulos, así como el empleo
de cantidad de recursos visuales, sonoros, descriptivos y simbolismos que la
novela logra develar y trasmitir, tratando de develar inicialmente lo que para
los formalistas constituye la literaturalidad del texto. De otro lado está lo que aquí se perfila como
un intento de análisis sociológico, que más allá de dar cuenta de la
literaturalidad de la obra que se enunció anteriormente, deja ver una serie de
situaciones y circunstancias, que más que hablar de los personajes en si, nos
remite a una generación y a un periodo y contexto concretos. En el desarrollo de éste aspecto, hago uso
también de herramientas y construcciones teóricas propias de la sociología para
discernir, detrás de la ficcionalización de la realidad que la obra en si
constituye, una serie de elementos útiles al análisis sociológico en la medida
en que dan cuenta de formas de socialización, de construcción de la realidad y
de la cultura a nivel objetivo y subjetivo, de percepciones de la vida misma,
que se leen a través de los personajes, sus caracteres, sus modos de vida.
Es inevitable resaltar la presencia de un
referente urbano constante en la obra, la ciudad de Medellín, algunos de sus
espacios, procesos y ritmos son captados y asimilados desde diversos ángulos: a
veces como telón de fondo, a veces como un punto de apoyo importante y otras
como un aliciente para situaciones y modos de vida modernos típicamente
enmarcados en procesos urbanos y citadinos modernos. Amábamos
tanto la revolución, es una
novela a través del cual se vislumbra un escenario y unos personajes
típicamente modernos, con la claridad de que se habla de una modernidad local,
criolla, nativa, propia, que solemos llamar inacabada; un modo de vida entre lo
“pre”, lo “ultra” lo “hiper” y lo “post”, pero en definitiva revela un contexto
en el cual las personas y las cosas son de alguna manera resignificadas, en un
intento de adaptación e un inclusión en un orden de cosas caracterizado por la
multiplicidad, lo etéreo, lo difuso y lo diverso y la afronta subjetividad vs.
Masificación:
“Tenía esa dualidad: la vida y las putas
convicciones. Era tan elegante que una
muchacha dijera, éste es un mancito con convicciones. Na-da, en secreto me comencé a aficionar a
las marchas, eran la otra cara de los conciertos” (pag 29)
Pese a lo anterior y al mismo título de la
obra, en su contenido son escasos los temas políticos, ideológicos, e incluso
son completamente ausentes una serie de situaciones sociales críticas
protagonistas de la época que relata el autor.
Las décadas de los 70 y 80 en una ciudad como Medellín, reposan en la
memoria de quienes la habitaron o conocieron, como una época difícil, donde
políticamente se daba una crisis de partidos políticos y una situación de
violencia y narcotráfico, con especial epicentro en la ciudad; pese a esto, el
autor quizá de forma intencional omite estos elementos, respondiendo también a
una lógica que se evidencia en las sociedades modernas y que se expresa en dos
sentidos: por un lado puede leerse como una posibilidad de fragmentación y
especialización de las miradas y perspectivas desde las cuales se enfoca un
fenómenos, pero por otro lado, no se puede decir que la novela es apolítica,
pues si rescata lo que Bauman ha nombrado como el paso de la política a lo
político con especial apoyo en el auge y radicalización de los movimientos
sociales. La elección que el autor hace
del tema bien puede estar referida a lo que él enuncia como su experiencia de
estudiante, los espacios y referentes de ciudad dependen entonces únicamente de
la perspectiva del autor, quien se presenta a sí mismo como alguien que venido
del campo a la ciudad, comienza a experimentar una serie de situaciones a las cuales
no logra adaptarse por completo, dando lugar a uno de los modos de vida
modernos que se identifican en el texto.
“los muchachos hippies hablan como adultos y yo refugiado en mi timidez
de pueblo, en un nuevo mundo que abría a Medellín a la vida” (pag 30)
“En la mañana, solo en la mañana, el tiempo para leer el periódico que
todavía es de hoy con sus efluvios de tinta y comprobar como la vida no seguía
como la noche anterior” (pag 36)
Los lugares, las personas y las
situaciones no dejar ver en si la dinámica de la ciudad, de sus barrios ricos y
pobres de sus contradicciones y flujos, los referentes urbanos del contexto se
limitan a algunas calles, pasajes y bares del centro de la ciudad y a algunos
recovecos de la universidad de Antioquia, pero en definitiva es una perspectiva
que ubica al lector en una especie de burbuja en la cual solo caben las vidas y
vivencias de los personajes en ese contexto moderno, pero abstraídos de esa
realidad cruda y turbia que atravesaba la ciudad en el momento.
Prefería las calles amplias para perderme en ellas; las calles como
decir ese río de Heráclito, de muchos pasos en busca de ligues con alguna
desconocida. Forastero consetudinario no
encontraba la misma persona dos veces, coincidencia improbable. Y la sorpresa de que el cardumen de personas
del cual formaba parte se adueñaba de las calles. Y en ese hormiguear en su escenario, nadie
parecía interesarse en los demás. Existe
una creencia y es que nadie se saluda sin conocerse, apenas miran y se pasa de
largo […]” (pag 62)
El párrafo anterior muestra de
manera contundente la situación de saturación de personas y de cosas que
conlleva a la generación del apático y el indolente, que funcionan como
mecanismos de socialización y de reserva frente a la existencia y complejidad
del otro, como se refuerza a constinuación:
“uno solo comparte momentos, cosas; lo otro sería que me perdiera en vos
o que te perdieras en mi, la frivolidad es lo que recrea lo cotidiano, el juego
evasor, es la necesidad de la alambrada de costumbres, el juego de las
responsabilidades es el invento de quien nadie cobra derechos de autor para
darse cierto tono de madurez” (pág 251)
“no tenía otra alternativa que jugar al cínico, al menos esa actitud era
la defensa más cercana, y la risa, mi risa, mi propio escudo” (pág 323)
La referencia al movimiento estudiantil es el
motivo de sospecha del contenido político del texto, pero en efecto el relato
se refiere de forma anecdótica a sus protagonistas, acuñando incluso el término
de “apóstoles del comité central estudiantil” para indicar las recurrentes
mezclas de lo tradicional y lo moderno que se conjugan en los personajes, esta
vez se trata de un devoción cerca de la religiosa pero con otro centro: la
revolución, que respondería al menos dentro de su formulación estrictamente
académica, a una condición moderna y secular.
Por su parte, el relator es un desentendido de éste clima politizado.
“no he sido activista en nada, los sistemas enraizados entre montones de
cadáveres, la revolución es eterna y vieja.
Nadie debería hablar en nombre de nadie.
Frases para tejedores de palabras” (pág 53)
“no se el nombre de ninguno de los estudiantes, es el miedo y la
rabia. La cuestión política apenas una
curiosidad, aunque se afirma que cualquier acto personal es apenas matizado por
ese tinte” (pag 55)
Para el autor es evidente que uno de
sus rasgos más fuertes es la melomanía, la música con frecuencia es un
referente obligado para momentos y situaciones, incluso funciona como el
comparativo:
“yo que fui marxista-lennonista, de la línea de Groucho y beattlemaníaco
por el otro lado, nunca era capaz de conjugar el marxismo-leninismo tan de moda,
por lo que debí resarcirme de mi nula conciencia social convirtiéndome en un
amanuense […]” (pag 56)
“Medellín: un camino musical con el pentagrama de ritmos, una bahía para
salsómanos tardíos, tangos para los muchachos de antes, rock para los muchachos
de ahora y boleros como medio tristes y guabinas para los folcloristas
fosforescentes” (pag 66)
“la música, como decir el habla divina, que alguien dio a los hombres
para cuando estuviera poseídos de soledad y melancolía, pergeñaran la cuerda de
un violín o hundieran la tecla de un piano para que ese sonido los sacara de la
insondable tristeza” (pag 223)
El otro rasgo evidente es su
personalidad es su libido constante, su mentalidad sexual y sexualizadora de
cada experiencia, la breve pero intensa referencia al color rojo del periodo de
Eme, da cuenta de ello. Quizá siguiendo
al argumento de que la sexualidad es uno de los terrenos de expresión de la
libertad del individuo, quizá por influencia del nadaísmo, llega a narra con
tal imaginación imágenes y encuentros sexuales sórdidos, que ni siquiera son
atenuados por una puntuación que guié la lectura de los mismos, haciendo
inevitable un atropellamiento de hechos, imágenes y relatos, que no puede ser
otra cosa que una forma de mutación del autor, el relator en el lector.
Con esto se abre la posibilidad para toda una
serie de hechos que son experimentados de la misma manera: mezclas de lo
tradicional y lo moderno, pues a falta de los referentes concretos y las
posibilidades de generar y crear nuevas sociabilidades, nuevas representaciones
y relaciones sociales modernas, en estas sociedades latinoamericanas y en una
Medellín históricamente constituida como un centro de desarrollo económico
liberal con un modelo político conservador, las paradojas, las ironías y las
mezclas de lo tradicional con lo moderno son el común denominador de las
experiencias de estos personajes.
“y fue que caí en cuenta que habitaba en un país de cuatro o cinco
ciudades. Donde existían indios de
verdad antiquísimos, autóctonos y miserables que se emborrachan con chicha y en
las noches desde sus hamacas, desde sus hamacas, mascullan sueños y hablan de relatos
que provenían de antiguos chamanes, sobre hombres vestidos con cascotes de
lata, o más simple, mentalmente se comunicaban con tribus lejanas” (pag 57)
“Así es la moderna cuando no tiene nada que le cause curiosidad: regresa
a un estado elemental, arregla su espacio, vuelve a la era del solar y de
repente se da cuenta que tiene la casa en desorden, le conversa a las plantas y
dice que no le arranquen ninguna hoja porque es un hijo que llora” (pag354)
Retomando lo enunciado sobre la literaturalidad
del texto, son de notar en el transcurso de la obra una serie de detalles de
edición se encargan de darle un acento especial a los hechos que se relaten,
por ejemplo algunos capítulos tienen nombres repetidos para indicar la poca
variación de la situación, independiente del contenido que se expresase;
algunos capítulos inician con palabras iniciales en mayúsculas, lo que desde un
principio anticipa la atención que como lector se le debe prestar al relato
subsiguiente; en letras cursivas se indican los nombres de obras de teatro, de
literatura o académicas, revistas, personajes, películas, agrupaciones
musicales y demás, representativas o típicas de la época; con frecuencia
algunas palabras están separadas pos sílabas o incluso por letras, de manera
que desde la misma lectura se intuye el tono enfático con que el personaje las
enuncia. Estos recursos mencionados,
dinamizan la lectura de la historia, y de alguna manera estrechan la relación
del lector con los personajes, en la medida en que permiten un impacto visual y
sonoro del relato, en especial la página en la que se hace evidente la
recurrencia y monotonía de un discurso cuando las consignas de la época son
“piedra piedra piedra…” y la del relator “rock rock rock”.
“La perfección del estilo en cada arte,
consiste en esto: en saber borrar las limitaciones específicas y empleando
sabiamente lo característico, imprimir a la obra un sentido universal”[1]
El tedio y el hastío no pueden estar más claros
en otro lugar, que en la recurrencia del relato hacia el vómito: las palabras
vomitadas, la consecuencia de una purga que el organismo rechaza por cualquier
motivo, el malestar, la incapacidad de digestión de un hecho, en fin, el
simbolismo en su mayor expresión.
Es de anotar que aunque el personaje relator
parece ser el autor mismo, nunca se refiere a su mismo, no se sabe su nombre,
ni su apariencia física, ni su aspecto, ni se tiene de él un nivel de detalle
como él lo ofrece respecto a los demás personajes, de éste relator sólo se
mantiene a lo largo de la obra, la certeza de su incertidumbre, de su poca
capacidad de adaptación, pues, aunque se desenvuelve en ambientes, lugares y
grupos diversos, es en definitiva un ser que no se siente perteneciente a
ninguno de ellos, aunque sea fácilmente acogido, no se siente incluido ni hace
esfuerzos por adaptarse, al contrario, con frecuencia confiesa su afinidad con
personas con las que ni siquiera ha compartido personalmente o con cosas que ni
siquiera ha visto, pero que de seguro la globalización y los mass media le han
trasmitido con el efecto de una cercanía casi equiparable a la geográfica. Así se radicaliza otra característica
importante de éste relator y es que se encuentra en un perfil cercano al de un
psicótico cuando intenta dar cuenta racionalmente de procesos incluso internos
de su organismo, que no conoce pero que describe como si los presenciara. Esta racionalidad extrema persiste en casos
como la referencia al cine, la experiencia del personaje que finalmente se
confiesa director frustrado, deja ver como la pantalla y las proyecciones sobre
ella, de la misma manera que le sucede al personaje con la literatura, en
definitiva parecen brindar esa posibilidad de vivir otra realidad, otro mundo,
de insertarse a otros espacios y trasladarse a otros contextos, incluso llega a
ser percibido el cine como humanizado, como víctima de las mismas penurias que
el hombre mismo, de los desencantos y los desaciertos, en ese carácter tan
obsesivo de querer acapararlo todo, de nuevo con esa devoción heredada de la
religión.
Para estos personajes de la obra en general,
existe con frecuencia una intención de separarse de su herencia, de
diferenciarse de sus padres y de todo aquello real y simbólico que les
represente lo tradicional o bien, si esta diferencia no está tan clara en
términos de tradicional-moderno, se puede decir que los personajes se
distancian de lo que consideran no moderno.
En efecto para el autor y los personajes la calidad de moderno se
refiere a algo novedoso que irrumpe en el estado de cosas, más que significar
en si un estado de cosas diferente, una perspectiva diferente, lo moderno aquí
es semejante a lo nuevo, lo audaz, lo trasgresor, lo atrevido. Son entonces características de lo moderno
así entendido, hechos como la liberación de la sexualidad y las experiencias
sexuales y homosexuales de los personajes masculinos y femeninos, sus
relaciones con las drogas, el aborto, la violencia doméstica, y en el caso del
relator, su relación con la música, el cine, la escritura, que funcionan a la
vez como medios de ficcionalización, pero también como mecanismos de reserva de
los individuos frente a la indeterminación y el tedio del ambiente en que se
desenvuelven. Ampliando lo anterior la
mezcla de la música el cine y la escritura como ficciones y mecanismos de defensa
es posible también gracias a esos rasgos híbridos de lo tradicional y lo
moderno de esta sociedad que la obra retrata: por un lado son alicientes de
ficción, en cuanto son presentados como si en realidad se constituyeran en
ventanas para entrar a otra dimensión, o en válvulas de escape de la realidad,
pues desde estas perspectivas se supone que se despliega un mundo completamente
diferente, donde abundan las posibilidades de acción y percepción; pero por
otro lado este recurso a la fantasía y a la imaginación, que se acerca casi a
una fetichización de éstos medios, da cuenta de un rasgo de lo tradicional y
del encantamiento del mundo que permite a estos sujetos híbridos de lo pre y lo
post generarse unos resguardos y unas defensas ante ese mundo moderno cambiante
y acelerado, usando medios modernos –en el sentido de lo novedoso- pero con
afectos y argumentos tan emocionales que pasan por tradicionales, sobretodo si
se recuerdan los tipos rurales y urbanos de Simmel, de Wirth y del mismo
Williams.
En lo que se refiere a los personajes, es fácil
identificar desde el mismo autor una intención de establecer tipos, no como
tipos ideales, sino como personalidades típicas, entre ellos: el militante, el oscuro, bocalumpen, Paolo,
heleno de Troya, la puerca, la
Catri , el francés, la moderna que era también Eme, María,
la posmoderna, la hipermoderna, la cara de puta, y otra serie de adjetivos que
daban cuenta de la particularidad de su personaje y del estado de ánimo desde
el cual el autor-relator se expresaba respecto a ella, de que tanto quisiera
exaltarla, degradarla o de la exacerbación de sus celos. De la misma manera como Eme es múltiple, los
otros personajes a menudo desarrollan aspectos, facetas, y ámbitos de sus
personalidades inimaginables, así como también algunos de ellos tienen rasgos
físicos y árboles genealógicos casi caricaturescos. Estos personajes permiten un despliegue
descriptivo rico en abundancia de adjetivos, pues el autor no escatima su
vocabulario al momento de dar cuenta de la diversidad y especificidad de cada
uno de ellos, con sus anhelos y sus contradicciones, con sus métodos y sus
pensamientos, con sus errores y sus acciones, en fin, queda claro que cada uno
en sí es un mundo, cada uno una eternidad, un proyecto inacabado, como la modernidad
misma: poetas malditos, filósofos suicidas, abogados convertidos a la
formalidad de su profesión, estafadores de nueva era, chef especialista en
hongos, todo lo que era posible ser, estos personajes lo son. Cada uno de estos personajes desarrolla una
interacción concreta con otros, con espacios, con la ciudad misma:
“La calle creando ese arrume de varados, de todos los pelambres, sus
verdaderos dueños, como si cada noche fuera el inicio de otra creación del
mundo” (pag 86)
“El centro de Medellín entrega personas extrañas, esas que dan lustre a
sus calles. No me refiero a lo que los
pueblos y tanta mala literatura ha mostrado: los llamados personajes típicos,
aunque estos personajes de ciudad algo se le parezcan” (pag 357)
Para el caso de Eme, la protagonista
recurrente, casi alrededor de la cual gira la historia, la radicalización de la
modernidad se da de una forma tal que el teatro aparece como el recurso exacto
para indicar esa necesidad de mutación y cambio de planos, de caras y de vidas,
pero finalmente todo en su vida, su ritmo vertiginoso choca completamente con
su posición política, como siguiendo la lógica del big-bang, una saturación de
elementos simbólicos del capitalismo, de la superficialidad, que para ella eran
las marcas y la mercantilización de la vida a través de su comsumo, se
convirtieron en el objeto de repulsión y de negación frente al mundo, el blanco
para proyectar las frustraciones, el eterno retorno de un mundo moderno que no
satisface:
“A uno lo van rotulando como a una mercancía. Es la locura de producir y consumir de una
manera desbocada como si la gente mantuviera depresión constante” (Pág. 247)
“no tuve más remedio que inventarme otro discurso: la frivolidad es otra
opción, lo único que importa es el estilo, el empaque la armadura. La frivolidad es la parte externa de lo
trascendente, una proyección ¿-e-n-t-i-e-n-d-e-s-? ya superé ese periodo” (Pág.
250)
Su tránsito y el de otras, por el
feminismo no resulta siendo más que la prolongación de un púlpito, la mutación
de un discurso y un método agobiante a través de unas mujeres que se podían
percibir, a esas alturas de la historia, como posmodernas, con la obvia
claridad de que el concepto aquí no aplica en su rigurosidad, pues lo que en
este tipo de feminismo queda claro es la falta de rupturas, de posturas y de
alternativas, solo se erige un argumento radicalizador y aliciente de las
situaciones que tanto penaliza.
Finalmente el desenlace de la obra
termina siendo un espejo de la realidad misma, de la situación de encanto y
desencanto que plantea la modernidad, la obra enamora, abandona y permite el
duelo, en el sentido en que la historia cautiva y atrapa, pero una vez se
avanza en ella, se ansia el final y una vez alcanzado el final, queda el vacío,
de nuevo la sensación de saberse en ese eterno retorno moderno, pero ahora con
tintes posmodernos, porque es obvio que ese retorno no remite a puntos fijos,
no remite ni siquiera a circunstancias modernas, sino a nuevas incertidumbres e
indeterminaciones, mientras lo único cierto es esa incertidumbre, lo que en sí
ya constituye o bien una resignación o bien un duelo. Quedan entonces los a vacíos, hastíos que
para el autor-relator, parecen irresolubles, pero que cada uno de los
personajes parece solucionar como ya es costumbre: con un nuevo elemento
moderno, modernizador y modernizante, que no es más que una mezcla de algo
novedoso con afectos tradicionales.
“Dentro de muchos años cuando este paisaje de cotidianos hubiera
desaparecido, el eterno retorno traería otra generación para hablar de lo
mismo: literatura y política, ese deporte nacional” (pag286)