martes, 23 de septiembre de 2014

Amábamos tanto la Revolución / Víctor Bustamante. Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín


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“AMÁBAMOS TANTO LA REVOLUCIÓN

Diana Cristina Múnera Álvarez


Sin la pretensión de relatar aquí un proceso de catártico de mi experiencia personal con la obra, este texto se erige sobre una mezcla de estilos de relato, crítica, opinión y análisis, sobre la obra, el estilo, el tema, los personajes, las situaciones, por ello mismo no permite una profundidad analítica en alguno de éstos aspectos, solo constituye a fin de cuentas, un intento modesto y a veces escueto de acercamiento al análisis literario desde la sociología.  Las conclusiones, en aras de no sucumbir a la tentación del control y la posesión de las certezas, a menudo se insertan en el texto, de manera que lo que en realidad se puede concluir de él, es lo que se concluye de la obra misma: quedan cabos sueltos, quedan principios y finales y mezclas de ambos.

En amábamos tanto la revolución, como aquí la abordo resalto dos dimensiones en las cuales se rescatan e incluyen importantes elementos desarrollados por diferentes disciplinas para contribuir al análisis y crítica literaria.  La primera dimensión se refiere a una descripción sobre el estilo del autor y la estructura de la obra, pues el autor hace un ágil uso de diversos componentes que resaltan y contribuyen a la ficcionalización de la realidad por medio de la estructura, la nomenclatura y nominación de los capítulos, así como el empleo de cantidad de recursos visuales, sonoros, descriptivos y simbolismos que la novela logra develar y trasmitir, tratando de develar inicialmente lo que para los formalistas constituye la literaturalidad del texto.  De otro lado está lo que aquí se perfila como un intento de análisis sociológico, que más allá de dar cuenta de la literaturalidad de la obra que se enunció anteriormente, deja ver una serie de situaciones y circunstancias, que más que hablar de los personajes en si, nos remite a una generación y a un periodo y contexto concretos.  En el desarrollo de éste aspecto, hago uso también de herramientas y construcciones teóricas propias de la sociología para discernir, detrás de la ficcionalización de la realidad que la obra en si constituye, una serie de elementos útiles al análisis sociológico en la medida en que dan cuenta de formas de socialización, de construcción de la realidad y de la cultura a nivel objetivo y subjetivo, de percepciones de la vida misma, que se leen a través de los personajes, sus caracteres, sus modos de vida.

Es inevitable resaltar la presencia de un referente urbano constante en la obra, la ciudad de Medellín, algunos de sus espacios, procesos y ritmos son captados y asimilados desde diversos ángulos: a veces como telón de fondo, a veces como un punto de apoyo importante y otras como un aliciente para situaciones y modos de vida modernos típicamente enmarcados en procesos urbanos y citadinos modernos.  Amábamos tanto la revolución, es una novela a través del cual se vislumbra un escenario y unos personajes típicamente modernos, con la claridad de que se habla de una modernidad local, criolla, nativa, propia, que solemos llamar inacabada; un modo de vida entre lo “pre”, lo “ultra” lo “hiper” y lo “post”, pero en definitiva revela un contexto en el cual las personas y las cosas son de alguna manera resignificadas, en un intento de adaptación e un inclusión en un orden de cosas caracterizado por la multiplicidad, lo etéreo, lo difuso y lo diverso y la afronta subjetividad vs. Masificación:

“Tenía esa dualidad: la vida y las putas convicciones.  Era tan elegante que una muchacha dijera, éste es un mancito con convicciones.  Na-da, en secreto me comencé a aficionar a las marchas, eran la otra cara de los conciertos” (pag 29)

Pese a lo anterior y al mismo título de la obra, en su contenido son escasos los temas políticos, ideológicos, e incluso son completamente ausentes una serie de situaciones sociales críticas protagonistas de la época que relata el autor.  Las décadas de los 70 y 80 en una ciudad como Medellín, reposan en la memoria de quienes la habitaron o conocieron, como una época difícil, donde políticamente se daba una crisis de partidos políticos y una situación de violencia y narcotráfico, con especial epicentro en la ciudad; pese a esto, el autor quizá de forma intencional omite estos elementos, respondiendo también a una lógica que se evidencia en las sociedades modernas y que se expresa en dos sentidos: por un lado puede leerse como una posibilidad de fragmentación y especialización de las miradas y perspectivas desde las cuales se enfoca un fenómenos, pero por otro lado, no se puede decir que la novela es apolítica, pues si rescata lo que Bauman ha nombrado como el paso de la política a lo político con especial apoyo en el auge y radicalización de los movimientos sociales.  La elección que el autor hace del tema bien puede estar referida a lo que él enuncia como su experiencia de estudiante, los espacios y referentes de ciudad dependen entonces únicamente de la perspectiva del autor, quien se presenta a sí mismo como alguien que venido del campo a la ciudad, comienza a experimentar una serie de situaciones a las cuales no logra adaptarse por completo, dando lugar a uno de los modos de vida modernos que se identifican en el texto. 

“los muchachos hippies hablan como adultos y yo refugiado en mi timidez de pueblo, en un nuevo mundo que abría a Medellín a la vida” (pag 30)

“En la mañana, solo en la mañana, el tiempo para leer el periódico que todavía es de hoy con sus efluvios de tinta y comprobar como la vida no seguía como la noche anterior” (pag 36)

Los lugares, las personas y las situaciones no dejar ver en si la dinámica de la ciudad, de sus barrios ricos y pobres de sus contradicciones y flujos, los referentes urbanos del contexto se limitan a algunas calles, pasajes y bares del centro de la ciudad y a algunos recovecos de la universidad de Antioquia, pero en definitiva es una perspectiva que ubica al lector en una especie de burbuja en la cual solo caben las vidas y vivencias de los personajes en ese contexto moderno, pero abstraídos de esa realidad cruda y turbia que atravesaba la ciudad en el momento.

Prefería las calles amplias para perderme en ellas; las calles como decir ese río de Heráclito, de muchos pasos en busca de ligues con alguna desconocida.  Forastero consetudinario no encontraba la misma persona dos veces, coincidencia improbable.  Y la sorpresa de que el cardumen de personas del cual formaba parte se adueñaba de las calles.  Y en ese hormiguear en su escenario, nadie parecía interesarse en los demás.  Existe una creencia y es que nadie se saluda sin conocerse, apenas miran y se pasa de largo […]”  (pag 62)

El párrafo anterior muestra de manera contundente la situación de saturación de personas y de cosas que conlleva a la generación del apático y el indolente, que funcionan como mecanismos de socialización y de reserva frente a la existencia y complejidad del otro, como se refuerza a constinuación:

“uno solo comparte momentos, cosas; lo otro sería que me perdiera en vos o que te perdieras en mi, la frivolidad es lo que recrea lo cotidiano, el juego evasor, es la necesidad de la alambrada de costumbres, el juego de las responsabilidades es el invento de quien nadie cobra derechos de autor para darse cierto tono de madurez” (pág 251)

“no tenía otra alternativa que jugar al cínico, al menos esa actitud era la defensa más cercana, y la risa, mi risa, mi propio escudo” (pág 323)

La referencia al movimiento estudiantil es el motivo de sospecha del contenido político del texto, pero en efecto el relato se refiere de forma anecdótica a sus protagonistas, acuñando incluso el término de “apóstoles del comité central estudiantil” para indicar las recurrentes mezclas de lo tradicional y lo moderno que se conjugan en los personajes, esta vez se trata de un devoción cerca de la religiosa pero con otro centro: la revolución, que respondería al menos dentro de su formulación estrictamente académica, a una condición moderna y secular.  Por su parte, el relator es un desentendido de éste clima politizado.

“no he sido activista en nada, los sistemas enraizados entre montones de cadáveres, la revolución es eterna y vieja.  Nadie debería hablar en nombre de nadie.  Frases para tejedores de palabras” (pág 53)

“no se el nombre de ninguno de los estudiantes, es el miedo y la rabia.  La cuestión política apenas una curiosidad, aunque se afirma que cualquier acto personal es apenas matizado por ese tinte” (pag 55)

Para el autor es evidente que uno de sus rasgos más fuertes es la melomanía, la música con frecuencia es un referente obligado para momentos y situaciones, incluso funciona como el comparativo:

“yo que fui marxista-lennonista, de la línea de Groucho y beattlemaníaco por el otro lado, nunca era capaz de conjugar el marxismo-leninismo tan de moda, por lo que debí resarcirme de mi nula conciencia social convirtiéndome en un amanuense […]” (pag 56)

“Medellín: un camino musical con el pentagrama de ritmos, una bahía para salsómanos tardíos, tangos para los muchachos de antes, rock para los muchachos de ahora y boleros como medio tristes y guabinas para los folcloristas fosforescentes” (pag 66)

“la música, como decir el habla divina, que alguien dio a los hombres para cuando estuviera poseídos de soledad y melancolía, pergeñaran la cuerda de un violín o hundieran la tecla de un piano para que ese sonido los sacara de la insondable tristeza” (pag 223)

El otro rasgo evidente es su personalidad es su libido constante, su mentalidad sexual y sexualizadora de cada experiencia, la breve pero intensa referencia al color rojo del periodo de Eme, da cuenta de ello.  Quizá siguiendo al argumento de que la sexualidad es uno de los terrenos de expresión de la libertad del individuo, quizá por influencia del nadaísmo, llega a narra con tal imaginación imágenes y encuentros sexuales sórdidos, que ni siquiera son atenuados por una puntuación que guié la lectura de los mismos, haciendo inevitable un atropellamiento de hechos, imágenes y relatos, que no puede ser otra cosa que una forma de mutación del autor, el relator en el lector.

Con esto se abre la posibilidad para toda una serie de hechos que son experimentados de la misma manera: mezclas de lo tradicional y lo moderno, pues a falta de los referentes concretos y las posibilidades de generar y crear nuevas sociabilidades, nuevas representaciones y relaciones sociales modernas, en estas sociedades latinoamericanas y en una Medellín históricamente constituida como un centro de desarrollo económico liberal con un modelo político conservador, las paradojas, las ironías y las mezclas de lo tradicional con lo moderno son el común denominador de las experiencias de estos personajes.

“y fue que caí en cuenta que habitaba en un país de cuatro o cinco ciudades.  Donde existían indios de verdad antiquísimos, autóctonos y miserables que se emborrachan con chicha y en las noches desde sus hamacas, desde sus hamacas, mascullan sueños y hablan de relatos que provenían de antiguos chamanes, sobre hombres vestidos con cascotes de lata, o más simple, mentalmente se comunicaban con tribus lejanas” (pag 57)

“Así es la moderna cuando no tiene nada que le cause curiosidad: regresa a un estado elemental, arregla su espacio, vuelve a la era del solar y de repente se da cuenta que tiene la casa en desorden, le conversa a las plantas y dice que no le arranquen ninguna hoja porque es un hijo que llora” (pag354)

Retomando lo enunciado sobre la literaturalidad del texto, son de notar en el transcurso de la obra una serie de detalles de edición se encargan de darle un acento especial a los hechos que se relaten, por ejemplo algunos capítulos tienen nombres repetidos para indicar la poca variación de la situación, independiente del contenido que se expresase; algunos capítulos inician con palabras iniciales en mayúsculas, lo que desde un principio anticipa la atención que como lector se le debe prestar al relato subsiguiente; en letras cursivas se indican los nombres de obras de teatro, de literatura o académicas, revistas, personajes, películas, agrupaciones musicales y demás, representativas o típicas de la época; con frecuencia algunas palabras están separadas pos sílabas o incluso por letras, de manera que desde la misma lectura se intuye el tono enfático con que el personaje las enuncia.  Estos recursos mencionados, dinamizan la lectura de la historia, y de alguna manera estrechan la relación del lector con los personajes, en la medida en que permiten un impacto visual y sonoro del relato, en especial la página en la que se hace evidente la recurrencia y monotonía de un discurso cuando las consignas de la época son “piedra piedra piedra…” y la del relator “rock rock rock”. 

“La perfección del estilo en cada arte, consiste en esto: en saber borrar las limitaciones específicas y empleando sabiamente lo característico, imprimir a la obra un sentido universal”[1]

El tedio y el hastío no pueden estar más claros en otro lugar, que en la recurrencia del relato hacia el vómito: las palabras vomitadas, la consecuencia de una purga que el organismo rechaza por cualquier motivo, el malestar, la incapacidad de digestión de un hecho, en fin, el simbolismo en su mayor expresión.

Es de anotar que aunque el personaje relator parece ser el autor mismo, nunca se refiere a su mismo, no se sabe su nombre, ni su apariencia física, ni su aspecto, ni se tiene de él un nivel de detalle como él lo ofrece respecto a los demás personajes, de éste relator sólo se mantiene a lo largo de la obra, la certeza de su incertidumbre, de su poca capacidad de adaptación, pues, aunque se desenvuelve en ambientes, lugares y grupos diversos, es en definitiva un ser que no se siente perteneciente a ninguno de ellos, aunque sea fácilmente acogido, no se siente incluido ni hace esfuerzos por adaptarse, al contrario, con frecuencia confiesa su afinidad con personas con las que ni siquiera ha compartido personalmente o con cosas que ni siquiera ha visto, pero que de seguro la globalización y los mass media le han trasmitido con el efecto de una cercanía casi equiparable a la geográfica.  Así se radicaliza otra característica importante de éste relator y es que se encuentra en un perfil cercano al de un psicótico cuando intenta dar cuenta racionalmente de procesos incluso internos de su organismo, que no conoce pero que describe como si los presenciara.  Esta racionalidad extrema persiste en casos como la referencia al cine, la experiencia del personaje que finalmente se confiesa director frustrado, deja ver como la pantalla y las proyecciones sobre ella, de la misma manera que le sucede al personaje con la literatura, en definitiva parecen brindar esa posibilidad de vivir otra realidad, otro mundo, de insertarse a otros espacios y trasladarse a otros contextos, incluso llega a ser percibido el cine como humanizado, como víctima de las mismas penurias que el hombre mismo, de los desencantos y los desaciertos, en ese carácter tan obsesivo de querer acapararlo todo, de nuevo con esa devoción heredada de la religión.

Para estos personajes de la obra en general, existe con frecuencia una intención de separarse de su herencia, de diferenciarse de sus padres y de todo aquello real y simbólico que les represente lo tradicional o bien, si esta diferencia no está tan clara en términos de tradicional-moderno, se puede decir que los personajes se distancian de lo que consideran no moderno.  En efecto para el autor y los personajes la calidad de moderno se refiere a algo novedoso que irrumpe en el estado de cosas, más que significar en si un estado de cosas diferente, una perspectiva diferente, lo moderno aquí es semejante a lo nuevo, lo audaz, lo trasgresor, lo atrevido.  Son entonces características de lo moderno así entendido, hechos como la liberación de la sexualidad y las experiencias sexuales y homosexuales de los personajes masculinos y femeninos, sus relaciones con las drogas, el aborto, la violencia doméstica, y en el caso del relator, su relación con la música, el cine, la escritura, que funcionan a la vez como medios de ficcionalización, pero también como mecanismos de reserva de los individuos frente a la indeterminación y el tedio del ambiente en que se desenvuelven.  Ampliando lo anterior la mezcla de la música el cine y la escritura como ficciones y mecanismos de defensa es posible también gracias a esos rasgos híbridos de lo tradicional y lo moderno de esta sociedad que la obra retrata: por un lado son alicientes de ficción, en cuanto son presentados como si en realidad se constituyeran en ventanas para entrar a otra dimensión, o en válvulas de escape de la realidad, pues desde estas perspectivas se supone que se despliega un mundo completamente diferente, donde abundan las posibilidades de acción y percepción; pero por otro lado este recurso a la fantasía y a la imaginación, que se acerca casi a una fetichización de éstos medios, da cuenta de un rasgo de lo tradicional y del encantamiento del mundo que permite a estos sujetos híbridos de lo pre y lo post generarse unos resguardos y unas defensas ante ese mundo moderno cambiante y acelerado, usando medios modernos –en el sentido de lo novedoso- pero con afectos y argumentos tan emocionales que pasan por tradicionales, sobretodo si se recuerdan los tipos rurales y urbanos de Simmel, de Wirth y del mismo Williams.

En lo que se refiere a los personajes, es fácil identificar desde el mismo autor una intención de establecer tipos, no como tipos ideales, sino como personalidades típicas, entre ellos: el militante, el oscuro, bocalumpen, Paolo, heleno de Troya, la puerca, la Catri, el francés, la moderna que era también Eme, María, la posmoderna, la hipermoderna, la cara de puta, y otra serie de adjetivos que daban cuenta de la particularidad de su personaje y del estado de ánimo desde el cual el autor-relator se expresaba respecto a ella, de que tanto quisiera exaltarla, degradarla o de la exacerbación de sus celos.  De la misma manera como Eme es múltiple, los otros personajes a menudo desarrollan aspectos, facetas, y ámbitos de sus personalidades inimaginables, así como también algunos de ellos tienen rasgos físicos y árboles genealógicos casi caricaturescos.  Estos personajes permiten un despliegue descriptivo rico en abundancia de adjetivos, pues el autor no escatima su vocabulario al momento de dar cuenta de la diversidad y especificidad de cada uno de ellos, con sus anhelos y sus contradicciones, con sus métodos y sus pensamientos, con sus errores y sus acciones, en fin, queda claro que cada uno en sí es un mundo, cada uno una eternidad, un proyecto inacabado, como la modernidad misma: poetas malditos, filósofos suicidas, abogados convertidos a la formalidad de su profesión, estafadores de nueva era, chef especialista en hongos, todo lo que era posible ser, estos personajes lo son.  Cada uno de estos personajes desarrolla una interacción concreta con otros, con espacios, con la ciudad misma:

“La calle creando ese arrume de varados, de todos los pelambres, sus verdaderos dueños, como si cada noche fuera el inicio de otra creación del mundo” (pag 86)

“El centro de Medellín entrega personas extrañas, esas que dan lustre a sus calles.  No me refiero a lo que los pueblos y tanta mala literatura ha mostrado: los llamados personajes típicos, aunque estos personajes de ciudad algo se le parezcan” (pag 357)

Para el caso de Eme, la protagonista recurrente, casi alrededor de la cual gira la historia, la radicalización de la modernidad se da de una forma tal que el teatro aparece como el recurso exacto para indicar esa necesidad de mutación y cambio de planos, de caras y de vidas, pero finalmente todo en su vida, su ritmo vertiginoso choca completamente con su posición política, como siguiendo la lógica del big-bang, una saturación de elementos simbólicos del capitalismo, de la superficialidad, que para ella eran las marcas y la mercantilización de la vida a través de su comsumo, se convirtieron en el objeto de repulsión y de negación frente al mundo, el blanco para proyectar las frustraciones, el eterno retorno de un mundo moderno que no satisface: 

“A uno lo van rotulando como a una mercancía.  Es la locura de producir y consumir de una manera desbocada como si la gente mantuviera depresión constante” (Pág. 247)

“no tuve más remedio que inventarme otro discurso: la frivolidad es otra opción, lo único que importa es el estilo, el empaque la armadura.  La frivolidad es la parte externa de lo trascendente, una proyección ¿-e-n-t-i-e-n-d-e-s-? ya superé ese periodo” (Pág. 250) 

Su tránsito y el de otras, por el feminismo no resulta siendo más que la prolongación de un púlpito, la mutación de un discurso y un método agobiante a través de unas mujeres que se podían percibir, a esas alturas de la historia, como posmodernas, con la obvia claridad de que el concepto aquí no aplica en su rigurosidad, pues lo que en este tipo de feminismo queda claro es la falta de rupturas, de posturas y de alternativas, solo se erige un argumento radicalizador y aliciente de las situaciones que tanto penaliza.

Finalmente el desenlace de la obra termina siendo un espejo de la realidad misma, de la situación de encanto y desencanto que plantea la modernidad, la obra enamora, abandona y permite el duelo, en el sentido en que la historia cautiva y atrapa, pero una vez se avanza en ella, se ansia el final y una vez alcanzado el final, queda el vacío, de nuevo la sensación de saberse en ese eterno retorno moderno, pero ahora con tintes posmodernos, porque es obvio que ese retorno no remite a puntos fijos, no remite ni siquiera a circunstancias modernas, sino a nuevas incertidumbres e indeterminaciones, mientras lo único cierto es esa incertidumbre, lo que en sí ya constituye o bien una resignación o bien un duelo.  Quedan entonces los a vacíos, hastíos que para el autor-relator, parecen irresolubles, pero que cada uno de los personajes parece solucionar como ya es costumbre: con un nuevo elemento moderno, modernizador y modernizante, que no es más que una mezcla de algo novedoso con afectos tradicionales.

“Dentro de muchos años cuando este paisaje de cotidianos hubiera desaparecido, el eterno retorno traería otra generación para hablar de lo mismo: literatura y política, ese deporte nacional” (pag286)



[1] SANCHEZ VASQUES, Adolfo.  Antología textos de estética y teoría del arte.  UNAM,  México.  Pag 25



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