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Pasajero a Betania de El Trueque
Víctor Bustamante
En Pasajero a Betania de
El Trueque hay una aproximación a Gonzalo Arango desde el punto de vista de su vitalidad,
de su ámbito que siempre lo circundó, como fue merodear y habitar los cafés
como puntos de exclusión y encuentro. Son conocidas y fervorosas las tertulias
en los cafés de Medellín como el Metropol y el Miami, donde la ciudad estaba
surcada por los deseos de un puñado de jóvenes comandados por él, en cambiar
una generación, así fuera en apariencia. También existen sus indagaciones
personales por bares en Guayaquil, en la Bayadera donde el Profeta, se hundía
no solo s buscar la vida y desencontrase de todo cuanto fuera fatuidad sino que
encontraba un punto altísimo de contacto entre las muchachas de la calle, como
se les llama a veces, o mejor decirlo de una vez, las putillas de esos lugares
que sirvieron de inicio en la educación sentimental a más de un medellinense díscolo
o puesto en orden, pero sobre todo a un poeta a varios poetas como los nadaístas
que frecuentaron y ensalzaron a estas
damas que como ellos solo tenían la calle y el vasto horizonte del día y de la
noche, para conocer y huir la ciudad de los oficios religiosos, de la jerarquización;
en síntesis de la monotonía como síntesis de lo cotidiano.
Precisamente en esa mesa
de café, donde comienza la obra Pasajero a Betania, es donde discurre el monólogo
inicial de Gonzalo Arango, monólogo matizado por las briznas del escaso éxito,
por el remordimiento de no haber seguido el camino “recto” indicado por su padre,
sobre todo por el fracaso de su padre, que siempre tuvo que vivir alquilado a
las huestes del partido conservador. Mientras él le deseaba y aconsejaba una
vida digna a su manera, Gonzalo tenía otros caminos: ser él mismo e indagar
sobe la existencia. Por eso en esa mesa, en esas mesas, hábitat propicio para
el poeta, discurre la obra de teatro que nos entrega a un Gonzalo en su extrema
desazón, inmerso en su nihilismo, y sobre todo en ese nadaísmo que denostó a un
país inmerso en esa falsa sapiencia de lo mismo y de la monotonía cono norma
social.
De tal manera José Félix captó,
luego de una selecta lectura, el pensamiento de Gonzalo, de saberlo crítico,
duro, pero también doloroso y tierno como corresponde a un gran escritor: ser un
eterno contradictorio. Y nada mas propicio para este monólogo inicial que vivir
el ámbito de un café donde todo trascurre como puerto de llegada, como punto de
encuentro pero también como lugar de exclusión ya que allí solo se encuentran
los desplazados, los desclasados, los transeúntes, los hombres de ninguna
parte, Lennon les diría nowhere man, y los eternos pasajeros de una mesa de café
alrededor de sus viajes imaginarios alrededor de u tinto, un trago de licor, o
de los sueños que solo son pavesas cando se piensa cambiar el mundo a través de
esas reflexiones que llevan a plantear y replantear el mundo que nos obsede con
la solita compañía de una calavera que nos recuerda a todo momento el desatino
de nuestro destino: la nada. Y además el colchón del viajero que le dobla la espalda,
solo para algo tan cotidiano como dormir.
Por eso la Fumanchú y el
poeta se encuentran, tienen que encontrase en ese lugar, para vivir una vida
como de outsider, de marginados siempre al borde del abismo, pero con una tabla
de salvación: no dejarse caer para así mantener un hálito de vida y
sobreponerse a la conjetura y a la tragedia de la vida diaria. De ahí que la
Fuma es quien le de ese aliento al profeta para que no decaiga en medio de ese lodazal
donde acecha el fracaso en la próxima esquina o en la rotunda calidez del
cuarto, o del café como topografía precisa para el poeta y la putillla que lo
anima a ser escritor. Por eso putas y poetas poseen un lugar común la vida que
discurre ante sus narices y que ellos la viven bajo los signos del dolor y de
las continuas contradicciones que entregan momentos felices cuando se le encuentra a la vida ese algo que le da sentido: haber realizado
lo que cada cual ha querido en unos momentos cuando el concepto de libertad ya
estaba prejuzgado en esas mentes ya catalogadas con un fin predeterminado; ser útil
a una sociedad que solo ofrece la domesticación de los caminos de plastilina, fáciles
y sin retos.
Gonzalo Arango nos abrió un
camino y sus sueños, retos, y manifiestos aun nos golpean y nos llaman a no claudicar.
Por eso José Félix, Ana María
Hamilton nos han entregado un Gonzalo fresco, perenne perversamente nihilista
pero sobre todo nadaístas cuando no sabía que había encontrado una manera de
criticar, bajo sus manifiestos, con su actitud, una sociedad donde solo
interesa a como de lugar el dinero. Gonzalo ya presagiaba dónde nos llevaría ese
interés en la riqueza, como norma de vida. Gonzalo nos abrió un camino. Ah, dije
camino.
...
Aquí en estas conversación,
luego de la obra, y gracias a la amabilidad de los tres: José Félix, Ana María
y Hamilton, existe una aproximación a la otra y sobre todo al discurrir por los
caminos del teatro de estas tres personas que nos acababan de entregar todo su
aliento en pos del teatro, de los sueños, de la vida que pasa y de Gonzalo que siempre
está presente.
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