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Una carta para Medellín
A Medellín
“El tiempo silenciará el clamor de los lamentos,
Y el lobo de muerte, devorará esta manada.
Hinchada de orgullo permanecen las conciencias
aún así, el zarpazo de la muerte, los sorprenderá”
Desde aquí, desde esta altura del sueño y la marginalidad te veo allá abajo, gloriosa Medellín, cercada por tus enormes edificios. Una nube gris-amarillenta te arropa generosa, ofrendándote su estela contaminada.
A esta hora de la noche, tu cielo truena, como si antiguos gigantes del Olimpo, lucharan a muerte para protegerte; el destello de sus espadas entra por las rendijas bajas de la puerta trasera de mi casa.
Ah! Hermosa Medellín, aún con el invierno, indiferente, derrumbando el sueño de miles de desposeídos, tus plantas siguen floreciendo y los árboles, que no arrasa la borrasca siguen en pie, cambiando de color del alba al cenit y de éste al nadir. Medellín, hermosa e inmunda, ciudad de todos los abandonos, nos complaces a todos con una aparente vida que no pudimos soñar en otros lugares, nos seduces y nos avientas de tu vientre como desechos vivos; hombres y mujeres venidos de todos los rincones de la vida o nacidos bajo tus propios rincones de blancos e inhumanos hospitales. Despertamos, alegres a veces, frente a la esperanza que nos muestras con muecas de burlas, imaginando que viviremos cien años y uno en paz. Otros amaneceres, nos despiertas sobresaltados por el ruido que producen las balas rasgando el aire, buscando cuerpos donde detenerse, no sientes pena del alba que apenas se anuncia.
Escabrosa y lujuriosa Medellín, te escribo desde este bunker de la zozobra, en la comuna que desconozco su número, (porque a todas las tienes fichadas), pero en la que percibo el fervor de los vecinos levantando el sueño de una casa, al pie de la quebrada con el temor de que ella se la arrebatará, pero los sueños son promiscuos como la vida y aquí estamos todos reunidos, todos los malditos de la tierra, los pobres, los sin pan, los arrendados, los parias, aquí nos vemos todos los días los rostros y a veces somos tan parecidos, que ni siquiera nos miramos, es suficiente con sabernos, con justificarnos unos a otros, desde el silencio o imaginándonos unos más pobres que otros para estar mas tranquilos.
Yo nueva en la comuna antigua, ni siquiera soy una extraña, hago parte de tu atuendo cotidiano, salgo al rebusque como todos a vender mis sueños de poeta, a ofrecerte todas las miserias, que he acumulado en tu tierra por veinte años, empastada al rústico, amada Medellín, tal vez sea ingrata contigo pero tengo que decirte, o hacerte pública desde mi escritura que tú no me las has dado, vine con ella al desierto de la tierra, fue el único pan que me echaron bajo la enjuta, he sido como Jesús, digna hija de un dios sin dignatarios en la tierra, soy también su iglesia; cristiana ciudad arrabalera. Tengo que decirte estas cosas, ahora que lo piden tus escribanos y dignatarios acomodados, que escriba algo de ti en tus cumpleaños, en los míos, escribo poemas ateridos de soledad, te cuento que es mi compañera permanente, como tú, estoy rodeada de gente y estoy sola. Pero no estoy hablando de mí, estoy hablando de ti, querida y estimada “big city.
Te escribo palabras para celebrarte, pero no temo decirte que cada noche el desasosiego entra conmigo a la casa -no el de Pessoa, ni el de la vida- el que nos da tu aparente paz, que es la paz de los vencidos y de los muertos. Tus fusiles en manos de adolescentes que nacieron muertos o como dijo tu ilustre cineasta cuando se daba dotes de escribano que tenías “la lápida colgando del cuello”, esos jóvenes, patrullan tus calles, son los caballeros, los mensajeros de la parca. A ellos temo también, ya temo a todo, que horror vivir con temor, pero afortunada yo, que todavía el temor cabalga sólo en mi corazón y no en mi conciencia.
En la jornada de un día agotamos la jornada de la vida, que la noche anterior la prometía con calor y pan; unos lo logramos, otros no pudieron, pero creen que mañana será posible, ellos siguen creyendo; yo con los años, voy perdiendo la fe, voy creyendo menos, pero eso no importa Medellín. No te regalé ni un hijito, no alimenté tu vientre con mi vientre, alimento tu desazón con mi desazón, de alguna manera estamos a mano. Esta madrugada el estallido de “aparentes” seis balazos cruzaron el aire y estallaron cerca de mis oídos, he despertado sobresaltada, son las cinco y cuarenta y dos minutos, sé que ya muchos obrer@s que consumes en tus fábricas van en tus buses hacia el desaguadero del alma, pero yo, me rindo Medellín, me rindo a ofrendarme a ese orangután monstruoso que cultivas con almas generosas y menesterosas de tu pan. Quisiera cantarte mejor, como te cantan los poetas que invitas cada año y ellos generosos de tu generosidad, te escriben un poema y en una lengua que desconoces y que desconocemos tus hijos mendicantes; nos leen el poema excelso que te han escrito, ejemplos: “Quisiera revisar la historia/ y dejarme invadir/para pensar que Medellín/ es mi otra ciudad/ una ladera del país/ que llevo en mi corazón” (Paul Dakeyo, Senegal), otro: “los mil ojos de Medellín/ brillan espantados en el valle/como un volcán derramado/ con una herida de luz” (J.M. abrantes, Angola); todos tus hijos, los más afortunados y, que a su decir, entienden el sagrado mensaje de la poesía, aplauden hasta que las manos parecen que van a sangrarles, tal vez ellos si te entienden querida Medellín. Yo no.
El invierno te colma de misterio, a mí de frío hasta los tuétanos, amarga Medellín, amada Medellín. A cada una de tus calles le he cantado y la he maldecido. Tú, ciudad de primavera, me has arañado el vientre desde que tengo veinte años, me he embriagado en tus bares y cantinas, he conocido con la vista triste e iracunda tus niñas putas y mendigas y tus proxenetas, malditos por siempre, deberías avergonzarte con toda tu tristeza, ciudad de todos los afanes, cosmopolita Medellín. He detenido la vista en tus viejos edificios, mientras sus lozas de mármol, traído de antiguos países, se desprenden de cansadas, para abrir y lacerar el cuerpo de tu ciudadana, transeúnte, desprevenida, desconocida; la indiferencia de los otros ciudadanos y, el miedo a que siguieran ellos, los ha obligado a abandonarla mientras se desangraba, de seguro murió en uno de tus hospitales de inmunda e hipócrita caridad.
Conozco el olor de tus calles, calles que en antaño fueron la gracia y deleite de tus hijos ricos; ahora son la vivienda de tus hijos miserables, mendigos de todas las calañas, te tratan como tú los tratas a ellos, tus calles son el lugar predilecto para ellos inundarte con su podredumbre interior, el olor a excremento y a orines, es insoportable para cualquier transeúnte de tus adoradas calles, el olor a “mierda”,(no hay sinónimos en el Rae) traspasa todo intento de comprenderte, estimada ciudad de todos los adioses. En esas calles veo tu vientre, escucho el latido de tu corazón, no sé si estás triste o alegre, con tus andenes teñidos de sangre, con tus esquinas hechas basureros a pesar de todo el esfuerzo de tus EEVV, los “chulos” bajaron del campo, donde no falta uno que otro muerto que comer, pero tus barriadas los alimentan sin mucho problema; tus esquinas son el temor del caminante, la noche es algo vetado para los espíritus libres que aún posees, para los jolgorios de los noctívagos que aún persisten en tus calles.
Tengo miedo del miedo, mi querida y cantada Medellín. De los muchos seres que he conocido por tus calles y anfiteatros del arte, que andan como dijo tu poeta ilustre J. M. Arango “gentes que todo lo consideran suyo/ que quiebran/ arrancan/ que ni siquiera/ agradecen el aire”; andan como por un cielo prometido o ya son muertos y aún no lo saben, ellos se juntan en tus ferias a tomar vino pastoso, que compran por gran vino, nunca miran de frente, aúllan ante la alegría de los otros, pero si vos los vieras mostrando los dientes, te asombrarías de cuan duro te muerden, la desidia, la envidia, la rabia perruna, duerme en sus labios, porque ni corazón han de tener, esto es fácil detectarlo en sus letras y cantares, su merito es, prostituir tus jóvenes genios féminas, en procura de la buena literatura; son como vos Medellín, grises, tristes y ahumados, como vos, con la certeza que en ellos también florece la primavera, pero todas su flores huelen a muerto; como pudiera decir esto, bueno, no encuentro maneras sublimes de herir sus egos, entonces, dejémoslo así; espero que no me pongas mas problemas, ok., para comenzar a hablar con tu bilingüismo muerto de hambre y falto de acento de indiana jones.
Amada Medellín, por último, te alabo, porque todos mis sueños juveniles murieron en tus calles, pero ésta que soy, te perdona todos los agravios recibidos y espero que tú me perdones los que yo te he ofrendado con tanto cariño, como ofrendo todo lo que doy sea odio o sea amor, tú me has permitido conocer gente que quiero de verdad y me has permitido quererte; recibo el odio de tus hijos racistas, con el mismo cariño con el que les ofrendo el mío; he conocido almas nobles en tus barrios asesinos, almas que sueñan con la primavera estallando cada amanecer y no con la noticia del hijo muerto en el anden vecino. He acompañado parientes de conocidos hasta su última morada, las que tú llamas poéticamente “Campos de Paz” o “Jardines de la fe”, hasta en la muerte, eres poeta, Medellín, llamas por su nombre al último lugar donde reposarán por cuatro años los huesos que cargaron un cuerpo de quince o mas años; mira no más, poetiza Medellín, como llamas al lugar donde van los parias de tus calles, los que vivieron en tu tierra de nadie como “niebla y noche”, los que no existieron para ti, los mandas a descansar por cuatro años “acostados” y eternamente revueltos entre ellos, como vivieron la vida, al “Cementerio Universal”, eres increíblemente perversa e inimaginariamente poeta, Medellín.
Esta manera mía tan particular de celebrarte va a dolerle a los emisarios del arte y de la esperanza, a los de vientre hinchado, que te resguardan, Medellín, de los comunistas de la vida o como bien los llamas “anarquistas sin anarquismo” o “rebeldes sin causa”, tal vez te de un nuevo motivo para que tus “bequitas quitahambres” no lleguen jamás a mis manos que dolorosamente esperanzadas y con el verbo libre, se han estirado hasta ti, con la conciencia de que te reías de mí. Así, querida Medellín celebro tu suerte de vencida, el mal se ha posado en tu aire y es todo lo que respiramos; tal vez los custodios de tu suerte puedan salvarte, ellos, los pacifistas, los amansadores de tu destino, de tu “money”, de tu “gold luck”, los que en momentos históricos de su vida te colgaron literalmente “la lapida al pecho”, ellos, que pensaron que eras “un pelaito que no iba a durar nada”, los que en nombre tuyo llenan las manos de niñas hambrientas de rosas viejas y de polvos escapatorios, esos que dicen conocer tu vientre, tu alma y tus sueños desnudos en lo alto de tus montañas, esos que te hacen pública, que te venden como si fueras una puta egipcia, en certámenes internacionales y por supuesto, nacionales, que crean paz con festivales, que hacen eterna tu fluorescencia con luces de neón entre cuentos y cuenteros; tal vez creas que esos son los que te aman Medellín; digamos que es así: Aquí, encaramada en las “Colinas de Enciso”, (no se si conoces este nombre), donde la vida comienza desde las cinco y cuarenta y dos minutos de la madrugada con cuatro balazos rasgando el aire, abatiendo la calma de los sueños, porque ni pájaros hay en este monte que canten el nacimiento del día, se que vas a seguir odiándome, pero no importa, tengo mi manera de cantarte y hasta en eso, te soy sincera; ya me imagino los panegíricos idolátricos que recibirás ese día glorioso, las suculentas cenas que se comerán de cuenta del erario publico y en tu nombre, donde solo los elegidos tendrán silla, se reirán de ti y de mí, pero en el fondo que nos importa Medellín, que importa nada ya. Sabes castigar muy bien tus huéspedes rebeldes, sabes mantener tranquilas las conciencias de quienes te critican, sabes bajar un globo del cielo para que no encienda el techo de paja que te cubre.
Quería terminar esta carta diciéndote algo mas esperanzador, una noche después pero seis balazos rasgan el aire a las diez y veintisiete de la noche de domingo, el último día que inventó el creador para que descansaras, tú no te cansas, ni siquiera el día sábado, el día sagrado de los judíos. De todos modos te voy a dedicar un poema Medellín, un puñado de palabras recogidas en tus calles:
XVII
Estoy ebria
de ver la ciudad
con hambre
hambre
cabeza - tronco
manos - piernas
con necesidades fisiológicas
con olor a orines viejos
hambres que se fecundan
en la estéril existencia
salgo en la mañana a vivir
sólo encuentro hambre
vestida de obrero
de cansancios
de interrupciones
hambres de siglos
de pan
de negación
¡dios dónde nos cabe tanta hambre!
(Para que recuerdes a los desposeídos que te habitan en lo alto, a donde solo llega la vorágine de tus soldados salvadores, ellos me han dictado este poema para que te lo dedique en tus cumpleaños)
La lluvia y la quebrada hacen más persistente la agonía de este domingo. Te deseo pues un cumpleaños, como lo celebran tus comunas, con pólvora y con balas o en su defecto voladores y que por lo menos ese día los señores del anfiteatro municipal sean invitados a tu cena de gloria, ellos son los que maquillan tu muerte cotidiana; sé agradecida Medellín, invítalos a tu fiesta, dales la noche libre, yo te celebraré con una cerveza y tal vez te escriba otro poema...
Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti
Happy, birthday Medellín
Con afecto sincero
Marta Quiñónez
Your bad and good poet