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| Key Serna Herrera |
No
contestes el teléfono
Me
sobresaltan las naranjas
que
caen sobre el techo.
Temo
quedarme dormida
dentro
de un sueño
del
que ya no pueda despertar.
Me
asusta cuando mi hermano
sale
de casa
y mi
madre le da la bendición en el aire,
como
si se fuera a la guerra.
Pero
solo va al supermercado.
Su
uniforme:
un
impermeable a prueba de gotas.
Y
aún así, tengo miedo.
Porque
conozco la muerte:
una
vez vino a casa
y se
llevó a mi hermana
a
beber un trago de licor verde.
Nunca
regresó.
Le
temo a las malas noticias.
Me
asusta el teléfono cuando suena.
Mi
cuerpo se pone alerta,
Se
anticipa al caos.
Contesto
leyendo el tono de voz,
como
si leyera el clima del alma:
¿Hay
angustia?, ¿hay calma?
A
veces, antes de sonar,
ya
estoy despierta.
Escucho
un zumbido,
como
un insecto que no encuentro.
Y
entonces suena.
Hoy
llamó la funeraria.
Ofrecían:
“Si
pagas cinco meses,
te
regalamos uno más de vida.”
Duermo
con un ojo abierto
y el
otro soñando,
un
pie en el suelo
y el
miedo en el bolsillo,
como
una piedra
que
aprieto
y sé
que sigo viva.
No
contestes el teléfono.
..
Diosa de la luna
(A
mi hermana)
La
fase lunar de su vida
se
eclipsó para siempre
en
aquella tarde fatídica.
El
viento no trajo el rumor del bosque,
el
mar no anunció con su brisa
el
secreto oscuro que tejía la noche.
Fue
el tintineo de las copas
el
que despertó a la muerte dormida,
invitándola
a brindar por la noche eterna
con
veneno verde inocente:
néctar
del jardín del duende.
Como
diosa en un mundo mortal,
cabello
de luna creciente,
sostiene
en su copa Artemisa,
y
bebe su último sorbo de alegría.
Su
alma libre deja a su cuerpo inerte,
se
adentra en la espesa bruma,
vaga
buscando una luz diferente,
una
estrella fugaz sin deseo.
De
este mundo se desprende.
Ahora
su pasión duerme en las rosas,
su
sangre retorna al mar.
El
rojo de su vestido deja
las
copas rebosantes de vino
y su
luz en el cielo,
como
luna nueva,
Siempre
aparece.
….
Partida
El
médico era tan alto
que
no pude ver su rostro.
Solo
su voz
cayó
sobre mí:
—Está
muerta—
y
siguió caminando.
Ni
un segundo de silencio,
ni
una grieta para mi alma.
Corrí
a verla.
Su
cuerpo aún tibio.
Tomé
su mano,
un
objeto pesado,
el alma
salía de su cuerpo
y yo
no podía sujetarla
Yo
quería soplarle vida,
darle
mi respiración,
abrirme
las venas
y
vaciarle dentro
todo
lo que me quedaba.
La
metieron en una bolsa negra.
Y la
llevaron por el pasillo.
La
gente se abría como el mar,
miraban
sin saber qué hacer
con
tanto dolor expuesto.
Salimos
a la calle.
Y
afuera,
los
edificios seguían de pie.
Las
personas reían.
Los
vendedores ofrecían dulces,
los
carros seguían sonando.
No
entendía.
¿Por
qué reían?
Y
entonces,
los
edificios comenzaron a caer.
La
tierra se abrió en dos.
Se
tragó a la gente.
A
los puestos.
A la
normalidad.
Yo
gritaba sin sonido,
yo
veía el fin del mundo.
Pero
era solo yo.
Una
bocina sonó.
Y
todo volvió:
los
edificios en su sitio,
la
gente de pie,
el
mundo intacto.
Solo
yo
me
había partido en dos.
…
Polvo
de hada
Las
cosas de ella
cargan
el polvo del olvido,
como
el polvo de un hada muerta.
Su
ropa no huele a su perfume de fiesta.
Los
bolsillos no guardan el rastro de sus días.
Inmóviles,
sin baile,
sus
vestidos no giran.
Cuelgan
de hombros de plástico
Sin
la forma de su cuerpo.
Sus
zapatos yacen sin pasos;
algunos,
nunca los usó.
El
tiempo lo desgasta todo:
los
tacones, como los de cenicienta
no
le sirven a otras.
Su
reloj se detuvo
En
el instante en que se fue.
Las
perlas de su collar
ruedan
por todas partes,
No
se detienen
Hasta
perderse en una grieta.
Sus
cosas ya no tienen alma,
no
cumplen su función.
Son
recuerdos moldeados,
piezas
que no encajan en esta realidad,
donde
intentamos conservar:
el
molde de sus pies,
el
contorno de su cuerpo,
el
color de sus labios
en
un labial gastado…
para
no olvidar
lo
que era,
y lo
que hizo.

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