domingo, 16 de febrero de 2025

Tres Cuentos, Antonio Arenas Berrío

 

Tres Cuentos, 

Antonio Arenas Berrío

  EL VOLCAN DE LODO

Eso fue en la mañana para ser más exactos eran las diez, dijeron que, pagando  unos  cuantos pesos, se vería el agujero del cráter. El volcán de lodo está en un pueblo lejano de La Costa Atlántica y detrás de una cerca de  alambres de púas. Es un hoyo lleno de lodo fétido y  hay un lazo grueso amarrado de un costado, al otro para agilizar la salida de los bañistas: David, Rubén y otros. Los  intrépidos decidieron meterse al cráter.  Al tiempo tuvimos noticias de ellos. Negras eran sus figuras que salían cubiertas de lodo putrefacto. En el agujero todos y todas brincaban tratando de realizar la danza del Treno. Los espíritus  incrédulos se reían y rumiaban para sí tales saltos del sinsentido humano. Los hálitos fantásticos, los augures y los principiantes de chamanes decían que el lodo pestífero sanaría el cuerpo. Todo el que se bañara en lodo renacería renovado  en cuerpo y alma. Una mujer creyó ver, en el calorífero del lodo a los hechiceros venidos del más allá, que raptaban los cuerpos desnudos  de las mujeres y los niños y se los llevaban a sus moradas secretas como carnada para atraer  el demontre erótico y los diablos alucinados por la belleza humana. Por esa y única razón cavilaba ella, que las damas que se zambullían en el volcán de lodo, se dejaban llevar por la alegría de las bacantes y mostraban al máximo sus atributos femeninos. Los jóvenes se arrojaban con loca alegría y los viejos y las viejas se embriagaban de lodo maloliente, creyendo encontrar la eterna juventud perdida. Al salir los bañistas de lodo, encontraban que los accionistas del lugar habían instalado baños públicos y duchas tenues para que, con ayuda de manos ligeras de mujeres negras, la redondez del cuerpo fuera sentida, visible y el lodo cayera lentamente por el flujo del agua purificadora. Lo que no saben  los visitantes al volcán de lodo, es que cada dos  años los brujos y los demonios pactan suicidios colectivos para adornar el infierno de cuerpos y lodo fétido. Nadie sabe cuándo y cuáles serán los elegidos. La adulación al lodo  es el signo perturbador de la condición humana. La borrachera colectiva queda marcada por un olor  nauseabundo; como el tufo de azufre de los infiernos. No presione a los demonios, ellos vendrán por los preferidos. No está bien dirán los incrédulos que, la tortura del barro estrujé el cuerpo y limpie sus impurezas. Un chapuzón en el agujero negro del cráter hará que usted se sienta el ser más feliz sobre la tierra de dios. Hasta que no se hayan perdido en el lodazal, no tendremos la esperanza de encontrarnos los unos a los otros. El goce y la dicha contienen casi tanta dicha como la misma dicha realizada en el barrizal. El sueño de los que se lanzan al lodazal, es encontrar la felicidad suprema. La vida es alegre, todo está bien, todo es bueno. ¿Para qué preocuparnos de brujos y demonios e infiernos? Para que en un hombre y una mujer pueda surgir lo posible, es necesario intentar una y otra vez lo imposible.

Creer no constituye, de manera alegórica más que un segundo poder, Querer es el primero. Las montañas proverbiales que la fe mueve no son nada al lado de lo que puede hacer la voluntad del hombre. El lodo y el volcán pueden tener más cualidades de lo que tú mismo imaginas o crees, pero para saber si esto es cierto o no hay que lanzarse al agujero. El secreto de la renovación del cuerpo no está, sólo en vivir, sino también, en  saber para qué  se vive y se goza. Adelante los diablos y brujos… aún esperan.

 

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  UN  HOMBRE

 

Un hombre se levanta en el alba, va al baño se ducha luego frente al espejo se afeita una barba de varios días. En su habitación hay un lujoso clóset donde guarda una colección de vestidos y zapatos de varios colores. Elige el negro es de los más recientes está casi nuevo, se viste despacio logrando una precisión en cada detalle de su atuendo. Es fin de semana y sabe que debe ir a su oficina, leer el correo y terminar un trabajo atrasado que deberá entregar urgente a su jefe. El jefe es riguroso, exigente ya ha despedido a varios empleados por incumplimiento de sus labores. Sale, baja por las escaleras, el ascensor de su edificio está malo, lleva varios días sin funcionar y no hay quien lo arregle. Es día sin carro en la ciudad a pesar de ser un sábado, se dirige al paradero del autobús que lo llevará a su trabajo. Ya en su oficina se sienta frente al computador y nota el crujido de la silla, está algo incomodo, lee los correos y da respuesta a lo más urgente. Hace varias cartas, las imprime y las deja en sobres cerrados para que sean enviadas. Revisa el trabajo que entregará a su jefe, lo termina y lo mete en una carpeta lujosa, no quiere regaños y enemistades con el jefe. Termina su trabajo está todo en orden. Saluda al portero al salir. El portero se hace un poco el  distraído leyendo la prensa, le dice: buen  día doctor que raro verlo hoy por aquí; es sábado y no hay nadie en las otras oficinas. El hombre sale de la oficina y en la acera del frente del edificio donde trabaja toma un autobús  para el centro de la ciudad. En el viaje se distrae mirando por la ventanilla el difícil tráfico vehicular y el ruido que lentamente va llenando la atmósfera de la urbe. Llega al paradero. Baja y camina dos cuadras, localiza un puesto de revistas y periódicos, compra el diario. Divaga un poco por la ciudad, observa la monotonía, la congestión y el arrume de venteros ambulantes que gritan sin cesar. En la repostería Té Astor, pide un café negro, el lugar está un poco lleno, él  sólo nota el trajín de las meseras en su ir y venir para atender a los clientes. Se hace tarde, debe regresar. Llega a su Apartamento, abre la puerta, entra y se sienta cómodamente en un sillón de cuero que ya tiene sus años de uso. Lee el periódico paulatinamente, página por página, y se detiene en la sección en la que se informa sobre los resultados de las loterías. Saca de su cartera negra un billete de lotería, lentamente lo mira, compara los números con el del periódico, ve que son iguales los cuatro números del mayor y la serie. Sonríe para sí, es una sonrisa maliciosa la que se refleja en su rostro. Los observa reiterativamente como para salir de dudas. Ve nuevamente que son iguales los dígitos del periódico y los de la lotería. Se levanta, va a su habitación, abre el nochero, saca un revolver. Luego se suicida.

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 LA MUERTE DE UN CRONOPIO

“Nada más parecido a un cronopio que un niño creativo, vital, desconcertante…”

Cortázar

Las aguas del río eran turbias y aplacadas. Se observaba en ellas una corriente lenta. El día caía y el silencio de las aguas sólo era perturbado por el ruido de una docena de aves que se elevaban, buscando refugio en el ocaso. En un pequeño muelle, las barcazas estaban arremolinadas formando un innegable atasco y poca visibilidad en la orilla. Unas barcas estaban pintadas de fuertes colores, otras de fibra de vidrio y las demás de madera curtida y seca por las asperezas del sol. Había dos restaurantes adecuados en los extremos del muelle. Atendían unos pocos clientes, no muchos pues, la hora para almorzar se había terminado. Corría la tarde. El olor del pescado frito se confundía, con el hedor del río. Los moscones en el comedor revoloteaban sin cesar. Las sillas y las mesas daban al lugar la impresión de escaso espacio o mala distribución en la estancia. Un niño y una niña de cabellos rizados, deambulaban de manera juguetona por unos tablones que  se enlazaban con un planchón. Un viejo, arrugado por el tiempo, movía con dificultad unas canecas añiles cargadas de combustible y las montaba en su chalupa formando un arrume, las situaba con gran esfuerzo. El viejo, sin camisa y concentrado en su trabajo; exhibía unos brazos musculosos y unas manos fuertes hechas para el trajín. Sudaba y el agua le corría por la frente y el pecho como una liviana tela, mojando todo su cuerpo. No tendría más de setenta años. En su rígida cabeza ya mostraba las canas. Nadie vio el Caimán, que se deslizó con sigilo, perfidia y cautela. Al instante se oyó un sonido seco y unas mandíbulas que atraparon con rapidez a la chiquilla. El niño miró absorto y con miedo al animal que desapareció velozmente en las aguas del sombrío río. No cabe la menor duda de que el niño intentó gritar, pedir auxilio, derrumbarse ante tal situación. Es su hermana la que yace en el río y usted se reirá pero, nadie ha visto los Caimanes en el río. El viejo termina de cargar su chalupa y se aleja. Los pocos comensales saborean un delicioso pescado frito con patacón, ensalada y una limonada con hielo sin mucho dulce. El destino de una niña les es indiferente.

Ella, era impertinente, vital desconcertante y bulliciosa. La imaginación del Caimán la transfiguró en agua. No hay flores, tortugas, cronopios. El río es un pliegue de fosa común. Las moscas conservan su vuelo en el recinto del comedor y se posan en las sobras de la comida.  Una madre, al abrir la puerta de su casa, nota la ausencia de sus hijos, no sabe dónde están. Grita atemorizada y desconfiada, sospecha lo peor. En las riberas del río se vive precariamente; la población es pobre y está condenada a desaparecer. Cerca del río hay un pueblo, celebran las fiestas del réptil. Hay mucho ruido, música y licor. La niña gime desde las insondables aguas.

Carajo ¿Por qué no me ayudan?...  Un niño en la orilla del río dibuja con una tiza sobre una tortuga una flor roja. Es lo más parecido a su hermana muerta…

 

 

antonioarebe1@hotmail.com

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