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El Edificio Continental
Víctor Bustamante
En esta casa de bahareque se vivió
esa experiencia percibida con trazas de gravedad absoluta, también podría
catalogarse como la posibilidad de ser definida como algo circense, presentada
por una persona itinerante. La casa era de un solo piso con puertas y ventanas
de madera, colonial, con el mismo diseño de las otras casas, las primeras. La
calle estaba empedrada y se puede percibir de soslayo en algunas fotografías de
Melitón, una es la del hato de ganado con sus caporales en mitad de la calle;
en otra es notorio ver como el puente de Palacé es la barrera para lo que sería
la Avenida Primero de Mayo. en otra vista que apunta hacia el sur, a la iglesia
de La Candelaria, solo se ve un alero de esta casa.
Luis Latorre Mendoza con alguna duda narra que, en 1882, en esa casa
habilitada como teatro, en la esquina de la Avenida Primero de Mayo con Palacé
donde años más tarde quedaría el edificio B. Ortiz, y funcionaría un hotel de
postín, El Continental, se exhibió el primer fonógrafo parlante que había
llegado a la ciudad, como uno de los inventos de Tomás Alva Edison en 1877.
Este artificio sería traído por el señor Próspero y su ayudante, rebuscadores,
viajeros ilusorios, no para enseñar el avance de la ciencia, sino para recoger
algún dinero por hacer demostraciones de cómo se copiaba la voz. Esa era una
costumbre acendrada que permitió que Medellín entrara y se pusiera a tono entre
dos siglos. Todo avance de la ciencia era un reto, y más que todo una curiosidad,
lo atestigua los inicios de la fotografía, la electricidad, el automóvil y la
aviación, sobre todo esa fotografía de Benjamín de la Calle donde los paisas
miraban con un vidrio ahumado un eclipse de sol. Eso sí, llama la curiosidad
que don Manuel Uribe Ángel, tan erudito y científico, no estuviera ahí, entre
los elegidos.
La Villa había sido empapelada con carteles en sus esquinas centrales que
invitaban a ver el fonógrafo parlante. Unas cuarenta personas, curiosas e
incrédulas, acudieron a ver el invento del Brujo de Menlo Park, que consistía
en un rodillo de cera y su aguja. El presentador y dueño del aparato novedoso explicaba con
donosura el invento, a los espectadores curiosos, con esa seriedad necesaria,
pura impostura, para ser creíble.
El míster dispuso el aparato sobre la mesa, comenzó a darle manivela y a
preparar los cilindros, acomodó, "Mary had a little lamb", la primera
canción grabada por Edison en inglés, y de una se sobrecogieron los asistentes.
El míster explicó a renglón seguido lo que significaba la canción, y con
parsimonia llamó a alguno de los asistentes para que accedieran a ser grabados.
Un arriesgado hombre de negocios, muy de levita y de muchas patillas de general
se dispuso a recitar junto la bocina.
Dicen que el águila real
cruza volando los mares:
ay, quién pudiera volar
como las águilas reales
Estas coplas popularizadas y atribuidas a Salvo Ruiz, pertenecen a Ricardo
León y son de su libro Los Caballeros de
la Cruz.
Años más tarde donde quedaba esa casa, el estilo colonial seguiría su
derrota, pero en caída libre, la llamada modernidad, esa palabra que siempre
regresa, momentánea y superficial, con cánones nuevos y acomodados, aparejaría
otros estilos y diversidades, y se construiría allí mismo sobre esas ruinas, el
edificio B. Ortiz, corresponde a Bernabé Ortiz Cárdenas que había empezado a
estudiar medicina en la Universidad de Antioquia, pero por motivos de las
guerras civiles se alejó de los claustros. Él no quería asumir el oficio de su
padre José Ortiz como constructor de iglesias. En 1906 con Luis Cardona crearon
la afamada Cantina de los Mora, en Junín con Colombia, luego se la venderían a
Oliverio Philips. También don Bernabé poseía una pulpería y se dedicaría al
negocio de importar cigarrillos desde La Habana y aquí los contramarcaría con
su timbre, Ortiz y Compañía. Su fábrica quedaba en Boyacá cerca a la Veracruz.
Luego se había asociado con sus competidores, que convocaría para frenar la
competencia y la baja de precios. Esos magnates serían nada menos que Bernardo
Mora, Bernabé Hernández, Rafael Posada Villa, Benjamín Escobar, Juan C.
Restrepo y Lizandro Ochoa, su marca se llamaría La Legitimidad Antioqueña, la cual fue rechazada por el Ministerio por
ser demasiado parecida a La Legitimidad de
La Habana. Olvidaba Ortiz que los
cubanos habían inventado el Habano y sabían cómo el que más de las clases de
picaduras de tabaco. Pero Bernabé Ortiz tenía la respuesta a la mano y los
llamaría La realidad antioqueña. Era
la época en que fumar era un placer, y los cigarrillos La amistad enviaba
postales con paisajes de Medellín, y cigarrillos Victoria y Cóndor publicaban
albúmenes con fotos de hombres y mujeres, como una manera de atraer nuevos
consumidores al darles reconocimiento. Mucho más tarde y después de fundar
varias empresas se daría nacimiento a la Compañía Colombiana de Tabaco. Don
Bernabé, activo en el negocio de los cigarrillos, moriría en 1915.
Esta construcción conocida ahora como el Edificio Continental llevaría su
nombre B. Ortiz en la parte central de una columna dividida por su arista. Este
edificio fue diseñado por la compañía de HM Rodríguez en 1932. En el Álbum de Propaganda de la ciudad de Medellín,
de 1935, se ofrecen los servicios del Hotel Continental en tres idiomas,
español, inglés y alemán, su diseño es aún el original, con esa parte
sobresaliente, el ochave, y en su interior cuatro columnas, y sobre ellas una
solución arquitectónica, una terraza semi redonda y allí una suerte de
semicírculos de ladrillo y en la mitad una columna con el nombre B. Ortiz,
luego las columnas del primer piso se perdieron para aprovechar el espacio, y
se refaccionó, en 1947 para aprovechar más espacio, es decir situar un cuarto
piso en los laterales y estirar los balcones hacia la calle, hasta casi hacer
desaparecer la parte redondeada del ochave en el segundo piso.
En julio 22 de 1932 El Tiempo
publica dos anuncios. Uno del Hotel Palatino que abre sus puertas reemplazando
en el mismo lugar el anterior Hotel Continental que funciona desde 1890 al
frente del Edificio de Alejandro Echavarría en la calle Colombia, y como ahora
se renueva, anuncia la apertura del Hotel Continental en un nuevo edificio
donde dará sus servicios en 40 habitaciones. Entonces para darle status
comienza en la prensa esa publicidad que se hace notoria para aclamar los
visitantes que se hospedaban allí, así como los sucesos que nombran la ciudad.
En mayo de este año fue agasajado por profesores y alumnos el rector de la
Universidad de Antioquia. Gustavo Uribe Escobar. Hay propaganda en El Tiempo para situar a este hotel como
el más solicitado de Medellín. En 1933 vivía en el Hotel Continental el
gobernador Uribe Gaviria. En noviembre de ese año hubo un agasajo, despedida de
soltero, con una cena al señor Pablo Pérez R. Los amigos de Alfonso Mejía
Latorre lo recibieron por su llegada de Bucaramanga. En diciembre la colonia
alemana comandada por su cónsul ofrece una cena de gala para la despedida del
año. El señor Luis H. delgado fue festejado por sus amigos de Medellín con una
cena. Hernando Echeverri a su regreso de Barranquilla fue atendido por sus
amistades.
En el año de 1934 en el Hotel Continental, un grupo de amigos y de
admiradores de la poetisa Laura Victoria la visitaron y la atendieron con una
taza de té. Entre las personas invitadas estaban Inés de Greiffestein, Fita
Uribe, Alfonso Castro, Antonio J. Cano, Francisco Villa López y Jaime Barrera
Parra. Luego, en la noche, sería festejada en un acto privado en el Club Unión,
con el aplauso de los millonarios paisas en su sede. En 1937, el ministro de
educación nacional, Joaquín Castro Martínez, llega para mediar en el conflicto
con los padres de las alumnas del Instituto Central Femenino, ante un ensayo
educativo impuesto por el gobierno liberal.
En 1941 se agregó el Hotel Continental a la Lista Negra de la América
Latina. Estas compañías y personas incluidas eran sospechosas de tener algún
vínculo con la Alemania agresora, ya fuera económico, de propaganda o simpatía.
En Latinoamérica fueron detectadas por el Departamento de Estado de los Estados
Unidos unas trescientas firmas incluidas desde Argentina, Brasil, Chile,
Centroamérica y, por supuesto, en Colombia donde encontraron 32 adeptos al
nazismo. En Medellín fueron detectados inicialmente dos casos de adictos a
Hitler, Adolf Stober, comerciante, quien desde 1935, dirigía la parte cultural
de la colonia alemana en la ciudad, casado con Anne Marie, tuvieron su
primogénita en 1933. Ambos participaban como cantantes líricos en los eventos
de música clásica en Bellas Artes. Estos saldrían deportados con sus tres
hijas, acompañados de Gerda Moelher, y en 1942, como caso curioso en Copacabana
fue descubierta Manufacturas Delta Ltd., como la otra compañía con lazos nazis.
Llama la atención el motivo por el cual un hotel es considerado objetivo de
discordia y de sospecha para un país lejano. La respuesta es sencilla, luego de
cada triunfo militar del Reich, cada que habilitaban un evento donde la raza
aria mostraba su grandeza, en Medellín, la colonia alemana partidaria al
régimen, así como algunos nacionalsocialistas paisas se acercaban a estas
fiestas a celebrar al invasor de Europa.
Cada ciertos días, la Lista Negra se iba agrandando debido a que se
detectaban más adeptos. Uno de ellos era un espía local, el detective 100, que
se colaba en las fiestas como militante activo, ya en el Hotel Continental, a
puertas cerradas, nazi confeso, pura apariencia, salía con su brazalete con la
esvástica incrustada y el saludo nazi, con sus rudimentos de alemán gritaba,
Heil Hitler. No había nadie más germanófilo que él. Las fiestas alemanas eran
sencillas con música clásica que amaban los oídos de los nazis, como la de
Wagner, algunas arias de Nietzsche. Una marcha lo conmovía entre las marchas Erika.
Todo este
ambiente era digno de una cofradía y de sentirse en un pais lejano del trópico
montañero como si fueran miembros de la aristocracia del Reichstag. Allí en el
interior del Hotel Continental algunos paisas adeptos al partido conservador
dejaban caer sus máscaras de montañeros rezanderos y se pensaban ciudadanos
germanos. Nada. El Detective 100, al otro día entre el guayabo del vino y las
viandas alemanas, en secreto, comenzaba a anotar el reporte que enviaría no
solo al consulado americano, sino con mucho sigilo a su director. La Lista
Negra seguía con Antonio Morales, Santiago Giraldo, Sinvilla, Bernardo Villa
B., Carlos Villa V., Hermanos Villa, Guillermo E. Molina, Gabriel Soto Franco,
Restaurante Bavaria colindante con el hotel ahí en Palacé. Su acucioso
desempeño llevó a detectar que el personaje fundamental era Adolf Stober, intermediario
entre firmas comerciales y personajes de sociedad y nazis de postín muy
comprometidos, como Reinhard Gundlach, Enrique Kausel, Karl August Kanterreit,
Guenter Mundt Sander, Hans Simon, Teodoro Sohn, Hans Schwerdtfeger, Adolf Stap,
Otto Thiel y Erhard Ziegler. En otra ocasión llegó a la Lista Negra la Casa
americana, Jacob Hans, Barr Hans y Miguel Tauder.
Debido al grado de confianza del Detective 100, antes del afamado 007, con
su máscara de traidor, fue considerado como uno de los adeptos más cercanos,
casi al borde de ser un germanófilo confeso, que fue invitado, después de pasar
todos los filtros por sus propios amigos nazis a El Retiro, población cercana a
Medellín, aislada y fría, donde cada mes en una finca de un millonario paisa,
escuchaban a todo volumen marchas militares, organizaban eventos de tiro al
blanco, y jornadas de campaña militar entre dos bandos. En la finca había un
cuarto con una caleta atiborrada de armas militares, de mapas de Alemania,
diversas ediciones de Mi lucha de
Hitler que era leída y analizada como una nueva Biblia, también era posible oír
una completa colección de marchas de música militar y aparatos para
escucharlas, así como beber cajas de cerveza importada de Bremen, de vinos y de
banderas, y por supuesto, de uniformes, alfombras y banderas del Tercer Reich
que ocupaba a sus adeptos hasta la médula de sus magras intenciones de ver
algún día al propio Furher paseando en un descapotable por las calles de la
Villa. Todos allí vestidos en esa suerte de actuación para un teatro portátil
con ropa militar, uniformes de la SS.
El Detective 100, desagradecido y procaz, no le bastaron las atenciones del
cónsul y gerente del Banco Alemán-Antioqueño, Reinhard Gundlach, sino que lo
delató por su otro rol de propagandista, ya que impartía la distribución de
libelos nazis, impresos en la Tipografía Mercurio. Además, había diseñado una
red militante que incluía algunos cerveceros, comerciantes e industriales
farmacéuticos. También denunció a Fred Hansky dueño del Restaurante Bavaria,
donde acudía a almorzar. Debido a esta incertidumbre en 1942 el Banco Alemán
Antioqueño cambiaría de nombre, puro maquillaje, para llamarse Banco Comercial
Antioqueño. Los patronales paisas que habían invitado a los alemanes a fundar
este banco, no querían perder sus inversiones debido a la guerra; en los
negocios los amigos no existen.
Pero el otro rostro del Hotel Continental, en 1942, aparece en la prensa en
anuncios donde se indica a los choferes que cuando llegue un turista los lleve
al Hotel Continental, que ofrece sus bueno servicios…. Este ya es administrado
por su nuevo propietario Luis Gómez T., que trabajaría unos 52 años en el
sector del turismo hasta poseer una de las más afamadas agencias en Medellín.
Don Luis, emprendedor desde joven, fue profesor de baile para las debutantes en
sociedad, también fue actor de teatro. En los años 30, con la guía de un
sacerdote organizó visitas religiosas en camiones por la ardua geografía de un
país con pésimas carreteras, a Chiquinquirá, a Las Lajas, a Zipaquirá. Visitas
piadosas conformadas hasta por trescientas mujeres que viajaban desde la
piadosa Antioquia a sitios piadosos para prolongar su fe en el resto del país.
Al costado que da por la Avenida Primero de Mayo, en el cuerpo del edificio,
hay un almacén ya en funcionamiento con un nombre encantador, Almacén de
Colores, que se presta para cualquier ensoñación.
Luis Gómez Tirado, también fue gerente del Expreso Ribón, que despachaba
encomiendas y mercancía en mulas, balsas y automotores entre la Costa Atlántica
y Medellín, asimismo se encargaría en 1935 de llevar hasta Buenaventura el
cadáver de Gardel. Luego creó y dirigió su propia
compañía Expreso Antioquia. Además, fue el interventor durante la construcción
de la plaza de toros La Macarena. Fue pionero de las agencias de viajes,
creando la suya en 1946, llamada, Turismo y Espectáculos Colombia. En 1948
organiza un proyecto más ambicioso con otro sacerdote, como guía de excursiones
a Europa y a Tierra Santa con estos peregrinos paseadores, aún más piadosos y
fiesteros de la Villa.
En 1944 se organiza un evento a nivel nacional de mucho
fuste, la Exposición Nacional de Medellín, donde se invita a participar a todas
las industrias de la más diversa índole, ya sea manufacturera, agraria,
ganadera o artística. Don Luis Gómez T., no solo ofrecía en su hotel la
alimentación, su hospedaje sin subir los precios, sino que en el segundo piso
del teatro Avenida dirigía la Oficina de alojamiento, centralizada en atender a
las personas en cuanto a la consecución de hospedaje, y a recibirlos en la
Estación Central del Ferrocarril. Esta oficina transitoria era dependiente del director
de la exposición. Previsores, para explorar un evento de magnitud mayor y para
aprender a implementar el renglón del turismo como actividad rentable, habían
comprado colchones, sábanas, cobijas, implementos de cocina para atender bien a
la posible avalancha de turistas. Todo este menaje para que las diversas
pensiones, hoteles, casas de familia, colegios, incluso la Universidad de
Antioquia, se alinearan con un objetivo primordial, atender de una manera
plausible a los visitantes. No solo los acogerían, sino que debían ofrecer los
precios adecuados para el buen nombre de la ciudad. De ahí que don Luis Gómez
T., el hombre de las excursiones religiosas sea el encargado de esta labor.
Estos apuntes son solo esbozos recogidos, puntuales, con
detalle de esa historia a la mano que se deslíe ante nuestra indiferencia, ya
que cada uno de esos edificios, cada calle, cada parque, cada anuncio
comercial, cada aviso político, cada acera, cada fachada, y sobre todo,
aquellas personas relevantes que lo habitaron, son los sinónimos de una ciudad
que ha mantenido su pulso, y ante la cual pasamos de una manera impasible. De
ahí que la historia devuelva, algunos momentos, ya que lo demás, la valiosa vida
cotidiana se disuelve en el olvido como eje fundamental de una ciudad, que vive
su presente eterno, fugaz y vacuo, como señala Luis Fernando González.
Ahora he caminado sobre recuerdos, historias, datos,
memorias ajenas pero recobradas en los libros y en los diarios que entregaron
su presente en noticias que luego fueron sepultadas por otras noticias en ese
maelstrom del tiempo que da sentido a la vida, al definir y mirar uno de estos
edificios de la ciudad, de Medellín, que no posee una arquitectura que
lo dignifique debido a esa reforma que le cambió la
fachada en los años 40, a lo mejor porque se parecía al de la Droguería Aliadas
en Carabobo con sus dos torretas en ladrillo desnudo incrustadas en la fachada,
a la Droguería Bedout en la calle Boyacá y muy cercano al del Teatro Metro
Avenida. Solo he logrado arrebatar al fuego fatuo del abandono algunos eventos
que ya he contado.
Ya en los años, de 1972, mi afición a la lectura me llevó
a este edificio, a su tercer piso, buscando una edicion de libros de economía,
allí en lo que podría ser una librería, pero solo era un salón que parecía que
apenas lo adecuaban, encontré un señor bajito de anteojos, que era el
administrador y vendedor a la vez, que más tarde supe que era Walter Correa,
también curador de arte, que salía con el poeta Amílkar U., provocadores, en la
década de los 60 por las calles de Medellín, vestidos de sotana negra como
sacerdotes lujuriosos y contentos. Este lugar era la sede de la Oveja Negra,
cuyo primer logo, lo realizó el poeta Luis González de Guzmán. Aquella
editorial se erigía como centro de atención en las universidades al publicar y
vender libros sobre crítica a la sociedad en un intento de crear otros espacios
de discusión.
En Medellín con la creación de la Oveja Negra debido a
Moisés Melo, Jorge Orlando Melo, Gloria Mercedes Arango y José Fernando Ocampo,
se crearon otras editoriales llamadas rebeldes como El Tigre de Papel, Zeta,
Tiempo Crítico, La Carreta, Cuadernos de Teoría y Práctica, El Tigre de Amalfi,
y en Bogotá nada menos que Estrategia, La Soga al Cuello, Círculo Rojo, Margen
Izquierda y Sihuasinza. Un éxito editorial les da nombradía, Estudios sobre El subdesarrollo colombiano de Mario Arrubla.
Pero hablaba era de la Oveja Negra, de su publicación de
libros que no se vendían en las librerías tradicionales sino en las
universidades que tenían un público de comer, beber, soñar con textos del
marxismo como lo último en guarachas. Luego, la editorial Oveja Negra fue
dirigida en Bogotá por José Vicente Kataraín y tomó otros rumbos: la
literatura, así como a editar a García Márquez.
También en su segundo piso existieron oficinas de
abogados, y además otra editorial, El Camello, dirigida por Jorge Salazar, sus
amigos le decían Jorge cuentos chinos, ya
que hablaba de Mao todo los días, vendía libros extranjeros de izquierda,
chinos y rusos. En su rudeza ideológica perseveraba en contra del abuso de la plusvalía
por parte de empresarios, y en contra de la propiedad privada. Pero Jorge era
sabio, astuto y directo, comía de los libros
de izquierda, pero amaba el capitalismo.
Pero si algo distingue este edificio es destacar la
existencia de la Librería Continental, la de más peso y renombre en la ciudad.
Esta librería había deambulado por Maracaibo con Junín y en Junín cerca a La
Playa y recalaría aquí, en este edificio, en la década del 50. Total, entré,
entramos a ese sancta sanctórum a buscar libros, así en general, pero el que
buscaba era TTT de Cabrera Infante que me había infectado por su alegría en las
calles y lugares de La Habana, y eso sí al entrar vi filas de estantes, de
libros y libros, quería leerlos todos. Si en las bibliotecas sobre todo en la
Piloto y en Comfenalco de La Playa los prestaba durante unos días, aquí en la
librería los compraba, eran míos, y podía subrayarlos, y volver a ellos en esas
noches estivales cuando eran esa compañía que quevediana desde los estantes.
Y como no decirlo, Miller, Proust, Caín, Joyce, Adorno,
Benjamín, Borges, Ruiz Gómez, todo el nadaísmo, torció mi camino hacia la vida
desde esta librería, lejos de los textos militantes, feroces, pesados,
aburridos. Pero la Librería Continental que merece un capítulo aparte debido a
su valoración, me abría otro camino, aquel cercano a la biblioteca familiar.
Algo es cierto, esta librería le dio lustre a este lugar, a este edificio, y,
además, era un punto de referencia en el Centro, cuando este era decente, ha
permitido educar varias generaciones de lectores, que como transeúntes pasamos
por las páginas de sus libros, explorando mundos, universos paralelos, y eso sí
esas geografías ocultas a las cuales no accederemos. Pero sí al Almacén
Oduperly en el costado de la Avenida Primero de Mayo donde llegué a comprar
rollos en blanco y negro, así como llevar a revelar rollos a colores o a que me
realizaran ampliaciones para algunas fotografías para uno de mis libros. Pero
toda esa historia que le da estatus a este edificio desde diversas ópticas ha
sido mancillada ya que es este local de la Librería Continental, existe ahora
nada menos que el Parqueadero Continental como la máxima expresión la cultura paisa,
de ese Medellout al desgaire, como afirma Néstor López, anteponiéndolo al
Medellín que se expande hacia el sur en esa línea divisoria que tiene como
punto límite La Alpujarra, que delimita dos ciudades nunca a la manera de
Dickens.
Aquí, una noche, llegué a este edificio, santuario de los
libros, y conocí un lugar, era un sótano en el cual existía una taberna a media
luz, es decir cuando me refiero a media luz como en el tango, a media luz los
dos, entré aquí con una mujer de color, como se dice hora con la fachada woke,
en realidad una negra, bella, bellísima que había encontrado en la parada de
los buses por la calle Colombia y aquí recalamos. El sitio era una taberna donde se podía beber
y bailar. Y eso sí conversar y escucharla. Ella era guerrillera en Apartadó y
como que le daban un mes de descanso y le gustaba venir al escondido a Medellín
de rumba brava. No veía la hora de desmovilizarse, de huir, pero la pena
capital se la aplicaban y como según ella, no sabía hacer nada más, tocaba
proseguir en las filas con fillat militar y rifle y mochila en el hombro. Ahora
en esta noche era una mujer diferente, llena de vida, con expectativas en la
ciudad y en sus calles y, sobre todo en sus noches. De verdad el rato fue
agradable y ya la llevaba a otra dehesa lejos de la militancia, cuando me anotó
el teléfono para decirme, hablamos mañana, que tenía una cita en el Bar
Atlántico, allá en San Juan con Bolívar. Esquina de fiesta de morenos, la vi
con sus jeans azules, su risa blanca su blusa verde olivo, y ese su cuerpo, su
cuerpo fino, tostado, viendo subir las escalas y desde la esquina de la Avenida
Primero de Mayo con Palacé, estamparme otro beso, y
así, verla cruzar la calle hacia el Parque de Berrío, hacia El Atlántico, no
hacia el olvido, sino hasta la mañana.
La dinámica citadina sigue su marcha, el Centro adquiere una
fisonomía diferente en su interior, ante el hacinamiento que prosigue. Su caída
espiritual prosigue, ya sin emisoras, sin teatros, sin librerías, sino con
parqueaderos y Todo a 1000, y ante el hampa que araña cada calle, cada fachada e
incluso la noche misma.
El 14 de agosto del 2009 fue asesinado el empresario de
chance Argemiro Salazar a las 3:50 de la tarde, cuando llegó a revisar las actividades
cotidianas en el Hotel Continental. Él se transportaba, sin escoltas, en un Toyota
Prado blindado. Antes de bajarse, fue obstruido por un Renault blanco que lo
seguía, del cual se bajaron dos sicarios. Añade el informe de El Colombiano: “Un empleado de seguridad
del hotel y el celador de la cuadra corrieron para auxiliarlo, y fueron repelidos
por los tiros de los agresores. El empleado recibió un balazo en la parte baja
de la espalda, pero sobrevivió. Fue llevado a la clínica, mas no fue posible
salvarlo.
14 de agosto de 2009, Argemiro Salazar, el nuevo
propietario del Hotel Continental, fue asesinado a las 3:50 p.m. al llegar al
establecimiento para supervisar las actividades diarias. Salazar se desplazaba
sin escoltas en un Toyota Prado blindado.
El empresario poseía negocios de hotelería, parqueaderos,
bares, venta y compra de propiedades, institutos de capacitación laboral y
juegos de azar. Muchos de ellos ubicados en el Centro. En el negocio del chance
se hizo popular y en la actualidad era accionista de la empresa Gana S.A., que
lidera esta actividad de manera legal en la región”.
En la actualidad en el Hotel Continental opera en los pisos
superiores un centro de protección para ancianos regentado por el municipio de Medellín.
Hoy, en este febrero del 2025, el desenlace de este
meritorio punto de encuentro, y sobre todo, de referencia poco a poco es
abandonado, por supuesto queda una ciudad desconocida en su interior, aparentemente
sin historia, y así, sin apropiación. Los baratillos carcomen el primer piso
del Edificio Continental, como colmenas depravadas, y así mismo esa pintura
crema y rojo, ¿Graniplast?, da la impresión, mejor la certeza de un retoque
fatuo a la fachada que lo deprecia. Pero ahí está su historia Medellín, tan indeleble,
tan perenne, tan contradictoria.
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