Martín Pomala |
AL
PADRE SOL
Martín Pomala (Jesús Antonio Cruz)
Maravillosa
lámpara que allá el Eterno Padre,
puso
para alumbrarnos el valle de tristeza!
Aunque
a las duras puertas del asilo me ladre
el
dolor –dogo hambriento- loaré tu belleza.
Eres un
cuerpo enorme. Padre Sol! Tu grandeza
es mil
y tántas veces mayor que tu comadre, la Tierra,
hembra
que gira bajo de tu tibieza
igual
que los polluelos debajo de su madre.
Padre
Sol, ilumínanos! Padre Sol, ten piedad
de
estos locos hermanos que a fuerza de dolor
se
están volviendo cuerdos. Venga esa claridad
augusta,
soberana, radiante, superior,
con que
ardes en mi pueblo, en mi villorrio, allá
donde
forjé unos versos a mi primer amor.
II
Padre
Sol Papazaso! Verdad que tú me amas
mucho,
lo suficiente, como a nadie, a ninguno?
Pues
mándame tu luz, esa luz que derramas
sobre
la altiva torre del solar atacuno.
Tú no
caminas, Padre, vives en el espacio
girando
sobre tu eje, dando tu claridad
a
nosotros tus hijos; -luz, diamante o topacio-
la
tierra, Venus, Marte, toda la inmensidad.
Que te
hallas fijo he dicho? Sucede por lo cual
Que la
Sagrada Biblia, en su chapitre tal
afirma
una mentira cuando asegura que
aquel
día en que cierto chafarote, judaico,
a
Jericó, le puso un sitio –hoy arcáico–
tú
intrigado en la lucha, te paraste por ver…
III
Cuando
tú estás parado, hace ya cuatrillones
de
siglos, desde el día en que el Señor te creó
para
ventura nuestra para matar chimones
como
estas rubicundas que alimento yo.
Pére
Soleil! Es por esto sin duda, por lo que
río
soberanamente al recordar aquello
que me
habla de otras cosas, de ese distante bello
que ya
no volverá, que por siempre se fue.
Oh!
edad de la dulzaina, capador o violina,
cuán
distante y cuán cerca estás de la perlina
hora de
los ensueños del niño chiquitín.
Cuando
mamá Cheditas me vestía de bata
y ella
usaba un corpiño fastuoso y escarlata,
lustrosa
falda negra y un enorme quitrín.
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