ESCRIBIRLO PARA NO MORIR
Efraín Alzate Salazar
La escuela de la ternura Aquellos días cuando fuimos por primera vez a la escuela nunca se olvidan, por tanto, significan una ruptura de un ritmo de vida hogareño con los cuidados de la madre y las travesuras con los hermanos que, aunque sean mayores, están ahí para ser alcahuetes de picardías y mentirillas. De niño soñaba con una escuela linda con ruidos y cantos, con maestros y maestras alegres, y leyendo cuentos y fábulas en donde los animales son como personas. Mi madre sabía leer y escribir y su letra era bonita cuando escribía su nombre en las notas que mandaba a la escuela a la maestra.
Recuerdo los cuentos que me leía en voz alta cuando yo no
conocía las letras. En la casa en el campo, hubo una cartilla que se llamaba La
alegría de leer. En ella había un cuento que mi madre leía y me daba mucha
tristeza porque era la historia de “El molinero, su hijo y el borrico”, sentía
deseos de llorar al saber que el burrito se caía patas arriba en un torbellino
de agua porque no era
capaz con la carga tan pesada. Mi madre decía que eso era
un cuento para indicarles a las personas que a los animales había que tratarlos
con amor.
Cuando aprendí a leer ese libro siempre estaba en mis
manos porque sus cuentos tenían bonitos dibujos y era feliz leyendo despacio
por sílabas hasta que terminaba.
Mi escuela fue una sorpresa y un mundo de preguntas con
pocas respuestas. Los niños no podíamos preguntar sino responder a lo que la
maestra preguntaba. De niño quería saber muchas cosas, pero no era posible. La
maestra siempre nos tenía ocupados haciendo dibujos o planas de escritura que normalmente
eran con respecto a la escuela, a mi familia y a la naturaleza. “Mi mamá me
ama, mi mamá me mima”. Esta última no era verdad porque mi mamá no tenía tiempo
para dedicarle a un niño, ya que éramos muchos en la casa y no había atenciones
especiales para nadie. Aun así, escribíamos la frase una y otra vez hasta
llenar la plana tal como indicaba la maestra.
Ya en la vida de adulto conocí un poema de un amigo que
me llevó de inmediato a la maestra que me enseñó a leer, aunque la maestra a
quien él se lo dedicó fue a la señorita Gilma, pero así de linda era mi maestra
la señorita Blanca: Usted tenía las manos
de ternura y tiza Señorita Gilma. Qué lección tan preciosa escondía bajo su
falda pulcra. Usted tenía los ojos grandes como los soles que pintaba en el
tablero (Fragmento del poema La maestra de escuela) (Rendón C, 1987).
Al llegar a la cumbre de la vida, a ese momento en que es
posible hacer un sencillo inventario de las cosas que se han hecho o se han
dejado de hacer, acudiendo con alegría a los recuerdos, es placentero poder
contar aquello que se ha convertido en parte de nuestro equipaje y que seguirá
enriqueciendo la memoria por siempre: las vivencias de la infancia, y dejar de
paso un mensaje
de imaginación y alegría a los maestros que asumen la
bella tarea de enseñar a los niños el alfabeto, el amor y de vida. Guardamos en
los repliegues más hondos de nuestro ser todo aquello que nos hizo más felices,
o también los eventos que más dolor nos ocasionaron.
En esta autobiografía quedan plasmados los pasos dados
desde la infancia por alguien que llegó a ser “feliz maestro de escuela”, y que
además recorrió los diferentes escenarios de la educación intentando dejar una
huella en niños y jóvenes. La señorita Blanca es el referente amoroso de un
niño que guardó en la memoria los trazos y dibujos del amor convertido en
letras de colores. Es posible que de niño nos enamoremos de la maestra que nos
trata con amor, pero es ese amor limpio que fluye de los meandros más ocultos
del sentimiento humano, y se queda para toda la vida. Lo más lógico es que uno
guarde por siempre el sentimiento del amor por aquello que le proporcionó
alguna felicidad.
De niño experimenté también el trato rudo y el castigo
doloroso por parte de maestros que consideraban que esa era una forma de educar
y de enseñar. En mi caso, solo lo guardé para contarlo, aunque aún resuenan en
mi oído los insultos y agresiones que recibía y que hoy creo que fueron
momentos de tristeza en la escuela en donde solo debe haber espacio para la
alegría, el canto y el juego con los niños.
Estos castigos no eran aislados, sino que obedecían a una
estructura escolar en la que se formaban los hombres y mujeres para un país de sometimiento
a los poderes establecidos.
En estos tiempos de la escuela de “La letra con sangre
entra”, el castigo doloroso con todos los malos recuerdos que se quedan, no era
entonces un acto salvaje de violencia, ni de venganza individual, tampoco de
represión institucional; el castigo escolar se encontraba ligado de modo
indisoluble con los fines sociales asignados al hecho de mantener juiciosos y
agrupados a los niños fuera de su hogar. En
esencia el castigo estaba vinculado con los fines político económicos como la
formación de hábitos de obediencia, disciplina y trabajo. Sáenz, Javier.;
(Saldarriaga, 1997).
En la escuela de mis años infantiles se practicaba con
tranquilidad la pedagogía del dolor, era algo válido en los manuales de trabajo
docente y no era mal visto ni por la familia ni por quienes regulaban la
educación. Creo que la sociedad que se buscaba forjar para la época era la de
la sumisión, la aceptación y el silencio. El coscorrón, el reglazo, las
cuclillas, el dejar sin el
recreo, eran prácticas cotidianas, pero a estas acciones
tristes se calmaban con el mero recuerdo de la ternura y el amor de la maestra
que me enseñó a leer y este es el que perduró en mi mente.
La señorita Blanca era mi refugio cuando sentía la
tristeza por los tratos agresivos de la maestra que me enseñaba a multiplicar y
a dividir. Con mis ojos bañados en lágrimas me dejaba ver de la señorita Blanca
para que me diera un momento de consuelo al abandono en que me sentía con la
castigadora maestra que enseñaba matemáticas con una regla gruesa para quien se
equivocara. En mi vida de maestro de escuela, siempre he considerado que la
educación empieza con la vida y no acaba sino con la muerte. (Efraín., 2020)
Bibliografía.
Efraín., A. S. (2020). Escribirlo para no morir. De la
tesis de grado para Optar el titulo de Mg en Educación. Rionegro.
Repositorio. Universidad Católica de Oriente. ( apartes)
Rendón C, E. (1987). La ciudad sonámbula. Medellín:
Lealon.
Saldarriaga, O. y. (1997). Mirar la infancia. Pedagogía,
moral y modernidad en Colombia 1903-1946. Bogotá: Ed. foro
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