Wiesław Wałkuski |
Las rectorías para las universidades públicas del país.
Rafael Rubiano Muñoz
Profesor titular,
UdeA.
Doctor en Ciencias
Sociales (Flacso-Argentina)
“Si las humanidades y
las ciencias se apartan no habrá sociedad capaz de pensar con cordura”. Alfonso
Reyes.
Este año tiene
especial connotación para algunas universidades públicas del país y es la
ocasión (no debería ser la primordial) para reflexionar sobre su acontecer y
sus desafíos. Entre los procesos de designación a las rectorías que implican
procesos electoreros, por fuera en algunos casos de los propios estamentos de la
universidad, asuntos de capital importancia se mueven como el magma a punto de
estallar en el corazón mismo de las universidades públicas. Es cierto que
factores externos tienden a desestabilizar el espíritu y la razón de ser (y el
deber ser) de la institución pública: la dinámica del mercado, la
globalización, la virtualidad, las redes sociales, así mismo la injerencia
política a nivel local, departamental y nacional, sin embargo, se entrecruzan
otras formas de inestabilidad que ya constituyen enfermedades crónicas de la
institución de educación superior.
Y si bien, algunos de los factores externos
sabemos que desestabilizan (comentarios de políticos, movilidad del mercado
local e internacional, avances científicos técnicos, digitalización de la vida
cotidiana), hay muchos otros factores internos que son ya costras que
arrancadas vuelven a poner en carne viva, los problemas de las universidades
públicas en más de tres décadas. Por ejemplo, la hiperburocratización administrativa que afecta la labor y el papel
de la ciencia, la investigación y lo académico. En los años 90 denunció Rafael
Gutiérrez Girardot cómo después de mayo de 1968, la burocratización (no
entendida en el sentido de Max Weber, es decir, esa forma racional de la ética
del funcionario público por encima de los intereses y de las pasiones
personales) matarían la democracia y de paso el humanismo como fuente y valor
del Alma Mater.
Gutiérrez se refería
al humanismo de la modernidad renacentista e ilustrado, no al humanismo
cadavérico que se pregona hoy con artificio en los recintos universitarios y se
usa como falso escudo de retóricas circunstanciales y de programas. El humanismo,
por el contrario, es aquel que construye una percepción universal de la vida,
del hombre y la sociedad, humanismo quiere decir, la capacidad de ver en lo
parcial lo universal (o viceversa), el sentido de lo humano como diálogo sólido
entre la visión científica- técnica con visión social y humana. El deterioro de
esa visión es perceptible en las apuestas de la universidad, en sus propósitos
misionales y en las mallas curriculares, una cosa es pregonar y otra la
voluntad efectiva de colocar como objetivos y metas las aspiraciones humanas,
desde el aula hasta los consejos académicos de facultad y otras instancias.
Otro factor interno.
El clientelismo y la perversión de elección de los cuerpos colegiados de la
administración académica. En la tradición sociológica que va de Emile Durkheim,
a Max Weber, de Max Horkheimer a Pierre Bourdieu y Françoise Dubet, se puede
examinar que las instituciones (públicas y privadas) más allá de su
funcionamiento aparentemente racional de estatutos, normas, reglas o
procedimientos regulados por leyes, funcionan a partir de afectos, pasiones y
de lealtades, más que de competencias o de méritos. Allende la calidad
objetiva, lo que prima es la servidumbre y la obediencia a jefes, directivos o
de quienes tienen el liderazgo de los organismos colegiados, o aun estando en desacuerdo
se asume la actitud de la inhibición o el silencio, que es inmoral y antiético,
porque nada tan vil es callar por complacencia y por mantener un puesto de
trabajo.
No es anormal la
fidelidad basada en la ciega subordinación, aunque proporcionalmente es absolutamente
normal que quienes ocupan los cargos directivos de los estamentos universitarios
tiendan a elegir en sus respectivos subcargos, a aquellos que no les sean
rivales superiores, en términos intelectuales (no es una cuestión de títulos,
aunque se cree en esta villa universitaria que por ser doctor o doctora, ya se
pueden sentar en las cumbres del olimpo del saber, prejuicio y falsa
conciencia, ojalá ojearan El Príncipe
de Maquiavelo, les serviría mucho a ciertos directivos o directivas). No se
elige a aquellos competentes específicamente, por experiencia o por la
capacidad reflexiva o analítica, por su producción científica en un campo o por
su trayectoria, sino por inexperiencia, por poca experiencia) para poder
ejercer el dominio o el mando que se desea.
En fin, en los
subcargos (y hay que cuestionar la competencia de quienes asumen los altos cargos
universitarios) se designan personas (algunas, no todas valga decir) que no
tienen el carácter, los derroteros y la trayectoria para ejercer en esos
organismos administrativos y académicos, y si son coronados allí, para decirlo
con Paul Benichou(1), es más por complacencia, por el pago de una deuda o por
sobrevivencia para los programas que se pretenden desarrollar. La corrosión
clientelar de las instituciones universitarias públicas para el ejercicio y
función de todas las actividades científicas, técnicas, y lo que queda de lo
social y humano cadavérico es un factor más negativo que las amenazas de la
globalización y la virtualidad.
No es insólito que
quienes dizque estudian e investigan, enseñan en las aulas los fenómenos de
corrupción, clientelismo, prevaricato, y otras actitudes sociales y políticas
ligadas a las visiones antidemocráticas e irracionales, sean quienes
desgañotados en sus denuncias propias de demagogos y de profetas (falsos
demagogos y profetas diría Weber) sean los adalides de la corrupción y el
clientelismo en las instituciones universitarias (¡quien no está conmigo está contra
mí! Consigna de Núñez y Caro desde la Regeneración
que no ha fenecido en la universidad pública en la actualidad).
No obstante todo lo
anterior habría que agregar que muy por encima de las campañas electoreras de
los candidatos que se postulen a las rectorías de las universidades públicas
del país hay tres desafíos mucho más exigentes, por un lado el liderazgo
universitario, que debe tener presente una capacidad no solamente de gestión
financiera y administrativa, el rector (o la rectora de hoy) debe tener una
capacidad personal e intelectual para establecer un diálogo y una efectividad
nítida entre la política y la ciencia (administrar la institución logrando
comprender y resolver las ráfagas de los factores políticos tanto externos como
internos, es decir, el liderazgo ha de centrarse en ser competente para
afrontar los conflictos). La universidad de cara a los conflictos, no solamente
la universidad de cara a la virtualidad, las regiones, las violencias, la
globalización mercantil y digital, por ello es esencial proponer la Universidad
frente a los conflictos de cara al siglo XXI – que no son solamente lo de las violencias
y guerras como se ha pretendido durante lustros - y saberlos reflexionar,
analizar e investigar pero sobre todo, asumir y solucionar, bastaría que
candidatos y candidatas leyeran un poco de sociología, quizás Georg Simmel (2)
o Lewis Coser (3).
El desafío de los
relevos generacionales. Pese al concurso de méritos, uno de los elementos ultracorrosivos de las instituciones de
educación superior ha sido el proceso de jubilación y la perdida de quienes por
tres, cuatro décadas o más invirtieron en su existencia y su experiencia y sus
conocimientos se desvanecen cuando llega el día de su partida laboral por una
de las calles que circundan la universidad. La imposibilidad de normalizar el
acumulado científico e intelectual de las profesoras y de los profesores, de
atesorar y de hacer fructífero su legado es un desafío que no se compensa con
publicaciones parciales y marginales, con homenajes o con una selectividad al
servicio de las visiones clientelares personales o de lealtades particulares
por afectos o por sentimentalismo espurio. A lo anterior el despilfarro del
saber existencial de profesoras y profesores, se incluye que, no es anormal que
esa universidad que debe encarar los conflictos en dos siglos sea una
universidad anclada en la aplicación de conocimientos y paradigmas fundados en
el imperialismo colonia (Sergio Bagú) en paradigmas, conocimientos foráneos y
que en dos siglos no haya hecho un diálogo estimulante, enriquecido y ante todo
prospectivo con el pensamiento colombiano y latinoamericano.
No es utilizar a
ultranza el saber ancestral, el indigenismo o los conocimientos, las lenguas, y
las prácticas de las comunidades étnicas como sicarios intelectuales. La
universidad pública del siglo XXI, está llamada a propiciar (ni siquiera
fortalecer) cátedras, seminarios, foros, cursos, materias, eventos, en fin que
no solamente inviten como maquillaje a la apropiación del saber y pensamiento
del país sino del pensamiento latinoamericano. Una universidad pensante que
dialoga entre lo ajeno y foráneo con lo propio, de seguro candidatas y candidatos
rectorales no saben (o no quieren saber) de la existencia de un Andrés Bello,
José Martí, Baldomero Sanín Cano, Rafael Uribe Uribe (se cumple este año ciento
diez años de su muerte asesinato en Bogotá) o de Luis Tejada (se cumplen cien
años de su muerte), ni hablar de Gabriela Mistral, Victoria Ocampo, Teresa de
la Parra, Clorinda Matto de Turner, María Cano, Virginia Gutiérrez de Pineda,
entre otras, porque su obsolescencia, inutilidad y vejez, aunque hay que
afirmarlo, si los aspirantes a rectoría leyeran estos personajes, cambiaría más
su pensamiento y percepción, su arrogancia y pedantería creyendo que son los primeros
en formular y posiblemente solucionar los problemas universitarios, porque sencillamente
ellas y ellos ya pensaron y dejaron un legado incuestionable e irrefrenable en términos
de la solución a los problemas educativos de Colombia y América Latina, El
desafío que es de considerar capital será realizar una administración pero con
un liderazgo que replantee el diálogo ciencias naturales y ciencias sociales;
ciencia y técnica-ciencia humanismo y no es insulso pensar que esa universidad
de cara a los conflictos, si pretende mantenerse como mito y realidad, como Alma Mater, debe recomponer los lazos
rotos de la ciencia (natural y social) con lo humano. Sin duda hay – al parecer
– suficiente inteligencia para que ese diálogo sea repensado, reasumido,
reapropiado y revertido, ya que, en la actualidad, el abismo de esos dos
referentes vitales de la universidad (ciencia y humanismo) no solamente están
rotos, hay una distancia importante en quien asume el saber y el conocimiento
como mercenario intelectual (temas o problemas de moda) o quien los asume como
vocación en el sentido de Marx (4) y Weber (5)
¿Seguiremos en esta
decadencia universitaria de artificios y pomposidades? ¿de cara a qué deben hoy
los aspirantes a rector y rectora concebir no sus programas electoreros, sino
la universidad en medio de una pluralidad conflictiva recabar lo que ha sido la
riqueza de su existencia, una visión humana que se entiende no es piedad, es
visión universal dentro de lo singular, es la prospectiva del futuro a partir
de la aprehensión del pasado siendo actualidad, la utopía universitaria se
define en que, es la anticipación en la imaginación de algo que cambiaremos en
las actitudes y la vida práctica. Serviría mucho que las candidatas o candidatos
a rectoría si de verdad tienen la vocación y el liderazgo, no el oportunismo
para rendir culto a sus egos y a sus corifeos de leales o de fieles, de
creyentes de ocasión, miraran de fondo los conflictos de la universidad, que no
son pocos, y tuvieran el decoro por lo menos de si como panfletarios hablan de
humanismo, lo hagan con lectura, juicio, moral, ética, responsabilidad y
sabiduría. Les serviría mucho leer a Alfonso Reyes, o a José Luis Romero o a
Sanín Cano, por ejemplo, un librito muy útil de reflexiones sería el de Rafael
Gutiérrez Girardot. (6)
¿Continuaremos en
esta decadencia de instituciones insepultas? En esta coyuntura de factores externos
e internos que complejizan los niveles de conflictividad de la universidad
pública es imposible eximir el intelecto y el sentido común, los conocimientos
teóricos y prácticos, los administrativos con los académicos, los científicos
técnicos con los humanos, lo denunció hace décadas Jürgen Habermas (7).
Ahora una universidad
de mediaciones, no de extrapolaciones y de extremismos, una universidad de
diálogos eficaces, con una narrativa o retórica amplia y generosa de la vida
colombiana y de la latinoamericana, podrá ser la clave en parte para resolver
sus más urgentes tragedias y calamidades.
No es la postura decolonial al uso, aquella de odio y
venganza la que hay que pregonar, hay que descolonizar
sí, pero viendo enriquecido el diálogo de lo propio con lo ajeno, no como el
sicario asesino, quienes alardean que lo que debemos destruir, dicen estos
fanáticos e idólatras, según su ira, es el legado de la ilustración, el
racionalismo y la cultura occidental, de eso no se trata. Universidad,
conflictos, pensamiento colombiano y latinoamericano, equilibrará el colonismo intelectual y el carácter
dominante de hacer de lo ajeno lo propio y de hacer de lo propio algo ajeno,
extraño, inútil y subdesarrollado, lo propio es pobre, lo ajeno es lo rico.
Un desafío más.
Emanciparnos mental y culturalmente es uno de los retos, más y más pensamiento
colombiano y latinoamericano, en diálogo con otros pensamientos, eso es lo que
se llama pluralismo universitario. Una adenda más. En el pequeño volumen
titulado El mito de la universidad (8), hay una variedad de ensayos
seleccionados por Claudio Bonvecchio en los que se eligen algunos ensayos
analíticos de quizás los letrados y letradas más representativos de lo que se
podría denominar la modernidad europea occidental, en el impreso se destacan:
Madame de Stäel, Wilhelm von Humboldt, F. G. W. Hegel, H. Heine, V. Cousin, A.
Schopenhauer, F. Nietzsche, Labriola, M. Adler, M. Weber, J. Ortega y Gasset y
T. Mann. Por su labor constante frente al humanismo y las ciencias son notables
las reflexiones de W. von Humboldt, Max Weber, José Ortega y Gasset, y T. Mann,
quienes respectivamente combinaron sus actividades científicas con los
problemas políticos de su tiempo y el ámbito universitario, serían referentes
estimulantes para los fututos rectores.
Para compensar esas
lecturas sería obligado la variedad de escritos del mexicano Alfonso Reyes, Universidad, política y Pueblo (9), por su calidad y por su
visión de futuro, por su intención prospectiva y utópica, por los problemas que
se reflexionan allí, podría ser una fuente para candidatas y candidatos, no
necesariamente una guía de concina, sino, valga reiterar, un referente de
reflexividad, análisis y horizontes de decisiones prácticas y políticas.
Ni hablar si leen a
José Luis Romero (10). Se indica a Reyes por ser uno de los referentes que al
día de hoy ha nutrido las generaciones universitarias de América Latina por
décadas, pero la lista de nombres podría agrandarse en lo que respecta a los
temas de universidad y política. En general, la lectura completa de ambos
libritos permite reflexionar agudamente sobre cómo se generó la metamorfosis de
la universidad, aquella que transformó la institución bajo una mirada humanista
y científica a una de burócratas antiweberianos, tecnocracia y mercado. ¿Por
qué hoy ningún candidato habla del legado de la Reforma Universitaria de
Córdoba de 1918? No es raro, es normal.
……………
1 Paul Benichou. El Tiempo de los profetas: doctrinas de la
época romántica. México: Fondo de Cultura Económica. 1984.
2 Georg Simmel. Sociología: estudios sobre las formas de
socialización. Madrid: Revista de Occidente. 1926-1927. 6 v.
3 Lewis Coser. Las funciones del conflicto social. México:
Fondo de Cultura Económica. 1961.
4 Karl Marx. Reflexiones de un joven al elegir profesión
(1835). En: Escritos de juventud.
México: Fondo de Cultura Económica. 1982.
5 Max Weber. El político y el científico. Barcelona:
Altaya. 1985.
6 Rafael Gutiérrez
Girardot. La encrucijada universitaria.
Colección Asoprudea - GELCIL – Grupo de Estudios de Literatura y Cultura
Intelectual Latinoamericana. Primera edición, octubre de 2011.
7 Jürgen Habermas. Teoría y praxis: estudios de filosofía
social. Madrid: Editorial Tecnos. 1987.
8 Claudio Bonvecchio.
El Mito de la universidad. Bogotá:
Siglo XXI. 1991.
9 Alfonso Reyes. Universidad, política y Pueblo. México:
UNAM. 1967.
10 José Luis Romero. La experiencia argentina y otros ensayos.
Buenos Aires: Taurus. 2004
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