sábado, 1 de enero de 2022

El Inmortal / John Galán Casanova en el Ateneo


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El inmortal / John Galán Casanova

Víctor Bustamante

John Galán Casanova ha apostado por escribir una clase de poesía muy personal donde prima su intento de apartarse de cierta formalidad y en la apariencia con que se escribe al huir y dejar de lado una tradición y llegar al otro apartado: la anti poesía, lo cual es asimismo, otra manera de intentar escribir, pero también de continuar con la misma tradición al tratar de ser distinto con una poesía que, en apariencia es diferente pero que es la otra cara de la moneda en lo que se refiere a lo conceptual. Así, él recurre a lo más extremo de sus posibilidades para a aferrarse a esa otra frontera porque nada fuera de eso parece llamarle la atención. De tal manera él busca otras tentativas, otros universos para salpicarnos de las agudas, pero mancilladas propuestas de lo tradicional. Eso sí él no es un escritor de poesía artesanal, de versos compasivos, sino que él huye de los oasis de lo bonito para sacudirse y sacudirnos con su ofrecimiento poético. Galán no acude al lirismo, el secreto de su poesía descansa en lo otro, es decir abre las puertas para expresar a su manera, para parecerse solo a él, en una intención que lo llevará a ser contradictorio, en cuanto a los temas que son los mismos, a pesar de que no maquilla su escritura con tonos trakleanos, o los angelicales que enfatizan en Rilke. No, Galán en su forma de escribir se expresa de manera contundente, con otro decir.

De ahí que al leer El inmortal nos aventuramos en ese otro universo. Pero, ¿qué es ser inmortal?, Borges, a quien nombra, ya lo había dilucidado, y a él apela Galán, para definirlo a su manera. En su poema “El inmortal” la idea principal subyace en lo cotidiano, en la vida diaria que mancha los ensueños del poeta, esa vida diaria que exige pagar la renta, comprar y consumir para mantenerse vivo y actualizado y, sobre todo, para estar incluido en un medio social; este es el énfasis que Galán trata en su poesía. Y así en “El inmortal”, su inmortal, no especula como Borges con mundos posibles ni ciudades eternas ni tribus que esperan al caminante en una amarga noche con ríos memoriosos. No, Galán lo afirma de una manera confidente y más prosaica:

 

El genio de la botella

se me aparece

y dice:

¿qué prefieres, John Galán,

la inmortalidad o el Nobel?

Elijo el Nobel.

La inmortalidad

no paga las cuentas

de servicios.

 

Nada más cierto, la inmortalidad, no da réditos en un mundo donde el consumidor es el rey pálido y apresado, eso sí siempre tiene la razón y otras arandelas. En cambio, el Nobel con todas las argucias y la oscuridad de sus conciliábulos, da una suma jugosa de dinero que colma la alteridad y la persistencia de haber escrito muchos años a quien le sea otorgado para vivir tranquilo. El escritor puede continuar con su periplo creativo necesita dinero, y buen dinero, para seguir con una vida nunca parva sino de excesos para sacudirse de la extremada frialdad que produce la falta de efectivo que le ha producido su rechazo al medio donde vive. Asusta con sus versos, pero es para que sea acogido más tarde.

Así, en este poema que podría decir es la piedra basal de John Galán no solo huye de la inmortalidad como idea metafísica y signada por la religiosidad, sino que reclama al editor, y se contradice al decirse que su gloria será post morten, al tener listos los retratos, al querer ser leído en diversos idiomas y, sobre todo, leer en el programa de Yamid aquel vendedor de ilusiones, culebrero lopista, “que olfatea y espera el zarpazo final”. No sé si en realidad Galán quería leer su poema en este programa o es una broma finita porque cuando uno ironiza, de alguna manera pretende ser invitado donde el periodista travieso, corifeo de los políticos.   A veces Galán juega con la idea de ser un relegado, pero la evade para pedir un epitafio, estar en la biblioteca. Todas esas ideas son base, además, para su contradicción, ya que el poeta sí quiere ser inmortal, pero a su manera, y eso sí con una gruesa cuenta bancaria que el Nobel le otorgaría.

Cada uno de sus poemas da la sensación de que necesita un proscenio; sus puestas en escena, para lo cual justifica ese cinismo algo alentador para arrancarle una sonrisa a quien lo escucha y decirle como él quiere ser distinto a toda una tradición que solo posee dos autores que para él merecen ser nombrados, Silva en Gotas amargas y Vidales el de Suenan timbres. Pero miremos que Silva fue una copia de un dandy francés extraviado en la Bogotá religiosa, ultramontana y conservadora de fines de 1.800, dejado de lado por el establecimiento, como un espécimen que poetizaba temas que no les interesaba y Vidales un poeta de carácter surrealista que terminó siendo confesional y escribiendo poesía social de segunda clase. Cada uno planteó su concepto de vanguardia en su momento, pero ya sabemos que las vanguardias son una ilusión, duran poco.

Pero esa roca basal, esa muralla que erige Galán tiene que ver no con esa puesta en escena sino con algo que le fluye y lo reta, y que en él tiene un solo sentido: la creación. Galán se ubica en el contexto de sus puestas en escenas al mencionar su nombre con asiduidad, al dedicarle un poema, o sea, que celebra desde otro ángulo, la curiosidad de su nombre, al cual le rinde no solo un homenaje, sino que lo desgrana con sus significaciones, lo cual le basta al lector para realizar lo mismo e interpretarlo. Galán muy whitmaniano se celebraba así mismo, se canta así mismo en un acto heroico cuando mucha poesía de sus contemporáneos desaparece con el yo a cuestas, muy descolorido. En “Acerca del autor” y Detrás de un nombre”, Galán entreteje sus especulaciones acerca de ese nombre que mezcla dos atributos, para unos masculino y para otros de excesos, o de pleonasmo porque Giacomo Casanova fue todo un galán, lo cual es innegable, pero John no se apega a esa leyenda que él carga como un pesado mármol con tantas significaciones, no solo como referencia a su apellido sino que se celebra con la ilusoria casa museo con su nombre, con su lugar de nacimiento y su ámbito venerado en la memoria.

Al construir su contexto, y ya terminado, no puede salir. A partir de la fortaleza que le entrega su seguridad, su casa poética, es decir, su yo, recrea el poema en su propia lectura sobre el escenario. Él determina lo que ha de suceder, debido a su entusiasmo, por esa razón lo que va a ocurrir no podría suceder, ya que él lo controla, al quitarse la camisa como un frontman, pero es un poeta que leía nada menos que poesía ácida. De ahí que este suerte de happening, su puesta en escena ya no lo suelta, pero en realidad es él quien se deja arrebatar, ya que su yo poderoso celebra sus años, su yo está presente ante el paso del tiempo que despiadado lo persigue y él mismo lo atenúa con su humor y la sordina de su pensamiento, y así trata de arrastrar al lector para volver a desordenarlo todo. Y entonces tiene presente como antes era arrastrado por ser incondicional con algunos poetas "laureados", pero ahora toma la delantera y se vuelve él mismo, así que toma su propio andar, ese riesgo de pocos. Dejando todo tras de sí, en parte tantas máscaras destrozadas del poeta como fabulador del establecimiento.

Traducido al lenguaje de la poesía, esto supone que el escritor cometa su propósito primordial, explorarse de una manera total para que esos instantes valiosos de su trascurso no se olviden, ya que lo que escribe lo tatúa de una manera que él no quiere que se diluya en el tiempo jugador, no, él lo preserva a través de la poesía. Cada uno de su actos, lo que le interesa, lo hace perdurar a través de la escritura, incluso todo lo que no nombra, se sugiere, crea la curiosidad, pero no, él la esquiva. Lo que sí es cierto es que ese presente tan valioso a él, debe poseerlo a través de la palabra misma.  De no hacerlo la memoria se lo reclamaría. Y así, al leerlo, al buscarlo en sus páginas, concluimos que ahí está de cuerpo presente Galán, y que cada uno de sus poemas está sometido a sus designios, incluidos los desperfectos del momento, cuando quiere ser moderno y de vanguardia y eso sí con la sospecha que uno escribe sobre lo que no quiere que se olvide, como si el pasado fuera un caleidoscopio poderoso, único, que determina. No cabe duda, el poeta sigue creando, hurgando y sacando los estribillos de su vida interior; de ahí que él se atreva a buscar y a compilar otra manera de poetizar, pero no como un advenedizo que hace cualquier cosa con tal de no aburrirse o con tal de cumplir rápidamente con la orden que le dieron, sino de que se note su huella, que es su cara presencia en cada uno de sus versos que a veces nos dislocan pero que no podemos olvidar que es un regreso a ese origen ya planteado desde Gotas amargas, pensar el umbral de otro poetizar, que es la intención de Galán para huir de lo mismo. Un poeta, al tratar de ser distinto, nunca se aburre porque también su libertad creativa es un camino a la indagación. De ahí que en Galán Casanova esa fuerza, su fuerza, se sienta de inmediato.

John escribe en la medida que sabe que cada acto poético irreparablemente tiene un final y que no podrá quitar las manos de sus huellas. Cuando él muestra algo, el momento bajo lo que escribe no cede, pero algún día, él tiene el temor a que ese evento o persona habrá desaparecido por completo. De ahí ese magnífico y tenso poema sobre su padre donde refleja esa ascesis por la figura paterna, así lo haga en un tono algo cáustico, que hace que lo escriba y describa, pero el lector sabe que la cara presencia de su padre es aún más fuerte, incluso más allá del poema que lo nombra.

Así como el poeta se ve impulsado a dejar su presencia en cada poema, quien lo lee también se ve sacudido a volver al libro sobre el que camina, y crea algo, ese algo que necesita ser releído y juntado luego en otro poema. Me digo, lo digo de una vez, cada libro es un palimpsesto donde el poeta se abandona, es decir, se deja ahí, se matiza ahí en sus palabras que son su aliento, su verdad, su testimonio; cara presencia. Saber esto forja un territorio seguro, del que ya no se necesita suavizar nada, o por lo menos no lo que se muestra al leerlo. A pesar de todo seguirá la poesía, su escritura, su deambular y su precisar por sus territorios inescrutables, a veces, otros tan presentes.  

Con la poesía no moriremos, persistirá, acaso lo incomprensible que a veces causa desazón, ya que estamos acostumbramos a no salir de nuestra comodidad y de nuestros asertos, pero más allá de esta incomprensión que no tiene sentido   John Galán Casanova posee el mayor de los corajes, pisar y continuar sobre ese suelo sagrado, tan seguro, que él ha ido construyendo a pesar de no desear la inmortalidad.



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